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Jorge Alemán: “En principio fue la poesía. Esa es mi plataforma.”

Jorge Alemán es reconocido por su trabajo como psicoanalista y su prolífera obra escrita como tal. Ha sido, además, un ferviente impulsor de la trasmisión del psicoanálisis: trabajó durante años en la construcción en España de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano, y es profesor honoris causa de la UBA, entre otras universidades, participa habitualmente en charlas y seminarios, tanto en España como en Argentina. También posee otra vertiente como poeta, o escritor de poemas como él prefiere nombrarse. Una actividad que le valió el Premio Nacional de Poesía del Fondo de las Artes de Argentina, a la edad de 20 años, por su poema “Hospicios y expertos navegantes”.

Jorge Alemán es argentino y vive en España desde hace más de cuarenta años, como consecuencia del exilio político del que fue víctima durante la dictadura militar del 76. Lejos de desalentarlo tal siniestra experiencia, por el contrario, le hizo redoblar su apuesta por pensar a la Argentina y comprometerse políticamente aún más. Por tal razón, es frecuentemente invitado a programas de radio y televisión en Argentina, y tiene una columna en el diario Página 12 y ha impulsado la construcción de un campo de reflexión al que llamó “izquierda lacaniana”, en el que propone abordar el pensamiento político de izquierda desde la enseñanza de Jacques Lacan, para incluir el vacío existencial irreductible del sujeto, como único obstáculo posible al discurso capitalista y a la captura que este hace de los sujetos. Una respuesta que es toda una declaración de la posición de Jorge en la vida frente a todas las fuerzas que se han opuesto a su existencia desde su nacimiento. Unas fuerzas que ha decidido abordar poéticamente en su último libro “La hora del rechazo” y que es el que nos convoca para esta entrevista en la que ahondamos sobre las razones que lo llevaron a escribir poesía a la temprana edad de los 15 o 16 años, las diferentes fuentes de las que abreva su poesía, y cómo el exilio pudo haber modificado su posición como escritor, como psicoanalista y como militante.

Jorge Alemán y Flavia Mercier durante la entrevista.

Según leí y escuché en varias entrevistas, la poesía fue lo primero. Y además fue a muy temprana edad. ¿Qué te llevó con 15 o 16 años a escribir poesía?

Entre otras cosas, una disgrafía que padecí siempre. Es imposible entenderme la letra, y es imposible que yo la entienda, son como hormigas que caminan en un papel en blanco. Si pasan unas horas, yo ya no la entiendo. Así que, para mí siempre supuso una gran atracción la idea de imprimir, para ver si se entendía lo que escribía, porque fueron muchos años de desencuentro. Ayer mismo, firmé unas dedicatorias y las personas me decían: “no entiendo”.

Después, alrededor de los 15 años, había una chica que me gustaba, que me dijo que le encantaba la poesía. Entonces empecé a ir a la “Biblioteca del Maestro” (en la actualidad, Palacio Sarmiento, conocido popularmente como el Palacio Pizzurno) y pedía libros de poetas desconocidos porque si tenían renombre quizás ella ya los había leído. Retocaba el poema o le daba una forma que se mostrase más dirigido a ella. Yo no escribía poesía, simplemente la quería impactar. Pero, mientras tanto, empezó un pequeño ejercicio de escritura, retocándolos. Y un día, el bibliotecario me dijo: “Mire, Alemán, no entiendo bien, ¿para qué lee a los desconocidos?” “Bueno, no sé…” “¿Por qué no lee a los importantes?”. Y ahí le confesé: “Lo que pasa es que yo a los desconocidos los copio”. “Lea a los que no pueda copiar. Para ver si usted escribe.” Y así empecé a leer de un modo muy desorganizado, como se lee en Argentina. No es que uno toma escuelas, corrientes del pensamiento poético, eso en todo caso lo fui modelando mucho más tarde. Empecé a leer a la vez a Vallejo, a Pavese y a Dylan Thomas.

¿Y qué te guiaba para leer a esos autores de esa forma “desorganizada”? ¿Había alguna búsqueda inconsciente o te dejabas llevar por lo que te resonaba?

Como suele pasar en esto, yo buscaba mi lugar. No era un chico que estuviera …. ¿Como te podría decir? Ya estaba en una heterogeneidad y discordancia. La asimilaba muy bien porque iba al colegio, al club, pero era raro (con tono suspicaz). Estaba atravesado por cosas que tienen más que ver con mi propia novela familiar, o con circunstancias de mi vida. Sentía que en la escritura poética había algo que me hablaba, y me parecía que yo entendía.

Tuve desde muy temprano una enorme capacidad -aunque dicho así suena un poco veleidoso- de no retroceder ante el texto complejo. No tenía problemas con el sentido. Por eso después llegué a Lacan, ¿no? Me gustaban estos desafíos de entender, entender entre comillas, porque no es que un poema haya que entenderlo, ¿no? Me interesaba mucho este juego entre el sonido y el sentido de los poemas. Después, Buenos Aires y el encuentro con montones de amigos y amigas que leían poesía.

«Sentía que en la escritura poética había algo que me hablaba, y me parecía que yo entendía… No tenía problemas con el sentido. Por eso después llegué a Lacan, ¿no? Me gustaban estos desafíos de entender, entender entre comillas, porque no es que un poema haya que entenderlo, ¿no? Me interesaba mucho este juego entre el sonido y el sentido de los poemas…»

Es decir, la lectura de estos autores te fue llevando a sus lectores.

Sí, y a leer mis poemas frente a ellos.

Ajá…

Sí, porque yo no puedo leer sin escribir. Es una práctica que he tenido a lo largo de mi vida. Y lo que más me gusta es escribir en cuadernos. Es una cosa que se me impone de inmediato, no sólo con la poesía, sino en general. Ahora ya no bajo el modo del plagio, ¿no? (se ríe tímidamente). Es como leo yo, necesito de esa mixtura tan compleja.

¿Como una elaboración…?

Sí, por eso si uno lee mis poemas de los 20 años, “Iguanas”, “Hospicios y expertos navegantes”, es muy difícil determinar cuál sería la influencia… Es muy difícil porque es una melange, una ensalada grande. Además, a pesar de que yo estaba muy vinculado a la militancia política, mi poesía era muy antinómica con las corrientes sociales de la época: la poesía social, la poesía militante. Es más, muchos compañeros y compañeras veían mi poesía como muy extraña, como si no estuviera en sintonía con lo que estaba pasando políticamente.

Muy extraña en vos que tenías un firme compromiso político.

Claro, claro. Estaban todos esperando poesías heroicas, sobre la revolución, los militantes, el pueblo, los significantes amos de aquel entonces. Y yo hablaba de “Iguanas”, “Hospicios y expertos navegantes”… nada que ver. Así que ahí también se fue formando una red de amigos y amigas poetas que transitábamos por otros bordes, que no estábamos en eso que era muy potente y muy pregnante en la época, que era la poesía comprometida (entre comillas, aclara) o la poesía social o política.  Por eso siempre admiré mucho a Vallejo, porque Vallejo era capaz de escribir ese tipo de poesía, como podía ser el poema famoso “España aparta de mí este cáliz”, y a la vez ser un excelentísimo poeta. Mientras que a mí, los poetas sociales de Argentina rara vez me gustaban.

«…Yo soy una persona que escribiendo poemas se hizo psicoanalista. En absoluto es primero el psicoanálisis. Como pone Sergio Larriera, en el prólogo de mi libro “No saber”: “En principio fue la poesía”. Esa es mi plataforma.»

¿Esa es la época en que te nutrís en los cafés de Buenos Aires?

Sí, porque son verdaderos maestros los que encuentro. Viste que un autodidacta no es alguien que no tiene maestros, sino alguien que los elige. Y había una pasión (con énfasis) por discutir, incluso llegando a momentos casi violentos, alrededor de escritores, poetas. Era muy curioso, ahora que lo recuerdo. La gente hasta se retiraba la palabra.

Saer relata momentos así en algunas de sus novelas. Grandes debates sobre estilos, por ejemplo, entre distintos grupos pertenecientes a diversas corrientes poéticas o de prosa.

Sí, sí, todo eso que Saer relata, sucedía. También había comentarios crueles sobre las poesías de los otros, aunque siempre en relación a estos temas.

¿Es en esa época que te atraviesa el tango?

No, no, el tango viene de mi niñez. Mi vieja cantaba -en casa- todos los tangos. Así que no es que el tango me gustó en un momento, sino que el tango está…

¿Está presente en tu vida desde siempre? ¡¿Está en la lengua materna?!

Es la lengua materna. Es la lengua materna y en la época esa en la que yo escribía poesía vivía como periodista de rock, así que imaginate la distancia. No recuerdo estar poniendo tango, pero, en cuanto sonaba uno, me sabía toda la letra, lo reconocía de inmediato.

¿A vos no te parece que el rock argentino, quizás porque es muy urbano y es una música de Buenos Aires, también tiene algo muy tanguero?

Eso se fue dando paulatinamente. El primer grupo que tiene una raíz tanguera, sobre todo en las letras, es Manal. Se pronuncian los nombres de las calles. Se pronuncia “el Dock”, “Avellaneda Blues”. Eso viene de “…en la avenida Centenera y Tabaré…” (canturrea el tango “Mano blanca”) Nombrar las calles es un procedimiento muy específico del tango que pasa al rock. De hecho, Moris cuando llega a Madrid tiene un acierto -que después copia Sabina- que es nombrar las calles. “Hay mucha polución en la plaza de Colón, …” “Yo trabajo en un bar de Hortaleza, soy el camarero que te pone la cerveza.” Y bueno, era tanguero Moris, y también era tanguero Javier Martínez de Manal.

Estábamos inmersos en el mundo del tango, no es que hubo que ir a buscarlo. En todo caso, en muchos casos, estaba latente. Spinetta cuenta que él cantaba de jovencito: “He roda’o como bolita de purrete arrabalero…” (“Cuando me entres a fallar”). Y él quería hacer otra cosa, pero, de golpe, aparece en un tema suyo, Mederos. Fue apareciendo. En Lito Nebbia, también fue apareciendo. Y al final, el rasgo distintivo del rock argentino es ser una música urbana con una influencia tanguera.

También, con el tiempo, los rockeros se van dando cuenta de que el tango es una gran música. A medida que van creciendo musicalmente, se van dando cuenta, porque en la época previa a la emergencia del rock and roll argentino, en la época del “Club del Clan” y todo eso, se produjo una especie de suicidio en Argentina. Ahí matan al tango, lo declaran pasado de moda. ¡No se puede declarar pasado de moda a un clásico! Pero la Argentina es tan joven, tan loca, que las orquestas desaparecen. Yo vi por última vez en un baile de Vélez Sarsfield a la Orquesta de Troilo. Y después ya no se ven más. ¡Es una locura lo que ocurre! ¡Un verdadero desastre cultural, una catástrofe! Sobreviven como pueden, lógicamente Piazzolla porque hace algo distinto. Y después cuando el tango vuelve en los años 80, a mí me produce gracia (significando extrañeza). Yo que vi las grandes orquestas, ver a un cantante solo con un bandoneón y dos guitarras…

Por lo tanto, a mí no me pasó como a mucha gente en la Argentina que un día “le empezó a gustar el tango”, o inclusive las milongas, o pedía “Naranjo en flor” cada vez que iba al concierto. No, en mi caso, todo eso ya estaba en mi vida. Porque, además, en ese período que escribía poesía, era amigo del Tata Cedrón. Y si bien sus músicas tenían una dimensión vanguardista -porque le ponía música a Gelman o a Tuñón-, él era un tanguero clásico, no le gustaba Piazzolla, era muy gardeliano. O sea: el tango estuvo “ahí”, en mi vida, siempre.

¿Reconocés sus huellas en tu escritura? ¿O te atraviesa tanto que no las podés reconocer, se diluyen?

Sí, sí. Por ejemplo, ahora, en “La hora del rechazo”, tengo unos poemas que se llaman “Dice el tipo”, y Freidemberg – que es un poeta muy brillante de mi generación, muy agudo, y que lo presentó en Buenos Aires-, observó en ellos cierta musicalidad, cierta rítmica tanguera.

¿Cierta cadencia?

Eso, cierta cadencia. Esa es la palabra.

Por momentos parece que ese “tipo” es como un otro tuyo. Un otro de otro tiempo.

Claro, sí. Es otro de otro tiempo, atemporal, y un poco loco y a la vez un poco sabio. Bueno, Freidemberg supo ver ahí algo del tango.

«¿Por qué tu libro se llama «La hora del rechazo»? …Como si quisiera abordar poéticamente todas las fuerzas que se opusieron a que yo naciera, a que yo tuviera un lugar…lo que me interesa es que cuando uno viene a este mundo no hay sólo un sí, hay por debajo de ese sí un no fundamental con el que uno lidia. Y también es saber qué hiciste con eso. Por eso aparece este tipo que dice cosas.»

Y contame cómo fue que te encontraste con el psicoanálisis en Chile.

Eso se lo conté a Miller una vez que sacó una revista y le dicté el primer encuentro con los “Escritos” en Chile, después de una mañana rarísima que fui con un amigo a ver una exposición de pintura en la embajada cubana en Santiago, y sucede algo inesperado: entra el presidente Allende y le damos la mano. ¡Increíble! No habíamos saludado a un presidente en la vida y le dábamos la mano a un presidente marxista, elegido por el pueblo. De hecho, él era una de las razones por la que estábamos en Chile. Además, él vino hacia nosotros, que éramos como dos hippies, teníamos 19 años, estábamos viviendo muy pobremente en una pensión, veníamos de Perú.

Después de eso, nos vamos a la universidad -que había una librería- y compramos los dos “Las palabras y las cosas” de Michel Foucault y los “Escritos” de Lacan. Nos vamos a la pensión, lo empiezo a hojear y me parece que no se entiende. Más bien lo veo como un libro poético. Pero mi amigo, que no tenía problemas con el sentido, cuando le digo “No se entiende nada”, me dice: “Sí, sí, yo lo entiendo”. “Ah, ¿sí?, ¿entendés? A ver, ¿qué es el significante?”. Entonces escribe una letra en una hoja y me dice “¿Ves? La letra escrita es el significante, el significado no tiene nada que ver, no está, eso se combina.” Da un golpeó la mesa y dijo: “Este es el verdadero materialismo”. Aunque yo primero me resistí: “¡Pero, no! No se puede borrar el significado, la unidad popular, la lucha de los pueblos …”, el efecto que me produjo fue con una epifanía: salí a la calle y vi toda la ciudad escrita. Empecé a ver las paredes, todo escrito, de otra manera.

¿Rompiendo el matrimonio entre el sentido y significante?

Sí, exactamente. Dije: “Ah, está escrito todo. Y esto tiene una materialidad propia”. En esa época, en Chile estaba de moda un libro que se llamaba “Para leer el Pato Donald”, que interpretaba todo en términos de significado: el pato Donald, el imperialismo, en fin. Y de golpe, esto era una subversión. Y volví a encontrarme con lo de la poesía, porque en la poesía se trata de leer el significante separado de la significación. Uno no puede leer a Elliot, ni siquiera a Vallejo, desde la significación. Vallejo es un gran poeta del sonido.

«…Y de golpe, esto era una subversión. Y volví a encontrarme con lo de la poesía, porque en la poesía se trata de leer el significante separado de la significación.»

O sea, lo que te atrapa de Lacan es la relación de su enseñanza con lo poético.

Totalmente, sí. A mí me molesta cuando me dicen que soy un psicoanalista que escribe poesía. No, yo soy una persona que escribiendo poemas se hizo psicoanalista. En absoluto es primero el psicoanálisis. Como pone Sergio Larriera, en el prólogo de mi libro “No saber”: “En principio fue la poesía”. Esa es mi plataforma.

¿Qué te produce cuando te encontrás con alguien que te dice que lee lo que escribís?

Lo valoro muchísimo. Siempre me da una gran curiosidad, que no logro manifestar por timidez, ganas de preguntar ¿cómo habrá llegado a esto? Sobre todo cuando me dicen: “sos una persona que siempre leo.” Y me aclaran “no pertenezco al psicoanálisis”. Ayer se acercó así un muchacho que era un trabajador. Y eso me pasa mucho en Argentina: personas ajenas al ambiente que se encuentran con libros, la verdad, complejos, difíciles de leer, y sin embargo insisten. Es muy conmovedor para mí.

Quizás porque quien escribe arma un campo en el que se inscribe, y a la vez se encuentra con otros.

En ese sentido, yo tengo tres actividades. Y las tres las tengo ligadas. Tengo la vertiente poética. La otra es mi vida de psicoanálisis: participé durante años de la construcción de la Escuela del Campo Freudiano, terminé en una disputa … que ahí estamos… Y después están mis intervenciones como la de ayer, o en Argentina en televisión, en radios, escribo regularmente en Página 12. No lo veo como cosas aisladas.

Todas se entretejen en una misma trama.

Claro, está todo en una misma trama donde está eso de lo que hablaba ayer: el exilio, dos países.

«…No me gusta la idea que la cultura, la poesía, la literatura, todas las cosas que valen la pena, sean sólo para las elites. .. A mí no me gustaría un mundo en el que la circulación de la trasmisión fuera solamente para las elites o para los universitarios formados.»

¿Cómo se incluye tu compromiso político en esta trama? ¿O queda al margen?

A ver, digamos que no me gusta la idea que la cultura, la poesía, la literatura, todas las cosas que valen la pena, sean sólo para las elites. Primero, porque tuve la suerte de conocer algún momento de Argentina en la que a Saer, de repente, lo leía un trabajador. Yo en el “Ramos”, en “La Paz”, bares que frecuentaba en Buenos Aires y del Gran Buenos Aires, he hablado de Sarmiento y de Cortázar con personas de origen popular que no habían terminado la escuela secundaria porque había algo que mantenía ciertas condiciones sociales de país. Por lo tanto, a mí no me gustaría un mundo en el que la circulación de la trasmisión fuera solamente para las elites o para los universitarios formados.

¿Es una Argentina también del deseo, la Argentina que desearías que fuera?

Sí, pero yo encuentro. No tengo interés en reeditar nada, sino que voy a lo que sé que hay. Y sé buscar los lugares. Y encuentro muchas personas, tengo interlocuciones importantísimas en Argentina. Cada vez que voy tengo grandes y gratas sorpresas. Argentina es muy impresionante en eso, ¿no? Porque vas a una provincia donde hay escasísimos recursos, alguien podría pensar que ahí es imposible que pase algo, y de golpe hay sesenta ponencias sobre la izquierda lacaniana. Es también una insistencia Argentina, ¿eh?

¡Una apuesta permanente!

Sí, sí. Sin duda es así. Respeto mucho eso de Argentina, que no ceden, que están ahí, que siempre hay un pibe que viene a verte con un libro. Y eso a pesar de que en muchos casos sufren condiciones horribles.

«Lo que quiero decir con esto es que el exilio no es pérdida, si uno se pone en el lugar en el que entiende que ese agujero no se va a taponar nunca. Yo lo he sentido así.»

¿Cómo modificó el exilio estas tres posiciones, el psicoanalista, el poeta o el que escribe poesía y el militante?

Bueno, te voy a decir que fue … tan difícil (con énfasis) … encontrar el lugar, autorizarme a hablar, encontrar un modo de decir… España fue una gran exigencia, hubo que estudiar muchas cosas. Llegué muy joven y me di cuenta muy rápido que si no adoptaba la lengua de los otros -no el acento ni nada por el estilo-, si no me interesaba lo que estaba en juego aquí, iba a ser muy difícil poder trasmitir lo que a mí me interesaba trasmitir. Así que me puse a estudiar.

¿Historia?

Entre otras cosas, sí. Tuve una estrechísima relación con Eugenio Trías, filósofo que vivía acá (en Barcelona) y conocí en Buenos Aires. Él era un gran sabio de la historia de las religiones, de las cuales yo no sabía nada. Luego apareció la filosofía con mucha más fuerza porque en España, a diferencia de lo que pasa con el psicoanálisis, hay una tradición filosófica importante, hay grandes lectores e intérpretes de la tradición europea. Los conocí a todos, aprendí mucho de ellos. O sea que el exilio fue como un examen, como estar dando siempre un examen. Un “esto lo tengo que entender”. Por ejemplo, Eugenio ya tenía su propio sistema filosófico, y he estado frecuentándolo años y años para conversar sobre lo que era su proyecto.

Lo que quiero decir con esto es que el exilio no es pérdida, si uno se pone en el lugar en el que entiende que ese agujero no se va a taponar nunca. Yo lo he sentido así. Es más, he pensado a la Argentina de muchas maneras acá. En todos estos años no he dejado de pensar nunca a la Argentina. Y no a través de lo que veo en los viajes, sino a través de sus textos, de sus escritores, y también a través de los españoles. Me interesa lo que los españoles dicen. Suponte: el peronismo. Los españoles en muchos casos lo declaran como algo incomprensible. Bueno, me interesa mucho indagar las razones por las que les resulta incompresible. En lugar de decir: “Uy, no lo entienden. Nunca lo entenderán…”, como se ponen algunos muy contentos allá diciendo. A mí me interesa indagar por qué no se entiende.

«Hay un aspecto doloroso, del cual nunca he hablado en las entrevistas, aunque sí es algo en lo que pienso en muchas ocasiones, y es que, en mi familia, hemos durado nada más que dos generaciones en Argentina: mi padre, mi madre y yo. Ya mis hijos, mis nietos, forman parte de la historia española. En ese punto siempre siento un poco de rabia por los que se quedaron con el país. Sobre todo porque en el ’76 fuimos arrasados. Al final se salieron con la suya, se quedaron ellos.»

¿Qué de la división fundamental del sujeto te presentifica el exilio?

Hay un aspecto doloroso, del cual nunca he hablado en las entrevistas, aunque sí es algo en lo que pienso en muchas ocasiones, y es que, en mi familia, hemos durado nada más que dos generaciones en Argentina: mi padre, mi madre y yo. Ya mis hijos, mis nietos, forman parte de la historia española. En ese punto siempre siento un poco de rabia por los que se quedaron con el país. Sobre todo porque en el ’76 fuimos arrasados. Al final se salieron con la suya, se quedaron ellos. Ahí tengo como un puntito…

¿Como una contienda no saldada?

Esa es la palabra, es una contienda, estoy en una contienda. Muchas de las cosas que hago en Argentina es porque continúo en esa contienda.

Por otro lado, fue una elección mía quedarme. Porque cuando podría haber vuelto, tenía ya a mis hijos y no les podía imponer que se fueran a vivir a allá. Yo estaba incluso separado, circunstancias de la vida. Pero, cuando veo a esos tipos que siguen ahí y que se sienten los dueños del país, digo: “¿Qué derecho tienen estos?” Porque, además, no aman al país. No aman a la gente de ese país. El establishment de la Argentina odia a la Argentina.

¿Por qué tu último libro de poemas se llama “La hora del rechazo”?

Bueno, esto daría para largo. Vamos a decir que yo pienso que hay una diferencia entre el fantasma poético y el psicoanalítico. Entonces, he tratado de establecer, sin ningún patetismo, ningún victimismo, ninguna queja, un tratamiento de un rechazo que está en el origen, incluso en el propio nacimiento. Como si quisiera abordar poéticamente todas las fuerzas que se opusieron a que yo naciera, a que yo tuviera un lugar. Y no me gustaría que se mezcle con algo vivencial. A veces, cuando colgaba alguno de esos poemas en las redes, la gente cuando los leía me preguntaba: “¿Qué te pasa, estás mal?” “Todo lo contario. Estoy en la playa, en este momento.” Es un tratamiento que le quise dar a un tema que para mí ha sido clave en el momento en que lo capté en su dimensión más constitutiva, más originaria. Como dijo Freidemberg muy bien: “¡Cuidado que esto no es el abandono!” Ni alguien que me dijera que no. También tengo mi veta melancólica y este trabajo ha colaborado a que pueda comunicarme mejor con esa sombra, pero lo que me interesa es que cuando uno viene a este mundo no hay sólo un sí, hay por debajo de ese sí un no fundamental con el que uno lidia. Y también es saber qué hiciste con eso. Por eso aparece este tipo que dice cosas.

¿Crees que es constitutivo del sujeto, o incluso del ser humano, el rechazo?

¡Sí! Yo creo que sí. Para cada uno a su manera.

Bueno Jorge, muchísimas gracias por tu tiempo, la honestidad y la generosidad de tus respuestas. Ha sido un honor.

Jorge Alemán cuenta que la disgrafía que padece desde siempre – letras como hormigas sobre un papel en blanco- lo llevó a escribir, porque la escritura trae consigo la posibilidad de publicar, y, con la letra impresa, la respuesta a la pregunta sobre la posibilidad de un encuentro con el otro. En ese punto podríamos decir que algo no marchaba, en tanto las hormigas se desperdigaban sobre la hoja en vez de seguir un curso que hiciera huella.

¿Por qué poesía? Por causa del amor buscando alojar su atopía. Como rezan unos versos de su último poemario, “La hora del rechazo”:

“Busco el poema que salve

y lo encuentro.”

Se define allí una posición en la vida. Una vida sensiblemente recorrida por una contienda fundamental entre las fuerzas que le dicen que sí y las que la contradicen.

Cuenta, ahora, que en este libro finalmente aborda esas fuerzas opositoras de forma poética.

“En la hora del rechazo crece en la madre del odio una criatura que vuelve del río lleno de golpes… “

Como en el río que insiste en muchos de sus poemas, quizás es la contracorriente lo que hace vibrar la tierra dispersando las hormigas. Entonces llega la poesía para remendar esa trama festoneando de hormigas un paso franco al exilio desde donde vuelve trayendo lo que dice “el otro tipo”, cuando la falla se tornó causa.

Flavia Mercier

El arte bajo el imperio del dedo pulgar

Cuando la obra logra alcanzar lo sublime, el espectador puede quedar embelesado por la belleza que esta desprende y que lo invita a “de-morarse”. Como un bordado en el alma, el hechizo produce ecos en la interioridad que traen un más allá en un silencio, cerrando los ojos. La experiencia que los artistas nos trasmiten dice que esto ocurre cuando la estética apunta al acontecimiento y no al impacto inmediato de lo evidente. La danza se vuelve sublime cuando el artista no sucumbe, sino que incluso se resiste, al empuje al movimiento, porque es en la retención de ese gesto o paso deseado donde se expresa lo que no fue, pero pulsa por hacerse presente. El despliegue acrobático llama la atención, produce impacto, puede, incluso, capturar la mirada, pero falla la mayoría de las veces en producir una imagen. Esa imagen es la que se anida -y se anuda- en la interioridad del espectador. El gesto tiene esa potencia. Él es una representación de un cúmulo de afectos, “la suma de una historia”, como alguna vez la definió Jaques Lacan. Es un movimiento perfecto en tanto conforma un decir, englobando lo que las palabras no alcanzan a nombrar. De allí la dificultad para producir un gesto que conmueva, porque ha de ser signo privilegiado de la extimidad, aquello que en el exterior se reconoce como el más fiel reflejo de la interioridad de quien lo recibe, pero no sin que quien lo produce ponga en juego lo íntimo de sí.

En el imperio del “me gusta”, hoy se torna imperioso ofrecer lo que puede agradar e, incluso, satisfacer al público, con efecto inmediato. Se persigue producir efecto más que afecto. Esto constituye un problema para el arte porque, por otro lado, la seña de identidad de la época -como bien señala Byung-Chul Han- es lo pulido, aquello que desliza fácilmente sin oponer ningún obstáculo ni reparo. Se deprecia el obstáculo, desestimando su función como lo que evita pasar de largo, sin afectarse, porque, justamente, la sobrevaloración de lo pulido persigue la no resistencia. Bajo la tiranía del like, el “objeto” de arte tiende a desprenderse de lo que puede hacer “objeción”, lo que puede ofrecer una resistencia a las modas y producir un punto de ruptura en la cultura, porque incomoda.

