Entrevista a Sergio Del Bono: “La milonga te da, con el tiempo, el barro que te espesa la sangre y te hace pegar los pies al suelo cuando bailás.»

Con más de 35 años de tango en las venas, Sergio Del Bono no toca de oído en la milonga. Para quien vivió el tango en todas sus facetas desde el bailarín profesional que se formó con grandes como Juan Carlos Copes, Todaro y Pepito Avellaneda, hasta el milonguero que se forjó en muchas noches de garufa, la milonga es un lugar sin el cual no puede vivir, y del que sin embargo se alejó durante muchos años. Una entrevista cargada de anécdotas de una riqueza enorme para los amantes del tango, pura historia tanguera que les invitamos a disfrutar.

Foto de portada gentileza de El Tío Cliff.

Sergio Del Bono y Andrea Castelli.

¿Cómo fue que llegaste al tango?

Llegué al tango de casualidad hace 35 años. Realmente llegué de pura casualidad, porque no tenía ninguna intención al respecto, yo sólo iba a visitar a un amigo de La Plata, tomarnos unos mates, como tantas veces, y él me dijo: “No puedo porque estoy yendo a tomar clases de tango”. Y acto seguido me dice “Por qué no te venís y mirás”. Y fui por curiosidad. Miré detrás de la puerta, me animé a entrar, y no salí nunca más.

Ahí arrancamos un grupo grande de bailarines en “La Casa del Tango” de La Plata entre los que estaban Fabián Salas, Sergio Cortazzo, Andrea Castelli, Andrea Guasardo y Diego Arizaga, y Fernando Álvarez. Hasta que un día fuimos a ver un espectáculo en Buenos Aires y vimos que el tango era mucho más que lo que teníamos en La Plata. En ese momento la movida del tango era muy chica, sobre todo en La Plata porque la movida siempre estuvo en Buenos Aires. Así que sacamos entradas para otro espectáculo, un show de Copes (Juan Carlos) en el que cantaba Goyeneche.

¡Ah, nadie! Entiendo que dijeran “hay algo más en el tango”.

¡Claro! ¿Viste? “Nosotros tenemos que aprender a bailar con este tipo”, dijimos. Una cosa maravillosa, inigualable, único. Así que lo esperamos a la salida del teatro y yo -siempre más caradura-, lo encaré y le dije “Nosotros queremos tomar clases con usted”. Y me dice: “No estoy dando clases porque hay que juntar una cantidad de gente”. “¿Cuánta gente necesita?”, le dije. “Cómo mínimo 12 parejas”. “Listo. Deme un contacto o algo o cómo hacemos” Me dio el número de teléfono de la casa y me dijo: “Cuando tenga las 12 parejas me llama” Tardé una semana en juntarlas. (risas)

¿Ya eran 12 parejas o saliste a buscarlas por la calle? (risas)

No, no. Empecé a hablar con todo el mundo. “¿No querés tomar clases con Copes?” “Sí, claro”. “Bueno, listo”. “Pero, ¿dónde?, ¿cuánto sale?” “No tengo la menor idea, hay que arrancar y después vemos” (risas). Así junté la gente. Después obviamente cuando él lo anunció se anotaron muchos más.

Ahí empezaron otros bailarines importantes a dar sus primeros pasos: Alejandra Mantiñán, Vanina Bilous con Alejandro Aquino, y un bailarín de folklore que se llamaba Carmona. Y fuimos todos los que ya veníamos del otro grupo (Sergio Cortazzo, Fabián Salas, Andrea Castelli, Andrea Guasardo, Diego Arizaga, y Fernando Álvarez).

Perfil bajo siempre lo tuyo. ¿No estaba también Guillermina Quiroga en ese grupo?

¿Querés que te cuente una anécdota?

Sí, dale.

En aquella época tomabas clases cinco meses y ya eras profesor. Ahora también, pero en aquella época más. Así fue que, con este grupo estábamos dando clases en “La Casa del Tango” de La Plata, y un día apareció una piba bajita y dijo: “Quiero aprender a bailar, yo soy bailarina clásica.” Se paraba siempre en primera y había que decirle todo el tiempo: “No, tenés que juntar los pies”. Le costaba un poco, tanto que en un momento nos miramos y dijimos: “Esta piba no va a aprender a bailar en su puta vida”. Esa piba se llama Guillermina Quiroga, una divina. Aprendió porque un día dijo: “Yo soy bailarina, mi objetivo es bailar. Yo nací para bailar”. Y empezó a ensayar, y a practicar y a practicar, y creció. ¡Cómo creció! Nos pasó el trapo a todos. Yo creo que actualmente si no es la mejor es una de las mejores bailarinas que existen, lejos.

