Ariel Ardit: “Me hizo ver que podía animarme a cantar temas míos.”

Del “Boliche de Roberto” al “Colón” y al mundo. Del “Colón” a la cancha de River Plate, y desde el césped… ¿quién puede avizorar el próximo hito en la carrera artística de Ariel Ardit? Hace casi cinco años, en otra entrevista señalaba al espectáculo homenaje que realizó a Gardel en Medellín, “como el fin de una película” quedando en el aire la pregunta de si más que del fin de una etapa, no se trataba del inicio de una nueva. Su saber hacer con lo que la vida le presenta hacía presentir grandes desafíos. Y así lo confirma en esta entrevista en la que habla de la travesía que representaron estos últimos años hasta dejarlo en un nuevo comienzo.

Con casi 25 años de trayectoria, Ardit se ha presentado en más de 30 países, en los teatros de mayor prestigio, tales como el Teatro Colón de Buenos Aires, Lincoln Center de New York, Kennedy Center de Washington, Royal Carré de Ámsterdam, Teatro Real de Madrid, Châtelet de Paris, Concert Hall de Moscú, Orchard Hall de Tokio y Grieg Hall de Noruega, entre otros. Comenzó a cantar tango en «El Boliche de Roberto» en 1998 e inmediatamente, al año siguiente, se convirtió en el cantor de la “Orquesta El Arranque” hasta el 2005 y con gran éxito. Tiene, además, como solista, 8 discos editados, entre los que destaca sus homenajes a Gardel, Aníbal Troilo y a los grandes cantores de los 40, todos espectáculos de gran éxito de público. En 2015 obtuvo el Premio Konex como Mejor Artista Masculino de Tango de la década. En 2015 y 2017 ganó el Premio Carlos Gardel como Mejor Artista Masculino de Tango, y obtuvo también dos nominaciones a los Latin Grammy. En marzo fue convocado por tercera vez y a pedido de los jugadores por intermedio de la Asociación del Futbol Argentino para interpretar el Himno Nacional argentino en el estadio de River Plate antes del partido celebración del campeonato mundial ganado por la selección albiceleste, ante ochenta y cinco mil personas. ¿Le queda algo por hacer después de todos estos logros? Tras leer esta entrevista verán que la respuesta no puede ser otra que la reafirmación de un gran artista.

Contame, ¿qué se siente al escuchar a ochenta y cinco mil voces haciéndote los coros, al cantar “¡Oh, juremos con gloria morir!”

No sé, podemos hablar mil años de eso y no te lo voy a poder explicar. Te juro, no sé qué decirte, era una sensación muy hermosa en la que se junta que estás haciendo y a la vez disfrutando. Y tener a toda la gente cantando encima de uno: sentí que me retumbaba acá, en el pecho. Y luego cómo se venía para acá (asciende la mano por la garganta). Es una sensación incomparable, no lo puedo referenciar con nada.

¿En quién pensabas en esos minutos previos a entrar a una cancha de River llena a cantar el himno a capella? ¿Quién te acompañaba en el pensamiento en ese momento de suprema soledad?

La verdad que muchas personas. Ese día fue un raro. Si tengo que decirte alguien, pensé en mi abuela, porque fue quien me transmitió esta pasión por el himno. Cuando lo pasaban por televisión, ella lo cantaba y se emocionaba. ¡Lloraba! Y con mi hermano nos reíamos y decíamos “¡mirá la vieja cómo llora!”, para nosotros era cómico. Después se murió, y un día yo me vi emocionándome con nuestro himno por lo que dice. Y ahí decidí cantarlo y grabarlo, en el 2013.

¿Con quién estuve ese día, en la cancha de River? Pude invitar a Gustavo, el primer amigo que tuve cuando vine con 8 años de Córdoba a Buenos Aires. Él me llevó en su auto, y antes de salir a cantar estuve con él todo el tiempo, que no lo podía creer, porque todo fue una gran fiesta.

Desde luego todo un hito, casi un pliegue en el tiempo donde se juntaban pasado y futuro.

Sí, totalmente. Los dos futboleros, él hincha de River, además. La pasión que tenemos todos los argentinos por el fútbol, mezclada con el cantor de tango que entraba ahí al lado de los jugadores y delante de ochenta y cinco mil personas. Era una mezcla de tantas cosas que no te puedo decir ninguna. Era todo: el sueño del nene, del jugador de fútbol frustrado, del tipo que sigue jugando con amigos todas las semanas, del cantor de tango que casi heroicamente se para a cantar el himno con la garganta roja. Era tanto que un poco aturdía, como si vieras pasar las cosas en cámara lenta… Creo que con vos ya hablamos de eso una vez …

Sí, en la anterior entrevista en relación al homenaje que le hiciste a Gardel en Medellín. ¿Serían equiparable a aquella emoción?

Sí, sí. Para mí es como si inconscientemente intentaras retener ese momento para que no se te vaya. Con lo cual, si preguntás si me puse nervioso, no, nada, porque estaba como adormecido, como en una levitación emocional. ¡Cuando terminó me largué a llorar!, antes no quería quebrarme. Terminé de cantar y se escuchaba ese “ahhhh…” (con voz aspirada como imitando un clamor), me di vuelta y, ya saliendo de la cancha, miré a la tribuna buscando a mi amigo -porque sabía dónde estaba-, y todo ese trayecto hasta salir, fue llorar como un nene… Mirá, lo cuento y me dan ganas de llorar.

Ariel Ardit con la Orquesta Filarmónica de Medellín en el Homenaje a Carlos Gardel, en el aeropuerto Olaya Herrera de la misma ciudad.
Vista desde el público del Concierto Homenaje a Carlos Gardel en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín.

¿Serían lo de River, junto con Medellín y el Colón, los tres momentos más señalados de tu carrera? (para más detalles sobre el homenaje a Gardel en Medellín o la actuación en el teatro Colón, pueden leer en nuestra revista la anterior entrevista: “Cada vez que te acercás, Gardel te dice: Pibe, retrocedé 500 casilleros.)

Sí, sin duda. Pasa que esto está en un lugar diferente, y ojalá me pase muchas veces más de vivir cosas como esas como cantante, pero esto involucra mucho más que un cantor, involucra lo personal. Es como si sos una réplica chiquitita de toda esa gente que está ahí.

¿Se trata más de una experiencia a nivel colectivo, aunque tengas cierto protagonismo?

Exacto. Los otros son logros como artista, de alguna manera trazados de forma más convencional: grabo un disco, lo presento acá, se lo dedico a este señor, la gente paga la entrada, te aplauden. Esto es ser parte de una celebración de todos, una parte muy deseada, pero, en realidad, sólo era un hincha más y la gente estaba cantando conmigo. La única diferencia es que yo tenía el micrófono.

Más allá de este momento tan especial, que llega después de haber celebrado hace unos años dos décadas de carrera. ¿Fueron una bisagra esos veinte años? ¿Hizo que te plantearas hacer lo que no habías hecho, o replantearte tu carrera, o todo sigue como era porque te gusta así?

No, los veinte años fueron para mí el final de una etapa, al que llegué con la intención de empezar otra. Eso fue en el 2019, lo que pasa es que después vino la pandemia, y quedé ahí, ¿viste la ruedita del teléfono cuando queda cargando? Yo ya tenía armado un disco y un repertorio nuevo, y la pandemia me hizo repensar todo. Tanto que ese disco que tenía casi listo, no lo grabé.