Por otro lado, tomar como tutela del quehacer artístico a plataformas digitales que acumulan videos que se reproducen hasta el infinito impulsados por oscuras fórmulas que privilegian los pulgares erectos, tapona la emergencia de lo original. La obra de arte, o la composición coreográfica, no es más que un objeto desprendido de lo verdadero para el artista. Podríamos pensar el estilo como aquellos matices que el artista le imprime a su obra por lo que le afecta, instándole a desplegar eso afectado en arte. El estilo resulta, entonces, de una serie de elecciones, en tanto se prefiere algún rasgo, gesto, forma o modo, entre otros. Se trataría de una elección que pone en juego lo íntimo y que se expresa en una manera propia de sí. Por añadidura, su público se va conformado por quienes se conmueven con esos detalles destacados.

Podríamos definir el estilo artístico en términos de un “destilado de aromas y gustos” que le da un sabor singular al baile o a la interpretación musical, una atmosfera al cuadro, un regusto al poema. Cabe recordar que es gracias a los tiempos de cocción y de reposo que el sabor resulta de la amalgama de ingredientes, destilando un aroma que despierta el apetito. De igual manera, un conjunto de elementos técnicos, por excelentes que sean no serán suficientes para generar un estilo propio si no se le da el tiempo para que este decante. Es en el trayecto que el artista irá encontrándolo, cuando las dificultades le hagan conocer sus límites y pongan a prueba su deseo. Es el obstáculo, la piedra en el camino, lo que materna la creatividad.

La función del maestro será la de dar apoyo mientras acompaña, a modo de un andamio que podrá retirarse cuando la casa de los conocimientos se asiente sobre unos cimientos sólidos y la estructura se disponga de tal manera que sea un sitio habitable, un lugar donde habitar. En sus orígenes, la figura del pedagogo era la del que acompañaba al niño o niña a la escuela. Esa mano que guía no la podrá dar nunca una plataforma digital cargada de videos. Lo pedagógico, es el acompañamiento por parte del maestro de un recorrido que el discípulo tiene que realizar por sí mismo.

En definitiva, cuando el arte rinde vasallaje al dedo pulgar, la obra queda expuesta al riesgo de transformarse en un mero objeto de consumo, y las artes escénicas como la danza, quedan desprovistas de aquello que jalona el alma del espectador, reduciéndose a la pura exhibición, al puro espectáculo. La encrucijada es cómo sostener la apuesta artística en este mundo que se rige por baremos que le son tan contrarios.

Flavia Mercier

(Estas ideas resulta del entretejido de las reflexiones oportunamente publicadas en Patio de Artistas, con motivo de las entrevistas a Sergio Cortazzo y Silvia Carlino, Javier Gardella, Fabián Irusquibelar y Fernando Rodríguez y Estefi Gómez)

Eduardo Arquimbau: “Me atreví siempre a todo, soy investigador.”

Nacido y criado entre Boedo y Parque Patricios, barrios de tango, el Maestro Eduardo Arquimbau aprendió el tango en las calles de su barrio y desde allí lo llevó al mundo. Quien junto a su esposa Gloria formó una de las parejas más emblemáticas del tango escenario, puso siempre mucho empeño en estudiar las raíces del tango como danza. Desde muy jóvenes, la pareja bailó junto a todas las grandes orquestas como las de Canaro, D’Airenzo, Pugliese, Troilo, Mores y Sassone, entre otras. Fueron figuras, coreógrafos y directores de un número importante de programas de televisión como “Grandes Valores del Tango” y “La Botica de Bergara Leuman” o el programa en Canal 13 llamado «Yo soy porteño», dirigido por el afamado director de cine, televisión y teatro, David Stivel, y que luego pasó a Canal 9 como “Yo soy del ‘30”. Se presentaron por primera vez en Japón en 1961 de la mano de Francisco Canaro, y se convirtieron en referentes del tango en el país nipón. Brillaron en “Tango Argentino” y fueron coreógrafos y primeras figuras de “Forever Tango” en sus inicios. Armaron su propia compañía, creando espectáculos que recorrieron el mundo. Fueron invitados hasta por Ed Sullivan a participar de su show de televisión en la última noche que actuaba Louis Amstrong. En 2006 fueron nombrados Ciudadanos Ilustres de la Ciudad de Buenos Aires por su larga y exitosa carrera y su contribución al tango argentino.

Eduardo Arquimbau en una exhibición en Salón Canning, a la edad de 82 años. En la esquina derecha de la pista se ve a Gloria. Agosto 2018.

¿Naciste acá, en Boedo, pero te criaste en Parque Patricios? (estamos en el bar “Esquina Homero Manzi”, esquina San Juan y Boedo)

Cinco cuadras para allá. Ahora vivo a dos cuadras de acá, porque este es un barrio donde nació el tango

¿Y tus amigos fueron los que te llevaron a la milonga?

Me llevaban al “Marabú”. Porque ellos bailaban (profesionalmente) con Di Sarli, uno, otro con D’Arienzo, y otro con Troilo.

¡Al Marabú! En esa época era un cabaret ¿Con qué edad?

Y… tenía 16, 17 años. Era chico, no podía entrar si no iba con ellos. Yo en el “Marabú” (Histórico cabaret, posteriormente tanguería, donde debutó Troilo y tocaron todas las grandes orquestas) después, en los años ’80 y pico, di clases.

¿Quiénes eran esos amigos?

Uno se llamaba Poché y bailaba en el Marabú con una chica que se llamaba Blanquita . El otro era el Tin que bailaba con Troilo. Tin y Sarita era la pareja.

¿Ellos te enseñaron a bailar a vos?

No, no me enseñaban, me llevaban porque yo pagaba los cafés (risas) y era socio con el Tin para dar bailes (organizar bailes), porque yo llevaba muchos chicos. Como yo iba a todas las prácticas de todos los clubes de barrio, y gané un concurso en el Club “Unidos Pompeya” me conocían en todos lados. Cuando gané el concurso el Tin quiso que me quede. Ahí conocí a Troilo (Aníbal), con unos 19 años.

Un joven Eduardo Arquimbau.

¿Por qué ibas a “todas las prácticas”, “de todos los clubes”? ¿Qué buscabas?

Aprender a bailar.

¿Tanto, como para ir a “todos los clubes de todos los barrios”?

Lo que pasa es que cada barrio tenía su estilo. Y si a mí me gustaba como bailaba este o aquel, preguntaba: ¿De qué barrio es? “De aquel, de allá.” Y entonces iba a mirar.

«Yo soy un estilo milonguero, bien barrial, más histórico que eso de tirar la mina “pa’rriba”. Todo lo que yo hago tiene que ver con la historia del tango, porque soy un investigador. Yo tengo los nombres de todos los bailarines, de todas las bailarinas, sé cómo bailaba uno, cómo bailaba otro, y por qué bailaba así.»

¿Ibas a aprender el estilo del barrio o ibas detrás de un bailarín en particular, para ver su estilo, o sacarle algún paso, quizás?

No, no, mis amigos no me dejaban hacer eso. Yo quería. “¡Mirá, mirá, lo que me enseñó Márquez!”, les decía. Pero mis amigos me dijeron: “Vos tenés que ganar o perder con lo tuyo. Si no, perdés la personalidad.” Y tenían razón. Tiempo después, yo le hice un homenaje a Márquez, y ese día bailé todo lo que él me enseñó, y era como si bailara con un traje que no fuera mío. Ahí me di cuenta que mis amigos tenían razón.

¿Por qué empieza esa locura por el baile, porque era lo que hacía la juventud?

Claro, en esa época jugábamos al fútbol, bailábamos, y algunos también hacíamos boxeo. Yo practicaba boxeo por acá cerca, en Parque Patricios, en el Club Charleston. Y todos bailábamos tango, porque en las casas, en todas, se escuchaba tango. Y a mí en las prácticas me gustaba pasar música, porque yo tenía los discos de mi papá. Mi papá era muy tanguero y hacía bailes con orquesta en la terraza de mi casa. Yo tenía unos 7 u 8 años y me llamaba la atención los jugadores de futbol que venían a bailar.

Y, entonces, ¿cómo aprendiste? ¿Mirando? ¿O alguien te pasó pasos?

No, yo aprendí porque un vecino de mi casa quiso aprender y empezó a hacerlo con un pibe de 18, 20 años que ya bailaba, y que venía a enseñarle a mi casa. Y, mientras, yo le pasaba la música y miraba. Yo no quería aprender, ¡tenía 11 años! Con el tiempo, me convencieron para que aprenda, y ahí descubrí que de mirar ya sabía todo. Entonces, el que hacía de maestro me dijo: “Pero vos tenés que venir a las prácticas, ya sabés bailar”. Y me empezó a llevar a la práctica del club “Paciencia”.

¿Estamos hablando de practicar entre hombres, no?

Sí, las chicas aprendían en su casa, con su papá, su hermano o algún amigo. Y los chicos aprendíamos en las prácticas entre muchachos, que había dos veces por semana en todos los clubes. Tenías que tener 14 años o pantalones largos, y yo no tenían ninguno de los dos, porque aprendí a bailar a los 12 años. Estoy hablando de los años ’40, en la década de oro del tango, cuando más tango hubo.

Gloria y Eduardo con la orquesta de de Aníbal Troilo

¿Te acordás cómo fue la primera vez que entraste a una milonga?

No había entrado nunca a la milonga hasta el cumpleaños de la hermana del muchacho este que le enseñaba al otro -me parece que se llamaba Andrés-. La primera vez que bailé con una chica fue con su hermana, porque era su cumpleaños y entonces me vi obligado a bailar con ella. ¡Y me olvidé todo! (risas) Porque una cosa es lo que vos pensás que sabés y otra cosa es cuando lo tenés que hacer. No me acordaba de nada. Caminaba, hacía la salida, lo más simple, ninguna cosa rara.

¡Pánico escénico! ¡Quién te ha visto y quién te ve!

Tendría unos 16 años. Y cuando mis amigos vieron que bailaba bien y que era un loco del tango, del baile, me empezaron a llevar a todos lados. ¿Me llevaban a los cabarets! (En voz baja, como contando un secreto). Yo tengo una historia con los cabarets, …

«Yo quería que se vieran todos. Siempre les decía que tenían que salir y romper todo. En el escenario vos tenés que hacer una cosa “¡Bum! Para afuera”. En una pista vos podés bailar un tango con tu personalidad, tu estilo personal, pero cuando salís al escenario tenés que bailar para el público, para afuera, resaltando tu baile.»

¿Cuando en los cabarets todavía tocaban las orquestas de tango?

Claro. Yo fui dueño de los últimos cabarets que hubo.

¿Cuáles?

El primero fue “King” en la calle Córdoba. Después tuve “Rugantino” en Marcelo T. de Alvear y Florida, en frente a la plaza San Martín. Y el último que se lo regalé a mi socia, era el “Playboy”, arriba de “Caño 14” (tanguería). Se lo regalé a cambio de que me firmara que yo no tenía nada que ver, ni antes, ni después, porque me iba a “Tango Argentino” y después no se sabe lo que pasa con esas cosas. Sería en el año ’83.

“Alguien” me contó que en una época allí cantaba Hugo del Carril…

Claro, lo contrataba yo. Éramos muy amigos. Ese fue el último que tuve.

Gloria y Eduardo en Canal 13 en el programa de tango dirigido por David Stivel, «Yo soy porteño.»

Y volviendo a las milongas ¿Cómo era la milonga en esa época?

Esa era la verdadera milonga, ustedes no conocen una verdadera milonga.

Ahora son “puro cuento” (risas).

Sí, sí. Primero, que no había mesas. Estaban las chicas alrededor con las madres -en algunos casos podía haber cuatro o cinco chicas amigas con la madre de una- y los muchachos en el medio. Después estaba el cabeceo. Esas eran las milongas de los años ’40 o ’50, después empezaron a poner mesas.

«Veo que no saben bailar. Y no saben bailar porque hay muchos “maestros” que se tienen que ganar la guita, pero no son maestros. Entonces no enseñan a ir con la música, a llevar los tiempos musicales, enseñan pasos que no sirven para nada. Lo mejor es pisar con los tiempos musicales, caminar bien, tener elegancia…. Tendría que haber una escuela para que los bailarines se reciban de maestros. Yo estaba haciéndola, pero tuve que dejarlo…»

¿Cuál o cuáles eran la o las milongas que más te gustaban, a las que más ibas?

Yo iba a dos milongas. Una era el “Buenos Aires” (club), en Parral y Gaona, cerca del Cid Campeador. ¡Esa era una milonga! ¡Para bailar ahí tenías que tener un nivel! También a la del “Huracán”. Toda eran buenas y lindas, pero esas eran las que más me gustaban. Eran muy famosas. Huracán tenía las mejores orquestas: un día estaba Pugliese (Osvaldo), otro Di Sarli (Carlos), otro D’Arienzo (Juan). Y la jazz (orquesta de jazz que solía combinarse con una orquesta típica de tango), podía ser Oscar Alemán.

También había otra en la calle Independencia: el club “Oeste”. Una vez fui con un traje muy “modernoso” que me había comprado en Japón, y cuando llego a la entrada, me dice la chica de la puerta: “Perdón, pero con campera no puede entrar.” “Es un saco”, pero la piba no sabía que era un saco japonés. Y yo que tenía dos o tres chicas esperándome para bailar, le dije “¡Buscame un saco! Y no, no había. Nunca me olvido.

¿Y no te dejaron entrar? ¿No alcanzaba con un “elegante sport”?

¡No, no! ¡¿Vos sabés cómo vestíamos?! ¡¿Sabés cómo se vestían las pibas?! ¡Espectacular! Nosotros hasta usábamos pañuelito. Una, para no tener traspiración en la mano. Ahí donde nos daba la mano la chica, poníamos el pañuelito. Y cuando terminábamos de bailar con el pañuelito nos perfumábamos porque tenía perfume.

¿Cómo conociste a Gloria?

A mi señora yo la tuve en brazos cuando nació, porque era amigo de su hermano y estábamos jugando a la pelota. Y como en esa época se tenían los bebés en casa, cuando nació, nos llamaron: “Vení que nació tu hermanita, vení.”

¡Flechazo a primera vista!

Un milagro, casi.

O el destino ¿Y por qué empezaron a bailar juntos?

Porque hicimos una exhibición de zapateo americano con otros dos pibes en el “Club Primaveral” y el maestro de Gloria nos vió. Él era un famoso bailarín. Le decían “El Chavalillo de Granada”, había sido bailarín de Carmen Amaya. Ese día había hecho la fiesta de fin de año, con todos los bailarines y madres y padres. Y cuando vio a tres pibes jóvenes, bailarines profesionales, nos invitó a sus clases. Porque en aquella época había muchas chicas que querían aprender y pocos chicos.

¡Eso sigue igual! (risas)

Sí, me imagino que sí.

¿Entonces Gloria estaba estudiando “baile español” (danzas folclóricas españolas: sevillanas, jotas, etc.)?

Claro. Mi señora tenía 7 u 8 años y ya bailaba de todo.

Igual que vos, estabas haciendo una exhibición de zapateo americano.

Porque antes estaban las películas de Fred Astaire y de Gene Kelly, entonces todos queríamos zapatear americano como ellos. Me acuerdo que iba enfrente de la AFA (Asociación de Fútbol Argentino), que había un maestro de eso.

«Yo me atreví siempre a todo…

…Porque soy investigador. Estudié toda la historia del tango e investigo, todo, todo, todo. ¡Todavía estoy leyendo! (Eduardo tiene 84 años en este momento, baila hace 70 años) Entonces, pruebo.»

¿Y, entonces? El Chavalillo los invita a sus clases ¿y qué pasó?

Fuimos los tres a las clases y bailábamos con todas las chicas. Y cuando el Chavalillo vio que yo tenía muy buena relación con la mamá de Gloria -que era como un sargento y no quería que bailara con ningún muchacho-, pensó que ya tenía pareja para Gloria.

¡Así que la culpa es de él!

Sí. Él nos puso de pareja y empezamos a bailar.

¿Español?

Español, folclore, música moderna. Después, empezamos a ir también a un maestro de danza rusa. Vladimir Potoski se llamaba. Y así empezamos a bailar, a bailar y a bailar.

¿Y tango?

Si bailábamos un tango, era un tango fantasía y nos hacía la coreografía el profesor. ¡Era cualquier cosa! Hasta que en el año ’57, ’58, me empezó a enseñar el maestro Jorge Márquez porque no le gustó una cosa que me hizo el Tin. Como yo ganaba siempre, el Tin le empezó a enseñar a otro chico que competía conmigo. Y Márquez dijo: “eso no lo puede hacer el que organiza el campeonato”. Me citó y me dijo: “Te están haciendo algo que no me gusta. Decime dónde practicás que te voy a enseñar todo lo que sé.” Y vino a enseñarme al club Everton. ¡Un maestro espectacular! Me empezó a pasar todas las “verduritas” (firuletes) y todo lo que hacía ¡espectaculares!

¿Qué estilo bailaba él?

Fantasía, fue uno de los creadores del tango fantasía.

Gloria y Eduardo con Francisco Canaro detrás.

¿Y vos cómo definirías tu estilo?

Yo soy un estilo milonguero, bien barrial, más histórico que eso de tirar la mina “pa’rriba”. Todo lo que yo hago tiene que ver con la historia del tango, porque soy un investigador. Yo tengo los nombres de todos los bailarines, de todas las bailarinas, sé cómo bailaba uno, cómo bailaba otro, y por qué bailaba así.

También aprendí mucho con David Stivel, que fue un director de cine y teatro fabuloso y uno de los mejores directores de televisión. Yo hacía con él “Yo soy porteño”. Trabajé muchos años con él y me enseñó cómo trabajar en televisión. A sentir la luz en la piel, a trabajar con las diagonales de las cámaras, a mostrar la escenografía, a manejar los frentes. Porque cuando vos bailás en una pista tenés cuatro frentes, y cuando bailás en un teatro tenés uno, entonces tenés que acomodar todo a ese frente. Todas esas cosas la aprendí con Stivel. Después estudié fotografía, de todo, para manejar los ballets.

«…mis amigos me dijeron: “Vos tenés que ganar o perder con lo tuyo. Si no, perdés la personalidad.” Y tenían razón. Tiempo después, yo le hice un homenaje a Márquez, y ese día bailé todo lo que él me enseñó, y era como si bailara con un traje que no fuera mío.»

Volvamos a la historia ¿Qué pasó cuando ganaste el concurso de “Unidos Pompeya?

Después de ese concurso gané 3 o 4 concursos más en la provincia. Me anotaban mis amigos. Un día me fueron a anotar al club “Arsenal”, y el organizador les dice que yo no me podía apuntar porque era profesional. Y yo no era profesional. Fui a hablar con el organizador y me dice: “Mirá, te voy a decir la verdad, pibe. Si yo te anoto a vos, no puedo hacer el concurso, se borran todos.” Porque yo había ganado 3 o 4 concursos. ¿Sabés lo que hizo? Me dijo: “Tomá, acá tenés la guita (del lunfardo, “dinero”) del primer premio.” Pero yo pensé: “¿cómo me voy a llevar la guita sin bailar?”. Entonces le pedí al Tin un traje para dar una exhibición. Me dio traje, zapatos, todo. Después se lo quise devolver, pero me dijo que no. Años después, cuando bailaba con Canaro (Francisco), todavía lo usaba y el Tin lo había usado en una película con Troilo.

¡Cuánta historia lleva ese traje! ¿Esa fue tu primera exhibición?

No, como yo había ganado los concursos yo ya daba exhibiciones por todos lados. Daba también exhibiciones de zapateo americano.

¿Qué sentías?

Me divertía.

¿Y tu orquesta preferida?

Cuando era joven D’Arienzo (Juan). En esa época yo bailaba con Canaro (Francisco) en el Teatro Astral y con D’Arienzo en “Radio El Mundo”. Y el que me contrataba para trabajar con D’Arienzo era Rufino (Roberto), que tenía una agencia de representación.

¡Pavada de representante! (risas) ¿Y de mayor?

Di Sarli, porque era una orquesta milonguera, y cuando yo fui mayor fui milonguero. ¡Soy todavía! (risas)

Gloria y Eduardo con Francisco Canaro y su orquesta en Japón.

¿Cómo era trabajar con D’Arienzo?

D’Arienzo era un fenómeno. Hacía muecas todo el tiempo. Cuando bailábamos nos dirigía las piernas (risas). ¡Era una cosa de locos! La primera vez que bailamos en “Radio El Mundo”, éramos unos pibes, Gloria tendría unos 14 años. Sería en el año ’60. Nos anunciaba Carrizo (Antonio, afamado locutor de radio y presentador de televisión).

¡Ah, bueno, nadie! Otro pibe que no sabía nada (con tono sarcástico).

(risas) ¡Sí! Al terminar, nos gustaba quedarnos hablando con D’Arienzo. “¡Estos son unos plomos!”, decía. D’Arienzo fue el que inventó la palabra “plomo” (en lunfardo, aburridos, cansinos). “¿Sabés qué? Si yo un día me enfermo, la gente llama y pregunta por qué no está D’Arienzo. Porque estos no saben qué hacer.” No era eso. ¡Era el “quilombo” (del lunfardo, lío) fenomenal que él armaba! (risas). La gente se daba cuenta que él no estaba, ¡por la radio, no por la televisión!

¿Cuándo empezás a bailar profesionalmente con Gloria?

En el año ’58, en Canal 7, en el “El Patio de la Paloma”. Gloria tendría unos 12 o 13 años. Yo ya había bailado en el canal 7 con Pugliese, cuando salí campeón, pero el que consiguió el trabajo era el Tin, y él me preguntó si yo podía poner la coreografía porque él era muy buen bailarín, pero no era coreógrafo. Ese fue mi primer ballet como coreógrafo. La figura era el Tin, pero él me dijo: “No, no. Si vos ponés la coreografía, hacemos de figura una semana cada uno”. “¡No! ¡La figura es usted!” “Hacemos como yo digo, una semana cada uno”.

¿De dónde sacabas vos, en aquella época, las ideas para las coreografías? ¿Cómo se te ocurren las primeras coreografías?

Como yo siempre fui tanguero y estudioso, las coreografía que yo hago siempre son históricas. Tengo cuadros sobre cómo se bailaba en un conventillo o en los corralones. Y lo hacía a través de distintos personajes: cómo bailaba un vigilante (del lunfardo, «policía»), cómo bailaba un pibe, o sobre una chica que se llamaba “Juana Rebenque” y hacía los bailes en los corralones, y si alguien se portaba mal lo sacaba a rebencazos. Yo hice el “baile del cuchillo” sobre la historia de la calle Caseros, que era la calle de los viejos corrales o mataderos, y le decían la calle de la muerte o del puñal porque iban todos con cuchillo -era su herramienta de trabajo-, y se peleaban.

¿Y de dónde sacaste la información para estudiar cómo bailaba cada uno?

Eso te va pasando. Por eso yo iba a todas las prácticas, hasta en la provincia.

«…las coreografía que yo hago siempre son históricas. Tengo cuadros sobre cómo se bailaba en un conventillo o en los corralones. Y lo hacía a través de distintos personajes: cómo bailaba un vigilante, cómo bailaba un pibe, o sobre una chica que se llamaba “Juana Rebenque” y hacía los bailes en los corralones, y si alguien se portaba mal lo sacaba a rebencazos. Yo hice el “baile del cuchillo” sobre la historia de la calle Caseros, que era la calle de los viejos corrales o mataderos, y le decían la calle de la muerte o del puñal porque iban todos con el cuchillo -era su herramienta de trabajo- y se peleaban.»

¿O sea que arrancaste basándote en lo que veías?

Claro, yo nací en un barrio de tango. Y me costaba mucho cuando tenía que poner al Tin, que era una figura, atrás mío. “¿Cómo lo acomodo?” Tenía que darle un lugar especial.

¿Para que también se lo viera?

¡Claro! Yo quería que se vieran todos. Siempre les decía que tenían que salir y romper todo. En el escenario vos tenés que hacer una cosa “¡Bum! Para afuera”. En una pista vos podés bailar un tango con tu personalidad, tu estilo personal, pero cuando salís al escenario tenés que bailar para el público, para afuera, resaltando tu baile.

Por ejemplo, cuando nos vienen a buscar de “Tango Argentino” para que bailemos un tango del ’40, les digo que “yo bailo Milongueando en el ’40, que es un tangazo, pero  no tiene variación. Y como ahí bailan 6 o 7 parejas, yo tengo que salir y romper todo. Así que hay que hablar con Libertella para que haga la variación.” (José Libertella, bandoneonista de “Tango Argentino”, compositor y director de orquesta, del Sexteto Mayor y con Stazzo de “Tango Pasión”). Ni Troilo la toca con variación final, ni Pontier.

El elenco de «Tango Argentino» en el teatro Châtelet de París. De izq. a der Gloria y Eduardo, Carlos y María Rivarola, en el centro Virulazo y Elvira, los Dinzel y a la der. Mayoral y Elsa María.

Yo bailaba milongueando en el ’40 porque cuando estaba con Pontier (Armando) en el Teatro Astral – que también estaba Hugo del Carril- le dije “Mire Maestro, usted tiene unos tangazos bárbaros y nadie le baila un tango. Yo le quiero bailar un tango.” “¿No me digas, Negrito?” “¿Qué tango te gustaría?” Miramos, miramos, y al final elegimos “Milongueando en el ‘40”. Entonces me dijo: “¿Sabés qué Negrito? Te voy a regalar la orquestación.” Y me hizo la orquestación, pero no tenía variación.

¿Libertella le hace la variación a “Milongueando en el ‘40”?

Libertella le hizo la variación a “Milongueando en el ‘40” y fue ¡una locura! (con énfasis) ¡No te podés imaginar! Se venía el teatro abajo. Y ahora muchos de los chicos que bailan “Milongueando en el ‘40” bailan esa versión que ya tiene la variación.

Fue un éxito ¡tan grande! No fue Juan (Carlos Copes), pero yo reventaba el teatro. Era el Châtelet de Paris. Hice que cambiara todo el espectáculo. No es que me guste competir, no era por mí que lo hacía, sino porque así se trabaja en el teatro. Y como yo reviento el teatro, cada uno que sale tiene que reventar el teatro también. Así el espectáculo fue un éxito increíble. Por eso nos llevaron a Broadway. Primero nos llevaron a un teatro “off-Broadway” y la prensa decía: “¿Cómo este espectáculo no está en Broadway? ¿Cómo no está en Broadway?” A los 3 meses estábamos en Broadway. Por eso a los bailarines siempre les decía que tenían que salir y romperla.

Leí que al comienzo Gloria y vos se presentaban en cines. ¿Había shows en los cines?

Era lo que se llamaba “número vivo” de los cines. Ahí empezamos a trabajar con Oscar Fuentes. Creo que en el Ópera. Estaba la orquesta de Pontier, pero sin Pontier, la dirigía Cicchetti (Ángel, pianista). Había un cómico que hacía glosas y chistes, Cobián, y la locutora era Carmencita, que era muy famosa. Fue un éxito bárbaro. Pasa que te obligaban a entrar antes porque estaban dando la película “Psicosis”, nadie podía entrar una vez empezada. Entonces, todo el mundo miraba el espectáculo.

Gloria y Eduardo con Francisco Canaro.

