“En los márgenes.” Dirección: Juan Diego Botto, con Luis Tosar y Penélope Cruz.

En el ámbito de la medicina, desahuciar a alguien es declarar que ya no le queda esperanza de vida. Otra acepción de la palabra sería “quitarle a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea”. Así, desesperados y desamparados, 36 personas al día en España, se quitan el resto de vida que les queda después de recibir una orden de desahucio. “En los márgenes”, ópera prima de Juan Diego Botto como director, pone cara a unas estadísticas que hace mucho tiempo fueron desplazadas de la primera plana de los diarios. Junto con Olga Rodríguez, Botto escribió un drama en clave femenina, en tanto son ellas las que mayoritariamente dan la lucha, cuando los hombres quedan arrojados fuera de los márgenes de la sociedad productiva. Destaca la solidez de todas las interpretaciones, especialmente las de los protagonistas Luis Tosar y Penélope Cruz, así como la del mismo Juan Diego Botto.

Penélope Cruz como Azucena.

Hasta en su polisemia la palabra desahucio dice de un destino fatal, que en el caso de los desalojamientos causa las escalofriantes cifras de 36 suicidios diarios según datos del 2021 de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Si tenemos en cuenta que, según señala la película como epílogo, en España se han producido 400.000 desahucios en la última década y en la actualidad se siguen produciendo unos 100 desahucios al día, estamos hablando de una verdadera hemorragia social.

Luis Tosar como Rafa.

“En los márgenes” la película con la que debuta como director Juan Diego Botto, se acerca -literalmente- a este drama, poniéndole cara. En una sucesión de planos cortos, con una cámara que se mueve al ritmo trepidante de unos personajes a los que se les acaba el tiempo, Botto hace una exquisita dirección de actores, en la que destacan Penélope Cruz y un gran Luis Tosar que prevalece en la difícil tarea de hacer interesante el personaje de “una buena persona”. Atribulado abogado que literalmente “se sacrifica” por lo demás en términos de dinero como de vida personal porque no sabe “hacerse el loco para no mirar lo que ve”.

Penélope Cruz como Azucena y Juan Diego Botto como Manu.

Por otro lado, especial mención merece el duelo interpretativo entre Botto y Cruz cuando discuten la noche antes de un desahucio sobre las formas de afrontar la situación, en lo que parece la puesta en escena del mejor de los estudios sociológicos que pretenda explicar las terribles consecuencias de un sistema económico voraz. Por un lado, hombres que ya no saben quiénes son tras haber sido descartados por un sistema que para acumular riqueza ya no necesita de muchas manos. Hoy basta con el consumo de unos pocos para construir monumentos de ingeniería financiera. Por otro lado, mujeres de las que el sistema extrae una plusvalía de su capacidad de amar y cuidar. Ganancias de las que dan cuentan los boletines bursátiles y económicos que se escuchan como cortina musical de la cotidianidad de las tres historias en clave femenina que propone el guion de Juan Diego Botto y Olga Rodríguez.

Los rostros que el filme pone en la gran pantalla son los de aquellos que pagan la factura que el sistema de poder ha cargado sobre las espaldas de los ciudadanos, empobreciéndolos a la vez que perversamente los culpabiliza por sus circunstancias. Aquellos que han quedado expulsados al extrarradio social y que, como la película destaca, reciben demasiado frecuentemente por respuesta: “No es mi problema”. Los “Nadies” como los llamaba Galeano, y cuyas estadísticas dejaron hace tiempo de interesar, a pesar de que las escalofriantes cifras de suicidios ligadas al drama de los desahucios hablan de una verdadera “epidemia”. O quizás se trate de una liquidación con la que el sistema salda sus “excesos”. “En los márgenes” una película necesaria para que el cine español recupere su vertiente social.

Flavia Mercier

“La Lección de Anatomía”, de Carlos Mathus. Dirección: Antonio Leiva

Una pieza teatral que cumple 50 años representándose y ha trascendido todas las épocas, todos los actores y todos los públicos, no es fruto del puro azar. “La Lección de Anatomía” se ha ganado por derecho propio que quien no la haya visto aún, vaya a verla. En una serie de escenas “encadenadas”, Carlos Mathus dibujó con su texto una verdadera “disección” de las pasiones y razones humanas para no poder “soltar las cadenas”. Una gran dramaturgia que hoy se enaltece bajo la experta y experimentada mirada de Antonio Leiva, otrora parte del elenco y hoy su director.