«El trabajo mayor siempre es con uno mismo. El mayor quilombo lo tengo conmigo, en buscar felicidad en lo que hago y sentir que me gusto a mí mismo. Esa crisis de la que estoy hablando fue mucho más allá del tango o de los formatos, fue más profunda. No me gustaba como estaba cantando, no encontraba placer conmigo mismo. ¡Y qué bueno que me pasó!, aunque en su momento lo sufrí. «

Sigo con la idea de hacer uno nuevo, pero me tomé mi tiempo. Porque, además, sentía que, después de esos veinte años, necesitaba como intérprete abordar otros desafíos, otros géneros musicales, siempre desde el tango, pero probarme también cantando otras cosas. Y la pandemia hizo que me decidiera a escribir cosas mías.

Ajá… ¿letra o música?

Letra. Y me propuse que en el próximo disco haya uno o dos temas míos, y, de hecho, ya hay dos.

¿Tango o melódico?

Vos sabés que un día la llamé a Agustina Leoni, porque me gustaba cómo hacía sus temas, para pedirle que me pasara algunos, le conté que estaba en la búsqueda de nuevos repertorios, y ella me despertó este bichito diciéndome: “¿Y por qué no escribís vos?” Le contesto. “Yo tengo cosas por ahí que nunca terminé, bocetos que nunca pensé como canciones, letras sueltas.” “Mándame lo que tengas y yo te hago la música”, me respondió. Le mandé una letra, y cuando ella me hace la devolución, ¡era una rumba! “Che, esto es una rumba.” “Bueno, lo cambio.” “No, no lo cambies, dejalo.” Y así resulta ser que lo primero que voy a grabar mío no es ni un tango ni una zamba, es una rumba. Y de hecho toca la guitarra Jesús Guerrero, el guitarrista de Miguel Poveda -entre muchos-, un monstruo. Y la segunda letra es un bolero.

Fue muy importante la aparición de ella porque cuando estaba buscando cantar temas de otros, ella me hizo ver que podía animarme a cantar temas míos.

¿Qué se siente?

Identidad, primero, porque al cantar vos le estás poniendo el cuerpo a algo que salió de ahí, que es tuyo. Entonces, el intérprete funciona desde otro lugar, con más autoridad y con más naturalidad, porque estás cantando algo que no tenés que pensar cómo lo escribió el autor.

«Siempre escribí, tengo hasta microprogramas de radio hechos con un amigo, cosas graciosas. Y escribí cuentos y otras cositas, pero el formato canción es nuevo, y me gusta porque me referencio con historias que me pasaron. No más tenés que abrir la puerta de lo que te pasó, y punto.»

Claro, porque normalmente tenés que intentar captar el sentimiento que el poeta quería trasmitir; pero ahora el sentimiento es tuyo.

Es muy lindo, incluso iba a decir “sanador”… no sé, al menos a mí me está pasando.

Siempre escribí, tengo hasta microprogramas de radio hechos con un amigo, cosas graciosas. Y escribí cuentos y otras cositas, pero el formato canción es nuevo, y me gusta porque me referencio con historias que me pasaron. No más tenés que abrir la puerta de lo que te pasó, y punto.

¡Claro que es sanador! La escritura permite, primero, una elaboración y, después, un desprendimiento. Además, puede llegar a ser un refugio.

¡Sí! Y en algunos momentos fue una forma de desahogo. Antes de estas canciones, yo había escrito para un amigo que falleció. Tengo, también, algo dando vuelta, medio escrito… ¡mirá vos! para otro amigo que falleció hace poco. No lo puedo terminar porque todavía me confunde el sentimiento de no aceptar que ya no está. Escribí cosas para mis hijas, para mi vieja, para mi abuela. Una vez me pidieron algo para la biografía de Héctor Larrea.

Ariel Ardit junto a un Lidia Borda en un ciclo de conciertos que continuará este año.

¿Qué otros proyectos tenés desde que cumpliste los veinte años con la música que con la pandemia quedaron “recalculando”?

Lo de recalculando tiene que ver conmigo, con mi “zanahoria” como artista, como intérprete. Ahora es muy distinto a ese 2019 cuando sentía que tenía que escapar un rato del tango. Por suerte, ya no tengo que escapar. Sí, necesito expresarme de otra manera.

¿Escapar?

Sí, fue horrible. La pasé mal. Sentía que había perdido, no la pasión de cantar porque soy el que mejor la pasa cuando me subo al escenario, pero había perdido el deseo de seguir con los mismos formatos. Me costaría mucho volver a grabar cualquier disco como lo hubiese hecho antes, en el formato de orquesta típica o cuarteto típico.

¿Por qué te costaría mucho?

Porque ya lo hice, y no encuentro placer en hacer lo mismo. Es como cuando terminás una relación en la que te quisiste mucho con el otro, pero hay un punto en el que uno dice: “Sí, sí, todo bien, pero no volvería nunca.”

¿No te condiciona el público, que no le guste lo nuevo que querés probar? ¿A quién es más importante contentar, a tu artista o a tu público? ¿Cómo hacés para conciliar entre ambos?

De una te digo que al que hay que contentar primero es al artista, porque si no, no podés, aunque uno sea un producto también. Obvio que nadie hace cosas para no vender entradas y para que a la gente no le guste, pero eso es una segunda instancia, cuando vos difundís tu trabajo -porque yo trabajo de esto- buscás el beneplácito del que te va a contratar o del que te va a pagar una entrada o te va a aplaudir. El trabajo mayor siempre es con uno mismo. El mayor quilombo lo tengo conmigo, en buscar felicidad en lo que hago y sentir que me gusto a mí mismo. Esa crisis de la que estoy hablando fue mucho más allá del tango o de los formatos, fue más profunda. No me gustaba como estaba cantando, no encontraba placer conmigo mismo. ¡Y qué bueno que me pasó!, aunque en su momento lo sufrí. Entonces, al que hay que contentar es a mí.

«…por ahí la gente me verá como el mismo, pero yo sé que internamente me pasaron un montón de cosas que me llevaron a que hoy esté en una búsqueda diferente a la que tenía hace algunos años.»

¿Puedo preguntar por qué o qué no te gustaba de vos cantando?

Sí, yo puedo sacar todo para fuera. Sentía que me había aburrido de mí mismo. Me escuchaba y pensaba: “la verdad es que podría cantar distinto”.