Y un día cae (del lunfardo “llega por sorpresa”) Canaro.

Como el dueño del Ópera tenía varios cines, cuando se terminó de dar la película, nos fuimos al “Metropolitano”, que estaba muy cerca del teatro Astral, donde estaba Canaro con Marrone (Pepito, afamado cómico). Y un día vino a vernos. Era un día de lluvia, había poca gente, pero nos aplaudían como locos. Al rato viene el acomodador y me dice “Está Canaro y quiere hablar con ustedes”.

¿Y vos que sentiste?

Y yo le dije a Gloria, “está Canaro”, y Gloria me dijo ¿Quién es Canaro?

¡Claro, tenía 14 años! ¿Pero no era ya “grande” Canaro?

No, no era “grande” en aquella época. Después se hizo grande, cuando fue a Japón.

¿Y qué pasó? ¿Se fueron a Japón?

A los 15 días ya estábamos bailando con Canaro en el Astral. Después nos fuimos a Japón, pero pasó casi un año. Gloria ya tenía 15 años.

¡15 años y ya de gira por Japón!

¿Te cuento cómo fue? Cuando estábamos con él en el Astral, él me decía todos los días que nos iba a llevar a Japón. Entonces yo, que conocía a la madre de Gloria, le decía a Miguel Caballero, nuestro representante: “Che, vos sabés que Gloria si no va con la madre no va a ningún lado. Mejor lleven a otra pareja, ¿para qué nos vamos a meter en quilombos?”. “No, Negrito, quédate tranquilo, si Canaro te dice que vas a ir a Japón, vos vas a ir a Japón. Él se encarga.” Cuando llegamos a Japón, en el programa decía que yo bailaba con Gloria y con su madre, Carmen, ¡la había puesto como bailarina! (risas). Canaro hacía cosas increíbles.

¿Y cómo le surgió ese viaje a Japón a Canaro?

Lo contrató el Agregado Cultural de la Embajada Argentina porque iba Frondizi (Arturo, presidente de Argentina). Así todo el mundo hablaba de Canaro, del tango, de Argentina, antes que llegara Frondizi. Ese tipo, era un fenómeno. Todo lo que hizo por el tango no se ha reconocido todavía y él fue el que movió todo Japón para el tango. Antes ya había hecho mucho el barón Megata. El barón Megata era un bailarín que se fue a curar una enfermedad a París, ahí conoció el tango y se volvió loco. Cuando volvió a Japón, llevó muchos discos de tango desde París, y después hizo que la Víctor y otras discográficas llevaran los discos argentinos a Japón. Empezó a dar clases gratis y los hizo a todos tangueros. Nos fue a ver cuando fuimos con Canaro porque lo conocía de París. También estuvieron el príncipe Akihito y su esposa. Cuando muere el barón, justo yo había ido con Sassone, y un tal Nakanishi, -que manejaba todas las clases del barón Megata- me hizo darles clases. ¡Se llenó todo! ¡Qué se yo cuántos eran!

Gloria y Eduardo con Francisco Canaro y su orquesta, rumbo a Japón.

Así que la gira de Canaro a Japón ¡fue una campaña de marketing para Frondizi!

Sí, eso fue. Frondizi nos vino a ver al teatro y yo fui a bailar a la embajada.

¿Podríamos decir que desde esa gira de Canaro, Japón se abrió para el tango?

Mirá, Canaro y aquel Agregador Cultural, fueron los que movilizaron todo. Antes había ido Juan Canaro, en el año ’54, pero hasta el año ‘61 que va Francisco, no fue ninguna orquesta. Y desde el ’61, empezaron a ir dos o tres orquestas por año.

Entonces, con Canaro empieza la carrera internacional de ustedes. ¿Cómo sigue?

Después de Japón nos fuimos con la orquesta japonesa “Sakamoto” a Puerto Rico y de ahí a New York. Ahí le cambié hasta el nombre a la orquesta (Fujiyama). Porque hicimos una prueba en el “Chateaux Madrid” (teatro de New York), y el dueño me dice: “Los japoneses son todos iguales. Los únicos que resaltan son ustedes”. “Porque está comparándolo con el espectáculo que usted tiene”(teatro de revista o “vairetés”). “Esto es una orquesta de tango.” “¿Usted podría hacer algo así?” “Si lo japoneses quieren, claro.” “Bueno, si lo hace, firmamos el contrato.” Lo hicimos. Nosotros bailábamos tango y tap, a los japoneses los vestí de kimono, contaban chistes.

De ahí a Texas, a la feria internacional de San Antonio, “Hemisfaire ‘68”, y después a las Olimpiadas de México del ‘68. Y un día estábamos en Acapulco y yo vi un avión, y le dije a mi señora “¡Qué ganas de volverme a Buenos Aires!”. ¡Llevábamos dos años!

Gloria y Eduardo con Florindo Sassone y su orquesta.

En el ’71 volvimos a Japón con Florindo Sassone que Gloria cantaba en japonés. De ahí nos fuimos a México a trabajar con Mariano Mores. Y después en México abrimos una casa muy bacana con un espectáculo con Hugo del Carril y el grupo “Los Santos”, que se llamaba “The five latin show”. Y fue tal éxito que nos llamaron de todos lados, entre ellos de Rusia, que nunca habíamos ido. Así que nos fuimos a Rusia, que no era Rusia, era la Unión Soviética. Fue tal éxito que fuimos por 15 días y nos quedamos por 7 meses. Siete meses porque Gloria quedó embarazada. Le abrían las cartas y le sacaban los anticonceptivos que le mandaba la madre. ¡Por eso mi señora quedó embarazada!

Eduardo Arquimbau y Hugo del Carril (2do. por la izq.) entre otros.

Entonces, ¿Tango Argentino cuando llega?

Nosotros fuimos en el segundo viaje a París, en el año ’83. En el primer viaje estábamos en el “Café de los Angelitos” y venía Segovia (Claudio) y Orezzoli (Héctor) a pedirnos que fuéramos y bailáramos un tango de los años ’40, y yo les dije “Milongueando en el ‘40” pero que necesitaba una variación, como te conté. Pero, ahí Gloria vuelve a quedar embarazada y tiene una pérdida bailando en el show con Pontier, así que nosotros a ese primer viaje, que eran unos 15 o 20 días, no pudimos ir.

Nos vuelven a llamar para el segundo viaje, pero tampoco podíamos ir, la nena tenía 4 meses. Y Libertella me insistía “Convencela a Gloria.” Un día la llama él: “Ya hablé con los directores, les ponen una habitación doble para que puedan llevar a los pibes”. Gloria se puso a llorar, porque, para colmo, ella estaba con eso que llaman “depresión post parto”. Llega el nene de la escuela: “¿Qué te pasa mamá, por qué llorás?” “¡Quieren que vaya a Paris con una nena de 4 meses y un nene de 10 años ¡¿Cómo voy a hacer?!” Y el nene empezó a gritar: “¡Yo quiero ir a Paris, yo quiero ir a Paris!” (risas)

El elenco de «Tango Argentino» en Broadway. Primera fila de izq. a der. Virulazo y Elvira, Juan Carlos Copes y María Nieves, Elsa María y Mayoral, Gloria y Eduardo. Por detrás podemos ver entre otros a Elva Berón, Luis Stazo, José Libertella y Raúl Lavié.

¡En esa época no paraban!

Mirá, yo era el director de una Casa de tango en la que bailaba Copes (Juan Carlos). Los dueños querían hacer una trasnoche, pero María (Nieves Rego) no quería, decía que tenía mucho trabajo, que estaba cansada. Yo hacía tres shows por noche en el “Café de los Angelitos”, y como María no quiso hacer la trasnoche, tuve que ir a bailar yo, después de tres shows. ¡Imaginate!

También estábamos con Bergara (Leuman, conductor del programa de televisión “Botica de tango”), y cuando el doctor le pide a Gloria que no baile por la pérdida, yo le digo a Bergara que nosotros no vamos a poder seguir yendo. Pero Bergara me dijo: “Vení igual, aunque sea solo. Te hago bailar con todas las chicas”. ¡Y bailé hasta con la pareja de Gardel, una noche que estaba invitada! ¡Con Mona Maris!

«… yo sé cómo nos robaron el tango. Fue en el ’55, en la revolución “libertadora”. Entraron las empresas de afuera y se compraron las grabadoras, los teatros, las casas de discos, compraron todo y nos vendieron la música de ellos. Ahora en radio o televisión escuchás toda música de afuera, no hay nada de tango. Después nos vendieron las zapatillas, los jeans, y nos dejaron a todos vestidos como el culo. Antes íbamos de primera a bailar. Tiene que venir una época en que se reconozca el tango como música nacional. Por eso lucho para ponerlo en las escuelas. Después, tenés el derecho de elegir lo que quieras, pero sabiendo cuál es tu música nacional.»

Estuvieron en la “Botica”, en “Grandes Valores del Tango”, en el programa de Stivel ¿Hicieron mucha televisión, no?

¡Hice televisión toda la vida! “La Botica” debe haber sido en el ’82 u ’83. “Grandes Valores del Tango” fue mucho antes, años ‘60. Y antes de “Grandes Valores”, cuando echaron al Stivel de Canal 13 por una cuestión política, nos fuimos a Canal 9 y “Yo soy porteño” pasó a llamarse “Yo soy del ‘30”, y cambió mucho. A Canal 13, nos había llevado Sabino (Oscar) que era el pianista de Canaro y fue el primer director musical de Canal 13. Stivel también nos llamó para “La familia Mores” (telecomedia sobre la familia de Mariano Mores), en los años ’60 en Canal 9. Y en el ’63 tuve un programa llamado “Yo te canto Buenos Aires”, en el que las orquestas estaban dos meses cada una y había dos orquestas por programa. Creo que fue el mejor programa de tango. Y, después reemplazamos a Tito Lusiardo en “Grandes Valores”, hasta el final de programa. Cuando nos fuimos a “Tango Argentino”, la dejé a Graciela Cabrera, que era la primera bailarina que yo tenía en varios ballets, con su hermano Luis.

Gloria y Eduardo en el programa de Canal 13, «Yo soy porteño», dirigido por David Stivel

Yo siempre tuve muchos ballets. Fui el único bailarín que tuvo tres espectáculos en Japón siendo el director, el coreógrafo y la figura. Todos los demás espectáculos que fueron a Japón, tenían como director al músico. Yo y mi señora, cuando digo “yo” siempre somos los dos. Yo siempre puse primero a la mujer, por eso mi pareja se llamaba “Gloria y Eduardo”. Toda la vida, yo empecé eso con Canaro.

¡Qué adelantado! Eso se hace ahora pero antes se nombraba al revés. Otro tema ¿Vos llevaste a Roberto y Vanina (Herrera y Bilous) a Japón, también?

Los llevé yo también. Yo los llevé a todos. Algunos fueron conmigo y otros con el ballet de Mariano Mores, pero el coreógrafo era yo, yo elegía las parejas. La pareja de Roberto y Vanina la hice yo. La de Geraldin y Javier también (Rojas y Rodríguez). Lo hice en “La Galería”.

«…Que tienen que estudiar. Si es un chico del escenario, le diría que el tango se aprende en una pista. Si no aprendés tango en una pista, no sabés tango, sabés bailar. Y los chicos que aprendieron en una pista para subir al escenario también tienen que estudiar. Siempre hay que estudiar.»

Contame de “La Galería” (“Galería del tango argentino” escuela y milonga que organizaba Eduardo Arquimbau y con Carlos Gavito durante un tiempo).

Eso lo hice porque después de “Tango Argentino” en Broadway, todo el mundo quería aprender a bailar tango. Todos los artistas, todos. Imaginate que yo hice los primeros videos en el año ’86. Me acuerdo que Gloria decía: ¿Para qué vas a meter tanta plata en eso? Y lo recuperé todo con los 1.000 videos que hice en japonés que me los compró un japonés y después los vendían 7 veces más caros. Los de inglés y castellano los llevaba al teatro, y muchos me los chorearon (del lunfardo, robar)

Gloria y Eduardo con Osvaldo Pugliese y su orquesta.

¿Y qué más me podés contar de la “Galería”? Cuentan que era increíble.

¡Sí, sí! Mirá, en un salón podía estar sonando D’Arienzo y en otro Pugliese. Había orquestas en vivo y había orquesta de jazz. Le hice homenajes en vida a Pugliese. Había muchos maestros, no solamente nosotros. Ahí aprendieron a bailar muchos. De ahí salió Chicho (Frumboli), Olga Besio y Naveira (Gustavo). Enseñaban muchos maestros ahí.

Pero, Olga Besio y Naveira ¿eran maestros o alumnos?

No, Maestros.

¿Y Chicho?

Chicho primero empezó aprendiendo y después fue maestro.

¡Realmente increíble! ¡Qué lujo!

«Hay muy buenos bailarines, pero tienen que bailar lo que tienen que bailar, que no es tirar la mina para arriba. Yo se lo dije a varios del Mundial: “Tenés que poner en el reglamento que tienen que hacer la base, que es la salida, giro a la derecha, giro a la izquierda, ochos, y cinco o seis cosas que pertenezcan al tango”. Después si la quieren tirar a la mina para arriba, que la tiren. Pero no que la tiren para arriba sin hacer ninguna cosa de tango

Otro tema: ¿ustedes pasaron también por “Forever Tango” como figuras y coreógrafos, no?

Fuimos los creadores de “Forever Tango”, en el año ’90. Fuimos bailarines y coreógrafos. Fue un éxito bárbaro. Lo repetimos en el ’94 para el mundial de Estados Unidos. Ahí, se muere el tío de Luis Bravo (productor de “Forever Tango”), que era su socio y nosotros nos fuimos a los meses.

¿Llegaron a hacer Broadway?

No, ya no estábamos.

¿Hay alguien con quien no hayas trabajado?

No, trabajé con todos. Menos con Di Sarli, porque se murió antes.

¿Qué fue aquello que te hizo decir “no puedo creer que me esté pasando esto”?

Cuando estuvimos en Estados Unidos con la orquesta japonesa en el programa de Ed Sullivan. Habrá sido en el año ’68, ’70. Teníamos pactado hacer sólo un tema, pero se venía abajo el público, así que Ed Sullivan le pedía a Gloria que bailáramos otro. Él le hablaba a Gloria porque como era rubia pensaba que entendía inglés, ¡y Gloria no entendía ni un pepino! (risas). Así que hicimos otro tema, con permiso del director japonés. Ese día era el último que trabajaba Louis Armstrong, y yo le decía a Gloria: “No nos va a aplaudir nadie, nos toca salir después de Louis Armstrong”. Yo era fanático de Louis Armstrong. Pero resulta que se vino todo abajo y cuando terminamos vino al camarín a saludarnos y ¡sacarse una foto con nosotros! Yo no lo podía creer.

¿Louis Armstrong?

Sí, Louis Armstrong, nos vino a saludar a nosotros. Yo no lo podía creer.

Gloria y Eduardo en el show televisivo de Ed Sullivan, a quien se ve a la izquierda.

¡Cuántas cosas les debe el tango a vos y a Gloria! Ahora entiendo por qué los nombraron Ciudadanos Ilustres de la Ciudad de Buenos Aires

Y yo también hice el “Museo Casa Carlos Gardel”, con dos o tres amigos más, no como está ahora, pero lo arreglé todo. Primero lo inauguré cuando cantaban Mauré (Héctor), Floreal (Ruíz). Después cuando se hizo cargo Machado Ramos, fuimos con Gago y todos los músicos de “Grandes Valores” y le dimos un vuelco. Hasta que un día Machado me pide que me haga cargo del show. “No voy a hacer un show, voy a hacer un museo”, porque yo tenía muy buena relación con todas las compañías de turismo, porque había trabajado en “El Mangrullo” más de 30 años y por ahí pasaban todas.

Nunca un paso atrás. ¿Nunca sentiste “esto me queda grande, no me atrevo”?

No, nunca, nunca. Yo me atreví siempre a todo.

Sí, es lo que veo. ¿Qué era? ¿Inconsciencia o Ganas?

Aprendizaje. Porque soy investigador. Yo estudié toda la historia del tango e investigo, todo, todo, todo. ¡Todavía estoy leyendo! (Eduardo tiene 84 años en este momento, baila hace 70 años) Entonces, pruebo.

Gloria y Eduardo con Aníbal Troilo.

¿Por qué ya no se hacen espectáculos como “Tango Argentino”?

La gente no conoce eso, porque la gente que baila bien viene de otros ritmos. No tienen la profundidad del tango, no lo entienden. Tiran para arriba a la mina (del lunfardo, “mujer”), y eso no tiene nada que ver con la historia del tango.

«¿Qué hay de tango ahora? ¡Si no hay ni un programa! Si no hay tango en la Argentina, ¿qué van a vender? No hay nada, ni nadie entiende de tango. Si no entendés, ¿qué vas a hacer? Cualquier cosa. ¿Y la cualquier cosa a dónde va? A ningún lado.»

Pero mi pregunta apuntaba más a entender por qué hoy no se venden al mundo espectáculos de tango como “Tango Argentino”. ¿Qué está faltando?

En este momento, los que manejan el país no entienden nada de tango. El último presidente que entendía de tango era Menen. Yo no digo si era bueno o malo como presidente, esto no es una cuestión política, yo de política no entiendo nada, pero él fue el último que era tanguero. Antes de ser presidente, él ya estaba en todos los espectáculos de tango. Todos los demás compraron lo que les vendieron de fuera. Él hizo una ley con Horacio Ferrer para que el tango estuviera en las escuelas.

Gloria y Eduardo con el «Clan Mores». De izq. a der. Mariano, Claudia, Nito y Silvia Mores Eduardo y Gloria

¿Está faltando un apoyo institucional?

Claro.

¿Ustedes lo tuvieron?

No, pero era otra época. Había tango en Argentina, había como 20 programas. ¿Qué hay de tango ahora? ¡Si no hay ni un programa! Si no hay tango en la Argentina, ¿qué van a vender? No hay nada, ni nadie entiende de tango. Si no entendés, ¿qué vas a hacer? Cualquier cosa. ¿Y la cualquier cosa a dónde va? A ningún lado.

Pero hay muy buenos bailarines

Hay muy buenos bailarines, pero tienen que bailar lo que tienen que bailar, que no es tirar la mina para arriba. Yo se lo dije a varios del Mundial: “Tenés que poner en el reglamento que tienen que hacer la base, que es la salida, giro a la derecha, giro a la izquierda, ochos, y cinco o seis cosas que pertenezcan al tango”. Después si la quieren tirar a la mina para arriba, que la tiren. Pero no que la tiren para arriba sin hacer ninguna cosa de tango.

Gloria y Eduardo haciendo su célebre «Milongueando en el ’40» en el show de «Tango Argentino» en el Obelisco.

¿Te preocupa?

Sí, claro que me preocupa. Por eso se los digo. Y otra cosa más: Yo quiero poner el tango en las escuelas, para que ya desde chiquito vos sepas cuál es tu música. El tango y el folclore son nuestra música nacional. Porque si no te roban por todos lados.

Porque yo sé cómo nos robaron el tango. Fue en el ’55, en la revolución “libertadora”. Entraron las empresas de afuera y se compraron las grabadoras (discográficas), los teatros, las casas de discos, compraron todo y nos vendieron la música de ellos. Ahora ponés la radio o la televisión y escuchás toda música de afuera y no hay nada de tango. Después nos vendieron las zapatillas, los jeans, y nos dejaron a todos vestidos como el culo. Antes íbamos de primera a bailar. Tiene que venir una época en que se reconozca el tango como música nacional. Por eso lucho para ponerlo en las escuelas. Después, tenés el derecho de elegir lo que quieras, pero sabiendo cuál es tu música nacional.

Gloria y Eduardo saludando en Salón Canning el 3 de agosto de 2018, después de una exhibición.

¿Y qué ves ahora cuando vas a la milonga?

Veo que no saben bailar. Y no saben bailar porque hay muchos “maestros” que se tienen que ganar la guita (del lunfardo, “dinero”), pero no son maestros. Entonces no enseñan a ir con la música, a llevar los tiempos musicales, enseñan pasos que no sirven para nada. Lo mejor es pisar con los tiempos musicales, caminar bien, tener elegancia.

Aunque tengo que decir que hay lugares que bailan bien. Yo, por ejemplo, voy a una milonga en Pedro Echagüe, “Gente amiga”, ahí hay chicos que bailan bien, ahí me gusta como bailan los chicos. Pero ahora hay mucha gente que baila mal.

¿Y qué hacemos?

Y bueno, cuando yo era el presidente de la Asociación de bailarines -que ayudé a crear también- estaba haciendo una escuela para que los bailarines se reciban de maestros, pero tuve que dejarlo porque tuve un ACV (Accidente Cerebro Vascular). Tendría que haber una escuela para que se reciban de maestros.

¿Y quienes enseñarían? Porque, perdón, voy a ser dura, todos ustedes que vivieron la época gloriosa les queda poco y muchos ya no están. ¿Entonces?

Bueno, yo y otros formamos a muchos alumnos que hoy pueden tomar la posta.

Flavia Mercier y Eduardo Arquimbau durante la entrevista en el bar «Esquina Homero Manzi», situado en la esquina de San Juan y Boedo, inmortalizada por el tango «Sur»

No todo está perdido, entonces. Y qué le dirías a los pibes que están empezando.

Que tienen que estudiar. Si es un chico del escenario, le diría que el tango se aprende en una pista. Si no aprendés tango en una pista, no sabés tango, sabés bailar. Y los chicos que aprendieron en una pista para subir al escenario también tienen que estudiar. Siempre hay que estudiar. Cuando yo era pibe, en mi barrio había un milonguero que era el mejor bailarín orillero. Al principio nos miraba como diciendo: “Estos no van a aprender nunca”. Pero, cuando yo salí campeón, él me quería enseñar. Y mis amigos me decían: “¿Para qué querés aprender eso que no se baila más? ¿No ves que te baila un estilo que ya no se baila?” Pero yo era un estudioso y lo quería aprender. Yo era un loco. Y después muchas de esas cosas las usé en mis coreografías.

Bueno Maestro, sólo queda decir ¡Gracias por el tango!

Con sus seductoras formas, el tango conquistó tierras lejanas ligando aquellos pueblos a cierta mística tanguera, mientras que el tango se iba paulatinamente desligando del sentir del pueblo argentino. Quizás, entonces, esta vuelta a las bases por la que lucha Eduardo Arquimbau, pueda ser valorada como la última cruzada de quien cruzó todos los mares para llevar el tango a otros territorios, casi como los conquistadores que llevaban su religión a otros pueblos, en su afán de religar el tango a su pueblo.

Hoy Eduardo se lamenta por la sobrevalorización de lo foráneo en detrimento de lo nacional; y clama revalorizar el tango como música nacional, revindicando un lugar en las escuelas para su enseñanza, y advirtiendo sobre la necesidad de un retorno a lo histórico que respete ciertos movimientos del tango que a la vez constituyen su estructura y sus señas de identidad.

Cierto es que sin sus cortes y quebradas, este abrazo danzado que enrosca el brazo como una serpiente en el talle, adquiere una peligrosa similitud a “cualquier otra danza”, desdibujando sus ochos en vanos contorneos. Por otro lado, muchos bailarines y más aún los coreógrafos, puede sentirse atrapados en una paradoja, con el corazón tironeado por un impulso a expresar lo que sienten como verdadero y el alma amarrada por lo que puede parecer rígido de la estructura.

Es sabido que lo estético tiene una vertiente epocal, que los gustos cambian casi como las modas, influidos por las corrientes o discursos que imperan en una época. Así también parecen hacerlo los públicos y sus beneplácitos. Es necesario advertirse que la época en su tendencia a la uniformidad y universalización, produce falsas oposiciones con el afán de dejar exiliados los deseos particulares, los modos de expresar singulares.

Hoy “se lleva” la fusión de las danzas o la danza fusión, ¿Por qué no pensar en una conversación con otras danzas? Del latín, conversar hace referencia a un “reunirse para dar vueltas” ¿Por qué no una reunión de elementos de distintas danzas para una vuelta al barrio y al barro? ¿Por qué no pensar lo histórico como lo que sirve no sólo de cimiento, sino de cimiente? ¿Por qué no pensar la estructura como la casa de lo común donde alojarse? ¿Por qué no pensar lo sagrado no sólo como intocable, sino como aquello fuera de lo inmediato que representa una vía a lo trascendente?

Hay que cuidar que “lo que se lleva” no se lleve consigo lo sustancial y sustancioso. Al fusionar se produce una mezcla -y a veces una mescolanza- que borra las sustancias. En una fusión dejan de contarse los componentes porque, en lugar de reunirse, todos se unen en uno solo, suerte de caldo con sabor a nada, especie de tintura que lo tiñe todo de gris. En esa liquidez contagiosa se puede ver la tendencia a la uniformidad y la universalización de la época. El para todos lo mismo, o peor aún, el uno para todos. Una conversación implica un intecambio que puede enriquecer a las partes, cuando se cambian unas a otras por lo valioso que se dan.

Quizás si volvemos al origen de la danza como ritual podemos pensar en ella como una vía de invocación a lo divino, de comunicación con lo sagrado. En este punto lo sagrado en lo popular anidaría en la tierra natal, aquello que sirve de suelo desde donde desplegarse y darse vuelo.

Flavia Mercier

“As Bestas” – Coescrita y dirigida por Rodrigo Sorogoyen

Inspirada en una historia real, “As Bestas” (Goya 2023 a mejor película) cuenta, en dos tiempos, la historia de Antoine y Olga en una alejada y despoblada aldea de Galicia a la que llegan impulsados por el sueño adolescente de Antoine. La película de Rodrigo Sorogoyen (Goya a la mejor dirección) tiene la virtud de mostrar con una pureza casi quirúrgica el poliedro de emociones que compone la naturaleza humana. El guion moebiano que el director construyó junto a Isabel Peña -y que mereció otro Goya-, hace pasar al espectador de la faz del bien a la del mal, y otra vez a su anverso, sin ahorrarle ni una pizca de la paradoja que los seres humanos representamos, lo que no permite al espectador terminar de tomar parte por ninguno de sus personajes, por horroroso que sea su alter ego. Con una fotografía excelente que hace del ambiente casi otro personaje, la película deslumbra por la excelente dirección de actores que le valió el Goya al mejor actor principal (Denis Ménochet) y al mejor actor de reparto (Luis Zahera). “As betas”, una película que en un perfecto equilibrio entre la narración de lo local y su proyección hacia lo universal, nos interpela sobre la naturaleza humana.

Denis Ménochet y Marina Foïs como Antoine y Olga.

En la primera parte de “As Bestas”, vemos a Denis Ménochet asumir el protagonismo en un papel que le valió merecidísimamente un Goya como mejor actor principal. Profesor de profesión, Antoine vive con su mujer, Olga, de la agricultura ecológica mientras, en su afán de volver a dar vida a la aldea de sus sueños adolescentes, rehabilita casas abandonadas que luego regala. Al mirar las cosas con el prisma romántico de la ilustración, Antoine pone belleza donde no la hay. Se muestra con una ingenuidad en la defensa de sus ideales que inspira hasta ternura, cautivado por la inmensidad verde de esas colinas, una belleza que le ciega respecto de lo árido que recorre ese lugar.

De frente, de izq. a der., Luis Zahera y Denis Ménochet como Xan y Antoine. De espaldas a la derecha Diego Anido como Loren el hermano de Xan.