«Es decir, cuando uno sube al escenario hay que hacer las cosas bien… Con la técnica precisa y el dolor de turno…»

¿Las clases con Copes eran en La Plata también?

No, esas clases él las daba en un lugar que se llamaba “Fama” en Marcelo T. de Alvear. Y ahí tengo una anécdota maravillosa que no me voy a olvidar nunca. En la esquina de este lugar había un bar donde nosotros íbamos a tomar algo cuando salíamos de las clases. Y cerca, muy cerca, alquilaban salas de ensayo. Una tarde cuando llegamos al bar estaba Goyeneche, “el Polaco”, con un grupo de amigos en una esquina. Era un bar muy chiquito. Nosotros nos fuimos arrimando, arrimando -yo dije: “yo esto no me lo pierdo”-, hasta que logramos sentarnos en su mesa. Después se fueron levantando y se fueron yendo uno a uno, hasta que quedamos “mano a mano”.

Mano a mano con el Polaco Goyeneche. ¡Qué momento!

¡Sí! Me quedé como dos horas sólo con él. Escuchándolo. ¡Te imaginás! ¿Qué le puedo contar yo? Lo tuve contándome anécdotas y cosas de su vida durante dos horas. ¡No me lo voy a olvidar nunca! ¡Fue algo maravilloso! (con énfasis).

¿Qué te contó? De lo que se pueda saber… (risas)

Y …la noche es difícil, la noche es difícil… (risas)

¿Te lo dijo él o lo decís vos?

Te lo digo yo, porque vi mucho y también lo he escuchado siempre de los viejos: “La noche es difícil, la noche es difícil…” Pero nada, son cosas que uno vio en el camino.

«…ninguna gran historia empezó con una ensalada y un agua mineral .»

¿De qué año estamos hablando? ¿Cuántos años tendría Goyeneche?  ¿Y qué podés contarnos de lo que charlaron?

Mirá esto sería en el ’87, él tendría 60 y pico. Ya tenía Parkinson… Era un tipo muy abierto que no se callaba lo que pensaba sobre el tango… y empezó a contar anécdotas. Lo que pasa es que escuchar una anécdota contada por él o por cualquier otro, la misma anécdota es diferente. Y escuchar la voz y verlo. ¡Maravilloso! No tengo palabras para explicártelo.

Sergio Del Bono y Andrea Castelli.

Y respecto a ese espectáculo de Copes en el que cantaba Goyeneche ¿qué fue lo que les llevó a decir: “tenemos que tomar clases con este tipo”?

Copes tenía algo muy particular que jamás se lo vi a nadie, y mirá que a esta altura tengo visto a unos cuantos. Copes nos decía “Si te agarran bailando descuidado, tiene que parecer una pose”. Es decir, que siempre tenés que estar bien parado bailando. Nunca tenés que estar desarmado. Él decía: “yo bailo y vos sacá la foto cuando quieras, yo siempre voy a estar bien parado”. Miralo en los videos, es una cosa perfecta, siempre. La manera en que está parado y cómo se mueve. En ningún momento se lo ve desarmarse, inclinarse, torcerse demás para hacer una figura. No hay otra persona que haga algo así. Eso me llamó la atención.

Sin que su postura fuese una “impostura”. “Respiraba tango”, diríamos

Exactamente. Y después, bueno, María Nieves …

¿Qué de María Nieves?

María Nieves es una cosa maravillosa. Debe ser la única bailarina que yo vi que sale al escenario y “te aplasta”. La ves salir y no hace falta que baile, te aplasta con la energía, con la presencia. Te quedás chiquitito en la butaca, la mirás y decís: ¡Guauuu!

Todo ese conjunto de cosas, son las que nos maravillaron.

Así como se dice de algunos artistas “que traspasan la pantalla”, se podría decir que ellos (Juan Carlos Copes y María Nieves) “traspasaban el escenario”.

Claro. Copes hablaba mucho del escenario. Yo tuve muchas charlas con él. Con el tiempo hicimos una amistad. Todos se fueron desparramando y yo quedé con sus clases hasta el final. Y él tenía un proyecto -que nunca llegó a ser- que era poner escuelas de Copes en todo el mundo, como había hecho Fred Astaire. Y en un momento me propuso que me ocupara de eso en La Plata. En todas esas charlas, él me enseñó mucho de escenario, mucho. Cómo salía al escenario, el respeto por el público, “la persona que está ahí sentada pagó para verte y si no pagó, dispone de su tiempo para verte”, decía. “Yo estudié clásico, y nunca bailé clásico”. “Yo estudié destreza y nunca hice destreza”. “Y también hice un curso de … -unas cosas que hacen en el circo y que ahora no recuerdo el nombre-… “y nunca hice circo”. “Todo está puesto acá en el tango.” Es decir, cuando uno sube al escenario hay que hacer las cosas bien.

