Del “Boliche de Roberto” al “Colón” y al mundo. Del “Colón” a la cancha de River Plate, y desde el césped… ¿quién puede avizorar el próximo hito en la carrera artística de Ariel Ardit? Hace casi cinco años, en otra entrevista señalaba al espectáculo homenaje que realizó a Gardel en Medellín, “como el fin de una película” quedando en el aire la pregunta de si más que del fin de una etapa, no se trataba del inicio de una nueva. Su saber hacer con lo que la vida le presenta hacía presentir grandes desafíos. Y así lo confirma en esta entrevista en la que habla de la travesía que representaron estos últimos años hasta dejarlo en un nuevo comienzo.
Con casi 25 años de trayectoria, Ardit se ha presentado en más de 30 países, en los teatros de mayor prestigio, tales como el Teatro Colón de Buenos Aires, Lincoln Center de New York, Kennedy Center de Washington, Royal Carré de Ámsterdam, Teatro Real de Madrid, Châtelet de Paris, Concert Hall de Moscú, Orchard Hall de Tokio y Grieg Hall de Noruega, entre otros. Comenzó a cantar tango en «El Boliche de Roberto» en 1998 e inmediatamente, al año siguiente, se convirtió en el cantor de la “Orquesta El Arranque” hasta el 2005 y con gran éxito. Tiene, además, como solista, 8 discos editados, entre los que destaca sus homenajes a Gardel, Aníbal Troilo y a los grandes cantores de los 40, todos espectáculos de gran éxito de público. En 2015 obtuvo el Premio Konex como Mejor Artista Masculino de Tango de la década. En 2015 y 2017 ganó el Premio Carlos Gardel como Mejor Artista Masculino de Tango, y obtuvo también dos nominaciones a los Latin Grammy. En marzo fue convocado por tercera vez y a pedido de los jugadores por intermedio de la Asociación del Futbol Argentino para interpretar el Himno Nacional argentino en el estadio de River Plate antes del partido celebración del campeonato mundial ganado por la selección albiceleste, ante ochenta y cinco mil personas. ¿Le queda algo por hacer después de todos estos logros? Tras leer esta entrevista verán que la respuesta no puede ser otra que la reafirmación de un gran artista.
Contame, ¿qué se siente al escuchar a ochenta y cinco mil voces haciéndote los coros, al cantar “¡Oh, juremos con gloria morir!”
No sé, podemos hablar mil años de eso y no te lo voy a poder explicar. Te juro, no sé qué decirte, era una sensación muy hermosa en la que se junta que estás haciendo y a la vez disfrutando. Y tener a toda la gente cantando encima de uno: sentí que me retumbaba acá, en el pecho. Y luego cómo se venía para acá (asciende la mano por la garganta). Es una sensación incomparable, no lo puedo referenciar con nada.
¿En quién pensabas en esos minutos previos a entrar a una cancha de River llena a cantar el himno a capella? ¿Quién te acompañaba en el pensamiento en ese momento de suprema soledad?
La verdad que muchas personas. Ese día fue un raro. Si tengo que decirte alguien, pensé en mi abuela, porque fue quien me transmitió esta pasión por el himno. Cuando lo pasaban por televisión, ella lo cantaba y se emocionaba. ¡Lloraba! Y con mi hermano nos reíamos y decíamos “¡mirá la vieja cómo llora!”, para nosotros era cómico. Después se murió, y un día yo me vi emocionándome con nuestro himno por lo que dice. Y ahí decidí cantarlo y grabarlo, en el 2013.
¿Con quién estuve ese día, en la cancha de River? Pude invitar a Gustavo, el primer amigo que tuve cuando vine con 8 años de Córdoba a Buenos Aires. Él me llevó en su auto, y antes de salir a cantar estuve con él todo el tiempo, que no lo podía creer, porque todo fue una gran fiesta.
Desde luego todo un hito, casi un pliegue en el tiempo donde se juntaban pasado y futuro.