La construcción del personaje que hacen entre Isabel Peña como guionista y Rodríguez Sorogoyen como guionista y director, triunfa superlativamente en mostrar que el mayor exilio es de la lengua. La trama coloca a Antoine conviviendo con el recelo de los aldeanos quienes, desde su suspicacia, le atribuyen una mirada de superioridad hacia ellos, sin importar los esfuerzos que él haga para mostrarles el camino hasta el “verdadero maná”. El personaje vive así aislado no sólo en la geografía, sino en las ideas. Y no sólo por no hablar bien el idioma sino, porque los aldeanos hacen de su lengua un baluarte que usan para excluirle, no tanto por su arraigo al territorio, sino, más bien, por sentirse encadenados a este. En este punto la película interpela a la vez, cierta condescendencia de una posición intelectual que se ciega por los fundamentos de la misma, como la crueldad de la cerrazón que hace a Antoine objeto de burlas que ni llega a comprender.

De izq. a der., Luis Zahera como Xan, Diego Anido como Loren y Denis Ménochet como Antoine.

Solo le faltaba a este caldo del infierno, el aderezo del dinero para que el caldero acuñe la cicuta del odio. Cuando una eólica quiere comprar los terrenos y Antoine se niega a vender los que le pertenecen, bloquea la única salida que ven sus vecinos de una realidad eternamente igual y esclavizante, desatando un conflicto que se torna tan visceral como bestial. En esta contienda Antoine se topa con Xan, encarnación de una naturaleza humana completamente desafectada de toda sensibilidad y sin ninguna pátina de sublimación. Este personaje que le valió a Luis Zahera el Goya al mejor actor de reparto -que bien podrían nombrarse como en inglés “de soporte” en tanto sin él la tensión de la trama no se sostendría- es un viraje muy noble por parte de los autores, porque alejan el guion del hecho real despejando toda asociación del odio a la enfermedad mental, como no supo hacer cierto sector de la prensa en su momento. En su lugar, los guionistas honran la función de develamiento a la que aspira el arte, mostrando que la maldad pueda anidar en cualquier “vecino”, y, es más, que eso está en el sustrato social.

Marina Foïs como Olga y Denis Ménochet como Antoine.

Hasta su meridiano la película se desarrolla en un duelo de opuestos que se inscribe finalmente en una escena nodal que amarra el destino de unos y otros para siempre. Entonces, cobra protagonismo un tercer personaje. Olga sale a la palestra y toma el timón de la trama. Sin embargo, aquí el duelo es interior. ¿Qué rol ha de asumir esta mujer? ¿Estamos acaso ante otra Antígona capaz de arriesgar su propia vida por hacer justicia? ¿O estamos ante quien es capaz de sostenerse en su lugar como el junco a fuerza de no oponer resistencia al viento, pero sin tampoco dejarse arrasar enraizada al suelo como fuente de trabajo, porque al final tampoco puede huir de ahí sin enfrentar la ruina económica?

Marina Foïs como Olga.

“As bestas”, una película que en un perfecto equilibrio entre la narración de lo local y su proyección hacia lo universal, nos interpela sobre la naturaleza humana. ¿A dónde estaríamos sin la cultura? ¿A dónde estamos a pesar de la cultura? ¿A dónde estamos por la cultura?

Flavia Mercier

Néstor Fabián: “Se aprende en el escenario”

Es un verdadero honor recibir como invitado en nuestro Patio de Artistas, al Maestro Néstor Fabián. Según insiste en varias instancias de la entrevista, él “solo quería cantar”, y vaya si lo ha hecho hasta convertirse en un referente de la canción y del tango. Justamente en estos días se cumplen 62 años de su debut en televisión junto al Maestro Mariano Mores. Luego cantó también con Armando Pontier, con Aníbal Troilo, Atilio Stampone y Osvaldo Berlingeri, por destacar algunos de los tantos nombres propios con mayúsculas que pueblan su curriculum. Hizo cine y televisión con gran éxito. Trabajó en las Casas de tango más afamadas, destacando su paso por“El Viejo Almacén” junto a Edmundo Rivero, como por “Caño 14”. Compartió escenario con todos los grandes cantores del tango, formando una pareja única e inolvidable con su pareja en la vida, Violeta Rivas. Y como él “solo quería cantar”, hoy a sus 84 años, sigue maravillando al público en el show de tango de «Michelangelo», tanto por su virtuosismo como por su gran manejo del escenario y una enorme capacidad para emocionar. Sencillo, franco, divertido y, sobre todo, generoso al compartir sus vivencias, así se muestra Néstor Fabián, Pichi para los amigos.

Nésto Fabián en la actualidad, en el show de Michelangelo.

¿Hasta dónde se remontan los inicios de esta historia con la música y el tango?

La música viene del barrio donde nací. Estamos acá, frente a Michelangelo, en Balcarce entre Belgrano y Venezuela, y yo nací en Bernardo de Irigoyen y Tacuarí.

Por acá cerca. ¿Y qué música se escuchaba por el barrio?

Se escuchaba serenata. Muchas serenatas. No había folclore, salvo en una medida muy pequeña. Se escuchaba tango, tango, y algo de jazz. Porque antes era muy común una especie de dúo: una orquesta de tango con una de jazz. Eso era el complemento perfecto. Por ejemplo: “La orquesta de Aníbal Troilo” y la “Santa Anita”.

¿Eso es lo que se escuchaba en los bailes populares en los clubes?

Claro, en los clubes.

Y ¿cuál era el club más importante o de moda cuando vos eras joven?

El club más importante era “Comunicaciones”, en la avenida San Martín. Ahí iban todas las orquestas. Yo no podía entrar porque era menor. Además, estaba siempre solo, sin un mayor. Me gustaba la noche y andaba dando vueltas, escuchando a las orquestas, aunque siempre desde fuera. “Desde la vidriera”.

Con “la ñata contra el vidrio” (del lunfardo, “ñata”, nariz, verso del tango “Cafetín de Buenos Aires”, letra de Enrique Santos Discépolo).

(risas)

¿Te atraían las orquestas?

Sí, sí, me atraían mucho las orquestas. Era muy normal entonces. Todo local de tango tenía una orquesta estable. Después había otros que tenían dos o tres orquestas, como el “Tango Bar” de calle Corrientes, entre Libertad y Talcahuano.

Siempre atraído por las orquestas, por la música, nunca por el baile.

No, el baile no. La verdad es que nunca aprendí a bailar tango por no dar un paso atrás (el primer movimiento para el hombre de los 8 pasos que componen el básico del tango, es un paso atrás). (risas).

Sí, me atraía mucho la música. Me apasionaba cuando alguien hacía un solo en una orquesta, me gustaban los solos de violín. Porque uno a medida que pasa el tiempo ya sabe cómo va la instrumentación del tango. Después tuve la suerte de cantar con muchos de ellos.

«Cuando yo era pequeño iba siempre a mirar las orquestas que actuaban en el club “Comunicaciones”. Desde afuera, porque siendo pequeño no podía entrar. Y siempre le decía al concesionario ¡Qué lindo lugar! Te podés imaginar lo que sentí cuando me convierto en una persona un poco conocida, y voy a cantar al Club “Comunicaciones”. Fue algo extraordinario.»

¿Con quién fue el primero que cantaste? ¿Con Mariano Mores?

Con Mariano, sí.

¿Y cómo fue que llegaste a él?

Mirá, cuando la gente dice “tiene que tener talento”, yo digo: tiene que tener talento y muchas veces tiene que tener suerte. Resulta que yo voy a dar una prueba con Mariano Mores en Canal 7, que me lleva Norberto Aroldi, el actor, autor, director, en fin… Mariano me dice “¡Qué lindo color de voz! Ya te voy a llamar.” ¡Y me llamó, al día siguiente! Porque el sábado tenía un programa. Es decir, la prueba había sido un miércoles y me llamó el jueves porque le habían conseguido un programa en Canal 7 para el sábado. En aquel entonces, tener un programa de televisión era muy importante. Y él no tenía cantante porque, habitualmente, era Carlos Acuña que en ese momento estaba en España. Tenía también a su hermano, Enrique Lucero, pero estaba en Uruguay. Tenía a Horacio Deval, pero estaba en Venezuela. Tenía también la posibilidad de llamar a Sergio Cansino, un tenor chileno con una voz espléndida, que había hecho con él “Tan solo un loco amor”, pero estaba en Chile. Así que me llamó y no canté ningún tango, canté “La noche de mi amor”. Y la suerte fue que después de eso vinieron los carnavales en Rosario, en el “Club Provincial”. Estaban Susi Leiva, Enrique Dumas, y él (Mariano Mores) me dice: “Yo te voy a llevar a vos”. Después me enteré que la gente de Club Provincial pedía por mí. Eso es tener suerte.

Porque habías estado en televisión.

¡Claro! Porque había estado en Canal 7 y Canal 7 llegaba a todo el país.

“¡Qué tiempos aquellos!” (estrofa del tango “Tiempos viejos” que Néstor Fabián cantara en la película “Los muchachos de antes no usaban gomina”, una de sus más célebres interpretaciones) ¡Cuánto trabajo para todos!

Mirá, cuando yo era pibe, como a mí me gustaba cantar, muchas veces cantaba en el “Tango Bar”, porque con Luis Formento -que no es el de la 2X4 (radio) sino el que escribía en el diario “La Razón”-, éramos vecinos y yo siempre lo acompañaba al “Tango Bar”. En frente, cruzando Corrientes, había un lugar de folclore donde actuaba el dúo “Martínez Ledesma”. Una cosa curiosa: actuaban con smoking, no con vestimenta de gaucho. Te podés imaginar en aquel entonces ¡folcloristas con smoking!” En este show figuraba como acompañamiento: “Carlos García” (músico, pianista, compositor y arreglista, director). Un ser divino, músico, folclorista, tanguero, director de orquesta, unos arreglos impresionantes… Pasa el tiempo, yo ya estoy en “El Viejo Almacén”, me hago amigo de él y le cuento: “¿Sabe Carlitos que yo era pibe y usted estaba enfrente del Tango Bar que yo iba?” Y me dice: “¿Usted sabe una cosa? En esa época había tanto trabajo, tanto trabajo, que cuando yo no podía ir porque tenía radio, o grabar en Odeón, quien me reemplazaba era el “Mono” Villegas (Enrique Mono Villegas, reconocido pianista de jazz). ¿Y sabe una cosa, Pibe? Que cuando faltaba yo y faltaba el “Mono” Villegas, ¿sabe quién venía? Horacio Salgán.”

¡Qué recambios que tenía!

¡El trabajo que había! ¡El trabajo que había!

¿Qué significó para vos Mariano Mores?

Mariano Mores me enseñó todo.

¿Recordás alguna enseñanza de las que te dejó que haya marcado tu carrera? O que quizás vos aprendiste viéndolo a él, trabajando con él.

Él siempre decía que lo más importante que tenía el espectáculo era el público. El público te lleva a lo más alto, o te hace caer directamente al abismo. ¿Cómo me lo enseñaba? Íbamos con el coche a la Costanera y la gente lo paraba y él se paraba, se sacaba fotografías, firmaba autógrafos. Él me enseñó eso. La música, el respeto, todo eso es importante, y lo más importante, el público.

Néstor Fabián y Mariano Moreno junto a «Los Jets» como parte del elenco del espectáculo «Buenas Noches Buenos Aires» en el Teatro Astral, en el que también actuaban Hugo del Carril, Virginia Luque, Beba Bidart, Susy Leiva, Juan Verdaguer, Maribel Marcel y Víctor Ayos. De izq. a der.: Héctor Ziblat, Néstor Fabián, un bailarín del ballet de Víctor Ayos, Héctor «Memmo» Campione , Guillermo Fuertes, Martín «Chivo» Etchemendy, Mariano Mores y Jorge «Jackie» Álvarez

¿Estuviste un tiempo en el “Club del Clan”?

No, no estuve en el “Club del Clan”. Lo que pasa es que, en una oportunidad, dijeron que yo pertenecía al “Club del Clan”, y ahí quedó.

¿Y de dónde viene la confusión por la que se te asocia al “Club del Clan”?

Como a mí me gustaba a cantar, me iba a las cantinas a cantar, y había un acordeonista que tocaba fenómeno, que le decíamos Fatiga, que pasaba la pandereta entre los turistas -que eran muchos, de Uruguay, Brasil, de todas partes-, y decía “para el músico que es huérfano”. Un fuera de serie en aquel momento y hoy sería un genio, porque nunca escuché a nadie tocar el acordeón como este hombre, era impresionante. Entonces, a veces era yo el que “tiraba la manga” (del lunfardo, “pedir dinero”) y les dejaba la plata a él, a los músicos o a los “mozos” (camareros), porque todos ayudaban. Yo, por suerte, no necesitaba nada, felizmente mi mamá me lo daba todo. Era un amor de persona.

En una oportunidad había un trío que se llamaban “El Trío Caribe” y a los que mi mamá, quien me adoptó, Rosita de Avellaneda, y que era una persona muy solidaria, les había dado un sitio para que vivieran en otra casa que tenía, cerca de donde vivíamos nosotros. Ellos estaban en el programa “La Cantina de la Guardia Nueva” que conducía Dino Ramos, un ser maravilloso, el letrista de muchas de las canciones de Palito Ortega. Un día, los chicos me dicen: “Vení, vení. Vení a Canal 11. Acompañanos y cantate algo. Dale, dale. Nosotros como trío te hacemos el acompañamiento.” “No, yo no quiero cantar. No.” Al final canto con ellos “La noche de mi amor”, en tiempo de bolero. Después toda la gente que estaba en ese programa pasa a Canal 13 con Ricardo Mejías, que era ejecutivo de RCA Victor, y ahí se llaman “El Club del Clan”. Fue la gente que le puso “El Club del Clan”. Luego pasan a Canal 9, “Sábados continuados”, con Antonio Carrizo. Después se fueron a Canal 7, “Bienvenido Sábado”, y de ahí a Canal 13, “Sábados Circulares de Mancera”, el programa de Nicolás Mancera (reconocido conductor de programas musicales). Se la fueron ganando de a poco.

¿Trabajaste con Antonio Carrizo? (locutor, presentador, valorado entrevistador)

¡Sí!

¿Cómo era trabajar con Antonio Carrizo?

Para hablar de Carrizo, hay que sacarse el sombrero. Le podía hacer reportajes a quién quieras. A Borges (Jorge Luis), a Favaloro (René) (reconocido cardiocirujano), y los hizo.

Yo no sé qué hubiera sido de José Cotelo sin Ana María, pero ¿qué hubiera sido de Néstor Fabián sin Violeta Ribas (ambos formaron una de las más afamadas parejas de la escena argentina)?

Ah, no sé, no sé. Lo nuestro fue bastante jocoso. Cuando yo estaba en Canal 13 en el programa “Aquí arriba”, ella estaba en otro con Marty Cosens (cantante), con el mismo director de cámara. Un día yo tenía que hacer un parlamento y estaba buscando el libro, y me dicen. “Ah, no, tenés que ir a buscarlo al otro estudio.” Voy y la veo a Violeta (con voz y gesto de admiración). La saludo, estaba también mi amigo Marty Cosens, y me ignoró totalmente. Me ignoró…

¡…mal!

No mal, pero me ignoró. Con el tiempo me explicó que estaba ensimismada en estudiar su parte. Pasa el tiempo y me llama Cacho Fontana (Jorge “Cacho” Fontana, reconocido locutor de radio y televisión) para hacer un reportaje en “Radio El Mundo”. “Cacho, voy para allá, y punto.” Y entonces me encuentro con Violeta Rivas. Yo ya estaba en Televisión y demás … “Hola, que tal, …” (con voz suave de mujer), me dice. “Nosotros nos conocemos”, le digo. “¿Cómo que nos conocemos?” Entonces, le conté. Ahí comenzó todo, comenzamos a salir. Después, estando en Canal 9, Romay nos juntó para hacer el programa “Todo es amor”.

Néstor Fabián y Violeta Ribas.

¿Y cómo llevaste eso de ser un “galán”?

No, galán no, yo nunca me dediqué a eso. Me llamaban de todas partes, pero yo lo que quería era cantar, a mí no me hablen de eso. Películas sí.

Y del cine que hiciste, ¿qué recordás especialmente?

Me gustó mucho “Pasión dominguera” porque salieron todos los jugadores de los clubes más importantes que tiene el país. Llámese River, Rosario Central, Boca, Racing, San Lorenzo. Huracán. Estaban todos. Una película que vuelta y vuelta la pasan en televisión. Lo mismo que “Los muchachos de antes no usaban gomina”

¿Ahí cantabas, no? ¿Cantabas el tema principal?

Cantaba “Tiempos viejos”

Néstor Fabián cantando «Tiempos Viejos» en al película «Los muchachos de antes no usaban gomina»,

“¿Te acordás hermano…?” (Primer verso de la canción) Vos la cantabas al final de la película, cuando ellos dos (Rodolfo Bebán y Osvaldo Miranda) ya son mayores…

¡Claro! Uno de los momentos más emocionantes que viví fue en un programa de Canal 7 que hacían como homenaje a Osvaldo Miranda. Pasan la escena de la película. “Te acordás hermano, qué tiempos aquellos, eran otros hombres más hombres los nuestros…” Cortan la película y salgo yo en vivo,  “…no se conocía cocó ni morfina…” Osvaldo no lo podía creer, miraba para todas partes, no entendía lo que pasaba. ¡Muy emocionante! 

«Me llamaban de todas partes, pero yo lo que quería era cantar…» «…cuando la gente dice “tiene que tener talento”, yo digo: tiene que tener talento y muchas veces tiene que tener suerte.»

¿Hiciste también una película con Hugo del Carril, no?

¡Dos! Dos donde él era el director. Y también actúe en “¡Viva la vida! (película dirigida por Enrique Carreras, reconocido director, y actuaban entre otros Hugo del Carril y Tita Merello). Y otra con Arnaldo André, “Balada para un mochilero”. Seis películas hice en total.

¿Como afrontabas todos esos papeles? ¿Estudiaste teatro?

No, no, para nada. Lo que pasa es que yo antes tenía mucha memoria. Ahora, algunas cosas se me escapan. Además, cuando me dijeron “Vas a hacer ‘Todo es amor’”, yo dije: “Está bien, no hay ningún problema. Pero yo quiero elegir los actores. Nuestros padres, José Cibrián y Ana María Campoy.” (reconocido actor, director de teatro y dramaturgo, y reconocida actriz y comediante, ambos perteneciente a familia de actores, y padres del reconocido director de teatro musical José Cibrián Campoy)

¡Ah, bueno! ¡Elegiste mal! ¡A nadie!

Yo elegía, era mi forma de ser. Muchas veces hacía eso. Me salió bien como también me salió mal. Por otro lado, temas de cartel, yo nunca pido nada. Acá (actual show de Michelangelo) pusieron “Nestor Fabián y 30 artistas más”, pero yo no lo pedí. Yo arreglo mi “cachet” (remuneración de un artista) y después vamos para adelante. En el escenario te veo. Es mi forma de pensar. Me la hicieron muchas veces, de cobrar menos para ser primera figura. Me ha sucedido mil veces, ¡Pero, mil veces, eh! Sobre todo cuando intervenía un agente de prensa.

«Él (Mariano Mores) siempre me decía que lo más importante que tenía el espectáculo era el público. El público te lleva a lo más alto, o te hace caer directamente al abismo.»

¿En qué momento dijiste: “Uy, esto va en serio. Soy Néstor Fabián”?

Nunca. Yo siento respeto por todos los demás. Yo soy mejor aplaudidor que cantante. Cuando veo una obra, si hay alguien al lado mío que habla o critica, no se lo permito.

Pero ¿en qué momento dijiste: “Soy artista, puedo vivir de esto. Voy a tener una carrera”? ¿O nunca la tuviste segura y simplemente seguiste?

Con Alejandro Romay (importante productor de teatro y televisión) y Nicolás Mancera (importante conductor de programas musicales de televisión). Como yo vivía en el mismo edificio que Alejandro, siempre nos veíamos. A los hijos los llevaba en mi moto. Un día me dijo (imitando la voz de A. Romay): “¿Cuánto estás ganando allá con Mancera?” “Escuchame Alejandro, él por cuatro programas me está pagando tanta plata.” “Yo te pago esa plata por dos programas.” Voy y le digo a Mancera: “Mirá que me da por dos programas la plata que vos me das por cuatro.” “No te hagás ningún problema. Yo te doy por un programa toda esa plata.” Y vos no sabías dónde meterte, porque yo no sé decir que no. A mí me llaman para una entrevista, y yo voy agradecido, no tengo ningún problema. Otros tipos dicen: “No, lo que pasa que en estos momentos yo tengo que estar en tal lugar…” (con voz engolada) ¡Pará hermano!

¿Qué momento, o momentos, de tu carrera te acordás que te hayan especialmente emocionado, que te conmovieran mucho?

Cuando yo era pequeño iba siempre a mirar las orquestas que actuaban en el club “Comunicaciones”. Desde afuera, porque siendo pequeño no podía entrar. Y siempre le decía al concesionario (titular de la explotación del bar) ¡Qué lindo lugar! Te podés imaginar lo que sentí cuando me convierto en una persona un poco conocida, y voy a cantar al Club “Comunicaciones”. Fue algo extraordinario.

¡Qué viaje! ¡Volver como artista y figura al sitio que mirabas desde fuera durante tanto tiempo!

Me ocurrió también en la cancha de San Lorenzo, cuando fueron todos los grandes artistas y yo fui representando al tango. Y como eso, muchas cosas. Soy un agradecido de la vida.

Otro momento puede ser mi casamiento, porque fue muchísima gente, la gente me respetó. Además, yo no recibí un centavo. Yo no quise recibir un centavo de ninguna índole, yo no quería nada. Fuimos de luna de miel y yo pagué todo. Aunque hoy la gente no valora eso. Ahora parezco un estúpido que podía haber sacado mucha plata. Parece que no, pero hoy mucha gente diría “Yo quiero esto, quiero esto, quiero esto, y lo otro, lo otro, y lo otro.” Yo no quiero nada.

Vinieron muchos amigos, gente que yo admiro y quiero: Y la que siempre se quejaba cuando nos hacía un reportaje era Mirta Legrand (reconocida actriz y conductora de televisión) porque a ella no la invitamos. Igualmente, ella nos adoraba porque cuando ella estuvo prohibida y hacía su programa en los hoteles, a los que llamó fue a Violeta Ribas y Néstor Fabián. Y además, en cuanto había un cumpleaños de ella o celebración, nos llamaba. Una vez para festejar un aniversario juntó 100 artistas, y los únicos cantantes fuimos nosotros. “Los cantantes son Violeta Ribas y Néstor Fabián”, dijo.

Decías que a tu boda fue mucha gente que admirabas ¿Por ejemplo?

Una persona que yo admiraba muchísimo era Enrique Mario Francini. Cuando me caso, lo invito a tocar el “Ave María”. “Maestro quiero que toque el Ave María en mi casamiento”, y él me responde “¿Cuándo?”. Y yo, medio titubeando, le aclaro: “Pero Maestro, mire que yo me caso en Santa Fe.” “Yo te dije cuándo, no dónde.”

Enrique Mario Francini tocando el violín durante la boda de Néstor Fabián y Violeta Ribas, toma televisada en el programa «Sábados Circulares de Mancera».

Y como cantante ¿con quién actuaste o compartiste escenario?

Uff (suspira y mira para arriba).

Con todo el mundo

Con todos, con todos. En “El Viejo Almacén” con Edmundo Rivero. Era cuando yo cantaba a viva voz y una vez él me dice: “Cante con el interés, no con el capital”. Por eso muchas veces empleo la media voz, que es muy difícil porque se requiere más aire. De la otra manera uno larga todo, pero cuando uno hace media voz hay que controlar el aire que despide.

“Cante con el interés y no con el capital…” ¡Buenísimo!

Tenía también a Alberto Marino que me aconsejaba y que era un estudioso del canto. Él, por ejemplo, siempre me decía: “Mirá que la garganta en cualquier momento hace clic y ¡chau! Así que comportate como corresponde. Tené cuidado en las noches, en las madrugadas.” “¿Qué estuviste haciendo anoche?”, me decía, porque a veces me chequeaba.

Claro, eras joven.

Y…, uno es joven y no se pueden negar (risas).

Pero nosotros tuvimos la suerte de tener buenos equipos de sonido, ellos no. Incluso, ellos tenían que superar a la orquesta. Porque la orquesta salía con todo, eran 13, 14 músicos y solamente la voz con un microfonito que no tenía retorno.

En ese sentido, fijate lo increíble de Gardel ¿Cómo puede ser, que en aquel entonces en que el sonido, las grabaciones, eran muy diferente a ahora, la voz salía fenómeno y las guitarras no? Las guitarras podían tocar bien, pero tenían sonido de lata. ¿Y cómo él salía con esa voz? ¿Qué misterio había? Si uno escucha a otras personas de aquella época y todos cantan: “Era rubia y sus ojos celestes, la Pulpera de Santa Lucía” (canta con estilo de los primeros tangos canción, con la voz un poco aflautada). Y él tenía una voz impresionante.

«En “El Viejo Almacén” con Edmundo Rivero. Era cuando yo cantaba a viva voz y una vez él me dice: “Cante con el interés, no con el capital”.»

Y además de recibir consejos ¿cómo te formaste como cantante?

Fui a tomar clases con tres profesores de canto. El primero no me gustó porque hacía clases grupales. Con el otro había que emitir de una forma bastante extraña. Después fui a un profesor que se llamaba Hugo y que me dijo: “Vos podés estudiar canto, pero se aprende en el escenario.”

Con el rodaje.

¡Claro! A veces cantan hoy y cantan en 15 días. Tenés que cantar todas las noches, recién ahí te vas a dar cuenta cómo tenés que hacer para seguir subsistiendo.

¿Qué es lo que se puede escuchar de vos mismo en el escenario que te enseña? ¿Cómo vas encontrando tu voz en el escenario?

En principio, el sonido. Luego, influye mucho la orquesta. Dice la gente que conocía a mi mamá -yo perdí a mis padres muy temprano-, que tenía una voz muy potente. Por otro lado, escuché a mi papá cuando yo era muy chico, en una pieza que teníamos de 4×4, cantar canciones españolas muy suavemente. Entonces yo considero que tengo voz potente que me viene de mi madre y cierta delicadeza que heredo de mi padre. Y me adapto a la orquesta. Vos me escuchás cantar con una orquesta y canto de una forma, me escuchás con otra y canto de otra forma.

¿Y tenés tus arreglos?

Ya no. Yo tenía 60 arreglos. Eran tres carpetas. La gente decía: “¡Las carpetas que tiene Fabián! ¡No te podés imaginar! ¡Esto es maravilloso!” Pero me las pedían prestadas para hacer copias, y empezaron a faltarme una carpeta, otra, y, al final, desaparecieron todas. “Prestame el piano.” “Prestame el violín.” Yo tenía arreglos para violín, bajo, bandoneón, guitarra y piano. Un desastre.

¡Qué pena! ¡Serían una joyita! (asiente y me explica cómo estaban hechos caligrafiados a mano, maravillosamente encuadernado por Úber Enrique Casellas, esposo de la cantante de tango Ana Medrano)

«Tenía también a Alberto Marino que me aconsejaba y que era un estudioso del canto. Él, por ejemplo, siempre me decía: “Mirá que la garganta en cualquier momento hace clic y ¡chau! Así que comportate como corresponde. Tené cuidado en las noches, en las madrugadas.” “¿Qué estuviste haciendo anoche?”, me decía, porque a veces me chequeaba.»

¿Qué fue lo que te llevó a mantenerte permanentemente ahí en el cartel? Porque es difícil sostenerse en el cartel tantos años.

Me llaman.

Pero ¿cuál es tu encanto, tu carta mágica, porque vos y no otro?