“Con la técnica precisa y el dolor de turno…” uniendo la oposición que “reza” un escrito tuyo que leí por ahí…

Ponele. La verdad es que yo tuve la suerte de compartir muchas noches con mis mejores maestros en las que me enseñaron muchas cosas más allá de lo que se enseña en las clases. Me pasó con él ( Juan Carlos Copes), me pasó con Pepito Avellaneda, muchas noches, muchos cafés, …

Muchas noches de garufa…

¡Esooo! (risas) Muchos momentos en los que me enseñaron más allá de bailar. ¡Bah! También tiene que ver con el baile, todo incide. Era maravilloso lo que enseñaba esa gente. Era maravilloso porque además enseñaban sin saber lo que enseñaban.

Mirá, una vez hicieron un contrapunto de milonga entre Pepito Avellaneda y Gustavo Naveira. Terminaron de bailar, Gustavo vino a la mesa, se sienta y dice: “Este tipo no sabe lo que sabe”. Hoy hay una metodología, una técnica, porque hubo un estudio que hizo un grupo de bailarines. Entonces no era así, ellos lo sabían porque lo tenían adentro. Por ejemplo. Pepito Avellaneda. El tipo te decía “poné el pie así y vení”. Cero pedagogía, pero te abrazaba, te lo hacía, y vos entendías todo. Te explicaba todo con el cuerpo. Algunos se enojaban. “No nene, qué hacés nene, salí, salí”, Todaro, por ejemplo. Y eso que de todos creo que Todaro era el que mejor explicaba.

«…para subirse a un escenario hay que estudiar mucho. Hay muchos que lo hacen y aprenden la técnica necesaria para el escenario y van a la milonga para llenarse de tango. Y hay algunos que te dicen: “a mí no me interesa todo lo de la milonga, a mí sólo me interesa el escenario.” No creo que esté mal, cada uno… Tengo un conocido que piensa así. No tiene tango, pero el tipo es técnicamente perfecto, y baila. Le falta el alma, pero, en definitiva, cuando acá vienen los turistas sin saber nada, lamentablemente les alcanza con un poco de técnica y se encandilan con mucho revolear, luces, escenografía…, cosas que hacen más al típico show “for export” que a la esencia del tango.»

¿Llegaste a tomar clases con Todaro?

Sí. De hecho, a Pepito Avellaneda lo conocí por Todaro. Yo quería aprender milonga y Todaro me dijo “¡No! A mí no me jodas con milonga. Andá a verlo a Pepito Avellaneda al Café Max”. Y fui. Me acuerdo que pensé: “Y el gordo este, ¿qué puede bailar?”. ¡Cuándo lo vi bailar…! (risas)

Empezó a desparramar los caramelos por el suelo y te mató.

Exactamente. Un maestro maravilloso. Después hicimos una gran amistad. Se iba de viaje y yo me quedaba en la casa de él.

En definitiva, para subirse a un escenario hay que estudiar mucho. Hay muchos que lo hacen y aprenden la técnica necesaria para el escenario y van a la milonga para llenarse de tango. Y hay algunos que te dicen: “a mí no me interesa todo lo de la milonga, a mí sólo me interesa el escenario.” No creo que esté mal, cada uno… Tengo un conocido que piensa así. No tiene tango, pero el tipo es técnicamente perfecto, y baila. Le falta el alma (con énfasis), pero, en definitiva, cuando acá vienen los turistas sin saber nada, lamentablemente les alcanza con un poco de técnica y se encandilan con mucho revolear, luces, escenografía…, cosas que hacen más al típico show “for export” que a la esencia del tango.

¿Y cómo siguió tu recorrido después de esas clases con Copes?

Seguí tomando clases en Buenos Aires. Lo que pasa es que mi historia fue distinta, porque yo nunca dejé de trabajar. Yo trabajaba de noche en un mercado de flores que estaba en Corrientes y Acuña de Figueroa. Entraba a la 1 y laburaba hasta las 9-10 de la mañana. A esa hora me iba a La Plata, dormía un rato, y volvía a Buenos Aires a tomar clases. Una locura. Una locura que se hace a una determinada edad y con una determinada pasión. Así tomé clases con Todaro, con Pepito Avellaneda, y poco a poco empecé a participar de algunas cosas y me fui animando a trabajar como bailarín en la noche de San Telmo, en un par de lugares…

¿En cuáles?