Sí, totalmente. Los dos futboleros, él hincha de River, además. La pasión que tenemos todos los argentinos por el fútbol, mezclada con el cantor de tango que entraba ahí al lado de los jugadores y delante de ochenta y cinco mil personas. Era una mezcla de tantas cosas que no te puedo decir ninguna. Era todo: el sueño del nene, del jugador de fútbol frustrado, del tipo que sigue jugando con amigos todas las semanas, del cantor de tango que casi heroicamente se para a cantar el himno con la garganta roja. Era tanto que un poco aturdía, como si vieras pasar las cosas en cámara lenta… Creo que con vos ya hablamos de eso una vez …
Sí, en la anterior entrevista en relación al homenaje que le hiciste a Gardel en Medellín. ¿Serían equiparable a aquella emoción?
Sí, sí. Para mí es como si inconscientemente intentaras retener ese momento para que no se te vaya. Con lo cual, si preguntás si me puse nervioso, no, nada, porque estaba como adormecido, como en una levitación emocional. ¡Cuando terminó me largué a llorar!, antes no quería quebrarme. Terminé de cantar y se escuchaba ese “ahhhh…” (con voz aspirada como imitando un clamor), me di vuelta y, ya saliendo de la cancha, miré a la tribuna buscando a mi amigo -porque sabía dónde estaba-, y todo ese trayecto hasta salir, fue llorar como un nene… Mirá, lo cuento y me dan ganas de llorar.
¿Serían lo de River, junto con Medellín y el Colón, los tres momentos más señalados de tu carrera? (para más detalles sobre el homenaje a Gardel en Medellín o la actuación en el teatro Colón, pueden leer en nuestra revista la anterior entrevista: “Cada vez que te acercás, Gardel te dice: Pibe, retrocedé 500 casilleros.”)
Sí, sin duda. Pasa que esto está en un lugar diferente, y ojalá me pase muchas veces más de vivir cosas como esas como cantante, pero esto involucra mucho más que un cantor, involucra lo personal. Es como si sos una réplica chiquitita de toda esa gente que está ahí.
¿Se trata más de una experiencia a nivel colectivo, aunque tengas cierto protagonismo?
Exacto. Los otros son logros como artista, de alguna manera trazados de forma más convencional: grabo un disco, lo presento acá, se lo dedico a este señor, la gente paga la entrada, te aplauden. Esto es ser parte de una celebración de todos, una parte muy deseada, pero, en realidad, sólo era un hincha más y la gente estaba cantando conmigo. La única diferencia es que yo tenía el micrófono.
Más allá de este momento tan especial, que llega después de haber celebrado hace unos años dos décadas de carrera. ¿Fueron una bisagra esos veinte años? ¿Hizo que te plantearas hacer lo que no habías hecho, o replantearte tu carrera, o todo sigue como era porque te gusta así?
No, los veinte años fueron para mí el final de una etapa, al que llegué con la intención de empezar otra. Eso fue en el 2019, lo que pasa es que después vino la pandemia, y quedé ahí, ¿viste la ruedita del teléfono cuando queda cargando? Yo ya tenía armado un disco y un repertorio nuevo, y la pandemia me hizo repensar todo. Tanto que ese disco que tenía casi listo, no lo grabé.
«El trabajo mayor siempre es con uno mismo. El mayor quilombo lo tengo conmigo, en buscar felicidad en lo que hago y sentir que me gusto a mí mismo. Esa crisis de la que estoy hablando fue mucho más allá del tango o de los formatos, fue más profunda. No me gustaba como estaba cantando, no encontraba placer conmigo mismo. ¡Y qué bueno que me pasó!, aunque en su momento lo sufrí. «
Sigo con la idea de hacer uno nuevo, pero me tomé mi tiempo. Porque, además, sentía que, después de esos veinte años, necesitaba como intérprete abordar otros desafíos, otros géneros musicales, siempre desde el tango, pero probarme también cantando otras cosas. Y la pandemia hizo que me decidiera a escribir cosas mías.
Ajá… ¿letra o música?
Letra. Y me propuse que en el próximo disco haya uno o dos temas míos, y, de hecho, ya hay dos.
¿Tango o melódico?