No sé. No sé.

Porque cantar, hay muchos que cantan. Buena voz, también hay muchos que la tienen. Algo hiciste vos que te hizo único y te hizo tener esta carrera.

Flavia, no sé decirlo. Yo cuando escucho a gente que habla, “No, porque yo estuve en el Colón”, o “Yo estuve en Cosquín”; bueno, yo estuve en el Colón con la orquesta de Héctor María Artola, y fui uno de los primeros cantantes en Cosquín.

¿De qué edad estamos hablando? ¿Qué edad tenías cuando estuviste en el Colón?

Tendría 25, 26 años.

¿Qué sentiste? Porque el Colón sabes lo que es a cualquier edad.

¿Querés que te cuente cómo fue? Yo quería cantar “Sus ojos se cerraron”. A mí ese tema me emociona mucho, Gardel…, me hace llorar, no puedo verlo. A lo mejor, si lo escucho, … pero si veo la película, me mata. Ensayo a la tarde sin gente, pocas luces… ahí fue una cosa, pero, cuando llega la función, una orquesta que ya te podés imaginar ¡Una sinfónica! Me anuncian con todo, “Néstor Fabián”, veo todo eso… y comienzo: “Sus ojos se cerraron…” (entona con voz muy “aflautada”). Menos mal que estaba Colangelo (José) y me dio el tono, que si no iba a ser un desastre.

¿Y decís que también fuiste uno de los primeros en ir a Cosquín?

Sí, a Cosquín fui tres veces.

¿Cómo ves al tango ahora?

Mal. En principio, no hay medios de comunicación. La televisión cero, fatal. Hay “mojones” por ahí. A mí me ocurrió varias veces que me dijeran: “Ché, vení a cantar tal cosa, bla, bla, bla”. Y en mitad de la canción la cortan. O la vez pasada fui a un lugar, y ya “en el aire” me entero que yo cantaba para homenajear a otra persona. “¿Cómo es esto? Si a mí no me dijeron nada”, pensás. Pero, te tenés que callar la boca. Después cuando viene la revancha se lo tenés que decir.

Otra cosa. Cuando hay un programa de tango, pasan sobre todo temas de gente que ya no está entre nosotros, y que quizás estando en vida, no los pasaban tanto. Así pasan ocho temas de gente que lamentablemente desapareció, grandes cantantes, maestros de todos nosotros, yo los admiro a todos, pero solo pasan “un” tema de gente que está todavía trabajando, entre nosotros.

Lo que más se escucha es la década del ’40 del tango.

Lo mejor de todo. Hay cada versión, ¡mamita mía! Por ejemplo, Horacio Salgán con el Polaco Goyeneche haciendo “Margarita Gauthier”, eso es una obra maestra. Cada vez que pienso que estoy cantando fenómeno pongo a Goyeneche con Horacio Salgán, y tengo que volver …

«Vos podés estudiar canto, pero se aprende en el escenario… A veces cantan hoy y cantan en 15 días. Tenés que cantar todas las noches, recién ahí te vas a dar cuenta cómo tenés que hacer para seguir subsistiendo.»

¡…a practicar! ¡A repasar! (risas)

¿Quiénes fueron los cantores que más admirabas?

¡Marino! (Alberto) Yo cuando era pibe cantaba como hacía él. Otro de los más queridos y preferidos por mí, era Floreal Ruíz. Un señor cantante, como persona, como todo. Otro, Oscar Alonso, su versión de “Che bandoneón”, ¡Ahhh! Jorge Casal, Enrique Campos, Horacio Deval. A mí me gustan todos los cantantes. Hugo del Carril, me apasiona. Cuando yo cantaba en “Caño 14”, al lado había un bolichito (de “boliche”, club nocturno). Ahí cantaba Hugo del Carril. Las vueltas de la vida… Eso a mí me impresionaba mucho, Hugo del Carrill cantando en ese boliche, ¿cómo explicarte?…

¿Bolichón?

Era un cabaret. Y al lado, en “Caño 14”, cantando yo… Bue’, dejalo ahí.

También cantaba Amelita Baltar, pero no cantaba tango, cantaba folclore. Y ahí Piazzola la conoce. Cuando el tango dice (lo canta) “Por las noches, cara sucia, de angelito con bluyín. Vende rosas por las mesas, del boliche de Bachín …”, no era Bachín. El Pibe ese vendía rosas comenzando por ese local y por “Caño 14”. Y después venía una mujer muy mayor que también vendía flores.

¿Y de las orquestas? ¿Qué momentos especiales me podés contar?

Otro que admiraba muchísimo, junto con Francini (Enrique Mario), era Armando Pontier. No he sido su amigo porque ellos eran de una generación anterior, y tenían sus amistades, sus códigos y yo recién comenzaba, así que cuando ellos tenían que hablar algo “importante” (con énfasis), me decían: “Usted, retírese”, directamente. No me decían ni “Che”, ni “Pibe”, ni nada. Directamente, “Usted, retírese”.

Con Pontier canté en Estados Unidos. Y entonces pasó algo curioso porque coincidimos que también estaba Aníbal Troilo que me dice “Pibe, ¿no puede cantar conmigo “La última curda”, “Garúa” y “Una Canción”?” “Sí, Maestro, pero yo vengo con Pontier. Espere que le pido permiso.” Y cuando se lo digo a Pontier, me dice: “¿Y usted, me tiene que pedir permiso? ¡Por favor! Vaya tranquilo.”

Con Tito Reyes, rodeado de Hippies, tras la presentación con Aníbal Troilo y con Armando Pontier y sus orquestas, en el Hunter College de New York.

Era una cuestión de códigos.

¡Claro, claro! En eso yo siempre fui muy respetuoso.

¿Sabés qué pasaba? Que Tito Reyes, el cantante que llevó Troilo en esa gira no se sabía ninguno de esos tangos. Y “Una Canción” a la postre era la canción más querida de Troilo, y la que más le emocionaba como autor. ¡Un tema precioso!

¿Cómo hacía Troilo (Aníbal) para lograr, según se dice, la mejor versión de todos los cantantes?

Porque él cantaba. Tenía una voz media ronca… “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? Pero ¿cuándo? …”  (recita imitando la voz de Troilo).

La primera prueba que doy fue con Troilo a mis 16 años. Me llevó a la calle Callao 11, donde había salas de ensayo. “¡Qué lindo color de voz!”, me dice. La gente siempre me decía “¡qué lindo color de voz!” “Mañana te espero en el Hospital Fernández”. Fui allá y me vio un otorrinolaringólogo. Yo siempre cantando con voz potente, y este médico me puso una cucharita en el paladar, con la lengua afuera, y dije “A” y … (empieza a emitir la voz con gran dificultad) “No, no. No va. Es muy joven. Puede cantar donde quiera, no puede tener un trabajo permanente.”

Roberto Grela también cantaba. Cuando yo cantaba con él “Las cuarenta”, yo me hacía el olvidadizo. Muchas veces cuando quiero que alguien cante, yo me hago el olvidadizo, como si se olvidara la letra… y entonces alguien “se arranca” (del lunfardo, “empieza a cantar”).

Néstor Fabián y Atilio Stampone.

¿También trabajaste con Atilio Stampone, no?

Sí, estuve con Atilio en el viejo “Caño 14” de la calle Uruguay, porque después fue a la calle Talcahuano. Estuve también con él dos meses en Rusia. Además, grabé dos longplay. Atilio un fuera de serie, un ser maravilloso como persona.

También actué con Osvaldo Berlingeri. En estos momentos, se me van algunos nombres de la mente. Es que son muchos, son 62 años.

¿Qué soñabas en esas noches de joven que mirabas las orquestas, con la “ñata” contra el vidrio”? ¿Qué imaginabas?

No, nada. A mí me gustaba cantar.

Y si vos hoy le hablaras al pibe que vos mismo eras cuando empezabas a escuchar a esas orquestas, ¿qué le dirías?

¿La verdad? Que soy un fenómeno. Lo que he hecho, soy un fenómeno.

No imaginabas hacer todo lo que hiciste.

¡No! Además, jamás pedí trabajo.

Flavia Mercier con Néstor Fabián después de la entrevista en Michelangelo.

¿Querés decir algo más?

No, pregúntame lo que vos quieras.

¡No nos vamos más! Te preguntaría tantas otras cosas más, y tenés que actuar. Muchísimas gracias Maestro, por la entrevista, por la pasión y la entrega al público, y al tango.

Más allá de los estudios de canto, a cantar se aprende en el escenario al darse cuenta qué es necesario hacer para “seguir subsistiendo” como cantante, nos dice Néstor Fabián con 62 años de trayectoria.

Saber hacer algo no es solo cuestión del aprendizaje de una técnica que permite lograr una destreza, sino, también, de “aprehendizaje” de un medio – en tanto instrumento, lugar y entorno- que tiene más que ver con lo que se capta con los sentidos y no con “el” sentido. El escenario sería el medio más adecuado para captar cómo usar la voz como instrumento a fin de conmover al entorno. Hay un “saber hacer ahí”, que no se puede adquirir en ningún otro lado, porque tampoco está a la venta “prêt-a-porter” (listo para llevar), sino que hay que pagar por su adquisición con la propia presencia, con un “saber estar ahí” del que también el artista va adueñándose con el hacer. Hay en ese “ahí” algo del orden de lo espontáneo, lo imprevisible e, incluso, inconcebible, en tanto no puede explicarse con palabras. Por eso mismo, tampoco es maestro quien solo habla desde la “cathedra”, sino quien por haber hecho de su arte su tarima, muestra cómo se está “ahí” y cómo se hace “ahí”.

Por otro lado, Néstor Fabián cree que no solo hay que tener talento, sino también suerte. Cabe señalar que, así como la inspiración solo llega a quien está trabajando, según diría Picasso, el azar solo llega a quien está buscando. La geografía al abasto no es infinita, viene signada desde “los tiempos aquellos”. Hay también piedras en el camino, desvíos y encrucijadas, pero es la lumbre del deseo lo que alumbra como presente lo que se presenta en los meandros de la vida. Es el calor de su aliento lo que puede templar la roca en piedra angular de la propia existencia, permitiendo así construirse un lugar, y no terminar “perdido por las calles del mundo, como un duende errabundo, en su afán por llegar”.

Flavia Mercier

José Colangelo: “La música nuestra tiene una particularidad: no se puede tocar solo lo que está escrito.”

Hoy este Patio de Artistas se engalana para recibir a un grande de la música porteña. El maestro José Colangelo, el “Pepe” Colangelo como le llaman sus amigos y colegas. Eximio pianista, prolífero compositor y director, con más de 65 años con el tango, Colangelo formó parte de la vanguardia del tango que encabezara Astor Piazzola tras haber desarrollado una extensa, e intensa, carrera, junto a verdaderos íconos de la música ciudadana porteña. Él fue el último pianista de Aníbal Troilo y antes fue el pianista de Leopoldo Federico acompañando a Julio Sosa. Integró también la formación de Ángel Domínguez y la orquesta de Ricardo Malerba en Radio Splendid. Realizó una cifra verdaderamente “impresionante” de grabaciones -llegó a realizar más de 100 grabaciones en un año-, entre los cuales destacan la que realizó con Juan de Dios Filiberto y el último disco de Pedro Laurenz. Además de Julio Sosa, acompañó a grandes voces de la escena tanguera como a Elba, José y Raúl Berón, Mario Bustos, Néstor Fabián, Jorge Falcón, Roberto Florio, Roberto Goyeneche, Libertad Lamarque, Alberto Marino, Héctor Mauré, Edmundo Rivero, Floreal Ruíz, Alba Solís y Nelly Vázquez, entre otros. Con Susana Rinaldi realizó una temporada en el Olympia de Paris junto a Leopoldo Federico, y después él continúo una extensa gira mundial por más de 3 años junto a la señora Rinaldi. Fue figura en Japón con múltiples giras al país nipón. Armó sus propias agrupaciones como el “Cuarteto Colangelo”, insignia de la vanguardia tanguera. Hoy a sus 82 años derrocha energía y pasión por el tango, amarrado a un piano que, como él mismo destaca, “le salvó la vida”; y nos regala una entrevista en la que nos permite conocer un poquito más, no sólo de él, sino de verdaderos íconos del tango.

José Colangelo y el Quinteto Colangelo en La Usina del Arte – 2013. En la foto de izq. a der. José Colangelo (piano), Daniel Falasca (contrabajo), Horacio Romo (bandoneón), Humberto Ridolfi (violín) y Ariel Russoniello (violoncello).

¿Qué fue primero, la música, el tango, o el piano?

Yo creo que fue todo junto, fue todo a la vez. Por un lado, heredo de un tío abuelo, Salvador Colangelo, que había tocado con Divasto (Julián) y Sureda, y había compuesto. Después, de mi viejo. Mi viejo había tocado el bandoneón en las comparsas “Los Marinos Unidos del Plata” y en “Los Verduleros”. Pero ¿qué pasa con mi viejo? Cuando se casa con mi vieja, Antonia le dice: “Nardo, tenés que dejar la música. ¿No vas a seguir con la milonguita? Ahora tenés que seguir en la “Dunlop””. Así que mi viejo dejó la música y siguió en la “Dunlop”.

También me influyó mi abuela coruñesa que fue un ángel y que bailaba y cantaba todo el día. Doña Manola, como le gustaba que le llamaran aunque su nombre era Manuela. Yo nací en una casa con mucha alegría. Además, fijate vos, mi casa quedaba en una calle con nombre de músico: “Donizetti”. En aquella época, en las casas se hacían las fiestas, los velorios, los partos, todo se hacía en casa. Fuimos muy hogareños. Tuve la suerte de nacer en una época en la que no había televisión, lo cual significó que tuviéramos diálogo. Teníamos una radio vieja, puesta allá arriba, sin que nos impidiera conversar. Mi viejo traía a escondidas “La Vanguardia” y la discutíamos. Aunque lo perdí muy joven -él tenía 50 años y yo 20-, tuve muchas charlas con mi viejo.

Y, por otro lado, mi vieja. Una muchacha con sexto grado y con todas las ganas que sus hijos fueran importantes, por lo que se ocupaba de averiguar todo lo que teníamos que estudiar: “Vas a ir a la Pitman (antiguas escuelas de mecanografía, y dactilografía o estenografía), y vas a hacer mecanografía y estenografía”. Y aunque ella no quería que me dedicara a la música, fue la que averiguo que a cinco cuadras de mi casa había una profesora de piano, Margarita Echetto. Un amor la “profe”.

Un día, a los cinco o seis meses de estudiar, la “profe” me dice: “Josecito, ¿No te estás aburriendo con tanto Hanon, Doupond y Kolher? (libros de estudio de música) ¿No tenés algunas cosas populares?” “¡Mi viejo, tiene! Mi viejo y mi tío tienen.” Entonces levé una ranchera, “La Cumparsita”, “Desde el alma”, “El Garrón”, y empecé a tocarlas. Con mucho sacrificio mis viejos me habían comprado un pianito de estudio con arpa simple, un “Pleyer”, y, ¿sabés qué pasó? mi viejo, al escucharme tocar esas cosas, fue a buscar el “fueye” (bandoneón), le sacó el polvo, y abrió la ventana de la sala que daba a la calle Donizetti. La gente pasaba y decía “Mirá, está el Nardo tocando con el nene”. Con el primero que yo toqué fue con mi viejo, a los 7 u 8 años.

«El otro día a un chico que me preguntó “¿Cuándo voy a tocar bien Maestro?” “Cuando tengas callos en el culo”. Y además no empieces con Piazzolla, empezá por la A, empezá haciendo “parrilla” . Hoy hay un poco de desprecio por parte de algunos jóvenes que no tienen ni idea ni quién fue Troilo … A mí eso me enerva y por eso estoy haciendo muchas “masterclass” sobre compositores. (…) ¡Es impresionante la cantidad de compositores que hay! Somos muy afortunados los tangueros, tenemos un gran repertorio y muy valioso.»

¿Y por qué piano y no otro instrumento?

No sé, pero era tanta la locura que me despertaba en mitad de la noche y me ponía a tocar. ¡Me cagaban a pedos! ¡Te imaginás!

¡Qué linda locura!

¡Que por suerte me dura! “Este” (señalando al piano) me salvó la vida en los momentos más difíciles. Yo venía de una herencia jodida, mi abuelo murió a los 62, mi papá a los 50. Cuando pasé esas dos edades no lo podía creer. Yo superé un cáncer.

¡Le torciste el codo al destino!

Además, soy viudo de la madre de mis dos hijos. Después tuve un segundo matrimonio que terminó en un divorcio complicado, quedé mal parado económicamente, tenía más de 60 años, era el 2001 (año de la crisis económica en Argentina que derivó en la restricción de los depósitos bancarios que se conoció como el “corralito”), … me acuerdo que pensé: “Y, bue’…, tendré que ir a jugar a las bochas (petanca) con los muchachos.” ¿Sabés qué me salvó? La música y mis hijos. Me dio otra vez ganas de vivir y entonces conocí a mi actual mujer, con la que llevamos 22 años. Además, aprendí algo: ¡Ojalá todo en la vida se pueda pagar con plata! ¡Es lo más barato!

«Para mí el incentivo siempre fue estar acá con “la novia” (el piano). El escenario te produce algo muy lindo que es la gran adrenalina cuando no sabés si a un público lo podés. A veces los podés de entrada, pero a veces no y tenés que buscarlos. Y eso es hermoso, es una lucha muy linda. Una vez que lo lograste, todo va a ser hermoso.

… este me salvó la vida en los momentos más difíciles.»

¿Puede ser, también, que, más allá de esa fatídica herencia genética, tu viejo te dejó su deseo como legado cuando volvió a tocar con vos? Ese deseo te sostuvo. Y tu vieja te ayudó a realizarlo, porque fue la que buscó la profesora de piano.

Claro, mi viejo vuelve a tocar conmigo, … (se le entrecorta la voz) … me emociona mucho hablar de mi viejo porque fue el que me dio el gran impulso. Gracias a él llegué a este hoy. Él me vio ensayar con orquestitas de barrio durante 6, 7, u 8 meses, para hacer un programa de radio gratis. Cuando empecé a los 17 años en Radio Splendid con un tal Ángel Genta, para aceptarme me hizo ir a ensayar 30 noches seguidas, y mi viejo me acompañó cada una. Él vio los comienzos de todo, fue un gran entusiasta aun teniendo una enfermedad terminal terrible como un cáncer en la tráquea.

La familia Colangelo. De izq. a der.: Su madre, Pepe, su hermano y su padre.

Mi vieja con el tiempo se tuvo que resignar. Porque, claro, una cosa era cuando venían las tías. “Tocale un vals a las tías”, decía. Pero otra muy distinta era cuando yo decía “tengo que hacer un cambio en el “Tabaris” “(emblemático teatro de burlesque y music hall). “¡Noooo! ¿No lo vas a dejar, no?”, le decía a mi viejo. Aun así,  averiguó dónde había una profesora de piano. ¿Qué quería mi mamá que fueran sus hijos? Contador público y después gerente de banco. Por lo tanto, estudiamos “Perito Mercantil” (equivalente al bachiller con especialización en teneduría de libros contables), y después Ciencias Económicas. Ya había hecho 1 año, y empiezo a tocar de noche teniendo que ir a la facultad a las 6, 7 de la mañana. “Vieja, ya no aguantó más…”, le dije. Y para que me dejara seguir con la música, le hice una apuesta. “…Vamos a hacer un trato. Dame 1 año, si me va mal con la música, “largo” (en lunfardo, “dejo”), sigo la facultad, y me empleo en un banco”. Y bueno, me fue bien (risas).

Contame más de aquellos comienzos.

¿Sabés una cosa? Yo tengo una debilidad: los sándwiches de miga. Entonces, ¿qué hacía? Averiguaba quién se casaba para hacer serenatas. Como no podía llevar el piano, un amigo, Fontana, me prestaba un acordeón. “¡Fontana!” “Ya sé, tenés serenata.” “Sí, tengo que tocar para la novia.” Llevaba conmigo a un hombre grande, Alfredo González, que tocaba la guitarra y era un personaje; y a otro, César, que llevaba las maracas… ¡Escuchá bien! ¡Mirá qué trío que hacíamos! Entonces, al terminar, el padrino te daba unos cinco “mangos” (pesos), pero, lo más importante, ¡te invitaba a la fiesta y comías sándwiches de miga!

En esa época pasó otra cosa muy graciosa: recibo mi primer premio arriba de un camión, dando la vuelta en el corso (comparsas de carnaval). Era la UCA – Unión Comerciantes de Alberdi-, unas 10 o 12 cuadras, e íbamos tres acordeonistas tocando.

Así fueron los comienzos, antes de lo profesional. Yo cuento siempre lo profesional, a partir de los 17 años, en Radio Splendid, cuando ya me pagaban, aunque antes me pagaron algunas cosas.

¿Y qué de ese momento, no “tan” profesional, pero en el que nace el artista, cuando tu papá saca el fueye y abre las ventanas para el público del barrio? ¿Qué sensaciones quedaron en tu cuerpo de aquellos momentos?

Me ponía muy feliz. Ver la cara de mi viejo fue muy lindo. Esa mirada de complicidad que tenía conmigo cuando me veía ensayar me ponía muy feliz. Y, a la vez, era muy emotivo porque yo sabía que tenía los días contados. De hecho, falleció en mis brazos. Esa imagen de mi viejo cuando yo ensayaba, todavía hoy me acompaña, todavía hoy me sirve, todavía hoy me ayuda, todavía hoy me dice lo qué tengo que hacer.

«El estilo Colangelo es Colangelo. Es lo que siente Colangelo. Es lo que le pasa a Colangelo (…) Y Colangelo es un tipo que es feliz tocando tango.»

Entonces, tus inicios profesionales fueron en Radio Splendid.

Sí, en Radio Splendid. Después trabajé con Ángel Domínguez, en su agrupación. El Gallego fue un tipazo y un gran compañero. Me ayudó muchísimo y tocaba muy bien (con énfasis)el bandoneón. Y conocía muy bien (con énfasis)el género del tango. ¡Gracias, Gallego!, allá donde estés. ¡Te quiero mucho!

En esa época no había televisión, así que la radio lo copaba todo. Y en cada radio había lo que se llamaban “Estables” (orquestas): la “Estable de tango” y la “Estable clásica”. Había orquestas en cada radio, que después pasaron a la televisión. Estaban Los Marafioti, Artola (Héctor) en Radio “El Mundo”, Ferrucho Marsán, y otros más.

¿Estamos hablando de la década de los ‘50, ‘60? ¿Cómo era esa época?

Viví cosas muy lindas. Códigos que ya no están. Una noche hermosa que ya no existe, aunque había que saberla caminar. En ese momento, a la noche no la caminaba cualquier “gil” (en lunfardo, ingenuo). Un gil se tenía que ir, porque nosotros teníamos idiomas y cosas especiales. Terminábamos a las 4 de la mañana, y nos encontrábamos en “Zümbier”, en “Arturito”, o en algún otro, con los compañeros de trabajo. Venían las chicas del alterne y las invitábamos a comer. Entonces esperábamos hasta las 5 y media de la mañana para ir a buscar las medialunas calientes por el costado de la panadería. Todas esas cosas no las va a entender nadie si no las vivió. Fueron muy importantes y muy lindas, y a mí no me las contaron, yo las viví.

José «Pepe» Colangelo junto a Aníbal Troilo, «Pichuco», entre otros.

¿Por qué fueron importantes? ¿En qué los hacía diferente el vivirlas, o el compartirlas? Quizás se tratase de esto último…

El compañerismo que había. A mí me ayudó mucha gente. Nadie se hace solo en esto, ni nadie inventa nada en esto. Además, siempre había gente en la calle Corrientes. Hoy más allá de las 11 de la noche no hay nadie, ni el vigilante. Y hoy todo es turismo. Traen quinientos tipos, los tiran ahí en el boliche, se comen el bife de chorizo, la mayoría bosteza, no tienen ni idea de quién está tocando, aplauden más o menos, y se van. Hoy no tenés que dar ninguna prueba, pero en la época que yo te digo, a “Caño 14”, “El Viejo Almacén” y “Michelangelo” no iban los turistas, iba la clase media y sabía de tango. Estaba el habitué del martes, del miércoles, del jueves… Ahí vos tenías que demostrar que verdaderamente eras músico.

¿Qué te influyó más, escuchar tocar a otros músicos, o escucharlos contar su experiencia?

Las dos cosas, pero fundamentalmente escucharlos tocar. Yo soy de los que creen que era importante escuchar a otros músicos. Todas las influencias son válidas. Vos escuchás a todos, y, al final, terminás siendo vos. Yo tuve la suerte que nací en una época en la que existían dos cafés en los que con 1 peso te pagabas un café y te veías tres orquestas. La “Richmond” de Suipacha y la “Richmond” de Esmeralda. Después, cuando llegaba a casa, imitaba a cada uno hasta cómo ponían los codos, ya sea al “Tano” Berlingeri (Osvaldo), al Negro Romero, a Juan José Paz, a Osvaldo Manzi, y, por supuesto, a mi ídolo, Horacio Salgán.

¿Por qué era tu ídolo Salgán?

Ya en los ’50 Salgán tenía una orquesta hermosa que hoy todavía suena actual. Él tuvo la virtud de darle un “swing” muy especial al tango sin restarle tango. A mí me tenía podrido eso de que el tango es triste. No es verdad, el tango se puede tocar con mucha alegría. Alguien me dijo una vez: “Pibe, usted toca con alegría. No la pierda. No deje que le roben el moño de comunión.” Eso me lo dijo el Gordo Pichuco (Aníbal Troilo).

«Tenés que acompañar a esos con los cuales vas a tener piel. Porque la música se siente por ósmosis, pasa por la piel. Hay tipos que no te gusta como cantan, no tenés ganas de acompañarlos. Y bailarines de esos que quieren todo corriendo, menos. Yo les escapo.»

Tocaste con algunos de los músicos de Salgán que formaron “Los Embajadores”.

Sí, tenés razón. Con Alegre, Bodas, Alfonsín y Navarro, que fue el primero en poner una guitarra eléctrica en el tango. Con ellos, y Carlitos Nogués como cantor, hicimos radio. Esa época yo hago mucha radio y grabo cualquier cantidad de discos porque tuve una suerte enorme: Berlingeri -que para mí era el pianista más importante-, tenía mal carácter, estaba peleado con todos; entonces, no lo llamaban. Por ejemplo, Garello (Raúl) no lo llamaba. Y Garello grababa todas las semanas. Con él grabé con Goyeneche (Roberto), con la Orquesta Típica Porteña, con su orquesta, con Juárez (Rubén), con Rosanna Falasca, con Maribel Marcel, con Julia Sandoval. E instrumental en “Odeón” (discográfica). Y me pasó también que yo fui el pianista que acompaña a Pedro Laurenz, que estaba en el Quinteto Real, cuando Pedro graba su último disco; y Pedro me toma mucho cariño. Y cuando Horacio (Salgan) ya no quería tocar más de noche,  Pedro me sugiere a mí, pero Francini dijo: “No, es muy joven”.

¡Era impresionante la cantidad de grabaciones que había en ese momento! ¡Llegué a hacer más de 100 grabaciones por año! Por eso cobro muy bien en ADI (Asociación Argentina de Intérpretes). Bueno, además soy el secretario de ADI (risas).

¿Y cómo llegaste a ser el pianista de Leopoldo Federico?