Primero empecé a dar clases en “La Galería del Tango” de Gloria y Eduardo (Arquimbau), cuando recién abría “La Galería”. Yo iba a bailar todos los domingos indefectiblemente, y Eduardo me propuso que diera clases. Yo había tomado también algunas clases con él. Ahí ya me había separado de mi primera mujer, Graciela Ramos, con quien había aprendido a bailar y había hecho mis primeras presentaciones, así que daba clases solo. Hasta que conocí a Natalia (Silva) que fue después mi pareja de baile y de vida. Ella era alumna mía. La empecé a preparar mientras que, paralelamente, empecé a conocer gente y empezaron a salirme laburos que hice con Natalia. Después trabajé en “Bar Sur” -donde compartí escenario con Jorge Pahl y Analía Morales que en aquella época bailaban juntos y recién empezaban-, y en “A media luz”, que ya no existe más. Hice también algunas suplencias en “Michelangelo”. Y un día me agarró la locura y dije: “Vamos a España”. Año ’96. Y Natalia me dice: “¿Qué vamos a hacer?” “Mirá, yo no conozco nadie que haya ido y le haya ido mal. Vamos a bailar.” Y me fui sin conocer a nadie, sin preparar nada y sin saber qué iba a hacer. Y en el viaje a Barcelona nos pusimos a charlar con un pibe que nos dice “¿Conocés España, conocés Barcelona?” “No” “Bueno, tu vida va a transcurrir en Las Ramblas” (emblemático paseo de Barcelona conocido por sus puestos de floristas y por ser el espacio de la ciudad más concurrido por artistas callejeros).

Sergio Del Bono y Natalia Silva en el barrio gótico de Barcelona.
Sergio Del Bono y Natalia Silva en el barrio gótico de Barcelona.

Así que buscamos una pensión cerca y empezamos a trabajar haciendo gorra en Las Ramblas. A los dos o tres días, veo entre el público a Jorge Udrisard y a Andrea Ponzetti que ya estaban viviendo en Barcelona y bailando juntos. Yo lo conocía a él de “La Galería”, cuando daba clases con Lorena Ermocida después de mi clase. Y a la semana viene uno y me dice: “En la otra punta hay otra pareja de argentinos, también bailando”. Ahí conocí a Moira Castellano que estaba bailando con su compañero de aquella época, que hoy ya no baila. Y así se fue dando todo, de pura casualidad. Y nos fue ¡muy bien! (con énfasis). Fueron tres meses que pasó de todo. Trabajé muchísimo. Fui a trabajar a Mallorca y me fue muy bien también. Un día pasó un italiano y me llevó a Padua a dar clases. Y cuando se me vencieron los tres meses decidí volver a Argentina. Me acuerdo que Jorge Udrisard me dijo: “¿Y qué vas a hacer en Argentina?” “Me voy a convencer y vuelvo.” (risas) La verdad es que yo acá (Argentina) ya tenía a mis hijos, no era tan fácil irse.

¿Y qué pasó? ¿Te convenciste de quedarte en Argentina en lugar de volver a Europa?

Estaba el proyecto de volver (a Europa) para armar el “quiosquito” y entonces sucedió algo increíble. Una noche que se inundó todo San Telmo de cómo llovía, sólo pudimos llegar para la función Natalia y yo, el pianista y un cantante. Y llega una pareja para ver el show. Empapados, casi arrastrándose por el agua. Preguntamos qué hacíamos y la dueña de “A media luz” nos dice: “si hay una pareja hay que hacer algo”. Salimos a bailar acompañados por el pianista, el cantante cantó un tema y cuando terminó esa primera entrada, la chica de la pareja nos dio 100 dólares a cada uno. Cuando entro a camarines, digo: “¡Muchachos, vamos a salir 10 veces más, por favor!” (risas). Hicimos tres entradas, y en cada una nos dio 100 dólares a cada uno, o sea, 300. Al final, la chica que era la que hablaba un poco de español, me pregunta si queríamos ir a Marbella hacer un show. “¡Sí! ¿Cómo no?” Promesas de esas había escuchado tantas. Pero me pide algo para estar en contacto y le regalo “El Tangauta” (revista de tango) donde Natalia y yo hacíamos publicidad de clases y le doy una tarjeta nuestra. Al mes, más o menos, estábamos en casa durmiendo y llama ella: “Perdón que no les pude llamar antes pero perdí tu tarjeta, gracias a que me diste la revista” “Bueno, ¿Quieren venir a hacer el show a Marbella? ¡Ojo, que yo los traigo hasta acá para que hagan sólo un show de 40 minutos!” Me pareció una locura, y ella me dijo que a ella también pero que quería que pasáramos el cachet y que ellos nos pagaban los pasajes. Me acuerdo que pasamos un cachet de 500 dólares por cabeza y nos pagaron exactamente el doble porque a ellos les parecía poco. Eran una pareja de multimillonarios que organizaban una fiesta muy importante una vez al año para la que traían a todos sus amigos del mundo y un espectáculo tradicional de un país diferente cada vez.