Si del latín “ana” es lo que está sobre o arriba; y “tome” es cortar, la anatomía nos hablaría de cortar de arriba a abajo para dejar expuesto el interior. En este caso un mundo de pulsiones reprimidas, o imposibles de reprimir, y su cristalización como síntoma.

La obra comienza mostrando cómo venimos al mundo: desnudos, desprovistos, de ropas y de otros hábitos e investiduras. Escena oportuna de una trama que recorre las distintas instancias de la formación psíquica de un sujeto, y ajustada a un estilo expresionista que vehiculiza el mensaje del autor no sólo con el texto sino fundamentalmente con la corporalidad del actor. Resulta, sin embargo, cuando menos injusto, que este célebre y celebrado desnudo sea lo que más haya trascendido de esta pieza teatral, opacando una gran trama que se teje encadenando escenas de “la vida cotidiana”. Cotidianamente alguien piensa en el suicidio o comete contra sí pequeños actos autolíticos dejándose “morir en vida”; o ignora al otro como si no existiera, sin atender su padecimiento.

Por otro lado, recordemos que la obra fue también en su momento un grito de protesta por la libertad de expresión. ¿Qué mayor libertad de expresión que la de un cuerpo vivo que despliega su belleza? Toda la obra está realizada con una gran belleza. La función de lo bello es justamente la de velar lo que la vista no tolera de ver al desnudo, descarnadamente. Así se podrá abordar, o al menos “bordear” el asunto, sin que produzca horror.

De ese desamparo inicial la obra nos lleva, no sólo través de las distintas instancias de formación psíquicas de un sujeto, sino, sobre todo, de sus fallas. Así se hace plausible cómo el sujeto puede quedar arrinconado en el vértice de las carencias de la función dadora y la función rectora. Se muestra, por ejemplo, cómo una función dadora cuando es ejercida de forma incondicional, puede volverse arrasadora. O cómo una función rectora es ejercida de manera perversa no habilitando el crecimiento de la hija o hijo, cerrándole paso en la cadena sucesoria de la vida, porque abrírselo representaría aceptar la propia finitud. Y como en uno u otro caso, un sujeto queda confinado al lugar de puro objeto.

Así “vamos creciendo” a lo largo de la obra con un sujeto -o con dos o más, según nos hayamos identificado con la historia-, que dependiendo de las investiduras libidinales con las que se recubra se precipitará en un vacío que le resulta puro agujero; o acabará corriendo detrás de las aspiraciones de sus padres, su pareja, las propias o las del sistema. Aspirado de tanto aspirar hasta quedar sin aliento. Vemos también cómo los sujetos van “desmembrándose” como en un ejercicio de anatomía forense, como si su cuerpo se les volviese ajeno, miembro a miembro, hasta llegar a estar ausentes de su propio cuerpo o con un cuerpo deshabitado. O incluso, amputándose como sujeto deseante, no atreviéndose a jugársela, haciendo servir como excusas las imposiciones del “afuera”.

Flavia Mercier asistiendo a una función de la «Lección de Anatomía», bajo la dirección de Antonio Leiva, en el 2019.

Entonces, retomando el comienzo de esta reseña en cuanto al sentido de la palabra “anatomía” y la desnudez del nacimiento, la obra nos lleva a reflexionar que para verdaderamente nacer a una existencia, el corte necesario podría ser aquel que se produjese desde el interior de las envolturas narcisistas con las que nos cubrieron los otros, como “rompiendo el cascarón”, desprendiéndose de esos hábitos y envestiduras ajenas para dejarse habitar por el propio deseo.

Flavia Mercier

Argentina 1985

Cuando la historia contemporánea está plagada de evidencia en favor de la teoría de Hanna Arendt sobre la banalidad del mal, Santiago Mitre aporta una mirada que rescata un resto de optimismo sobre la naturaleza humana. Del cine se sale pensando que ya no sólo cualquier individuo puede ser capaz de la mayor de las atrocidades, como decía Arendt y como demuestra la propia historia que esta película refleja, sino que también hay personas “comunes” capaces de asumir la responsabilidad ante la cual la historia las coloca, que pueden contribuir a restituir un estado de derecho y justicia.