Cuando tenía 21 años, un día tocan el timbre de mi casa, atiende mi vieja, y el Gordo Federico le pregunta “¿Está su hijo?” “¡¿Qué hizo mi hijo?! ¡¿Qué hizo mi hijo?!” (con voz de angustia), “No, no se asuste señora, soy Leopoldo Federico, lo vengo a probar. Porque si anda bien, va a empezar con mi orquesta y con Julio Sosa a partir de mañana.” ¡Yo no lo podía creer! Salí enseguida. “Quédese tranquila señora, lo voy a llevar acá cerquita, a Ciudadela, a lo de un bandoneonista amigo -era Rossini-, que tiene piano y ahí lo voy a probar”. Me prueba y me dice “Ya está, mañana empezás.” “¡¿Qué?!”, digo yo. ¡Fue un flechazo! Para mí fue algo muy, muy importante.

«El Gordo (Federico) fue una cosa increíble, ¡lo amé al Gordo! …De él tomé algo muy bueno que tenía: el Gordo tocaba como si fuera la última vez que iba a tocar. ¡Tenía unas ganas! Estuviera mal, estuviera bien, subía el escenario, y nada, tapaba a todo el mundo, no necesitaba a nadie, los otros bandoneones desaparecían.»

¿Cómo llega él a vos?

Porque averigua. Averigua por intermedio de José Dames que era muy amigo de un tío mío, el Tito, que hacía teatro independiente. Él estaba buscando un pianista porque el Negro Flores (Manuel) ya estaba muy mayor y se había casi retirado, y Robertito Grela -muy amigo mío-, me recomienda. Increíble lo que hizo Leopoldo conmigo, yo le debo mucho. El Gordo fue un amor de tipo. Lo amé, lo sigo extrañando todavía.

De izq. a der., abajo, Atilio Stampone, Leopoldo Federico, y Horacio Ferrer; arriba, Hugo Marcel, José Colángelo y Hugo Rivas, todos reunidos con motivo de la celebración de los 55 años de la Orquesta de Leopoldo Federico.

Y trabajar con él era también trabajar con Julio Sosa. Cuando hablamos de Julio Sosa hablamos del número más importante de tango que había. Es más, era el único número de tango que todavía trabajaba, porque esa era la época del “Club del Clan” que había eclipsado todo lo demás, y para los tangueros, ¡minga, nada, cero! El único que competía con el “Club del Clan” era Julio. Él hacía cinco shows los sábados, cinco los domingos, salíamos un jueves y volvíamos el lunes, un día estábamos en el Teatro Comedia de Córdoba, y al siguiente en el Teatro Comedia de Rosario, grabaciones, tele, radio. ¡Impresionante! Estaba más tiempo con él que con mi familia. Tres años y medio estuve con Julio, hasta que murió en Noviembre del ‘64. ¡Nunca vi un velorio igual!

¿Fue muy multitudinario, no?

Yo vi dos velorios así: ese y el de Eva (Perón). ¿Sabés que Julio era de Las Piedras (Uruguay), no? Prácticamente, no tenía familia acá (Argentina), así que nos hicimos cargo con la Orquesta. Empezamos en el “Salón Argentina”, ahí en Rodríguez Peña casi Corrientes, pero fue tanta gente, que el salón no daba abasto y se aglomeraban. Se enteró Tito Lectoure y nos dijo: “Muchachos, vengan al Luna Park” (estadio a cubierto que alberga muchos shows y conciertos por su gran capacidad). Allá fuimos. El desfile fue incesante. Al otro día, a las 9 de la mañana, lo llevamos a pulso entre los músicos desde el Luna Park, por Corrientes (emblemática avenida del circuito teatral porteño), hasta el cementerio de la Chacarita (más de 9 km, un trayecto de 2 horas a pie). ¡Impresionante! ¡La gente que se acercó! ¡Y cómo tiraban flores desde los balcones! Llegamos a las 8 de la noche a Chacarita (11 horas después).

Contame más de Julio Sosa. ¿Qué destacarías de él como artista?

Julio tuvo grandes virtudes. Primero: a todos lados iba con toda la orquesta. Segundo: llevaba todo el equipo de sonido, su locutor y su “plomo” (responsable del traslado y montaje de los equipos de sonido). Tercero: cuando grababa no quería hacerlo con “play-back”. En esa época los cantores ya empezaban a grabar en play-back. Él no, él se metía en el medio de la orquesta, tenía necesidad de sentir a los músicos alrededor para que lo “contagiaran”. Y cuarto, para mí, fue un “sex-simbol”: las mujeres estaban locas por él. Y cuando subía al escenario no se escuchaba ni el sonido de una mosca.  Además, había aprendido a gesticular muy bien, con lo cual daba muy bien en televisión. Hacíamos “Copetín de tango” todas las semanas, todas.

José Colangelo acompañando a Julio Sosa como pianista de la Orquesta de Leopoldo Federico.

Aparte Julio era un tipo sin grises, o te gustaba o lo odiabas. Me acuerdo de una vez que lo estaba esperando una comisión de chicas para discutir unos temas con él, que yo pensé: “¡Uy! ¡¿Cómo va a terminar esto?!” A los cinco minutos estaban muertas de risa. En cambio, otra vez tuvimos que salir corriendo de un pueblo porque le pegó al diariero y “el que le pega al diariero le pega al pueblo entero”. “¡A la miércoles!” Todos subimos corriendo al micro y “¡rajemos!” (en lunfardo, “huyamos”).

Gracias a Julio conocí el interior del país -para entonces ya lo habíamos hecho todo- porque, como buen porteño, no conocía nada más allá de la General Paz (avenida que hace de límite entre la Ciudad de Buenos Aires, y las provincias). Ahí aprendí lo lindo que es el interior del país, su gente, cómo te cargan las “pilas”. ¡Hoy, todavía es así!

Y Julio era un tipo muy inteligente. Tanto que empezó haciendo “Cambalache”, “Padrino pelado” -cosas más “en joda” (en lunfardo, en broma)-, y terminó haciendo “Nunca tuvo novio”, “María”. Es decir, ¡se pudo permitir cambiar su repertorio! Hizo lo que quiso. Me acuerdo que lo último que grabamos fue “Siga el Corso”, “Milonga del 900” y “En esta tarde Gris” que cantó prácticamente llorando.

Trabajar con Julio fue una experiencia muy linda. Lo viví tan inconscientemente que recién ahora tomo consciencia de lo que fue.

¿Cómo era Federico (Leopoldo)?

El Gordo era muy juguetón, era un nene grande. Además, era joven, yo tendría 21 años y él tendría 30 y pico. Llegabas a un hotel y te había decorado la araña de la habitación con papel higiénico. O te aflojaba la puerta para que cuando la abrieras se cayera. O se disfrazaba de mina y te golpeaba la puerta haciéndose pasar por una mina. El Gordo fue una cosa increíble, ¡lo amé al Gordo! (con énfasis)

José Colangelo con Leopoldo Federico.

Con él también viví una experiencia muy linda en París. Fuimos al “Olympia” (probablemente el más importante teatro de París) junto con la “Tana” Rinaldi (Susana) a hacer 9 conciertos. Estamos hablando del año ’80 u ’81. En ese momento nosotros éramos socios en un 60% y 40%. “La Orquesta de Leopoldo Federico con la participación especial de José Colangelo”. Pero como en ese viaje solo él y yo acompañábamos a la Tana, él me dice: “Acá somos 50 y 50”. ¡Fijate vos la decencia! Yo de Leopoldo sólo puedo decir cosas buenas.

José Colangelo (izq.), Susana Rinaldi (cent.), y Leopoldo Federico (der.) en el Teatro Olympia de París.

¿Qué te trasmitió Federico de tango, cómo te influyó?

Todo, todo. De él tomé algo muy bueno que tenía: el Gordo tocaba como si fuera la última vez que iba a tocar. ¡Tenía unas ganas! (con énfasis). Estuviera mal, estuviera bien, subía el escenario, y nada, tapaba a todo el mundo, no necesitaba a nadie, los otros bandoneones desaparecían. Tuvimos la suerte que su última grabación la hizo con nosotros, con ella (en alusión a Gabriela Rey, cantante y su pareja) graba dos temas y conmigo graba un tema mío, “Japón Tango”, que le dediqué a Japón porque me había ido muy bien allá. Hice 10 viajes casi seguidos con mi propia compañía y tengo más de 6 CD’s editados en Japón. Y tengo muy buenos amigos.

Después de ese viaje a Paris, ¿Seguiste con Susana (Rinaldi) mucho tiempo, no?

Después del Olympia de Paris, el Gordo (Federico) no quiere saber nada con seguir con la gira, él quiere volver con su orquesta. Entonces la Tana me dice: “Vos no me podés abandonar, Pepe.” Se lo digo al Gordo: “Te voy a tener que abandonar. Te busco un pianista y te lo ensayo, pero te voy a tener que abandonar.” “Es como si me cortaran un brazo”, me dice. “No seas guacho, no seas turro, no me quites esta posibilidad. Me voy a la isla de Creta, a Israel.” Iba como director ganando 500 dólares por show.” Tres años años con Susana, del ‘80 al ’82, recorriendo todo el mundo como su director musical. Después del Olympia de Paris, estuvimos en la “Philarmonie” de Berlín, en el “Mann Auditorium” de Tel-Aviv, el “Binyaney Ha’ouna” de Jerusalén, vamos a la isla de Creta a la fiesta de Heraklion, ahí nos encontramos con Piazzolla, y después casi todo América, empezando por México. De acá (Argentina) solo llevabámos el bandoneón, a lo sumo el baterista, tenía que encontrar todos los músicos allá. ¡Conocí cada músico!

Y como el tiempo siempre da revancha, a la vuelta actué otra vez con el Gordo (Federico) haciendo actuaciones especiales.

¡De Donizetti al mundo! Tu papá no podía imaginar que cuando abría las ventanas de tu casa no las abría solamente a la calle Donizetti sino ¡al mundo!

Y eso que no te conté cuando estuve como director invitado del “Café de los Maestros” (gira del documental homónimo dirigido por Miguel Kohan y coescrito y coproducido por el ganador de un Oscar, Gustavo Santaolalla). El “Café de los Maestros” significó estar en Hong Kong, Singapur, Emiratos Árabes, el Golfo de Omán, Seúl, Bélgica y todo Brasil. En fin, por todo el mundo. Para mí fue muy importante, además porque era muy joven todavía. De repente se habían muerto muy rápido, Salgán, Mores (Mores), …, ya no quedaban pianistas de aquella época.

Por cierto ¿hiciste cine, también? La banda sonora de un par de películas, ¿no?

Sí, hice dos películas con Sergio Renán: “La Tregua” y “Sentimental”. Y después una con Lucas Demare y Susana Rinaldi, que se llamó “Solamente ella”.

¡Nada más y nada menos que “La Tregua”! ¡Peliculón!

José Colangelo (der) junto a Héctor Alteiro (cent.), protagonista de la película «La Tregua», y Oscar del Piore. (izq.)

¿Y por dónde corrían tus “ansias”, cuál era tu enganche: el piano o el escenario?

Para mí el incentivo siempre fue estar acá con “la novia” (el piano). El escenario te produce algo muy lindo que es la gran adrenalina cuando no sabés si a un público lo podés. A veces los podés de entrada, pero a veces no y tenés que buscarlos. Y eso es hermoso, es una lucha muy linda. Una vez que lo lograste, todo va a ser hermoso.

¿Cuál es el arte de acompañar a un cantante? ¿Captarle el estilo?

Claro, hacer arreglos para ese cantante, que le vengan bien a ese cantante. Esa sería la virtud necesaria. Además, cuando toca acompañar, el músico tiene que saber ubicarse. Ahí ya dejó de ser protagonista. Eso Pichuco (Aníbal Troilo) lo tenía “re” claro. Cuando iba el instrumental: “Muchachos, ¡arriba!, ¡con todo!”. Y cuando venía el cantante: “Ahora, cuerpo a tierra, va el cantor. Bajamos, dejamos que se luzca el cantor.”

Vos decís: “el músico tiene que saber ubicarse” ¿Y el ego del músico como artista? ¿Cómo se maneja eso? ¿Cuál sería tu satisfacción en ese rol secundario?

Y la verdad es que a mí no me gusta acompañar a cantantes. Por ahí, si acompañas al Negro Lavié (Raúl), tal vez sí tenés una satisfacción. Tenés que acompañar a los grandes, a los muy grandes, esos con los cuales vas a tener piel. Porque la música se siente por ósmosis, pasa por la piel. Hay tipos que no te gusta como cantan, no tenés ganas de acompañarlos. Y bailarines de esos que quieren todo corriendo, menos. Yo les escapo. Hoy tengo de cantante a mi mujer (Gabriela Rey) porque además de que me gusta como canta, también es cierto que en estos 22 años le pude enseñar muchas cosas para que las cosas se hagan bien.

José Colangelo junto a su esposa, la cantante Gaby Rey.

El Olympia de Paris fue una segunda etapa con Federico, ¿no? En medio tocaste con Troilo (Aníbal), ¿correcto?

Tuve varias etapas con Federico. Lo que pasa es que cuando vuelvo a tocar con él, ya Troilo había muerto. Troilo murió en el ’75, aunque ¡el Gordo va a existir toda la vida!

¿Y cómo fue que empezaste a trabajar con Pichuco (Aníbal Troilo)?

Empiezo a trabajar con él reemplazando a un pianista tremendo que era el Tano (Osvaldo) Berlingeri, en el 68’, a los 27 años. La noche que debuto en “Relieve”, yo no había tocado prácticamente nada porque cuando fui a buscar la música no estaba, se la había llevado el Tano. Cuando lo vi le dije “sacate los anteojos que te voy a cagar a trompadas”, y entonces me contesta: “Escuchame en esta orquesta todos los pianistas se tuvieron que hacer la música, así que bancátela”. Eran un poco los códigos de lo que rodeaba al Gordo (Aníbal Troilo, “Pichuco”). Con lo cual sólo tenía los bajos que me había pasado el contrabajista diciéndome: “Tomá, por lo menos podés tocar con la mano izquierda, con la derecha hace lo que puedas.” Entonces, cuando bajo del escenario, una pareja me dice: “¿Usted es el nuevo pianista?” “Sí.” “¡Qué lástima! Nos gustaba más el otro.” “A mí también, ¿qué quiere que le diga?”. Me voy a ver al Gordo, casi llorando y le digo: “Gordo, yo me voy”. Y me dice: “¿A dónde va pibe? Venga, vamos a tomar un whisky.” “¿Por qué cree que lo elegí?” Y me convenció que me quedara. Y me ayudó mucho. El Gordo era un tipo fenomenal.

José Colangelo junto a Aníbal Troilo, en «El Viejo Almacén», formando parte de su cuarteto. De izq. a der.: Colangelo (piano), Troilo (bandoneón), Aníbal Arias (guitarra) y Rafael del Bagno (contrabajo).

¿Y por qué te eligió?

Me dijo “Yo confío mucho en usted”. ¿Sabés por qué? Hay un por qué. Dos años antes en el ‘66, el Tano (O. Berlingeri) se va 10 días a trabajar a la embajada argentina en Estados Unidos y entonces me llama a mí para hacer un cambio (reemplazo): “Che, tendrías que cubrirme con el Gordo”. “¡Nooo!” (con tono de disparate), le contesto. Pero me pasó todo e hicimos con el Gordo un programa de radio y alguna cosa más. “Gracias, pibe.” “Gracias, Maestro.” “Ya nos veremos”, me dice.

Después, cuando se van Baffa (Ernesto) y Berlingeri, el Gordo dice: “No traigan bandoneón, voy a volver a tocar yo. Y vayan a buscar a aquel pibe que me hizo el cambio hace dos años.” Había 10 pianistas con más cartel que yo. Estaba Atilio (Stampone), el Flaco Paz (Juan José), Manzi (Osvaldo), Requena (Osvaldo)…

Una pregunta capciosa, dejame hacer de abogado del diablo. Cuando el Tano te propuso que hicieras el cambio, ¿fue justamente porque eras el que tenía menos cartel, y le salió el tiro por la culata? ¿O ustedes colaboraban habitualmente?

Teníamos una muy buena relación y él sabía que, dentro de todo, yo era uno de los músicos más dúctiles que había, porque, como grababa tanto, grababa con todos los estilos y era muy fácil grabar conmigo. Yo grababa muy bien con Di Paulo (Alberto), con Domingo Federico, con Leopoldo (Federico), con Juárez (Rubén), hasta con Hugo Díaz, como ya te conté. Y al Tano yo le tenía una profunda admiración. La sigo teniendo. Sigo pensando que fue uno de los grandes pianistas que hubo, pero era un tipo difícil.

José Colangelo con Ruben Juárez.

Contame cómo te enteraste que Troilo te había elegido.

Yo estaba trabajando en un “bolichón” (en lunfardo, de “boliche”, club nocturno, con terminación que indica poco prestigio), “Mattinata”, en Palermo Viejo. Estaba Ciriaco Ortíz, bandoneonista y uno de esos personajes que antes había en el tango; y Ubaldo de Lío, el guitarrista que tenía el dúo con Salgán (Horacio), y Andrés Falgás y Ricardito Ruiz como cantores. Viene un señor, se sienta al lado mío, y me dice: “¿Usted es Colangelo?” “Sí.” “¿Quiere empezar con Troilo?” “¿Usted me está “cargando”?” (en lunfardo, bromeando) “No, le estoy hablando en serio. El maestro me manda porque quiere hablar con usted” Ciriaco, dejó el bandoneón, se rascó la cabeza y me dijo: “Pibe, decile a tu mujer que compre otra olla. Vas a comer todos los días.”

Dicen que Troilo lograba la mejor versión de los cantores, ¿con los músicos, también?

Es cierto lo de los cantantes. El Gordo cantaba muy bien y con él cantaron todos muy bien. Fue lo más inteligente que vi en mi vida. El Gordo decía “van dos”, van dos, “van cuatro”, van cuatro. Sabía lo que quería. No era el arreglador, pero era la “goma” más importante que había en ese momento y el arreglador trabajaba con lo que él quería. La orquesta siempre sonó bien. Y con los músicos el Gordo tuvo algo que no tuvo nadie: fue lo más generoso que yo vi en mi vida. Él era feliz cuando aplaudían a los músicos, y a los cantores también. Yo cuando toqué en el “Teatro Colón”, me había puesto un piano como de una cuadra, miré para arriba y me parecía que se me caían los palcos encima. ¡Impresionante! Y cuando me aplaudieron el solo de la “Cumparsita” y el de “Danzarín”, el Gordo ¡feliz! (con énfasis). Y cuánto más gustaban al público sus músicos, o cantores, él te decía: “Bueno, Mi’jo, ahora váyase y no vuelva. Ya llegó el momento de volar.” El único que nunca lo entendió fue Goyeneche que siempre buscaba algo para volver y cantar algún tango con el Gordo.

Pero él (Roberto Goyeneche) contó que Troilo le dijo que se tenía que ir.

Sí, señor. Sí, señor.

José Colangelo junto a Aníbal Troilo en «Caño 14″. Foto con dedicatoria firmada por Troilo: » A José, con mi cariño. Pichuco, 1971.»

¿Qué fue lo más importante que te trasmitió Troilo?

El Gordo fue muy importante en mi vida. Y sigue siéndolo. Cuando el Gordo se nos fue yo dije: “Se nos va un gran sol. Ojalá que alguno de sus rayos nos ilumine a nosotros que somos sus hijos artísticos. Y hoy tengo que decir: “Gracias Gordo, porque nos seguís ayudando.” Además, era mi ídolo. No va a volver a haber un tipo con todo eso, producto de la Capital, producto de Buenos Aires. No vendía gran número de discos -D’Arienzo vendía más que él-, pero el carisma del Gordo, lo que el Gordo provocaba.

Y, además, tuve la satisfacción más hermosa con él. Él empezó con Orlando Goñi como primer pianista, y cuando yo empecé en el 68’, 69’ estábamos haciendo el “Dante” de La Boca y me dijo: “Pibe, usted es la versión de Goñi ‘69”. Es como que dio toda una vuelta y volvió. Como empezó, termina. Yo tenía que hacer esa, porque pelear con la del Tano (Berlingeri) era imposible, porque la tenía muy clara. ¡Increíble! ¡Increíble, para mí! Me quedan cosas grabadas para toda la vida del Gordo.

¿Por ejemplo?

Enseñanzas. Verlo a Pichuco, ensayar con él, ya era una emoción. Tuvo cosas ¡tan lindas! conmigo. Un día le digo: “Maestro, tengo este solo ¿Cómo quiere que lo haga?” “Pibe, usted tiene, ponga.” ¡Mirá qué sencillo! Podía hacerlo como yo quería. Entonces pensé: ¡Qué felices todos los pianistas! Hicieron los solos como ellos quisieron” Por eso fue Goñi, Baso, Figari, Manzi, el Tano y yo. Somos seis pianistas distintos.

¡Y las anécdotas del Gordo! Hay algunas muy lindas para contar. Una vez Floreal Ruiz le dice: “Maestro lo voy a tener que abandonar.” “¿Por qué?” “Porque hay un director que me ofreció cuatro sueldos suyos.” “Decile si no necesita un bandoneón.” (risas)

«El Gordo (Troilo) cantaba muy bien y con él cantaron todos muy bien. Fue lo más inteligente que vi en mi vida. El Gordo decía “van dos”, van dos, “van cuatro”, van cuatro. Sabía lo que quería. No era el arreglador, pero era la “goma” más importante que había en ese momento y el arreglador trabajaba con lo que él quería. La orquesta siempre sonó bien. Y con los músicos el Gordo tuvo algo que no tuvo nadie: fue lo más generoso que yo vi en mi vida. Él era feliz cuando aplaudían a los músicos, y a los cantores también. (…) Y cuánto más gustaban al público sus músicos, o cantores, él te decía: «Bueno, Mi’jo, ahora váyase y no vuelva. Ya llegó el momento de volar.” »

José Colangelo (izq.), Aníbal Troilo (cent.), y un joven Joan Manuel Serrat, quien era habitué en sus viajes de las presentaciones de la Orquesta de Troilo en aquella época.

Entre las cientos de grabaciones que hiciste, destaca especialmente la que hiciste con Juan de Dios Filiberto, por quién era él y porque lo hiciste siendo muy joven ¿Cómo fue que se te presentó semejante oportunidad siendo tan joven?

17 años tenía. Resulta que el pianista que tenía en su orquesta era Azcárate (Ariel) que tocaba clásico como los dioses y no quería tocar tango. Menos, grabar tango. Entonces había un chelista que tocaba conmigo en la orquesta con Ángel Domínguez, que me dice: “Che, Cola’, ¿No querés venir a grabar con de Dios?” “¡Sí, voy! No tengo problemas” Así que fui a los ensayos en el Teatro Cervantes. ¡Un personaje!

“¿No tengo problemas?” ¿Dimensionabas lo que significa esa oportunidad o te empujaba un poco la inconsciencia de la juventud?

Un poco las ganas. Yo lo viví todo con mucha adrenalina, sintiendo que cada cosa me aportaba. Y fue lo mejor que me pudo pasar para conocer a esos grandes personajes como Filiberto. Cuando llego al ensayo, hago un solo de piano. Entre la primera y la segunda parte de los tangos de Filiberto había una especie de puente de 3 o 4 compases de piano solo. “Hágalo de vuelta”, me dice. “Sí, claro Maestro.” Lo hago ¡igual! “Ahora está bien”, me dice. Así era. Tenía un carácter terrible, se quería pelear con todo el mundo siempre. Me acuerdo de un programa que hicimos con Romay (Alejandro) (locutor, reconocido director y productor de televisión) en Canal 9, y yo le pedía: “Juan de Dios, no vayas a putear, por favor. Por favor, pórtate bien.”

¿Qué rescatás de su estilo?

Él había compuesto muy bien porque con tres notas había hecho cosas muy importantes, tangos muy lindos como “Quejas de bandoneón”, “Malevaje”. Hoy reconozco que se pueden hacer muy buenos tangos con muchas notas como los podía hacer Piazzola (Astor) o con tres notas como Filiberto. Hasta casi que creo que eso es una virtud. En los últimos tiempos, el Gordo Pichuco ya no necesitaba hacer variaciones, le bastaba poner la cara de “pucherito”, la mano izquierda, tres notas y llegaba hasta donde nadie podía llegar ¡Impresionante!

¿Llegaba, en qué sentido? ¿Llegaba a la gente? ¿Por la emoción que provocaba?

¡Claro! Mirá, la música nuestra tiene una particularidad: no se puede tocar solo lo que está escrito. Nadie te va a enseñar el fraseo, nadie te va a enseñar el “yeite” (el asunto de qué se trata, el truco) ni la “mugre” (con énfasis). Tenés que aprenderla.

¿Aprenderla o aprehenderla, con h, es decir, que se te pegue haciendo experiencia?

Un poco las dos. Pero, fundamentalmente, ¿sabés qué? Que tengas callos en el culo de tanto taburete. Se lo dije el otro día a un chico que me preguntó “¿Cuándo voy a tocar bien Maestro?” Eso, “cuando tengas callos en el culo”. Y además no empieces con Piazzolla, empezá por la A, empezá haciendo “parrilla” (tocar clásicos en sus versiones originales sin arreglos). Hoy hay un poco de desprecio por parte de algunos jóvenes que no tienen ni idea ni quién fue Troilo y lo desestiman por historias que se cuentan. A mí eso me enerva y por eso estoy haciendo muchas “masterclass” sobre compositores. Hablo desde Villoldo (Ángel Villoldo, compositor, entre otros, de “El Choclo) en 1861, hasta mí en nuestros días. ¡Es impresionante la cantidad de compositores que hay! Somos muy afortunados los tangueros, tenemos un gran repertorio y muy valioso.

«Mirá, la música nuestra tiene una particularidad: no se puede tocar solo lo que está escrito. Nadie te va a enseñar el fraseo, nadie te va a enseñar el “yeite” ni la “mugre”. Tenés que aprenderla.»

Hablando de valor: Ganaste un Gardel con Franco Luciani recientemente.

¡Sí! Con Franquito tuvimos la suerte de ganar el Gardel de Tango en el 2021, como mejor álbum de tango, en la categoría instrumental. ¡Fue una satisfacción enorme! Imaginate para mí que yo no había ganado nunca ¡un Gardel! La verdad es está siendo una hermosísima etapa. Fue muy importante este acercamiento que tuvimos. Ya en su día había tenido un acercamiento con otro armonicista que fue Hugo Díaz, un grande. Pero lo de Franco es muy, muy valioso. Además, es un amigo.

José «Pepe» Colangelo junto a Franco Luciani.

Formás parte de lo que se llamó “La Vanguardia” y que al milonguero mucho no le gusta porque la música siguió una evolución que pareció escindirse del baile ¿Fue así? ¿Dejaron de preocuparse por el que baila para dar rienda suelta a la creación y hacer volar al tango?

Sí, sí (con énfasis). Por ejemplo, en paralelo a mi entrada con Troilo, yo formo el “Cuarteto Colangelo”. Ese Cuarteto todavía hoy es moderno y se hizo para los músicos, como un desafío. Un productor me dice: “Necesito hablar con usted, Maestro. Quiero saber qué puede hacer Colangelo, no el pianista de Troilo.” “Tengo poca plata, ¿vió? Va a tener que hacerlo con un cuarteto.” “¿Y qué nombre le vamos a poner?” “Yo voy a poner mi sello, “Tonodisc Prodisa” y se va a llamar “Cuarteto Colangelo”.