Sergio Del Bono y Natalia Silva en un bar sobre Las Ramblas de Barcelona.

El cantante y el pianista se volvieron y Natalia y yo nos quedamos. Ya me había ido con la idea de no volver. Habíamos pensado irnos a Alemania, pero era invierno, así que nos quedamos en Madrid. Trabajamos un tiempo en El Retiro (parque). Ahí conocí bien a Pablo Ojeda y Beatriz Romero después que fuimos un día con Moira (Castellano) a comer a su casa, ocasión en la que nos invitaron a Natalia y a mí a bailar en su milonga. Después fuimos a Valencia, hasta que un día “le erramos al cálculo” y Natalia quedó embarazada. Decidimos ir a Argentina a parir y volver a Europa después, pero la verdad es que a mí no me había gustado dejar a mis hijos. Cuando volví del primer viaje y me encontré con mis dos hijos mayores, los ví “grandes”, y sentí que me había perdido algo, que los había descuidado por dedicarme “a lo mío”. Y eso me dolió mucho por mucho tiempo. Y ahora con otro bebé, yo quería estar y dedicarles tiempo a los mayores. Con lo cual yo le dije a Natalia: “No, yo no quiero que me vuelva a pasar lo mismo, yo dejo de bailar y me quedo con mis hijos. Si vos querés ir, andá”. Pero no, ella dijo, “no, yo dejo de bailar también”.

Al poco tiempo nos separamos también como pareja, y entonces dejé de bailar totalmente y dejé de ir a la milonga. Estuve mucho tiempo muy dolido, peleado con el tango. Hasta que dije: ¿Qué hago yo fuera de esto, si esto fue mi vida? Todo lo bueno o malo que me pasó, me pasó ahí. Amores, desamores, amistades. Y empecé a acercarme de a poco a la milonga, pero desde otro lugar. Y empecé a sentirle el gustito. Porque cuando uno empieza a bailar uno se convierte en un “depredador” de baile que quiere ir a la milonga ¡a bailar, a bailar, a bailar! (acelerando el ritmo del discurso) Esa fue mi época de Almagro (mítica milonga del Club Almagro). Pero al dejar de bailar profesionalmente, me permitió que la gente se abra y comunicarme con los bailarines desde otro lugar, que me contaran cosas que entre ellos no se cuentan a pesar de que trabajan juntos hace 20 años. Y como yo soy muy respetuoso de la privacidad de todos, me llevo muy bien con todo el mundo. Entonces empecé a “respirar tango” de otra manera.

Digamos que valés más por lo que callás que por lo que hablás…

(risas) Sí, más o menos.

Flavia Mercier conversando con Sergio Del Bono en la milonga «Porteño y Bailarín» en el salón «El Beso» en Buenos Aires. Foto gentileza de El Tio Cliff.

¿Cuántos años estuviste sin ir a la milonga?

Unos seis o siete años.  Me costó mucho volver. Te voy a contar cómo fue el día que dije: “Bueno, voy a volver a la milonga”. Fui a “La Viruta”, bajé la escalera, llegué abajo y dije: ¿Qué carajo hago yo acá?” Porque desconocía el lugar. Y me fui a mi casa y lloré toda la noche. Fue mirar, hacer un paneo y sentir que “no conozco a nadie”. Claro, después de tanto tiempo desaparecido. Quizás si hubiera avanzado más hasta el fondo hubiera encontrado caras conocidas, pero no, me fui a mi casa. Me costó mucho volver, no pude hacerlo solo, necesité de amigos para ir.

¿Por qué tanta dificultad?

Una de las razones fue que cuando intenté bailar, sentí: «yo no sé bailar”. Sólo daba tres pasos, se me había borrado todo lo que tenía en la cabeza. “Soy un principiante. Me da vergüenza”, sentí. No disfrutaba el baile, lo sufría. Bailaba solamente con amigas, muy amigas, a las que pudiera contarles esto. Me costó un triunfo soltarme un poco y empezar a disfrutar del baile.

Eso no se olvida, pareciera que había un bloqueo. Algo que dolía quizás al entrar a la milonga. Quizás el artista estaba dolido. Porque si bien uno no se arrepiente de nada que haga por los hijos, uno además de padre es hombre y en tu caso artista.