Me acuerdo que me estaban haciendo una biblioteca -mirá vos la historia que te voy a contar, estoy mirando el mueble ahora y me acuerdo-, y vino una amiga con un obrero que cuando me dio la mano casi me la arranca, un tipo muy rústico que hacía poco había de un pueblo en Paraguay donde no había luz; y mientras armaba el mueble, me dice mi amiga “Che, ¿vos cómo andás con el tango? Siempre te veo laburando” “¿Vos sabés que estoy un poco hinchado las bolas de mí, de mi trabajo? Quiero darle otro formato” “¿Cómo? Si te va bien” Parece que el que te vaya bien está asociado a que sos feliz con eso, y no siempre. Y le digo: “Sí, pero no, no la estoy pasando bien, estoy hinchado de hacer lo mismo, quiero hacer otras cosas. Necesito un cambio.” Y entonces el obrero, desde abajo, mientras acomodaba la cajonera, me dice: “Como el águila.” “¿Cómo, como el águila?” Y se puso todo colorado porque era muy tímido, y me dice: “Busque, busque ahí”, señalando el teléfono. “Pero decime qué es.” “No. Es la historia del águila”. Bueno, hay muchos videos que lo explican: resulta que las águilas, cuando cumplen cuarenta años, se arrancan el pico, golpean el pico contra una roca hasta que se les sale. Y se tienen que esconder porque corren el riesgo de que las cacen y no se pueden defender. Y tampoco pueden comer, así que algunas mueren. Cuando el pico nuevo les crece, con el pico nuevo se despluman, se sacan todas las plumas, para que les crezcan plumas nuevas. Algunas mueren de frío, no todas pasan esa prueba. Ahora, una vez que les crece el pico y las plumas nuevas, viven casi 40 años más. O sea que esa crisis tiene el riesgo de quedar en el camino para vivir 40 años más. Y para mí fue muy simbólico porque dije: “Claro, yo necesito desplumarme un poco. Arrancarme el pico y desplumarme un poco”. Y a la vista de los demás esa águila puede parecer la misma águila, pero, internamente, ella sabe que ese pico y esas plumas son otros, y sabe lo que significó cambiarlos, el riesgo que corrió, esa crisis que atravesó para afrontar el cambio. Entonces, pensando en mí, por ahí la gente me verá como el mismo, pero yo sé que internamente me pasaron un montón de cosas que me llevaron a que hoy esté en una búsqueda diferente a la que tenía hace algunos años.

«La pasé mal. Sentía que había perdido, no la pasión de cantar porque soy el que mejor la pasa cuando me subo al escenario, pero había perdido el deseo de seguir con los mismos formatos. Me costaría mucho volver a grabar cualquier disco como lo hubiese hecho antes, (…) no encuentro placer en hacer lo mismo. Es como cuando terminás una relación en la que te quisiste mucho con el otro, pero hay un punto en el que uno dice: “Sí, sí, todo bien, pero no volvería nunca”.»

¿Te importa cómo pueden influir en los tangueros estos temas nuevos? ¿Ya dejaste de rendir examen frente a ellos? Viste que es un público muy exigente.

Mirá, en todo caso, yo no voy a cambiar la mentalidad de los tangueros, porque mucha de esa mentalidad yo también la tuve. Y si te dijese ahora que no me importa nada, no te estaría mintiendo, porque me di cuenta que no tengo que rendir examen ni antes, ni después, ni nunca, eso es una presión que se pone uno.

Pero el ambiente tanguero es especialmente exigente: que si expresás bien el sentimiento, que si estás a la altura de ese tango, que si estás a la altura de los que interpretaron antes, etc., etc., etc..

Sí, sí, pero te digo algo: cuando vos estás convencido de lo que hacés, vencés todas esas barreras. Mirá, cuando invité a Miguel Poveda al Colón, mi amigo Horacio Pagani, comentarista de fútbol, tanguero recontra clásico, me dice: “Naaa, que venga alguien de afuera a cantar tango.” Pero cuando lo vio a Miguel, le gustó. Y después fuimos a comer a un boliche de Almagro, y un amigo guitarrista saca la guitarra y Miguel cantó “Sus ojos se cerraron” y lo mató a Horacio. Y estaba mi amigo, ya fallecido, Osvaldo Peredo, y también se emocionó, aunque Osvaldo siempre fue un tipo más abierto. Pero Horacio me dijo: “Me hizo emocionar este pibe. ¡Qué bárbaro!”. Cuando la emoción logra su cometido, no importa el género musical, no importa nada, se vencen todos los prejuicios. Entonces para mí hay que apuntar siempre a eso. A esa lanza que logra la emoción, no hay que estar pensando en el rótulo, en lo clásico o no clásico.

Jamás, jamás, me preocupé por eso. También porque nunca corrí riesgos, porque obviamente para el tanguero hacía tango tradicional, con lo cual, en todo caso, yo tuve muy buena aceptación de parte de ellos.

Ariel Ardit en el Concierto Celebración por los 20 años con la música (2019), junto a Miguel Poveda y Guillermo Fernández, a su izquierda, y a Antonio Carmona a su derecha.

¿Puede ser que en el pasado estuvieras más condicionado por la técnica y te dejaras llevar menos por la emoción? Tanto por tu admiración a Gardel, como tus estudios líricos, o tu madre que te dijo: “si querés cantar, estudiá”…?

No, de hecho, ahora estoy tomando clases con otra profesora y haciendo cosas distintas. Sí noto que hoy hay un compromiso mucho más cercano a lo emocional que a lo técnico. No es que antes no lo pensara, pero, con el paso de los años, uno va priorizando otras cosas. El cambio tuvo que ver con una necesidad de crecimiento.

¿Te tienen que pasar cosas en la vida para alcanzar ese nivel en la interpretación que, como decía Goyeneche, llega a la piel? ¿”El tango te espera” no sólo para que te guste sino para que lo puedas interpretar?

Sí, claro, pero después eso lo tenés que hacer musical. Porque yo conozco un montón de gente a la que le han pasado cosas bravísimas en la vida, y cantan mal o feo. Ahí justamente está la virtud del intérprete, en que pueda traducir sus vivencias en una manera musical, y, además, conmueva. Porque uno se puede conmover mucho cuando canta cosas de uno y que a los demás no les pase nada. Si no, todo el mundo sería cantante y todos serían buenos, o grandes intérpretes, y no es así.

¿Sigue siendo Gardel el Dios al que le rezás? (al respecto ver en la entrevista anterior)

Mirá, ahí está Gardel (señala un cuadro en su casa, y a continuación me muestra un tatuaje con la firma de Gardel) ¡Ahora tengo tatuajes, antes no tenía! (risas)

Sí, sigue siendo Gardel el referente máximo, eso no ha cambiado, cambió aquello en lo que encuentro placer, pero otras cosas, no. Como mi concepción a la hora de elegir un tema, que yo sé que es como comprarte una ropa con la que de repente vas andar toda tu vida. Sobre todo, cuando uno graba. Sabés que eso queda eternamente. Entonces cada vez me vuelvo más responsable de lo que canto y de lo que no.

¿En qué sentido te volvés cada vez más responsable?

En no elegir para cantar algo que me gusta ahora pero que en dos meses quizás no. Por eso me está costando tanto elegir nuevo repertorio. Antes, cuando pensaba en un disco nuevo, yo me brotaba y tenía cien temas que quería grabar. Ahora no hay nada que esté seguro que en dos meses me va a seguir gustando, y cuando vos grabás algo lo tenés que poder defender toda la vida.

«…cuando vos grabás algo lo tenés que poder defender toda la vida.»

¿Lo decís por “Mariposita”?

Claro, y me encanta haber grabado “Mariposita”, porque cada vez que lo canto me siguen pasando cosas. Evidentemente fue una buena elección. A mí me reconocen por eso. De hecho, lo he sacado de los shows ya hace años, y me lo piden y lo canto.

Ariel Ardit en la previa al concierto «Únicos» en el Teatro Colón de la Ciudad de Buenos Aires.

Para ir terminado, me llegó un rumor que te iban a nombrar “Personalidad destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires”, ¿es correcto?

Sí.

¿Cómo se siente eso?