El primer “longplay” me agarra un poco desarmado, así que les pido un tema a todos los amigos. “Tarantino dame un tema”, que es “Bajofondo”. “Montes dame un tema”, “Actual”. “Marconi dame un tema”, “Romántico Bohemio”. Yo compongo tres o cuatro temas: “¿Te das cuenta?”, “Fortín Cero”, “Todos los sueños”. Y me va muy bien, a tal punto que cuando le llevo el longplay al Gordo (Troilo), me dice: “Pibe ¿me va a abandonar?” “No, Maestro. Si puedo hacer algo con el Cuarteto mientras usted no trabaja, lo haré, pero si usted trabaja, no. Usted primero que nadie. Yo a usted lo voy a seguir respetando toda la vida.” Y así fue.

La verdad es que el “Cuarteto Colangelo” fue una cosa impresionante. Fue muy moderno, incluso hoy lo es. ¡Hasta Piazzolla habló bien de él! ¡Imagináte! ¡Para que Piazzolla hable bien! El gringo era jodido, aunque yo tenía muy buena relación con él. Mirá, yo no dejo de reconocer que Piazzolla nos reventó un poco la cabeza a todos. Reconozco que el tango había llegado a un lugar y Piazzolla lo llevó mucho más adelante. ¿Por qué? Porque era un atrevido, pero era un atrevido con talento. Y permitió que muchos de nosotros nos atreviéremos también. Hablo de Atilio Stampone, Federico, Pane, Binelli, yo. Que nos atreviéramos sin ser Piazzolla, y sin hacer Piazzolla, siendo nosotros. Yo siempre voy a preferir un mal estilo que una buena imitación. Él con lo que hizo nos permitió que nos atreviéramos a ser nosotros mismos, quizás si no hubiera estado, no sé si nos hubiéramos atrevido.

«Hoy reconozco que se pueden hacer muy buenos tangos con muchas notas como los podía hacer Piazzola, o con tres notas como Filiberto. Hasta casi que creo que eso es una virtud. En los últimos tiempos, el Gordo Pichuco ya no necesitaba hacer variaciones, le bastaba poner la cara de “pucherito”, la mano izquierda, tres notas y llegaba hasta donde nadie podía llegar. ¡Impresionante!»

Flavia Mercier con José «Pepe» Colangelo, durante la entrevista.

¿Y cómo definirías el estilo Colangelo?

Es Colangelo. Es lo que siente Colangelo. Es lo que le pasa a Colangelo. Y yo creo que Colangelo es hoy por hoy el músico que más sabe de tango, que mejor frasea. Tal vez no tendrá la digitación que tenía hace unos años, pero tiene el “sabor” que solamente se le puede dar al tango. Y Colangelo es un tipo que es feliz tocando tango.

¿Y dónde Colangelo adquirió ese sabor?

Tocando. Amando a éste (señala el piano).

¿Hace falta “noche” para tocar tango?

Vos sos un poco lo que sos por todo lo que has vivido. No sería yo si no hubiera vivido todo lo que viví, toda esta historia en la que ha pasado ya mucha agua bajo el puente. O si no hubiera tenido todas las posibilidades que tuve de hacer tantas cosas como hice. Te advierto que también hice muchas locuras y muchas cagadas, no tengo por qué negarlo. Pero también hice aciertos.

“Confieso que he vivido”. Infinitas gracias Maestro, por la entrevista y por el tango.

Cuenta José Colangelo que un día Aníbal Troilo le dijo: “Usted toca con alegría, no la pierda. No se deje robar el moño de comunión”. Su estilo está marcado por la alegría. Él mismo cuenta que este se define por lo que a él le pasa, lo que él siente, y que él es un tipo “que es feliz tocando tango”.

El filósofo que más ponderó la alegría fue Spinoza. Para él, los afectos -la forma en que nuestras acciones o pasiones nos hacen sentir- son alegres cuando aumentan la potencia del ser. Los hijos de Colangelo y el piano que “le salvaron la vida”, son un ejemplo perfecto de cómo las pasiones alegres dan “ganas de vivir”.

No todo fue “jolgorio” en el camino, también hubieron lágrimas y piedras, y alguna que otra amarronada inmundicia que él mismo reconoce haber producido. Si Spinoza alentaba a dejarse guiar por “lo que hace bien”, en un camino que llamó “ética”, Freud vino a descubrir que, por inexplicable que parezca, el ser humano muchas veces pierde esa brújula porque no puede dejar de tropezar con la misma piedra. Su gran aporte fue abordar estos “tropiezos” sin la lógica de la contradicción, sino como una paradoja. El ser humano no es bueno o malo, como el tango no es triste o alegre, el ser humano puede a la vez hacer bien y mal, como el tango puede a la vez trasmitir nostalgia teñida de alegría, o señalar las miserias humanas con ironía. ¿Oyen resonar aquel tango en la voz de Julio Sosa y la orquesta de Leopoldo Federico con un joven Colangelo al piano?

“Yo he vivido dando tumbos
rodando por el mundo
y haciéndome el destino…
Y en los charcos del camino,
la experiencia me ha ayudado
por baquiano y porque ya
comprendo que en la vida
se cuidan los zapatos
andando de rodillas…”

Cansado de oír que el tango era triste, José Colangelo admiraba de Horacio Salgán ese “swing” especial que había logrado darle al tango sin restarle esencia tanguera. Dicen los que saben de música, que el swing es lo que “anima” una composición, e, incluso, lo que anima al oyente a bailar. Se dice que alguien tiene “swing” cuando se muestra “animado” o divertido. Animar es infundir vida, en tanto viene de ánima o alma. Ponerle “swing” sería ponerle alma a la música.

Además, hay una alegría que deviene de nuestras acciones. Transformar el dolor en algo bello mediante el arte, opera ante todo sobre el artista hasta el punto de recuperar las ganas de vivir, y también sobre quien recibe su arte que se anima al escuchar, cantar o bailar su composición. Si como dice el Maestro, al igual que otros artistas, hay un más allá del tango que no puede dejarse plasmado en un pentagrama (o en una coreografía, según muchos bailarines), un “sabor a tango” que se interpreta cuando se adquiere la “mugre” y el “yeite” necesarios, el tango como arte popular es reflejo de la vida misma. Un camino en el que se aprende andando de qué va este asunto de vivir, cuál es el “yeite”, y de paso se colorea con un poco de mugre la inocencia que aún se lleva bordada en un moño de comunión. Y de tanto en tanto uno se encuentra con una joya dentro de sí cuyo brillo alumbra el camino. “Joie de vivre”, alegría de vivir. Alegría de estar vivos, todavía y a pesar de todo.

Flavia Mercier

Patio de Artistas: Un año de entrevistas

Hace 1 año atrás, la luna alumbraba unas sillas y una mesa redonda de patas de hierro y tapa de cerámica, que esperaban a la vera de un patio en el que la vida fue río y a veces rió. La nocturnidad bañada de luna teñía todo de color azul. En el fondo, una parra trepaba uvas por una columna y se extendía por unas guías de pared a pared, frondosa como un toldo natural.

Sentada, en penumbras, con los ojos cerrados, el alma se abría a los ecos de otros tiempos. El cuerpo hacía de caja de resonancia a risas, cantos, guitarras, discos un poco rayados y aplausos que llegaban desde de otros patios a los que se entraba sin necesidad de golpear. Ecos que escribieron en la pizarra de la noche una partitura de estrellas, para una nueva función.

Y entonces, hace 1 año atrás, este patio se abrió para empezar a recibir artistas. Uno tras otro, fueron llegando invitados, para contar cómo lo hicieron, cómo lo soñaron. Hoy va para ellos nuestro agradecimiento por la generosidad con la que compartieron con nosotros su experiencia, su saber hacer, sus sueños y sus dolores. Y en honor a tal presente, hoy redoblamos la apuesta “en obra” de este tapiz que hilvana entre preguntas y respuestas, de qué se trata el deseo de un artista. Gracias infinitas a todos los artistas que lo hicieron y lo hacen posible.

Patricia La Sala: “Meterse en la piel del poeta no es tan fácil.”

Patricia La Sala hizo su primera grabación con el maestro Osvaldo Pugliese, luego vinieron Berlingeri, Armando Caló y otros. Estudió canto con el mismo maestro de Carlos Gardel, Eduardo Bonessi. Actuó desde muy pequeña en tradicionales tanguerías donde se encontraba con grandes nombres del tango como Alberto Castillo o la orquesta de Leopoldo Federico. Formó parte de elencos, o compartió shows, con todos los grandes: Alberto Morán, Alberto Podestá, Alberto Belusi, el Polaco Goyeneche, Alba Solís, Elba Verón, “el Alemancito” Reynaldo Martín, “el Paya” Díaz, Jorge Falcón, Néstor Fabián, Chiqui Pereyra, Raúl Lavié y Alberto Del Solar, entre “tantos” otros. Integró el elenco de shows internacionales como el de Juan Carlos Copes y María Nieves, y el de Rodolfo y Gloria Dinzel y junto a Mayoral y Elsa María, o a Miguel Ángel y Osvaldo Zotto, Milena Plebs y Guillermina Quiroga, y la orquesta formada entre otros por Mario Arolaza en piano, Daniel Binelli en bandoneón y Fernando Suárez Paz en violín, en “Tango X2. Fue la voz femenina de “Tango Pasión” durante 4 años, acompañada por el Sexteto Mayor de Stazo y Libertella en bandoneón, Palermo en piano, Abramovich y Walczak en violín y Osvaldo Audicino, en contrabajo. También formó parte del elenco en los shows “Esquina Homero Manzi” y de los shows y giras de “Esquina Carlos Gardel” y durante casi 18 años.

Patricia La Sala, una gran artista que habiendo recorrido algunos de los teatros más importantes del mundo y habiendo trabajado al lado de los más grandes de la escena tanguera, sin embargo, cómo ella misma dijo, nunca se olvidó de su barrio.

Patricia La Sala junto al Sexteto Mayor en la final del último Campeonato Mundial de Tango – 17 de septiembre de 2022.

¿Por qué tango?

En realidad, comencé cantando boleros siendo muy chica. En casa siempre estuvimos rodeados de música. Mi papá tocaba la guitarra y era bandoneonista. Se escuchaba todo tipo de música, sobre todo boleros. Pero el tango siempre estaba presente, igual que el rock and roll. Un día, había un concurso en el Club de San Miguel y mi papá me dice: “Negrita, ¿querés que te apunte para cantar boleros?”. Le dije que sí, porque yo me prendía en todas. Pero cuando llegó el momento, le dije: “No, voy a cantar tangos”. Por decisión propia. ¡Mis viejos se sorprendieron de una manera! (con énfasis) ¡Increíble! Porque yo tenía en ese momento unos once años, pero ya escuchaba tangos en mi habitación. Me acuerdo de que ponía el “Winco” (tocadiscosWincofon”) y escuchaba a Montero (Miguel), Rufino (Roberto), Belusi (Alfredo), al “Paya” Díaz (Ángel), a Goyeneche (Roberto – “El Polaco”), a Valdéz (Jorge) … qué se yo…

A “nadie” escuchabas… (sarcásticamente)

¿Viste? Y sí, ellos fueron los que me nutrieron de “puro” tango. Yo me emocionaba mucho a pesar de mi corta edad. Los boleros, el tango. Los dos están muy relacionados en la poesía, los dos le cantan al amor. Bueno, en el tango el abanico es muy amplio. Está el tango que canta el amor de pareja, pero también el amor al barrio, a una madre. Siempre relacionado con el amor. Y a mí me emocionaban mucho esas letras.

¿Te emocionaban las letras del tango tan chiquita? Hace falta vida para que algunas letras te emocionen. ¿Qué papel jugaba en esa emoción la sonoridad del tango?

Era el conjunto, porque las letras a mí me llegaban a través de la melodía. La melodía me atrapaba y eso hacía que yo prestara atención a las letras y, de alguna manera, las analizara. Eso era lo maravilloso. Y lo que no entendía se lo preguntaba a mi papá. Él me ayudó muchísimo. Como vivíamos todo el tiempo escuchando música, hablando de música, éramos carne y uña. Mis viejos me apoyaron de manera incondicional. Si he logrado algo en esta carrera, se lo debo a mis viejos que me dieron las herramientas para que yo pudiera volar. Con mucho sacrificio, porque éramos una familia humilde, me pagaban las clases de canto, las de repertorio. En una época también estudié piano e hice unas clases de bandoneón. Y después las cosas llegaron de una manera inesperada. Yo quería cantar, pero jamás me imaginé -y creo que mis viejos tampoco-, que iba a llegar a hacer una carrera.

Nunca te imaginaste que ibas a llegar a ser Patricia La Sala.

(risas) No, no. Por lo menos no en ese momento. Ceo que fui una persona con suerte porque las cosas se me dieron de una manera natural. No fueron buscadas.

«…mi ego nunca estuvo demasiado elevado, en ese sentido. Sí, arriba del escenario, porque sin ego nadie podría subirse a un escenario. Debajo del escenario, no. …debajo del escenario soy una compañera más… Yo siempre fui una persona sencilla. No me considero más que nadie, tampoco menos. Hay que buscar un equilibrio. Arriba del escenario doy mi vida, y eso es lo que importa.»

¿En qué sentido? ¿Te fuiste encontrando con oportunidades, con gente, …?

Sí, con todo eso y, sobre todo, con gente muy linda, gente que apostó por mí, que me puso todas las fichas, y me dieron oportunidades. Como Osvaldo Pugliese.

Patricia La Sala con el maestro Osvaldo Pugliese.

Nada más y nada menos que el maestro Pugliese apostó por vos. Por eso crees que tuviste suerte. Te protege “San Pugliese”, el “antimufa”, el protector de los músicos.

Con Osvaldo Pugliese, fue mi primera grabación, en el ’82. Después en el ‘86 grabé con Osvaldo Berlingeri y con el Dúo Diapazon, ese mismo año, para Japón. Después con Armando Caló en España cuando fui de gira con “Tango Review”. Fue la grabación de todos los temas del espectáculo del show. En el ’90 saqué mi CD con Aníbal Berraute. Grabé también con Osvaldo Requena, para Japón, creo que fue en el 2000 y un año después ese material se editó para Argentina. No quiero olvidarme de nadie. Y con Juanjo Domínguez y “Las Guitarras Argentinas”. La verdad es que tuve muy lindas grabaciones.

Contame más de esa experiencia con el maestro Osvaldo Pugliese.

Yo estudiaba repertorio con Mario De Carlo en una sala de ensayos que se llamaba “Estudio Paraná” y Pugliese ensayaba a dos cuadras en la sala “APO”. Y un día De Carlo se entera que Osvaldo Pugliese estaba buscando de una voz femenina para su disco “Futuro”, y le dice a mi viejo que me tendría que presentar. Y empiezan a insistirme que me presentara a la audición. Y yo le decía: “Pero papá, ¿vos te pensás que Osvaldo Pugliese me va a dar bola a mí?”. Pero vi los ojitos de ilusión de mi viejo y fui. Me presenté así como estaba, en jeans y zapatillas, no como las otras chicas que estaban todas arregladas. Me acuerdo que fui la última en entrar y saludé como si nos conociéramos de toda la vida. Me hizo unas preguntas y me hizo cantar un tema. Y canté “Tarde”, y yo noté que él me dejó cantar el tema entero, y me pidió que cantar otro tema más, y canté “Pasional”. Entonces el se puso a comentar con los músicos, porque Osvaldo siempre hacía opinar a toda la orquesta. Después los músicos me hacían pregunta, pero yo, la verdad, no era consciente de lo que estaba pasando. Hasta que un momento Pugliese me da una partitura y me dice que vaya a sacar el tono a ese tema. Y me mandó a otra sala con Alejandro Prevignano (bandoneonista). Y yo le digo: “Pero Maestro, yo este tema no lo conozco”. Mirá vos qué inconsciencia la mía. Y yo insistía en que no lo podía cantar porque no lo conocía. Y él me dice: “Escúchame, este tema es el que vas a grabar.”. Y ahí me cayó la ficha. Ahí me agarró toda la emoción, todo el miedo. Y cuando salgo de esa sala de ensayo, veo a mi viejo, levanto la partitura para mostrársela y mi viejo, no sabés, la emoción que le dio. No lo podíamos creer. Y a los dos meses grabé. Fue, increíble, como tocar el cielo con las manos.

Y a partir de ahí me apadrinó, me presenté un par de veces con su orquesta en la “Casa del Tango”, y se me abrieron muchas puertas, me llegaron muchas oportunidades. Una fue la gira con Berlingeri a Japón.

Patricia La Sala con Osvaldo Pugliese en el Teatro Colón.

¡Impresionante! ¿Y cómo llegaste hasta ese momento desde aquel concurso en San Miguel?

Aquel concurso fue algo maravilloso. En mi segunda presentación me sacaron del concurso, me eligieron “mascota” del certamen, y me contrataron para cantar. Yo iba como invitada en cada presentación que hacían los participantes. Cantaba y ¡me pagaban! Eso era lo maravilloso.

Más tarde comencé a trabajar como solista con la orquesta de Amancio López, un director musical que tenía, a su vez, una tanguería (“Tanguería Amancio” de San Miguel). Con unos 12 o 13 años empecé a trabajar en Buenos Aires en distintas casas de tango -que había muchas, para argentinos incluso, no solo para turistas-. Una de las primeras casas en la que trabajé fue “La Balear” y allí estaba Alberto Morán, (Héctor) Pacheco y María Garay.

Ah, bueno, ¡y lo contás así!, como si nada.

Y lo lindo era que ellos me apoyaban mucho. Viste que los chicos provocan siempre mucha ternura. Yo los escuchaba con admiración.

Después se fueron dando otras casas, que ahora no recuerdo, porque había muchas. “El Viejo Almacén”, “Taconeando”, “Michelangelo”, “Casablanca”, “Casa Rosada”, «El Querandi». En «El Querandi» era cantante estable junto con Carlos Gari, que a su vez era el cantor estable de Leopoldo Federico. Tuve la suerte de trabajar en todas. Y lo maravilloso que se trabajaba todas las noches, no solo los fines de semana. Hubo una en la que trabajé, que estaba sobre la avenida San Juan, que tenía como actuación especial a Alberto Castillo que entraba desde la calle, acompañado por los negros tocando y bailando candombe, y cantando: “Siga el baile, siga el baile, …”.

¡Cómo en las películas! ¿Y actuabas por la noche? ¿Cómo lo compaginabas con la escuela? Porque eras muy chica.

Y, ahora que lo pienso, tengo que decir que era un sacrificio. Era un esfuerzo porque, además, yo vivía muy lejos, en José C. Paz y tenía tres horas de viaje. Cuando yo comencé a estudiar canto, repertorio y todo eso, yo viajaba tres horas hasta Capital (Ciudad de Buenos Aires), volvía a José C. Paz, y volvía a salir otra vez a la noche para el show. Era un sacrificio grande, pero yo no lo sentía así. Yo lo hacía con mucho gusto.

Mirá, te voy a contar algo muy íntimo. En esa época yo tenía dos vestidos para trabajar, que eran de verano. Yo me ponía alguno de mis vestiditos para el show y después para volver en el tren o el “bondi” (en lunfardo, colectivo o autobús de corta distancia), tenía un abrigo de piel sintética. En invierno ¡hacía un frío con esos vestiditos y el tapadito! Entonces mi viejo me ponía papeles de diario en los zapatos y en el pecho para calentarme. Viajábamos abrazaditos e íbamos hablando del espectáculo, con una felicidad tan grande, ¡tan grande!, que no te lo puedo explicar. Llegábamos a mi casa a la madrugada y estaba mi vieja esperándonos con el matecito para que le contáramos todo. Y yo muerta de frío. Pero el broche de oro para mí era acostarme en la cama de ellos y sentir el olorcito de papá y mamá. Esas cosas no tienen precio. Si las tuviese que volver a hacer, lo haría, porque fui muy feliz.

«Lo cierto es que las oportunidades que a mí me dio el tango, las puertas que se me abrieron, no me hicieron olvidar de mi esencia, de quién soy. Siempre tuve los pies sobre la tierra… Tal vez todo eso que viví de chica, el esfuerzo de mis viejos, no me permite olvidar quién soy. Y me ha tocado estar en lugares maravillosos y en teatros alucinantes y en hoteles increíbles, pero yo no me olvido de mi barrio. Como dijo Troilo: ‘¿Quién dijo que me fui si siempre estoy llegando? ‘ «

¿Y con qué otros “padrinos” te encontraste en ese camino con “suerte” como vos decís? ¿Quién más te dio qué otras oportunidades?

A la persona que le estoy muy, muy, muy agradecida es a Juan Carlos Copes. En el ’79 él me dio una oportunidad muy linda de integrar su elenco en mi primer show de tango internacional. Él fue el creador, con María Nieves, de ese tipo de shows. Y en aquel momento tenía un elenco muy lindo. Trabajábamos en un cabaret, en “King”. De cantor estaba Carlitos Morel, que en ese momento se llamaba Víctor Daniel. Creo que Varela (Héctor) lo había bautizado así, y luego él se cambió a Carlos Morel. La verdad es que después que trabajé con Juan Carlos Copes trabajé en muchísimos, ¡muchísimos!, lugares. Con el tiempo, además, hicimos varias giras. Yo le estoy muy, muy, agradecida a Juan Carlos Copes.

Patricia La Sala con Juan Carlos Copes y Cardenal Dominguez en Líbano.

A los Dinzel (Rodolfo y Gloria), también les estoy muy agradecida. Ellos me propusieron trabajar en su show en otro cabaret, “Karina”, otro show internacional. Estaban muy de moda los shows internacionales en esos lugares hasta las 12 de la noche, después empezaba la “juerga” (risas). Los Dinzel también me presentaron en “Casa Rosada”, otra casa de tango para el turismo. Los dueños fueron los mismos que después abrieron “Casablanca”. Así que una época, cuando abrieron, hacíamos doblete entre “Casa Rosada” y “Casablanca”. Y con el elenco de “Casablanca” hicimos gira en Holanda, con grandes artistas como Mayoral y Elsa María, Fernando Soler, Viviana y Omar Mazzei, y el cuarteto de Osvaldo Rizzo “Pichuquito”.

Y entre los directores de orquesta tengo que agradecer también al Tano Berlingeri (Osvaldo) Con él hice mi primer viaje a Japón. Yo había empezado en el ’75 y esto fue en el ’86.

¿Y llegaste a la tele, también, no?

Sí, sí. Como parte del elenco en “Grandes Valores del Tango”, conducido por Silvio Soldán, “La Botica del Tango”, conducido por Edgardo Bergara Leuman, “La noche con amigos”, conducida por Lionel Godoy, y “Los amigos del tango” conducido por Juan Carlos Mareco. Y como invitada en muchos programas como “Sábados de la bondad”, “Domingos para la juventud”, “Argentinísima”, … no sé, alguno me olvido seguro…

Patricia La Sala y Lionel Godoy en el programa de televisión «La Noche con amigos»

En “Grandes Valores” hiciste un dúo muy reconocido con Jorge Falcón. ¿Qué sentiste al cantar con Falcón?

Sí, en uno de los programas canté “La Flor de la Canela” con Jorgito Falcón. Lo que pasa es que a nosotros nos unía una amistad de antes porque yo estudié mucho con Mario Marmo y él era el cantante estable del “Quinteto Buenos Aires Cinco“ que dirigía Mario y que yo integré luego. Años más tarde, Mario formó otro grupo que se llamaba “Voces de Buenos Aires” y que integré con varios cantantes, entre ellas Silvia Nieves y Jorge Soler. Y además con Jorgito Falcón estábamos los dos en “Casa Rosada” cuando también estaba la Orquesta de Leopoldo Federico, el cuarteto de Pichuquito, Fernando Soler, Graciela y José Luis Cabrera, el grupo de folclore de Marian Ramírez y el grupo “Ecos Andinos”. ¡Un elenco maravilloso!

Patricia La Sala estudiando con Mario Marmo.

¡Qué tiempos aquellos! ¡Doblete todas las noches! ¡Y qué lujo de shows!

Sí, y había días que nos tocaba doble show en cada casa. O sea, cuatro shows por noche. ¡La verdad es que yo viví una época muy linda! Había muchas casas de tango, no solo para extranjeros, sino para argentinos. Muchas de esas casas para los argentinos se perdieron. Que yo sepa, después de la pandemia, solo quedaron “Catedral Tango” y “Quintino”. Antes de la pandemia, estaba todavía “Candilejas”, pero ahora, que yo sepa, solo quedaron esas dos.

Y algo parecido pasó con los programas de televisión. Porque además de “Grandes Valores”, “La Botica” en esa época estaba también “Sábados de la bondad”, “Domingo para la juventud. Después vino “La noche con amigos”, “Los amigos del tango”. Había un montón de programas y de casas donde la gente te podía ver. Hoy no hay espacios para las voces nuevas. Bueno, para ninguno. Así, el argentino que no está vinculado al tango no tiene la más pálida idea de cómo está el tango. Se quedaron en el tiempo. Se quedaron con la imagen de la chica con el tajo y el pañuelito al costado. Faltan más programas en los que se haga una difusión más masiva del tango.

¿Y en milongas te has presentado?

No he hecho muchas milongas. Me gustan, pero nunca fui de frecuentarlas demasiado. Hice algo muy lindo en “Gricel”, una vez, con mi marido, Alberto (Del Solar) y con Nito y Elba. Cantamos dos temas cada uno y después hicimos un dúo con “Romance de barrio” que bailaron Nito y Elba.

¡Cuánto talento junto!

«La meta del intérprete es poder trasmitir lo que el poeta quiso decir, poder contar esa historia en tres minutos con todo el sentimiento, con toda la emoción con la que el poeta hizo esa obra. Y meterse en la piel del poeta, no es tan fácil. «

«´…Goyeneche dijo, en una oportunidad, que el tango tiene que pasar… por la piel. Hay que apuntar a la piel con la voz. Y para eso primero te tiene que conmover a vos para poder transmitirlo. No es hacer una demostración de voz. La dificultad del tango está en la interpretación.» 

Antes mencionaste a Juanjo Domínguez, ¿Qué diferencia hay entre cantar con una orquesta o cantar sola acompañada por un piano o una guitarra?

Quizás con una guitarra uno es más libre. Con una orquesta hay un arreglo musical que uno tiene que respetar. En cualquier caso, hay que adaptarse. Yo cuando tuve que cantar con dos guitarras, me adapté, y cuando tuve que cantar con el Sexteto Mayor, también lo hice, y cuando tuve que cantar con la orquesta de Osvaldo Pugliese, también.

El tema es entregarse y dar lo mejor, porque el tango son emociones y contar una historia en tres minutos. Y en esos tres minutos tenés que meter un gol. En el fondo el cantante siempre está muy solo, muy expuesto, más allá del apoyo que te da la orquesta que tenés detrás.

No es fácil cantar tango. Hoy estaba leyendo una frase de Carlos Gardel que decía que no basta con tener una voz melodiosa para entonar un tango, sino que hay que sentirlo, hay que vivir el espíritu de ese tango. Y también Goyeneche dijo en una oportunidad que el tango no solo tiene que pasar por el oído, sino también por la piel. Hay que apuntar a la piel con la voz. Y para eso primero te tiene que conmover a vos para poder transmitirlo. No es hacer una demostración de voz. La dificultad del tango está en la interpretación.

La meta del intérprete es poder trasmitir lo que el poeta quiso decir, poder contar esa historia en tres minutos con todo el sentimiento, con toda la emoción con la que el poeta hizo esa obra. Y meterse en la piel del poeta, no es tan fácil.  