Vos sabés que un día la llamé a Agustina Leoni, porque me gustaba cómo hacía sus temas, para pedirle que me pasara algunos, le conté que estaba en la búsqueda de nuevos repertorios, y ella me despertó este bichito diciéndome: “¿Y por qué no escribís vos?” Le contesto. “Yo tengo cosas por ahí que nunca terminé, bocetos que nunca pensé como canciones, letras sueltas.” “Mándame lo que tengas y yo te hago la música”, me respondió. Le mandé una letra, y cuando ella me hace la devolución, ¡era una rumba! “Che, esto es una rumba.” “Bueno, lo cambio.” “No, no lo cambies, dejalo.” Y así resulta ser que lo primero que voy a grabar mío no es ni un tango ni una zamba, es una rumba. Y de hecho toca la guitarra Jesús Guerrero, el guitarrista de Miguel Poveda -entre muchos-, un monstruo. Y la segunda letra es un bolero.
Fue muy importante la aparición de ella porque cuando estaba buscando cantar temas de otros, ella me hizo ver que podía animarme a cantar temas míos.
¿Qué se siente?
Identidad, primero, porque al cantar vos le estás poniendo el cuerpo a algo que salió de ahí, que es tuyo. Entonces, el intérprete funciona desde otro lugar, con más autoridad y con más naturalidad, porque estás cantando algo que no tenés que pensar cómo lo escribió el autor.
«Siempre escribí, tengo hasta microprogramas de radio hechos con un amigo, cosas graciosas. Y escribí cuentos y otras cositas, pero el formato canción es nuevo, y me gusta porque me referencio con historias que me pasaron. No más tenés que abrir la puerta de lo que te pasó, y punto.»
Claro, porque normalmente tenés que intentar captar el sentimiento que el poeta quería trasmitir; pero ahora el sentimiento es tuyo.
Es muy lindo, incluso iba a decir “sanador”… no sé, al menos a mí me está pasando.
Siempre escribí, tengo hasta microprogramas de radio hechos con un amigo, cosas graciosas. Y escribí cuentos y otras cositas, pero el formato canción es nuevo, y me gusta porque me referencio con historias que me pasaron. No más tenés que abrir la puerta de lo que te pasó, y punto.
¡Claro que es sanador! La escritura permite, primero, una elaboración y, después, un desprendimiento. Además, puede llegar a ser un refugio.
¡Sí! Y en algunos momentos fue una forma de desahogo. Antes de estas canciones, yo había escrito para un amigo que falleció. Tengo, también, algo dando vuelta, medio escrito… ¡mirá vos! para otro amigo que falleció hace poco. No lo puedo terminar porque todavía me confunde el sentimiento de no aceptar que ya no está. Escribí cosas para mis hijas, para mi vieja, para mi abuela. Una vez me pidieron algo para la biografía de Héctor Larrea.
¿Qué otros proyectos tenés desde que cumpliste los veinte años con la música que con la pandemia quedaron “recalculando”?
Lo de recalculando tiene que ver conmigo, con mi “zanahoria” como artista, como intérprete. Ahora es muy distinto a ese 2019 cuando sentía que tenía que escapar un rato del tango. Por suerte, ya no tengo que escapar. Sí, necesito expresarme de otra manera.
¿Escapar?
Sí, fue horrible. La pasé mal. Sentía que había perdido, no la pasión de cantar porque soy el que mejor la pasa cuando me subo al escenario, pero había perdido el deseo de seguir con los mismos formatos. Me costaría mucho volver a grabar cualquier disco como lo hubiese hecho antes, en el formato de orquesta típica o cuarteto típico.
¿Por qué te costaría mucho?
Porque ya lo hice, y no encuentro placer en hacer lo mismo. Es como cuando terminás una relación en la que te quisiste mucho con el otro, pero hay un punto en el que uno dice: “Sí, sí, todo bien, pero no volvería nunca.”
¿No te condiciona el público, que no le guste lo nuevo que querés probar? ¿A quién es más importante contentar, a tu artista o a tu público? ¿Cómo hacés para conciliar entre ambos?
De una te digo que al que hay que contentar primero es al artista, porque si no, no podés, aunque uno sea un producto también. Obvio que nadie hace cosas para no vender entradas y para que a la gente no le guste, pero eso es una segunda instancia, cuando vos difundís tu trabajo -porque yo trabajo de esto- buscás el beneplácito del que te va a contratar o del que te va a pagar una entrada o te va a aplaudir. El trabajo mayor siempre es con uno mismo. El mayor quilombo lo tengo conmigo, en buscar felicidad en lo que hago y sentir que me gusto a mí mismo. Esa crisis de la que estoy hablando fue mucho más allá del tango o de los formatos, fue más profunda. No me gustaba como estaba cantando, no encontraba placer conmigo mismo. ¡Y qué bueno que me pasó!, aunque en su momento lo sufrí. Entonces, al que hay que contentar es a mí.