Se siente hermoso porque Buenos Aires es la mujer de mi vida, yo amo a esta ciudad, aunque nací en Córdoba y viví ahí hasta los 8 años, pero ¡yo tengo una pasión por este Buenos Aires…! Aunque cuando me lo dijeron, primero pensé “Naaa. Que reconozcan a otro. Que me reconozcan cuando sea más viejo.” Me parecía que era algo para más adelante. Pero después, dije, “Bueno, está bien, yo vivo diciendo a todos que la ciudad más linda del mundo, a la que quiero siempre volver, es Buenos Aires.” La amo con toda mi alma. Y como se ha escrito en muchos tangos: a veces te da la espalda, a veces te hace sentir por un ratito que sos el amor de su vida, y después volvés a ser uno más.

¿Qué extrañás de Buenos Aires cuando te vas fuera, además de tus afectos?

Los olores, los ruidos, andar por sus calles con la indiferencia que tiene esta ciudad que parece que no te mira nadie, la impunidad que eso te da a veces, … ¡Extraño todo! Me gusta el desorden, me gusta el lío. Y mis afectos. Todo lo que palpito, todo lo que me vibra en el corazón… mis amigos, mis hijas …

¡El quilombo! ¡Ese lindo quilombo que te mantiene vivo!

Me mantiene vivo. Yo en Buenos Aires me siento más vivo que nunca y me siento parte.

Flavia Mercier entrevistando a Ariel Ardit.

¿Vos ya sabías que ibas a ser cantante antes de conocer a Gardel?

Yo con el duchador del departamento de Viamonte 1668, donde vivía mi abuela y mi tío cuando vinimos de Córdoba, cantaba el rock “Atmósfera pesada” de Sandro…

O sea que antes que Gardel fue Sandro.

Sí, claro, primero fue Sandro. Yo me sabía todos sus temas porque mis tíos tenían un trío que hacían imitaciones.

No sé si ser cantante era una meta, sí siempre supe que cantaba. Quise ser jugador de fútbol, quise ser muchas cosas, pero el tema del canto yo lo tenía incorporado. Siempre me imaginé en eso porque andaba con mi mamá en las peñas, y acompañaba a mis tíos. Ya entrar a un lugar y ver a la gente cómo mira y dice, “Ahí vienen los artistas”, me gustaba. Y yo sólo les llevaba la ropa. Después fui su plomo (sonidista).

Y el rock de Sandro “Atmosfera pesada”, lo quiero grabar, y lo voy a grabar.

¡Qué mutación de piel que estás viviendo!

Claro, el desplume del águila. Estoy como cuando se está haciendo un local nuevo y ponen esos carteles que dicen: «En construcción, estamos trabajando para usted”. Estoy en proceso de construcción y ya no es un sufrimiento, ahora lo estoy disfrutando.

Muchas gracias Ariel, por la entrevista y, sobre todo, por tu franqueza para responder.

Cuenta Ariel Ardit que al cumplir 20 años de carrera sintió que se aburría de escucharse hacer siempre lo mismo, de la misma manera. Este sentimiento le produjo una importante crisis que se precipitó durante la pandemia. El azar puso entonces en su camino a dos personas que le acercaron las herramientas para abrir la salida. Una cancionista le recordó que podía usar un lápiz para escribir sus propias canciones. Un carpintero le talló en su imaginario el reflejo del águila al llegar a los 40 años cuando, para poder vivir otros 40, arriesga su vida en renacer. Como el águila, Ariel decidió desplumarse de prejuicios y viejos corsés clásicos. Decidió arrancarse el pico y volvió a estudiar canto y coqueteó con nuevos géneros musicales, buscando, quizás, su propia voz. Una voz que luego podría dictarle las letras que el lápiz dibuja en el papel para desahogar su alma de aquellos dolores que agostan la garganta. Una voz que cuando entrevisté a Ariel hace casi cinco años atrás era su farol y su espejismo desde el día en que quedó hechizado por la voz de quien cada día canta mejor. Una voz que le alumbra el camino a seguir, y le nombra la huella del canto.

Flavia Mercier

Ariel Ardit: “Cada vez que te acercás, Gardel te dice: Pibe, retrocedé 500 casilleros.” (entrevista 19.10.2018)

Del “Boliche de Roberto” al Colón y al mundo. Así se podría resumir los casi veinte años de trayectoria de Ariel Ardit. Sin olvidar un alto en el camino en Medellín para rendirle un homenaje a su amado y venerado Carlos Gardel. Con casi 20 años de trayectoria, Ardit se ha presentado en los teatros de mayor prestigio del mundo, destacando entre sus espectáculos de más éxito de público el homenaje sinfónico a Gardel, el homenaje a Aníbal Troilo y el homenaje a los grandes cantores de la década del 40 del tango. En 2015 obtuvo el Premio Konex como Mejor Artista Masculino de Tango de la década. En 2015 y 2017 ganó el Premio Carlos Gardel como Mejor Artista Masculino de Tango, y obtuvo también dos nominaciones a los Latin Grammy. Una entrevista profunda en la que Ardit nos brinda los detalles de los detrás de la escena de su gran trayectoria.

Ariel Ardit en su presentación en Tango Vivo Barcelona, acompañado por Alejandro Di Constanzo en piano (octubre 2018).

Hola Ariel, buenos tardes. Te cuento que entre nuestros lectores hay muchos artistas, muchos amantes del tango, así que vamos a suponer que ya saben quién es Ariel Ardit, y en lugar de hacerte repasar toda tu carrera, vamos a intentar conocerte un poco más a fondo, a partir de ciertos detalles. 

¡Dale!

Te escuché decir muchas veces que vos cantás por Gardel, por tu admiración a Gardel…  Yo canto tango por Gardel.

¿Por qué Gardel? ¿Qué te atrapó de él?  

Yo vengo de una casa en la que son todos cantantes. Mi mamá (Adriana Oviedo) cantaba folklore, mis tíos que eran actores cómicos también cantaban folklore, seriamente, mi abuela cantaba, … incluso mi tío abuelo que fue contador y marino cantaba hermoso y tocaba la guitarra como un fenómeno. Entonces, un día, un viernes de esos que nos reuníamos en familia, jugando al truco, se escuchaba a Gardel de fondo, como tantos otros viernes, pero, en esa ocasión, yo ya estaba estudiando canto lírico y, de repente, pensé: “este hombre canta lo que yo estoy tratando de aprender con el profe”. Paré la oreja y ahí empecé a descubrirlo.

¿Ahí entendiste por qué cada día canta mejor? 

Ahí, empecé (lo dice con mucho énfasis) a darme cuenta, porque es hasta el día de hoy que le sigo descubriendo cosas. El que es fanático de Gardel, no termina de descubrirlo nunca.

¿Seguís descubriendo matices en Gardel cada vez que lo escuchás? ¡Sí! Lo dije cuando le hice el disco homenaje: Gardel es como un espejismo, uno siente que progresa mucho, pero cuando crees que ya lo estás haciendo muy bien, que ya estás ahí… entonces escuchás un tema de Gardel, medio tema no más, y sentís: “Pibe, ¡Mejor retrocedé 500 casilleros y volvé a empezar!”Es tan grande porque es muy sutil, no se ve, hasta que acercás la mirada, entonces ves que Gardel siempre es más, no un poquito, mucho más. Cuando lo desmenuzás podés ver que tiene cosas medio indescifrables que te parece que se escuchan de una forma, pero cuando las volvés a escuchar después de años, tenés una visión distinta. Con Osvaldo Peredo, mi amigo y cantor de tango, decimos que Gardel sigue grabando a escondidas, que está en algún lugar grabando y va cambiando las canciones. Siempre hay una posibilidad de escucharlo mejor, y esa posibilidad te hace crecer.La verdad es que el tango para mí es una consecuencia de Gardel. La gente del tango lo puede interpretar mal, no me molesta; pero yo canto tango porque él cantaba tango. Si Gardel hubiese sido un cantante de flamenco, yo hubiera cantado flamenco.