Después están los cantantes. Yo por ejemplo cuando comencé lo cantaba todo. Cantaba, cantaba, cantaba, y no me detenía ni en un silencio ni en una pausa. O me comía una coma o un punto importante. Y así le cambiaba la intención. Entonces, cualquiera podría cantar tango, hay que ver si debe. Yo misma cuando elijo un repertorio, podría cantar cualquier tango, pero ¿debo hacerlo? ¿Estoy a la altura? También puede ocurrir que, a lo mejor, el estilo de ese tango no va con el mío.

Patricia La Sala con Alberto y Betina Podestá en Viña del Mar.

Cantaste con Falcón (Jorge), con Alberto Del Solar, con (Ricardo) “el Chiqui” Pereyra, con Néstor Fabián ¿Con quién más?

¡Uff! ¡Canté con todos! Bueno, “integré elencos”, sería más correcto decir. Canté con Alberto Podestá, Belusi (Alfredo), Oscar Ferrari, Gariel Reynal, “el Alemancito” Reynaldo Martín, con “el Paya” Díaz (Ángel), con “el Chino” Hidalgo (Alberto), ¡Alba Solís!, ¡Elba Berón!, Raúl Lavié, Carlos Gari. Me acuerdo cuando estaba trabajando, allá por el ’86, en el “Piano Bar de José Basso” en el Hotel Bauen, se le hizo un homenaje a Homero Expósito, y estuvieron Goyeneche (“el PolacoRoberto), el Chupita Stamponi (Héctor), Atilio Stampone, Homero y Virgilio. Yo tenía una gran amistad con Virgilio Expósito.

¿Cantaste, también, con Goyeneche, o solo fue esa noche?

Sí, sí, en varios shows. Esa noche fue algo maravilloso, porque fue algo muy íntimo, y estaban todos los grosos, y verlo a Goyeneche con esa humildad hablando del tango y de lo que significa, fue inolvidable. Después coincidimos en varios lugares más.

Patricia La Sala con Roberto «Polaco» Goyeneche y Virgilio Expósito en el Piano bar de José «Pepé» Baso en el Hotel Bauen. Homenaje a Homero Expósito

Siempre al lado de todos esos grosos ¿Cuándo te diste cuenta que vos eras Patricia La Sala? Es decir, que también tenías un nombre, un peso en el ambiente.

Nunca me creí eso. Y no sé si no creérmelo fue tan bueno para mí. Pero creo que mi ego nunca estuvo demasiado elevado, en ese sentido. Sí, arriba del escenario, porque sin ego nadie podría subirse a un escenario. Debajo del escenario, no. Había un periodista muy importante, Jorge Göttling (premio “Rey de España”, máximo galardón para el periodismo Iberoamericano y uno de los fundadores de la Academia Nacional del Tango) que tenía una columna en el diario “Clarín”, titulada “2X4”, en la que escribía sobre los espectáculos de tango, y  que me decía: “Gorda, usted es demasiado humilde. No está bueno ser tan humilde”. Y yo no entendía por qué me lo decía. Pugliese me lo decía también, y eso que él era una persona muy humilde. Yo siempre fui una persona sencilla. No me considero más que nadie, tampoco menos. Hay que buscar un equilibrio. Arriba del escenario doy mi vida, y eso es lo que importa.

Lo cierto es que las oportunidades que a mí me dio el tango, las puertas que se me abrieron, no me hicieron olvidar de mi esencia, de quién soy. Siempre tuve los pies sobre la tierra, nunca me creí nada. ¡Sí, arriba del escenario! Pero debajo del escenario soy una compañera más. Tal vez todo eso que viví de chica, el esfuerzo de mis viejos, no me permite olvidar quién soy. Y me ha tocado estar en lugares maravillosos y en teatros alucinantes y en hoteles increíbles, pero yo no me olvido de mi barrio. Como dijo Troilo: “… ¿Quién dijo que me fui si siempre estoy llegando? …”

Me contó un pajarito que estudiaste con el profesor de canto de Gardel ¿Cómo fue esa experiencia?

¡Eduardo Bonessi! Sí, Eduardo Bonessi fue el profesor de canto de Carlos Gardel. Él ya estaba grande, habré estudiado un año con él. ¡Fue maravilloso! Me acuerdo que nos ponía una maderita en la boca y con eso nos hacía vocalizar. Estaba muy pendiente de la afinación, de la respiración.

Mi primera profesora de canto fue Carmen Palazón. Después vinieron otros, como Guillermo Galvé. Se llamaba igual que el cantante, viste. Y después de Bonessi, estudié con Guillermo Parmigiani que era foniatra y profesor de canto y que fue un maestro espectacular para mí. La verdad es que he aprendido un montón de él.

Y después dejé de estudiar muchos años, y eso no está bueno. El cantante es como un jugador de fútbol que tiene que entrenar todos los días, que tiene que calentar sus músculos para estar con una afinación perfecta, listo para salir en cualquier momento a la cancha.

Además, el cantante no deja de aprender nunca, todos los días se aprende algo nuevo, nadie se las sabe toda en esta profesión. ¡Pugliese estudiaba todos los días! Me acuerdo que a veces yo iba a su casa a tomar mate cocido con él, charlábamos un poco y después se sentaba al piano a estudiar. Porque él lo hacía todos los días, y ya era una persona mayor.

¿Cómo ves a las nuevas generaciones en el canto?

Hay muy buenas voces, pero me parece que no terminan de lograr una personalidad definida. No quiero que nadie se ofenda, yo si no me piden la opinión no la doy, porque soy muy respetuosa de los artistas, pero me parece que tienen que buscar definir más su personalidad como artistas. Se parecen demasiado entre todos. Así como está pasando en el baile, en el canto también. Antes estaba Podestá, “el Tano” Marino, Montero, Belusi, Oscar Ferrari, Goyeneche, Rosita Quiroga, Elba Berón … y todos, cada uno, con su personalidad. Una personalidad muy fuerte. Cada uno tenía su “sello”. Yo no siento eso ahora. El sello es muy importante, que te escuchen y te identifiquen no solo por tu voz sino por tu forma de decir. Eso es maravilloso.

Y la otra cuestión es que no se pierda la esencia. Ayer lo hablaba con otros colegas, siempre lo hablamos. Ojalá que los chicos jóvenes no pierdan la esencia, que investiguen, que estudien, que intenten entender qué quiso decir el poeta. Eso se trabaja con un repertorista. Yo he estado hasta un mes trabajando un tema. Entiendo que no siempre se puede, … (pausa) pero es importante estudiar. Hay gente que monta un espectáculo solo porque le gusta cantar y tiene o encuentra los recursos económicos para hacerlo. Por momentos, me da la sensación que el público se subió al escenario.

«…Entonces, cualquiera podría cantar tango, hay que ver si debe. Yo misma cuando elijo un repertorio, podría cantar cualquier tango, pero ¿debo hacerlo? ¿Estoy a la altura? También puede ocurrir que, a lo mejor, el estilo de ese tango no va con el mío.»

«…Hay gente que monta un espectáculo solo porque le gusta cantar y tiene o encuentra los recursos económicos para hacerlo. Por momentos, me da la sensación que el público se subió al escenario.»

Y después de semejante carrera, ¿Cuál o cuáles son los recuerdos que más te emocionan?

Y… haber grabado con Pugliese… fue… como haber tocado el cielo con las manos.

Mi experiencia con cada director de orquesta que me tocó. Con “el Tano” Berlingieri (Osvaldo), con Spitalnik (Ismael), con Armando Caló. Todos estilos diferentes. ¡Cantar con José (Pepe) Colangelo es maravilloso! En una ocasión, Graciela Cabrera organizó un show en el Salón Dorado de la Casa de la Cultura y el marco musical fue de Colángelo con un sexteto, tres parejas de bailarines y yo. Y fue algo muy lindo, muy lindo.

También fue muy maravilloso haber trabajado con el Sexteto Mayor en “Tango Pasión”.

En la época de oro.

¡Sí! En la época que estaban Luis Stazo y José “Pepe” Libertella en los bandoneones, Oscar Palermo en piano, Mario Abramovich y Eduardo Walczak en violín, y Osvaldo Audicino, en contrabajo. Y de apoyo musical estaban Juan Carlos Zunini en teclados y Jorge Orlando en percusión. O sea que en realidad era un octeto, más que un sexteto. ¡Era maravilloso! ¡Lo he disfrutado tanto, tanto!

Patricia La Sala con los integrantes del Sexteto Mayor y Alberto Del Solar en Marbella con motivo de la gira por España de «Tango Pasión».

También he disfrutado mucho de la época que trabajé con Miguel Ángel Zotto en “Tango X2”. Esa fue una experiencia muy linda para mí.

¿De qué época de “Tango X2” estamos hablando?

Te hablo de la época que comenzó. Cuando estaba Milena (Plebs) con Miguel  y Osvaldito (Zotto) con Guillermina Quiroga, esas dos parejas. Y de los músicos estaba Marito Arolaza en piano, Daniel Binelli en bandoneón, Suárez Paz (Fernando) en violín, Bernardo Baraj en saxo y flauta y Fernando Galmarini en bajo.

Recientemente te vi actuando en el homenaje a “Tango Pasión” en la final del Campeonato Mundial de Tango, en la calle Corrientes, pero llevabas mucho tiempo sin presentarte en público.

Pasa que después que falleció Alberto, lo que para mí fue como un mazazo en la nuca, perdí la voz por completo, estaba muda. En realidad, en un segundo, en un instante, perdí todo. Perdí el trabajo porque se había clausurado dos meses antes “Esquina Carlos Gardel” (donde Patricia fue parte del elenco durante casi 18 años). Después pasó lo de Alberto. Eso fue terrible. Y después perdí la voz.

Y cuando lo intentaba (cantar) -tuve varios intentos- para mí era muy feo lo que hacía. Así que pensaba cerrar mi ciclo como cantante, pero mi hija -que lloraba un montón, la vi llorar como nunca- me dijo: “Mamá, no cierres ningún ciclo. Date tu tiempo. Esperá, porque vos vas a volver a cantar”. Y después también me agarró la pandemia, que a mí me llevó a aislarme mucho más y que mi angustia creciera. Pero, bueno, es la vida. Y la vida golpea duro. Y la única que se puede realmente ayudar es una misma.

Fueron dos duelos muy importantes, quedarse sin trabajo y perder el amor de tu vida. Y el cuerpo desde luego acusó el golpe -o los golpes, porque fueron dos-, en tu zona más sensible. Quizás `porque en un duelo uno no solo duela al que perdió, o lo que perdió en el caso del trabajo, sino la parte de sí mismo que perdió con ese o eso que se fue.

Totalmente, Alberto fue…. Ahhh (se emociona y no puede continuar).

Patricia La Sala con Alberto Del Solar en «Esquina Homero Manzi».

Se te anuda la garganta… dejalo. Cambiemos de tema.

…Fue mi mitad. Tal vez suene a frase hecha, pero sin duda fue mi mitad. Éramos muy compinches, lo compartíamos todo. Ahora me encuentro con mi soledad. Alguien dijo, no recuerdo quién, “es terrible sentir que te amputaron el alma y no hay prótesis para eso”.

Estuvieron, por supuesto, todos los amigos que no dejaron de alentarme. Chiqui Pereyra me llama siempre. Néstor Fabián, también, porque “Pichi” quiere que yo grabe. Y lo voy a hacer. La verdad es que estoy muy agradecida porque siempre tuve el apoyo incondicional de todos los amigos. Pero es difícil…

Patricia La Sala con Alberto Del Solar en «Tango Pasión».

Y sí, es un dolor muy grande y como tal una experiencia que, por momentos, como vos dijiste, solo uno puede atravesar, más allá de los apoyos.

Es muy difícil explicar el dolor que siente uno, trasmitírselo a otra persona, y que lo pueda entender. Salvo que haya vivido algo parecido, y entonces, quizás, puede llegar a entenderlo.

Por eso, justamente, también es difícil, como vos dijiste, “meterse en la piel de un poeta”. El dolor, la forma de vivenciarlo, es una de las marcas de la singularidad de cada uno.

Hay gente que lograr cantar a pesar de un duelo porque hacerlo los libera, les ayuda a superar el dolor A mí la emoción me ganaba. Siempre fui una persona muy emocional, desde muy chica. Es tremendo sentir que no puedo controlar esa emoción y que me gana. Me cuesta encontrar el punto justo de emoción y me quiebro…

«Mirá, ese 17 de septiembre va a quedar marcado en mí para siempre. Me movilizó de una manera increíble. Me temblaban las piernitas y al mismo tiempo me parecía escuchar la voz de Alberto decirme en el oído: “Vamos Negrita, vos podés.” Te lo juro que lo sentí en ese momento. Fue un placer salir y ver a tanto público, y también el reencuentro con los compañeros. Fue hermoso, realmente hermoso. …fue una «inyección de ganas.»

Pero volviste a cantar en público después de mucho tiempo y a lo grande. Me imagino que habrá sido tremendo estar ahí parada ante tantos miles de personas, en medio de calle Corrientes, con el Obelisco detrás…

Sí, esa noche volví a cantar en público después de mucho tiempo porque “Tango Pasión” cumplía 30 años. Mirá, ese 17 de septiembre va a quedar marcado en mí para siempre. Me movilizó de una manera increíble. Me temblaban las piernitas y al mismo tiempo me parecía escuchar la voz de Alberto (Del Solar) decirme en el oído: “Vamos Negrita, vos podés.” Te lo juro que lo sentí en ese momento. Fue un placer salir y ver a tanto público, y también el reencuentro con los compañeros. Fue hermoso, realmente hermoso. Después me cayó la ficha. Viste, que uno a veces no toma dimensión de las cosas en el momento, después se da cuenta. Y, además, esa noche hice doblete, porque después del Obelisco me fui a “La Nacional” (Tradicional salón de tango donde se organizan varias milongas) donde tuve show con el quinteto “Derecho Viejo”. Fue una noche tremenda para mí, hermosa, maravillosa. Al otro día no me podía levantar de tantas emociones (risas).

Pero a la noche, cuanto te tocó actuar, le ganaste vos la pulseada a la emoción, o quizás sería mejor decir a la “turbación” o angustia.

¿Sabés qué pasa? Yo las letras me las apropio, y me pegan fuerte. Las siento muy mías. Y eso me hace cruzar una línea. Me pone sobre el filo.

Pero la verdad es que ese 17 de septiembre fue una «inyección de ganas». Y me entusiasmé mucho con la propuesta que me hizo Leandro Gómez, que me presentó en el “Complejo Belgrano”, y se me ocurrió hacer un show con Silvia Nieves, mi amiga de toda la vida. Y le dije: “¿Por qué no festejamos 42 años de amistad y despedimos el año?” Y a ella la propuesta le gustó muchísimo y lo vamos a hacer el 9 de diciembre, con el quinteto “Derecho Viejo”, en el “Complejo Belgrano”. Y de esa manera volver a estar en carrera.

Patricia La Sala con el elenco del Homenaje a «Tango Pasión – 30 años» en la final del último Campeonato Mundial de Tango.
Patricia La Sala con el quinteto «Derecho Viejo» en el salón «La Nacional».

En ese ponerte “sobre el filo” está tu arte. Vos misma dijiste que “… hay entregarse porque el tango son emociones…” Tu don no solo es tu voz, sino tu sensibilidad. Se puede decir que “te dejas la piel en el escenario”, y eso te hace no solo una cantante sino una artista.

Gracias. La verdad es que lo único que nos vamos a llevar de esta vida son los afectos, es el amor. Yo no me voy a llevar ni el vestuario, ni la plata, ni los zapatos, ni nada. Pero todo lo que viví, lo tengo grabado en mi retina, en mi mente y en mi corazón. Eso no me lo puede quitar nadie. Nadie me quita lo bailado. Eso y el amor, los afectos, es lo único que nos llevamos de este plano. Aunque suene reiterativa, pero es así.

¿Te viene algún tango a tu mente, en este momento?

Sí, muchos… Sí… y me emociono mucho… Algunos temas que interpretaba siempre, o los que hacía Alberto (Del Solar). A mí me pegaba mucho su versión de “Afiches”. ¡Era increíble!

Homero Expósito… tremendo… Si tuvieras que “extraer” como con una pinza alguna frase de “Afiches”, ¿cuál elegirías?

“…restregarse con arena el paladar y ahogarse sin poder gritar”. Es tremendo.

(y canturreando a media voz…) “Yo te di un hogar. Siempre fui pobre, pero yo te di un hogar. Se me gastaron las sonrisas de luchar…” (pausa)

Y pensar que yo era amiga de Homero y de Virgilio (Expósito). Más de Virgilio, nos veíamos todas las semanas. Él siempre me decía que para interpretar el tango hacía falta ese poquito de “barro” que se va adquiriendo con experiencias, con lo que vivís, y que te ayuda a entender la poesía, porque la vivís, porque decís “esto lo viví yo”.

Patricia La Sala con Flavia Mercier durante la entrevista en «Esquina Homero Manzi.»
Patricia La Sala y Flavia Mercier en el bar y restaurante «Esquina Homero Manzi», donde tantas veces Patricia actúo junto a Alberto Del Solar.

Dijo Atahualpa Yupanqui: “…Si tú no crees en tu pueblo, si no amas, ni esperas, ni sufres, ni gozas con tu pueblo, no alcanzarás a traducirlo nunca.»

Exacto, todo lo que te vengo diciendo, nada más que resumido en unas palabras maravillosas de Atahualpa Yupanqui. Te digo, lo que a mí me ha enseñado toda esa gente, no tiene nombre. Lástima que no hubiese la tecnología que hay ahora, porque los habría filmado. Si yo hubiese podido registrar todo lo que viví con ellos, sería para hacer una película en este momento. Una pena no tenerlo. Lo tengo acá (señala su cabeza) y acá (señala su corazón).

¡Los tenés en tu voz! ¡Muchísimas gracias, Patricia! Un verdadero placer y un honor haberte entrevistado.

El intérprete de tango es aquel que logra llegar a la piel del oyente con su voz, para lo cual primero necesita ponerse en la piel del poeta, defiende Patricia. En su caso, al prestarse al mensaje del poeta, en ocasiones la emoción le ha ganado anudándose en su garganta. A ese «angostamiento», a esa angustia, el saber popular lo nombra como un nudo en la garganta, ese que a veces no deja pasar bocado y otras no deja salir palabra. Homero Expósito la definió como «…restregarse el paladar con arena y ahogarse sin poder gritar…”, como Patricia lo recuerda. ¡Benditos los Homeros de la historia que nos reconcilian con el sinsentido de la vida cubriéndolo de belleza!

A los artistas se les suele decir que, pase lo que pase, “el show debe continuar”, cuando se trataría más bien de sostener el acto que de mantener, a cualquier costo, la demanda de show que hace el  mercado. Abrir la boca para decir, en lugar de tragar o tragarse la angustia, es tan nutritivo como ingerir un buen alimento. La puesta en acto alimenta el fuego del deseo, el que da sentido a una vida – ser cantante, ser bailarín, ser médico, ser maestro, …- , el que impulsa a hacer camino al andar, la “inyección de ganas” que el 17 septiembre recibió Patricia.

Ella advierte que el cantante está muy solo en el escenario, más allá de la orquesta que la acompaña. Todos estamos solos en ese «más allá «, tanto en el detrás de escena cuando se apagan las luces como cuando hay que salir a la palestra como protagonista.

Pero ¿acaso no se encuentra el intérprete, cuando está bajo el cenital, con sus vivencias que hacen de caja de resonancia para que el decir del poeta haga eco en su cuerpo, y desde allí se proyecte a quien la escucha? ¿Acaso no encuentra en el recuerdo de esas vivencias a sus propios seres queridos?

¿Acaso Patricia no encuentra en las notas que entona, el consejo de alguno de sus maestros, la nota que le devolvió aquel partenaire, el esfuerzo de sus padres como signo privilegiado de su amor, o el aliento al oído de su hija y de quien fue su gran amor que le susurra: «Negrita, vos podés»?

Caminante son tus huellas y las voces amorosas que alumbraron tu camino, la inyección de vida en tu andar.

Flavia Mercier

“En los márgenes.” Dirección: Juan Diego Botto, con Luis Tosar y Penélope Cruz.

En el ámbito de la medicina, desahuciar a alguien es declarar que ya no le queda esperanza de vida. Otra acepción de la palabra sería “quitarle a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea”. Así, desesperados y desamparados, 36 personas al día en España, se quitan el resto de vida que les queda después de recibir una orden de desahucio. “En los márgenes”, ópera prima de Juan Diego Botto como director, pone cara a unas estadísticas que hace mucho tiempo fueron desplazadas de la primera plana de los diarios. Junto con Olga Rodríguez, Botto escribió un drama en clave femenina, en tanto son ellas las que mayoritariamente dan la lucha, cuando los hombres quedan arrojados fuera de los márgenes de la sociedad productiva. Destaca la solidez de todas las interpretaciones, especialmente las de los protagonistas Luis Tosar y Penélope Cruz, así como la del mismo Juan Diego Botto.

Penélope Cruz como Azucena.

Hasta en su polisemia la palabra desahucio dice de un destino fatal, que en el caso de los desalojamientos causa las escalofriantes cifras de 36 suicidios diarios según datos del 2021 de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Si tenemos en cuenta que, según señala la película como epílogo, en España se han producido 400.000 desahucios en la última década y en la actualidad se siguen produciendo unos 100 desahucios al día, estamos hablando de una verdadera hemorragia social.

Luis Tosar como Rafa.

“En los márgenes” la película con la que debuta como director Juan Diego Botto, se acerca -literalmente- a este drama, poniéndole cara. En una sucesión de planos cortos, con una cámara que se mueve al ritmo trepidante de unos personajes a los que se les acaba el tiempo, Botto hace una exquisita dirección de actores, en la que destacan Penélope Cruz y un gran Luis Tosar que prevalece en la difícil tarea de hacer interesante el personaje de “una buena persona”. Atribulado abogado que literalmente “se sacrifica” por lo demás en términos de dinero como de vida personal porque no sabe “hacerse el loco para no mirar lo que ve”.

Penélope Cruz como Azucena y Juan Diego Botto como Manu.

Por otro lado, especial mención merece el duelo interpretativo entre Botto y Cruz cuando discuten la noche antes de un desahucio sobre las formas de afrontar la situación, en lo que parece la puesta en escena del mejor de los estudios sociológicos que pretenda explicar las terribles consecuencias de un sistema económico voraz. Por un lado, hombres que ya no saben quiénes son tras haber sido descartados por un sistema que para acumular riqueza ya no necesita de muchas manos. Hoy basta con el consumo de unos pocos para construir monumentos de ingeniería financiera. Por otro lado, mujeres de las que el sistema extrae una plusvalía de su capacidad de amar y cuidar. Ganancias de las que dan cuentan los boletines bursátiles y económicos que se escuchan como cortina musical de la cotidianidad de las tres historias en clave femenina que propone el guion de Juan Diego Botto y Olga Rodríguez.

Los rostros que el filme pone en la gran pantalla son los de aquellos que pagan la factura que el sistema de poder ha cargado sobre las espaldas de los ciudadanos, empobreciéndolos a la vez que perversamente los culpabiliza por sus circunstancias. Aquellos que han quedado expulsados al extrarradio social y que, como la película destaca, reciben demasiado frecuentemente por respuesta: “No es mi problema”. Los “Nadies” como los llamaba Galeano, y cuyas estadísticas dejaron hace tiempo de interesar, a pesar de que las escalofriantes cifras de suicidios ligadas al drama de los desahucios hablan de una verdadera “epidemia”. O quizás se trate de una liquidación con la que el sistema salda sus “excesos”. “En los márgenes” una película necesaria para que el cine español recupere su vertiente social.

Flavia Mercier

“La Lección de Anatomía”, de Carlos Mathus. Dirección: Antonio Leiva

Una pieza teatral que cumple 50 años representándose y ha trascendido todas las épocas, todos los actores y todos los públicos, no es fruto del puro azar. “La Lección de Anatomía” se ha ganado por derecho propio que quien no la haya visto aún, vaya a verla. En una serie de escenas “encadenadas”, Carlos Mathus dibujó con su texto una verdadera “disección” de las pasiones y razones humanas para no poder “soltar las cadenas”. Una gran dramaturgia que hoy se enaltece bajo la experta y experimentada mirada de Antonio Leiva, otrora parte del elenco y hoy su director.

Si del latín “ana” es lo que está sobre o arriba; y “tome” es cortar, la anatomía nos hablaría de cortar de arriba a abajo para dejar expuesto el interior. En este caso un mundo de pulsiones reprimidas, o imposibles de reprimir, y su cristalización como síntoma.

La obra comienza mostrando cómo venimos al mundo: desnudos, desprovistos, de ropas y de otros hábitos e investiduras. Escena oportuna de una trama que recorre las distintas instancias de la formación psíquica de un sujeto, y ajustada a un estilo expresionista que vehiculiza el mensaje del autor no sólo con el texto sino fundamentalmente con la corporalidad del actor. Resulta, sin embargo, cuando menos injusto, que este célebre y celebrado desnudo sea lo que más haya trascendido de esta pieza teatral, opacando una gran trama que se teje encadenando escenas de “la vida cotidiana”. Cotidianamente alguien piensa en el suicidio o comete contra sí pequeños actos autolíticos dejándose “morir en vida”; o ignora al otro como si no existiera, sin atender su padecimiento.

Por otro lado, recordemos que la obra fue también en su momento un grito de protesta por la libertad de expresión. ¿Qué mayor libertad de expresión que la de un cuerpo vivo que despliega su belleza? Toda la obra está realizada con una gran belleza. La función de lo bello es justamente la de velar lo que la vista no tolera de ver al desnudo, descarnadamente. Así se podrá abordar, o al menos “bordear” el asunto, sin que produzca horror.

De ese desamparo inicial la obra nos lleva, no sólo través de las distintas instancias de formación psíquicas de un sujeto, sino, sobre todo, de sus fallas. Así se hace plausible cómo el sujeto puede quedar arrinconado en el vértice de las carencias de la función dadora y la función rectora. Se muestra, por ejemplo, cómo una función dadora cuando es ejercida de forma incondicional, puede volverse arrasadora. O cómo una función rectora es ejercida de manera perversa no habilitando el crecimiento de la hija o hijo, cerrándole paso en la cadena sucesoria de la vida, porque abrírselo representaría aceptar la propia finitud. Y como en uno u otro caso, un sujeto queda confinado al lugar de puro objeto.

Así “vamos creciendo” a lo largo de la obra con un sujeto -o con dos o más, según nos hayamos identificado con la historia-, que dependiendo de las investiduras libidinales con las que se recubra se precipitará en un vacío que le resulta puro agujero; o acabará corriendo detrás de las aspiraciones de sus padres, su pareja, las propias o las del sistema. Aspirado de tanto aspirar hasta quedar sin aliento. Vemos también cómo los sujetos van “desmembrándose” como en un ejercicio de anatomía forense, como si su cuerpo se les volviese ajeno, miembro a miembro, hasta llegar a estar ausentes de su propio cuerpo o con un cuerpo deshabitado. O incluso, amputándose como sujeto deseante, no atreviéndose a jugársela, haciendo servir como excusas las imposiciones del “afuera”.

Flavia Mercier asistiendo a una función de la «Lección de Anatomía», bajo la dirección de Antonio Leiva, en el 2019.

Entonces, retomando el comienzo de esta reseña en cuanto al sentido de la palabra “anatomía” y la desnudez del nacimiento, la obra nos lleva a reflexionar que para verdaderamente nacer a una existencia, el corte necesario podría ser aquel que se produjese desde el interior de las envolturas narcisistas con las que nos cubrieron los otros, como “rompiendo el cascarón”, desprendiéndose de esos hábitos y envestiduras ajenas para dejarse habitar por el propio deseo.

Flavia Mercier