Sí, creo que sí. Porque si bien es cierto que no me arrepiento -y todo el que tiene hijos sabe de lo que estoy hablando-, y hoy más que nunca sigo sin arrepentirme porque con mis hijos tengo una relación increíble; siempre me quedó como algo pendiente. Y llegar a disfrutar de todo eso, todo junto, de la relación con mis hijos y del baile, me llevó mucho tiempo. Y mucho se lo debo a amigos bailarines, a las amigas bailarinas que me han ayudado muchísimo, y especialmente, a Fabián Salas. Fabián es como mi hermano y un poco más, porque no es hermano de sangre sino hermano por elección. Un día me dijo: “Yo quiero que vos bailes. Así que yo te voy a dar clases”. Y, bueno, como él vive en Orlando, tomé clases con él por Zoom, con bailarinas que no tienen necesidad de ninguna clase, pero que lo hacían para darme una mano a mí. Con lo cual era como tener dos maestros, uno por Zoom y otro en persona. Y me solté muchísimo y hoy soy muy feliz de cómo bailo, disfruto del baile muchísimo. Hasta me considero un buen bailarín. Hoy mi artista está feliz. Pero me llevó mucho tiempo.

De todas esas noches en las que todavía te subías al escenario para bailar ¿Cuál fue la más especial que recordás? ¿O las más especiales sin son más de una?

La más especial que recuerdo fue una noche que yo iba a bailar (exhibición) en “La Galería del Tango” y cuando llegué me encontré con la sorpresa -en aquella época no había redes sociales y te enterabas muchas veces de las cosas así-, que estaba Goyeneche. O sea que él iba a cantar y yo a bailar. De entrada, me quedé duro y después fue algo maravilloso.

Yo te dije que me contaras la noche más especial y vos me salís contando que te cantó Goyeneche mientras vos bailabas ¡No podés!

Sergio Del Bono con Roberto, «el Polaco», Goyeneche tras la actuación de ambos en «La Galería del Tango.»

¿Y cómo en medio de tanto tango, aparece el “Stand up” en tu vida?

Bueno, también empecé a estudiar teatro. Yo creo que para el artista, si reprimís tu parte artística, dejás de ser vos. Yo creo que esto apareció en un momento que necesitaba sacar una parte artística.  Un día estaba en la milonga y me empezó a llamar la atención todas las cosas graciosas que había. Y pensé “con esto se podría escribir algo”. Y empecé a escribir y empecé a ver “estandaperos”. Y un día dije: “voy a tomar clase de esto”. Y ahí le empecé a dar forma a ese monólogo, aunque en realidad, nunca lo pude hacer, porque tiene muchos nombres propios y lugares particulares que sólo se entedería dentro del ambiente del tango. Lo iba a estrenar en la entrega de los premios Tango del 2020 que la pandemia no permitió que se hiciera. Algún día aparecerá de vuelta.

Es posible que también influyera la necesidad de subirme a un escenario. El escenario tiene una magia muy particular. Con el stand up y el teatro recuperé el escenario que perdí cuando dejé de bailar.

¿Cuál es esa magia?

No sé explicarte con palabras el placer que me da salir al escenario. Empezar a mirar a las personas y comunicarme y percibir con quién puedo conectarme mejor o con qué tema, y empezar a fluir con la energía de la gente, todo eso es una adrenalina que disfruto muchísimo.

Sergio Del Bono durante un «stand up».

Volviendo al tango. ¿Qué es la milonga? ¿Cómo la definirías?

Para mí la milonga, además de ser un fenómeno social, donde uno sociabiliza, encuentra amistades; es el lugar donde vos escuchás un tango de otra manera. La milonga tiene una energía por la que me siento diferente y cuando escucho determinados tangos, o determinada tanda, no me puedo quedar sentado. Y con algunos, me quiero quedar acá y escucharlos sentados. Es un lugar en el que hasta nos encontramos de otra manera. Porque yo me encuentro con bailarines en la calle y es otra cosa que cuando nos encontramos en la milonga.

La milonga te da, con el tiempo, el barro que te espesa la sangre y te hace pegar los pies al suelo cuando bailás.

¿Tiene que ver con la noche? ¿Con la nocturnidad de la noche?

Y sí… ninguna gran historia empezó con una ensalada y un agua mineral (risas).

Y además la milonga provoca una predisposición. Yo digo “voy a milonguear” y eso me provoca un estado que arranca desde que me voy a bañar. Cuando yo me visto ya pienso si voy a una milonga del centro o a un club de barrio. Todo eso para mí hace también a la milonga.