Lo que te atrapó fue Gardel, no el tango.

Seguro. Por supuesto que después descubrí el tango y es un género que a mí me justifica como cantante. No me saldría mejor ninguna otra música. Pero es por Gardel. Es que no te puede no gustar Gardel. Al tipo que no le gusta Gardel, en algo es mal tipo. Estoy seguro. Habla mal de él. Hay algo que no está bien.

Yo siento una fascinación por Gardel como por nadie. Mirá, yo soy católico, tomé la comunión, la confirmación, y creía en Dios, pero, poco a poco, dejé de ir a las iglesias. Para mí la religión es una manifestación necesaria de la fe. Mi abuelo decía que vos tener que creer en algo, aunque sea en un palito. Y tenía razón, vos la fe la tenés que depositar en algo, en alguien, porque si no te explota dentro, eso necesita tener un cauce, ese es el sentido de la religión. Bueno, sin darme cuenta, desde hace un tiempo, cuando deseo pedir algo se lo pido a un señor engominado que canta tango.

No sólo eso, sino que además te has encargado de saldar las cuentas pendientes que tenía la vida con Gardel. Le hiciste un concierto homenaje para el 80 aniversario de su muerte en el mismo aeropuerto de Medellín, y después llevaste ese homenaje al Colón, donde Gardel no pudo estar.

Exactamente, pero con mucho respeto. Pensá que yo no canté a Gardel hasta después de muchos años de trabajo. Cuando empecé a cantar con “El Arranque”, no hacía ninguno de sus temas. Después grabé un disco con guitarras y no es un disco homenaje a Gardel. Después grabé los discos con mi orquesta y tampoco hice alusión a Gardel…. Lo de hacerle un homenaje a Gardel vino cuando yo pude decir; “ahora me animo a hacerle este homenaje, ahora me la banco”.

¿Y ahora te plantearías cantar otra cosa que no fuera tango?

A veces me tienta cantar otra cosa que no sea tango.

¿Volverías a la idea del canto lírico u otro género?

Me gusta cantar folklore, me gusta cantar bolero y el canto lírico me encanta. De hecho, tengo pensado hacer un disco que se llamará “De punta a punta” en el que quiero cantar una zamba, una chacarera, una tonada, un tango, una canción, una balada…, un disco con los distintos ritmos de Argentina.Uno es inquieto y no puede quedarse haciendo siempre lo mismo. Yo siempre me pregunto dónde me quiero ver en 10 años. Imaginarme haciendo lo mismo, no me divierte mucho. A veces incluso siento que me aburro de seguir haciendo lo mismo y, me preocupa; porque cuesta tanto alcanzar un lugar, consolidarlo, pero yo necesito que las cosas se muevan. Aunque, a pesar de todo, cada vez me siento más del tango. Yo soy esto”, digo.

¿Necesitás probar cosas nuevas para que la capacidad creadora no se muera…?

Sí, si no uno se empieza a aburguesar, perdés el entusiasmo. A mí me encanta cuando me transpiran las manos. Cuando estoy preparando algo nuevo y tenés esa sensación que no te deja dormir. Esa adrenalina no la quiero perder.

¿Y cómo elegís las canciones? ¿Cómo decidís el próximo disco?

Primero pienso en un repertorio de una manera conceptual.

¿Cómo el mensaje que querés que el disco transmita como un todo?

Sí, exacto. Y a partir de ahí, una vez definido el concepto-disco, empiezo a elegir canciones. Hay algunas que te gustan hace, quizás, veinte años. Otras veces, necesitás empezar a buscar nuevas para completarlo, siempre dentro de un mismo concepto. Y también ocurre que hay muchos tangos que están ahí, que los escuchaste siempre por otros, y que hasta ahora no se te ocurrió que podías cantarlos vos, hasta quelavivencia te va acercando más. Por ejemplo, “Fuimos”, es un tango que siempre escuché por otros y, aunque me gustaba, me parecía que no era para mí, como que era algo que le pasaba a otro tipo, lo sentía lejano. Pero un día me separé. Me separé de la mujer que más amé en mi vida, y entonces empecé a cantar “Fuimos”. Y no es que dije “voy a cantar Fuimos”, me descubrí (con énfasis) cantando “Fuimos”, y me pregunté, ¿de dónde lo traje?… Y, claro, después me di cuenta.

De golpe -y como un golpe-, la letra resonó distinto dentro tuyo

Sí. Y como antes no, no me hacía falta cantarla. No cantaría nada que no me cause algo. No me gusta cantar por cantar, porque me aburro yo.

Necesitás conectar con la canción desde tu propia vivencia.

Sí, inclusive desde lo cómico o lo burdo. Puede ser algo que en principio parece que no tiene que ver con vos, pero en ese contraste algo tuyo encontrás. O tal vez aquello que no querés mostrar de vos mismo.

¿Y cómo hacés para cantar “Lejos de Buenos Aires”? Una vivencia que no tenés.

Lejos de Buenos Aires es una vivencia que yo no tengo todavía en carne propia, pero sí tengo grabado a fuego lo que me contaron todos los tipos grandes de cómo es estar lejos de Buenos Aires.

¿Cómo definirías ese sentimiento?

Es una nostalgia con cierto resentimiento porque se extraña algo que ya no existe, que ya no es así. Por ahí, ese mismo tipo que se siente nostálgico estando afuera, cuando está en Buenos Aires, está todo el tiempo renegando de Buenos Aires.

Yo cada vez la extraño más. Y mientras más conozco otras ciudades, más me siento parte de ella. Es un sentimiento muy porteño, y mirá que soy de Córdoba y adoro Córdoba, pero no siento esto. En Buenos Aires tengo mi vida, ahí me pasaron las cosas más lindas. Y las más feas, o las más tristes también… No me imagino viviendo en ningún lugar del mundo que no sea Buenos Aires. Así sea la peor situación histórica, yo quiero vivir en Buenos Aires

Juan José Saer decía: Signo, modo o cicatriz, lo arrastro y lo arrastraré conmigo donde quiera que vaya. Más todavía, aunque intente sacudírmelo como una carga demasiado pesada, en un desplante espectacular, o poco a poco y subrepticiamente, en cualquier esquina del mundo, incluso en lo más imprevisible, me estará esperando. Era mi lugar: en él muerte y delicia me eran inevitablemente propias…” 

¡¿Viste?!

¿Qué es lo que extrañas?

El famoso no sé qué

“Las tardecitas de Buenos Aires tiene ese ¿qué se yo? … ¿viste?…”

(risas)

¿Y cómo va el tango fuera de Buenos Aires? Parece que cada vez se escucha más tango, se baila más tango. Hay quienes dicen que el tango en los próximos años va crecer más fuera de Buenos Aires que en Buenos Aires… ¿Vos qué pensás de eso?