La mirada que aporta Santiago Mitre tanto desde la dirección como desde el guion que co-escribe con Mariano Llinás, es sin duda la mayor contribución de una película que huyendo de todo morbo e interpretaciones de los hechos históricos, se ajusta estrictamente a la puesta en escena de los mismos. En ese sentido, está muy bien trabajada la interpretación de cada uno de los personajes públicos desde lo fidedigno, principalmente la de Ricardo Darín en el papel del fiscal Julio César Strassera y la de Peter Lanzani en el papel del fiscal adjunto, Luis Moreno Ocampo.

Ricardo Darín en el papel del fiscal Julio César Strassera.

Se muestra así a un Strassera -muy sobriamente interpretado por Darín- que aún con temor a ser usado para oscuras negociaciones, preocupado por la inseguridad que le acosa a él y a sus familiares, y a los testigos que no puede proteger, e incluso cuestionado por alguna de las víctimas y familiares por sus acciones u omisiones durante la dictadura militar, “simplemente” hace el trabajo que le toca hacer: “ser el fiscal del juicio más importante de la historia argentina”, como le dice un Norman Briski enorme a pesar de sus breves apariciones. El fiscal cuenta como puntal con la templanza, admiración y humor de su mujer, interpretada por una ecuánime Alejandra Flechner.

A su lado, un joven e impetuoso Luis Moreno Ocampo -en una muy sólida interpretación de Peter Lanzani- que persigue ganar el juicio más allá de las salas y pasillos de tribunales, sino también en los estudios de televisión porque el tribunal del que quería un veredicto favorable para la joven democracia argentina era el de la opinión pública que aún contaba con muchos defensores del proceso militar, como, según plantea la película, su propia madre.

Peter Lanzani en el papel del fiscal adjunto Luis Moreno Ocampo.

El guion aporta a estos personajes atribulados por sus propias circunstancias, de pasajes de humor y sarcasmo que sirven tanto para ayudarles a no decaer, como de alivio para el espectador del espanto y repulsión que sobrevuela todo el tiempo la crónica de sucesos, aunque si bien no de forma explícita. Tampoco es necesario, la historia es conocida por todos los que quieren conocerla y reconocerla.

Por otro lado, la película tiene tintes de cine clásico en la que por momentos uno siente transportarse no a la Argentina de 1985, sino a los Estados Unidos de los años ’40 o ‘30, a través de su vasta cinematografía sobre emblemáticos juicios contra el Hampa, como el clásico de Brian de Palma que reflejaba los esfuerzos de los incorruptibles Eliot Ness y su equipo “Los intocables” por atrapar a Al Capone. En “Argentina 1985”, un joven y casi inexperto Luis Moreno Ocampo le presenta al fiscal Strassera la idea de formar un equipo por él mismo como “caballo de troya” dado sus orígenes familiares intensamente ligados al ejército argentino, y algunos jóvenes inexpertos, simples empleados administrativos de la procuraduría, porque eran los únicos miembros del sistema sin anotaciones en el libro de cuentas del pasado.

El filme destaca así también, la titánica labor de este grupo de jóvenes que, siendo entre valientes y atrevidos, recogieron 709 testimonios del horror al que las Juntas militares sometieron a un país actuando de forma que el propio fiscal Strassera calificó de “feroz, clandestina y cobarde”, según resuena en un pasaje.

Se llega así con tintes épicos al alegato final de Strassera y al veredicto, que más allá de las condenas que emitió el tribunal, es proferido por un descollante Santiago Armas Estevarena en el papel de Javier Strassera cuando le dice “Papá, ¡metiste en la cárcel a Videla y a Massera!”, en un guiño del director a las nuevas generaciones.

Y si bien es cierto que los sucesos históricos que vinieron después debilitaron mucho la fuerza de aquella sentencia, aquel “Nunca más” proferido por el fiscal Strassera en nombre del pueblo argentino al final de su alegato, produjo un hito en las consciencias de tantos, incluso de raigambres políticas distintas, que aún hoy sus ecos hacen de barrera a ciertos delirios mesiánicos. Desde este lugar, cabe entonces acordar con los productores (Ricardo y Chino Darín, entre otros) que esta película era necesaria para que los hijos y nietos de aquellos que hoy quedan como testigos del conocido como “Juicio a las Juntas”, conozcan los atroces hechos y así sus ecos, y su función, no se acallen.

Flavia Mercier