«La milonga te da, con el tiempo, el barro que te espesa la sangre y te hace pegar los pies al suelo cuando bailás.»

¿Ves mucha diferencia entre la milonga “de antes” y la “de ahora”?

Mirá hubo una evolución en el tango, en la música y si la hay en la música a la fuerza la hubo en la danza. Y aparte hubo una apertura que era necesaria. Cuando nosotros empezamos a bailar, ingresar “al tango” era tremendo (con voz grave y mucho énfasis). Viejos milongueros, dueños de todo, te cerraban la puerta y nos decían que éramos bailarines de escuelita y que el tango se aprendía en la milonga, que el tango era otra cosa. Ellos tuvieron que entender que si vos que sos el dueño del circo no me enseñás, me obligás a ir a una escuelita. Y si vos no me dejás entrar, el día que vos te mueras, el tango no existe más.

Y por eso vos mantenés esa puerta abierta.

Sí, claro. Y porque soy así en la vida, yo dejo entrar a todo el mundo. Puedo estar de acuerdo o no, pero festejo que cualquier movimiento exista, porque todo lo que está vivo, evoluciona. Si algo no tiene cambios, es porque está muerto. Y el tango está vivo porque tiene que ver con la vida de cada uno, y la gente está viva y le pasan cosas.

Hubo un cantante, no recuerdo quien, que explicó que cuando los autores escribían un tango, no era como pasa ahora que se dice “Che, tenemos que sacar este CD y nos faltan dos temas.” “Bueno, este fin de semana nos juntamos y lo hacemos.” No, los tipos escribían de lo que les pasaba en la vida. Por eso el tango es lo que es y nos llega tanto, porque es la vida misma.

Como todo clásico, desde los griegos hasta Shakespeare, los clásicos son tales porque son tragedias que le pueden pasar y le pasan a cualquier persona.

En definitiva, hay una revolución social que va más allá del tango y el tango no es ajeno. Todo lo que pasa en la vida cotidiana, pasa en el tango también. Y hay toda una movida de chicos que viene con otra propuesta y que es bienvenida, muy bienvenida. Además, ellos se abren, no es que te dejan afuera, porque tampoco son tontos. Y está bueno que nosotros dejemos que todo movimiento nuevo entre, y aprendamos y crezcamos. Y si no te gusta, no importa, todo suma. Además, creo sinceramente, que hay que hacer lugar para toda la gente que quiera entrar.

De der. a izq.: Sergio Del Bono, Fabián Salas, Mariano «Chicho» Frumboli y Gustavo Naveira, durante el festival CITA 2019, que organiza Fabián Salas.

El tango será popular o no será. Por cierto, siempre se dice que el tango es como una gran familia con la que siempre podés contar. ¿Es verdad eso o es puro cuento?

Es verdad, yo lo hice. Hemos hecho milongas solidarias, y la última que hicimos que fue la del Flaco Dany, ahí se ve que es de verdad. Porque, en realidad al Flaco ya no lo teníamos que ayudar, porque el Flaco ya se había muerto. La milonga se hizo para pagar los gastos de la internación porque la persona que lo ayudó se había endeudado. Y fue algo maravilloso, lo armamos en dos días, en una época del año difícil. Todos los que convoqué aceptaron de una, sin más. No sólo eso, sino que todos los bailarines que exhibieron pagaron la entrada. Llegó un momento que dejé de llamar a gente porque no podían exhibir 20 bailarines, porque era una milonga y la gente quiere bailar también. Ahí me di el gusto de hacer bailar a Gustavo Naveira con su hija (Ariadna Naveira). Yo creo que ese sentimiento existe y para que quede claro, cuando terminó todo lo dije: “Esto es para que quede claro, que en cualquier lugar del mundo, donde alguno de nuestra familia -porque esto es una gran familia- le pase algo, vamos a estar.”

¿Y en qué crees que se funda ese lazo o vínculo? ¿Cuándo o cómo se construye eso?

Eso se construye en las milongas. Porque tanto los bailarines, como los músicos, como los cantantes, una vez que exhiben, se sientan al lado tuyo y comparten toda la noche con vos. Es más, muchas veces los grandes bailarines salen a milonguear, no sólo a exhibir. Necesita disfrutar también de la milonga, y en ese punto pasan a ser uno más.

Para espesar la sangre…

Exacto. Grandes bailarines que sacan a bailar a personas que no son bailarines profesionales pero que “milonguean lindo” y ahí ellos disfrutan. Porque en la milonga somos todos iguales. Hay un documental que se hizo hace muchos años que se llama “Tango, baile nuestro”, que muestran la historia de Portalea. Portalea era un obrero que laburaba limpiando en un cementerio, ¡y a la noche era el rey! (con énfasis).