Mirá, a lo mejor puede resultar agresivo el que sea tan categórico, pero para mí el tango es Buenos Aires. Sucede en Buenos Aires, se vive en Buenos Aires, se hace, crece y se reproduce en Buenos Aires. Todo lo demás está buenísimo, es lindísimo ver crecer el tango en otros lugares del mundo, pero cuando una orquesta quiere crecer, se instala en Buenos Aires; porque quien justifica tu trayectoria, tu trascendencia en el tango, es el público de Buenos Aires. Así vos vivas todo el año de gira, y ganés un montón de plata y te llenés de euros, todo eso necesita justificarse en Buenos Aires. Yo no me voy a ir nunca de Buenos Aires. Puedo vivir de gira, pero la base es Buenos Aires. Porque además canto en este idioma y yo entiendo que, así como uno es lo que come, uno canta lo que vive y el tango se canta como se vive en Buenos Aires.

Hiciste un disco tributo a los cantores de la generación del 40. ¿Por qué un tributo a ellos? ¿Qué te gusta especialmente de ellos?

Hay un tango que dice: “Se ha quedado roto mi castillo de cristal, dejame hacer un Dios con sus pedazos”. Si Gardel fuese un dios de cristal y lo rompés, los pedacitos son todos los cantantes del ’40.Cuando me metí con los cantores del ’40 me volví loco. El cantor del ’40 tiene la mesura. No tiene ese histrionismo un tanto burdo que tuvieron después los cantores de tango, no lo necesitaban porque tenían la orquesta que ya daba el marco y, entonces, el cantor era la frutillita … y esa delicadeza a mí es la que más me gusta del canto y en eso, para mí, tienen algo de Gardel.

Sí, la misma sutileza que destacabas de Gardel… ¿Y por qué un homenaje a Troilo?

Yo admiro a todas las personas que admiran a Gardel y a Troilo lo siento muy, pero muy, cercano a Gardel. De hecho, en muchas biografías él decía que quería que su orquesta sonara como las guitarras de Gardel. Entonces, ¿Por qué Troilo? Porque es una consecuencia natural. Es Gardel, y después Troilo. No hay manera que alguien te diga “me gusta Gardel y no me gusta Troilo”. O al revés. Porque en estética, y en definición, te diría que son lo mismo.Troilo es para mí el Gardel de los músicos. Él logró que su orquesta, como ninguna otra, acompañara a los cantores como las guitarras a Gardel. La orquesta de Troilo, sobre todo en la primera mitad del ’40, le da un lugar al cantante para que comunique la letra. Ni siquiera la voz del cantor, la letra. Por eso con Troilo todos los cantores han logrado su mejor versión. Ninguno logró, fuera de la orquesta de Troilo, algo mejor. Diferente sí, pero así en ese punto de mesura, nadie. Por ejemplo, con Rivero, cuya fama vino mucho después; Troilo logró que cante como un elefante caminando en un piolín. Y de todos los cantantes que tuvo Troilo, el mejor, fue Troilo. Hay grabaciones de “La Cantina”, en Uruguay, en las que canta con una vocecita media disfónica que cuando la escuchás decís. “Claro, por eso cantaban bien todos sus cantantes. Él sabía cómo guiarlos”.

De todos los escenarios, en los que actuaste ¿cuál fue más el más conmovedor? ¿El Boliche de Roberto (donde debutó), el homenaje a Gardel en Medellín, ese homenaje en el Colón, o cantar con tu mamá en el escenario?

El Homenaje a Gardel. Sin dudarlo. De alguna manera es una pena, si me miro de afuera, ese es el final de la película.

Justificaba el camino.

¡Sí! No creo que como el artista que soy vaya a hacer nada más importante que eso. Los días previos no podía dormir, y además estaba muy sensible, hacía las entrevistas y me largaba a llorar, porque era muy fuerte.

Era toda tu trayectoria ahí.

Además, era sostener un producto como productor después de haber convencido a mucha gente. Convencer a los colombianos que justificaba gastar toda esa plata, movilizar la filarmónica de Medellín, a la Televisión Pública para que lo televisara en directo para Argentina, y a Telemedellín también. A Teresa Parodi que nos ayudó con una parte de los pasajes,… , todo por un producto que era yo, cantando. Y era toma única. Era una cosa tremenda, no lo había hecho nunca, en ningún otro lado. Yo no quería aflojar, pero cuando aflojaba, lloraba.

Te escuché decir una frase muy bonita de ese homenaje, que era “hacer despegar ese vuelo que nunca llegó a destino…”

Se me ocurrió que para homenajear a alguien que murió ahí, había que buscarle una vueltita, más romántica quizás, no pensar en la celebración de la muerte como algo terrible, sino transmitir que algo continúa…

Desde luego, Gardel pasó a la inmortalidad cuando su nombre es una metáfora de tantas cosas en el lenguaje.

Y sí, yo sentía eso, que Gardel no había muerto ahí. Si hubiese muerto ahí, nadie estaría hablando de Gardel hoy, y haciéndole un homenaje 80 años después. Entonces se me ocurrió hacer un pequeño montaje con una imagen del mismo tipo de avión en 3D, despegando, mientras se escuchaba el ruido del motor -conseguí el sonido del mismo motor, del mismo avión-, y yo decía que para mí Gardel sí había despegado en ese vuelo, y con él tomaba vuelo el tango. Se apagaban las luces, se escuchaba ese motor… brrrrmmm… y empezaba “Volver”… “¿Cómo hago para no llorar?”, pensaba yo antes, pero me pasó algo… fue como si todo ese show se me pasara en cámara lenta…

¿Y por qué sinfónico?

Y bueno, se remonta a varias situaciones que había vivido en mi pasado. Primero, en el año 95, cuando yo todavía no cantaba tango, vi un homenaje a Gardel transmitido desde Toulouse, en un lugar hermoso que el año pasado fui a conocer, con una sinfónica y Pane, Marconi y Garello como bandoneonistas, pero nadie que cantara. Y pensé: “¡Qué raro, un homenaje a Gardel y nadie que cante!”. Después, cuando conozco Medellín en el 2013 le pregunto a la directora del Aeropuerto “¿Cuál es el lugar dónde murió Gardel?” Y me dice que no lo tienen señalado porque eso era un aeropuerto y no se podían hacer señalizaciones fuera de las necesarias. Y yo le digo. “Disculpame, no lo tomés a mal, en el mundo a Medellín lo conocen por dos cosas: una es muy buena, Gardel; y la otra es muy mala… ¿No te parece que tendríamos que hacer algo para priorizar que a Medellín se le asocie más con algo bueno? …”Mucho no le gustó, y, entonces, le dije: “Si te animás a hacerlo, yo me ofrezco gratis a cantar en un homenaje a Gardel acá…”Y ahí fue donde yo mismo me dije ¿Y si le organizo yo el homenaje? Además, en las películas, Gardel aparecía con orquestas, en parte porque competía con películas en las que salían orquestas como las de Bill Crosby. Y también porque le encantaba la ópera. La primera vez que vine a Barcelona descubrí que había cantado como el segundo del gran tenor Miguel Fleta. Fui a conocer el teatro en el que había actuado Gardel; y tuve la suerte de conocer al dueño, que era el nieto del que había sido el dueño en la época que actuó Gardel, y me mostró los afiches de aquella actuación. Ahí vi que Gardel había sido el segundo Miguel Fleta. Y cuando junté todos estos recuerdos, lo vi claro: A Gardel le hubiese encantado cantar con una sinfónica. Un homenaje a Gardel tenía que ser sinfónico.

Ariel Ardit con Flavia Mercier en la previa a su concierto en Barcelona (octubre 2018), tras terminar la entrevista.

Digamos, que tu motor es tu deseo, pero lo vas reconociendo en cosas que te pasan, que te conmueven… Sí, yo ya lo tenía, pero es cierto que desde aquel homenaje que yo vi en el ’95 y ese viaje a Medellín en el 2013, pasó mucho tiempo. Es como que ese deseo estaba guardado, hasta que, al estar en Medellín, hizo click.

Bueno Ariel, lo dejamos acá, dejemos a ese “click” seguir resonando para nuestros lectores … Por mi parte sólo queda agradecerte por esta entrevista. Muchas gracias

Ariel Ardit canta tangos por Gardel. No por el mito, sino por aquello que, en sus palabras, simboliza una suerte de espejismo que cada vez que cree alcanzar se le escapa como el final de un camino que aún le resta por hacer. Preso de un verdadero encantamiento por la virtuosidad de Gardel, Ariel Ardit ama en Gardel, más que a Gardel, la voz de Gardel.

Por otro lado, consciente inconscientemente, es un artista que causa efecto. La gente resalta, al final de sus espectáculos, además de su voz, su cercanía y su saber hacer de cada tango un lugar donde reconocerse. Por la forma en que cuida cada detalle de sus presentaciones, parece encontrar placer en causar ese efecto. Quizás ese mismo placer es lo que le permite estar en posición de recibir los efectos de lo que encuentra por azar. Se encuentra con un afiche que testimonia el deseo de su ídolo por la lírica, y ese espejo refleja su propio deseo por la lírica que le anima a aportar a aquel concierto que había visto tantos años antes, la voz que le faltaba. Justamente la voz, aquel objeto de deseo que intenta atrapar al escuchar a su ídolo. Esa voz parece ser un objeto atrayente y enigmático a la vez, tal que enlaza su deseo cual un anzuelo, y al que va descubriendo capa a capa en cada vuelta que hace sobre el mismo, y sobre él mismo.

¿Hasta dónde estará dispuesto Ariel Ardit a llevar estos efectos, o, a dejarse llevar por los efectos del azar que le conmueven? ¿Fue el Homenaje a Gardel, el final que debía tener su película -como él dijo-, o estamos ante el comienzo de una nueva? En ese homenaje levantaba vuelo un avión que en el pasado no había llegado a destino. Esa forma de transformar un duelo en producción artística nos dice que hay un artista y que, como tal, sabrá reinventarse, junto con su deseo, para recibir los efectos del azar que está esperando sorprenderle en cualquier esquina.

Flavia Mercier

Jorge Alemán: Tres ensayos sobre la lógica capitalista y la posibilidad de la emancipación.

A priori parece imposible una salida del capitalismo. Sin embargo, Jorge Alemán sostiene que hay algo que hace obstáculo a la lógica arrasante del capitalismo. Existe un vacío irreductible que constituye al sujeto y que es imposible de colmar a pesar de todo el goce bobo que la técnica es capaz de producir. En una serie de tres libros, publicados por Ned Ediciones, el reconocido psicoanalista y ensayista político piensa con Lacan y otros autores como Heidegger o Althusser la posibilidad de la emancipación en la época.

A lo largo del tiempo, el discurso capitalista ha venido mutando para sostener la acumulación de riqueza tantas veces como fuese necesario. Cuando para acumular capital se requerían filas de trabajadores dispuestos a darlo todo por la empresa, las ideas imperantes en lo social promovían una ética centrada en el trabajo y un modelo del “hombre hecho a sí mismo”. Cuando resultó conveniente reducir el estado de bienestar para apropiarse de la riqueza que éste distribuía, el neoliberalismo fomentó un individuo activamente responsable de sus circunstancias -como si estas dependieran sólo de la voluntad- y de cuidarse a sí mismo, para legitimar el desamparo en el que estado neoliberal dejaba a muchos. Hasta hace sólo algunos años, para sostener la acumulación de capital, el sujeto era llevado a imaginar la posibilidad de alcanzar una satisfacción plena mediante la inagotable cantidad de artilugios y objetos que la técnica le puede proveer. Era una economía basada en el consumismo. Sin embargo, como los recursos son escasos, este modelo tampoco es sostenible, y estamos llegando a una instancia en que lo que está en juego es la mera subsistencia, como consecuencia de la transformación dramática de la biosfera y de múltiples ecosistemas por la apropiación sin límite de los recursos naturales. Como dice Alemán, “el capitalismo ya no mejorará las condiciones, al contrario, aumentará cada vez más la desigualdad, la deuda, el financiamiento de la economía real”.

Para él, el capitalismo está forzado a esta renovación constante de su discurso porque no encuentra un modelo estable para asegurar la acumulación de riqueza en forma sostenida. Por otro lado, se trataría de unaestructura que se reproduce ilimitadamente sin necesidad de que nadie la dirija.Una maquinaria que marcha sola y sin cesar y que, aún en los tiempos más críticos, tiene capacidad de rehacerse. Es más, sostiene la hipótesis de que cada crisis económica es una renovación del sistema capitalista.

Tomando esta realidad como punto de partida, Jorge Alemán desarrolla en una serie de tres libros, por un lado, la deriva neofascista que el discurso capitalista está tomando en la actualidad -teniendo la pandemia un efecto acelerador de dicho proceso-; y, por otro lado, cuál sería una salida a la captura que el discurso capitalista, en cualquiera de sus derivas posibles, opera sobre los sujetos.

Edvard Munch, (1893). «El grito«. Oslo: Galería Nacional de Noruega.

Capitalismo. Crimen perfecto o Emancipación.

Existe en el sujeto un vacío imposible de colmar, en tanto no todo lo que lo constituye ni todo lo que puede devenir puede ser definido. Ese vacío lo mantiene deseante, “marchando”, haciendo camino al andar. Bajo la lógica capitalista, el sujeto “es convocado a imaginar una posible ‘completud’”, ahí están la ciencia y la técnica para darle lo que “le haga falta, o más bien, lo que cubra que algo le falta. Ese consumo no colma el vacío, pero sí lo tapona y no deja que aflore el deseo. El sujeto se va vaciando de ganas de hacer, de crear, de inventar. Al reducir su vida al consumo, el sujeto mismo se consume, queda consumido. Y como la satisfacción plena nunca se alcanza, si se llena de algo es de insatisfacción y malestar.

Para Alemán, ahí se muestra la impotencia de la lógica del “para-todos”, como él la denomina, y que podríamos traducir en un “para-todos-lo-mismo”. Como bien señala, el capitalismo constituye un ultraje a la diferencia haciendo proliferar falsas diferencias como las de linaje, lugar de nacimiento o escolaridad, mientras se obtura la expresión de la singularidad de cada uno en tanto se induce a todos a anhelar lo mismo.

Con un malestar creciente en lo social, la posibilidad de resistencia al sistema aumenta. Es ahí donde las palabras son vaciadas de su sentido habitual y términos ligados a lo común son bastardeados, hasta llegar al punto que hablar hoy en día de derechos, solidaridad, comunidad o popular, despierta rechazo. El juego político se dirime por una trama de identificaciones cada vez más extrema “que busca a quién imputar el robo del goce de los otros”. Vivir en sociedad implica una renuncia al goce en pos de la convivencia en común, no se puede hacer todo lo que se quiera. Freud advertía en “El malestar en la Cultura” que la renuncia sólo era soportable mientras aplicara a todos y reportara alguna forma de reconocimiento. Cuando se desestima cualquier virtuosidad, lo que resta es la lucha a muerte por el goce y que Dios castigue a los que gozan ocupando un lugar que considero mío. Es así que, para Alemán, el resurgimiento de la extrema derecha puede explicarse como un fenómeno que responde a “una demanda de orden, más allá de los acentos xenófobos y racistas, que requiere y exige la aparición de un amo que haga justicia ‘fuera de la ley y contra los ‘indeseables’”; lo cual lleva a la “urgencia de un debate (…) sobre cómo elementos aparentemente ‘extrapolíticos’ como el odio, la pulsión de muerte, las identificaciones, etc., están determinando de forma muy peligrosa un nuevo modo de hacer en la política mundial”.