¿Es el abrazo el nudo que arma el lazo que une a toda la comunidad tanguera?

Cada tanto Ana María Schapira publica: “El abrazo es lo que justifica el tango. El abrazo es lo que justifica el baile.” El abrazo es lo que justifica todo, pero no tiene mucha explicación, pero hay mujeres a las que yo abrazo y digo: “Acá me quiero quedar a vivir”. Es un tema energético.

Sergio, ¿Querés decir algo más para terminar?

Cuando dejé de bailar a mí me faltaron muchas cosas que recuperé con mucho esfuerzo y lágrimas. Y hoy que mi artista está de fiesta, yo disfruto de la milonga como nunca en mis 35 años de baile. También porque en este momento yo estoy bien. Hoy entro en la milonga y me siento en mi casa. Me paro a saludar a todo el mundo en cada mesa, luego me siento y a veces pasó una hora y media y todavía no bailé ni una sola tanda. Y estoy feliz porque compartí charlas y me encontré con gente que sólo veo ahí porque nuestra vida no tiene nada que ver. Hay personas que no sé qué hacen en su vida, pero en la milonga somos hermanos. Y el abrazar, el charlar, el reír, el compartir momentos maravillosos hace que tengamos una confianza tremenda, aunque yo después no sé qué carajo hacen.

Sergio Del Bono y Flavia Mercier en milonga «Porteño y Bailarín», salón «El Beso», Buenos Aires. Foto gentileza de El Tío Cliff.

La milonga te da una complicidad muy particular. Todo eso es lo que te espesa la sangre. Todo eso es lo que te da el barro que hace falta. Y es tan grande que no alcanzan las palabras para definirlo. Creés que terminás de definirlo y no alcanza, siempre hay algo más.

Pareciera que lo que trae barro, lo que espesa la sangre, es lo que entra por la oreja. No sólo la música sino las historias que se cuentan también. Historias como las que acabas de contar en esta entrevista y que ha sido un placer enorme escuchar. Muchas gracias, Sergio.

Al escuchar a Sergio Del Bono uno puede concluir que no basta con concurrir a la milonga para bailar tango. Como tampoco basta con tomar clases para aprender a bailarlo. Hay algo más que tiene que ver con habitar la milonga y las historias que en ella circulan, e incluso con “la noche que es difícil” como dice Sergio recordando las advertencias que daban los viejos milongueros.

Ese andar a ras de suelo que es seña de identidad del tango pareciera que no se logra sólo con clases. Pareciera que la densidad de la pisada la da el peso de la historia que se carga sobre los hombros, y que produce ese andar lento y acompasado de quien ya ha recorrido tanto.

¿Hasta dónde es necesario llegar para comprender, para que algo quede prendido al alma? Deleuze decía que cuando los grandes poetas como Bousquet, Fitzgerald, Lowry o Artaud hablaban de la verdad eterna de la herida, era en nombre de una herida personal terrible que llevaban en su cuerpo o en su alma. Estos poetas habían ganado el derecho a “versear” sobre el dolor, habiendo corrido el riesgo de llegar lo más lejos posible en arriesgar algo de sí mismos. Su escritura no era “cuento”. Como escribas de la antigüedad, habían grabado sus primeros sonetos en la tabula rasa del ánima con profundas incisiones.

¿Es necesario correr igual riesgo para poder interpretarlos? El arte como vía regia para la sublimación es un saber-hacer algo con eso que pulsa y empuja al sujeto a lo que de otra manera le mortifica. Pero ¿sería necesario adentrarse en el mundo de las pulsiones para cargarse de “material” para sublimar? ¿Se trata de ponerle nocturnidad a la vida para que la interpretación resuene a verdad? O, ¿Bastaría con escuchar al otro filosofar de su vida y su pesar para recibir “el barro que te espesa la sangre y que te pega los pies al suelo al bailar? ¿Cómo habría que escuchar para que esa filosofía alumbrada con la luz tenue de una milonga entre vaso y cenicero encienda la “tangueridad” en cada uno? Quizás queriendo aprehender el sentir ajeno, en tanto de otro y en tanto extraño a la propia experiencia. Con la piel porosa al ardor de un ansia que lo divide entre el querer y el deber, y al aroma de la angustia que lo apresa en el ayer. Y así, al ponerse en los zapatos de ese otro se puede calzar su dolor y, quizás, sentir el peso de esos zapatos que sacan viruta al piso cuando lo rascan al caminar.

Flavia Mercier