Para concluir, el autor señala que el capitalismo parece un crimen perfecto del que no hay salida porque “ninguna fuerza política actual, incluso las que (…) combaten el neoliberalismo, son en sí mismas emancipatorias, porque aún está por emerger el sujeto que las encarne”. Para él, un proyecto político que pretenda la emancipación debe hacer lugar a esa falta ontológica fundamental e irreductible, en tanto es el único obstáculo posible al avasallamiento del sujeto que produce el discurso capitalista. El desafío político es qué imagen ofrecer que convoque a armar un campo que haga lugar a ese vacío, y con éste a un deseo singular, tal que se vaya construyendo en lo común un horizonte viable para cada uno. La propuesta de Alemán es buscarla en lo común de la lengua, entre “los distintos legados simbólicos que se oponen a la deshistorización o a la desimbolización que los diversos dispositivos de dominación neoliberal promueven.

Jheronimus van Aken, «el Bosco», (1490-1500). «El jardín de las delicias». Madrid: Museo Nacional del Prado.

Pandemónium. Notas sobre el desastre.

Haya surgido o no de un laboratorio, en forma accidental o ex profeso, no cabe duda de que el virus es resultado de la manipulación abusiva que la humanidad ha hecho de la naturaleza. Una manipulación que por el empuje -mortífero- del capitalismo a la acumulación ha llegado hasta los confines de la ética. Y ahí, ante el límite, la visión de una catástrofe habría sido causa de angustia para los científicos, y por eso muchos intentaron advertir lo que podría pasar.Incluso, decenas de películas distópicas lo anunciaron. Sin embargo, no se hizo nada, por el paradójico modo de funcionamiento del capitalismo que aun cuando se anticipan catástrofes, estas resultan inevitables porque el sistema no puede detener su curso.  

Sobreviene entonces la extrañeza que provoca la irrupción sorprendente, porque ocurre cuando nadie lo esperaba, de lo que, sin embargo, había sido largamente anticipado. Aquello que parecía fuera de la realidad ahora irrumpe en ella y el sujeto se angustia ante la manifestación de “lo siniestro”, aquello que Freud define como lo extraño en lo familiar. La ciencia se declara ignorante respecto del virus y los gobiernos muestran un hacer sin garantías. El sujeto se percibe desamparado y acechado por una fuerza incontrolable e imposible de significar. Ningún sentido previo puede explicar la catástrofe. Proliferan las hipótesis conspirativas que, en ciertas instancias, desembocan en delirios.

Vivimos, además, un declive de las instituciones como consecuencia del socavamiento que produjo el discurso neoliberal de la legitimidad del Otro para garantizar la verdad. Con la caída de la autoridad simbólica, se disuelve el efecto de “amarre” del sujeto que producían algunos principios civilizatorios, fueran estos de origen cívico, moral, religioso o filosófico; no tiene de qué “agarrarse” para orientarse. La libertad se homologó primero a la libertad de mercado para más recientemente esgrimirse en libertar para gozar. Goce mortífero contrario al cuidado necesario para sostener la vida. Prolifera el desenfreno, y, como bien señala Jorge Alemán, estamos muy probablemente en los albores de un derrumbe civilizatorio.

Sin anclajes simbólicos, los sujetos son aún más permeables a la hipótesis paranoica definida en este ensayo como aquella posición subjetiva y colectiva por la cual todo es interpretado bajo un signo amenazante. Se remarca en este punto que lo paranoico siempre tiene una gran adherencia para los sujetos dada su constitución especular. Es decir, el niño se reconoce como ser humano a través de la mirada que recibe del otro, lo que los otros le dicen de sí, y en la imagen de un otro semejante; lo cual lo hace muy sensible a los procesos identitarios. Por otro lado, la primera forma con que se conforma lo exterior a sí es con todo lo que causa dolor, malestar y displacer, que se percibe como ajeno, aunque responda a estímulos del propio cuerpo. Así, el otro se configura como aquello que se teme y rechaza. Luego será el extranjero, el negro, la mujer, el pobre, el rico, el que piensa distinto, el que vota distinto; en definitiva, el que es diferente a mí y a mi grupo. La mayor perversión del discurso que ha realizado el neoliberalismo y de la que ahora se retroalimenta la ultraderecha es que los principios de igualdad, solidaridad y justicia social sean percibidos como instrumentalizaciones políticas para aniquilar un supuesto derecho a gozar, en lugar de ser vistos como las condiciones necesarias para que aquello que distingue a cada uno, su singularidad, se pueda expresar.

Jorge Alemán advierte que esa derecha extrema, ultra, no es marginal ni residual, sino una operación perfectamente calculada. El desenfreno y enajenamiento son funcionales al sostenimiento de la acumulación de riqueza. El gran interrogante que se presenta para un proyecto emancipatorio, entonces, es si al sujeto le queda algún resto vivo para asumir un destino distinto que este destino funesto al que se dirige, si le queda un resto de deseo con el que apostar para ganarse una existencia.

Pablo Picasso, (1937). «Guernica». Madrid: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Ideología. Nosotras en la época. La época en nosotros.

Jorge Alemán indaga en este libro la relación entre fantasma e ideología y sus implicancias políticas. Una relación que no en vano califica de “problemática”. Según la noción lacaniana de fantasma, éste es una ficción con la que el sujeto intenta una respuesta que calme su angustia ante el deseo del Otro -representación imaginario-simbólica de la alteridad- que lo divide entre lo que desearía ser para el Otro y lo que rechaza de sí mismo desde lo que imagina que el Otro desea. Esta ficción lo deja en una posición subjetiva frente a esa alteridad imaginario-simbólica, que se traduce en una posición frente a los otros. Por esta vía el sujeto se identifica a unos y rechaza a otros, y toma decisiones en función de estos procesos de identificación.

En este sentido, para Alemán, las condiciones de goce de esa posición serían las que priman por encima de cualquier ideología en la toma de decisiones políticas. El sujeto puede parecer alejado de sus intereses “objetivos”, pero en realidad no lo está en tanto decide en función de una intrincada trama de identificaciones. Sobre esta base teórica, el psicoanalista explica la captura subjetiva que efectúan los discursos de odio sobre ciertos sujetos, y cómo esta es una deriva de la captura que el discurso capitalista ejerce, según lo ya planteado en los dos anteriores libros de la serie.

Finalmente, para ensayar una salida de esta captura se sirve de la banda de Moebius para representar la dificultad de hacer un corte en el discurso capitalista y demostrar que no tiene exterior. La salida sólo podrá ser parcial, y en su interior, mediante una operación política que logre reinstaurar un sujeto que perciba su incompletitud y así recupere su deseo: desear conlleva desear la emancipación. En esta línea se enfatiza que el pueblo no es una entidad dada, sino la emergencia histórica de una multiplicidad de voces aunadas en un clamor por el deseo de igualdad y justicia y la invención política que la haga posible.

Flavia Mercier