«…por ahí la gente me verá como el mismo, pero yo sé que internamente me pasaron un montón de cosas que me llevaron a que hoy esté en una búsqueda diferente a la que tenía hace algunos años.»
¿Puedo preguntar por qué o qué no te gustaba de vos cantando?
Sí, yo puedo sacar todo para fuera. Sentía que me había aburrido de mí mismo. Me escuchaba y pensaba: “la verdad es que podría cantar distinto”.
Me acuerdo que me estaban haciendo una biblioteca -mirá vos la historia que te voy a contar, estoy mirando el mueble ahora y me acuerdo-, y vino una amiga con un obrero que cuando me dio la mano casi me la arranca, un tipo muy rústico que hacía poco había de un pueblo en Paraguay donde no había luz; y mientras armaba el mueble, me dice mi amiga “Che, ¿vos cómo andás con el tango? Siempre te veo laburando” “¿Vos sabés que estoy un poco hinchado las bolas de mí, de mi trabajo? Quiero darle otro formato” “¿Cómo? Si te va bien” Parece que el que te vaya bien está asociado a que sos feliz con eso, y no siempre. Y le digo: “Sí, pero no, no la estoy pasando bien, estoy hinchado de hacer lo mismo, quiero hacer otras cosas. Necesito un cambio.” Y entonces el obrero, desde abajo, mientras acomodaba la cajonera, me dice: “Como el águila.” “¿Cómo, como el águila?” Y se puso todo colorado porque era muy tímido, y me dice: “Busque, busque ahí”, señalando el teléfono. “Pero decime qué es.” “No. Es la historia del águila”. Bueno, hay muchos videos que lo explican: resulta que las águilas, cuando cumplen cuarenta años, se arrancan el pico, golpean el pico contra una roca hasta que se les sale. Y se tienen que esconder porque corren el riesgo de que las cacen y no se pueden defender. Y tampoco pueden comer, así que algunas mueren. Cuando el pico nuevo les crece, con el pico nuevo se despluman, se sacan todas las plumas, para que les crezcan plumas nuevas. Algunas mueren de frío, no todas pasan esa prueba. Ahora, una vez que les crece el pico y las plumas nuevas, viven casi 40 años más. O sea que esa crisis tiene el riesgo de quedar en el camino para vivir 40 años más. Y para mí fue muy simbólico porque dije: “Claro, yo necesito desplumarme un poco. Arrancarme el pico y desplumarme un poco”. Y a la vista de los demás esa águila puede parecer la misma águila, pero, internamente, ella sabe que ese pico y esas plumas son otros, y sabe lo que significó cambiarlos, el riesgo que corrió, esa crisis que atravesó para afrontar el cambio. Entonces, pensando en mí, por ahí la gente me verá como el mismo, pero yo sé que internamente me pasaron un montón de cosas que me llevaron a que hoy esté en una búsqueda diferente a la que tenía hace algunos años.
«La pasé mal. Sentía que había perdido, no la pasión de cantar porque soy el que mejor la pasa cuando me subo al escenario, pero había perdido el deseo de seguir con los mismos formatos. Me costaría mucho volver a grabar cualquier disco como lo hubiese hecho antes, (…) no encuentro placer en hacer lo mismo. Es como cuando terminás una relación en la que te quisiste mucho con el otro, pero hay un punto en el que uno dice: “Sí, sí, todo bien, pero no volvería nunca”.»
¿Te importa cómo pueden influir en los tangueros estos temas nuevos? ¿Ya dejaste de rendir examen frente a ellos? Viste que es un público muy exigente.
Mirá, en todo caso, yo no voy a cambiar la mentalidad de los tangueros, porque mucha de esa mentalidad yo también la tuve. Y si te dijese ahora que no me importa nada, no te estaría mintiendo, porque me di cuenta que no tengo que rendir examen ni antes, ni después, ni nunca, eso es una presión que se pone uno.
Pero el ambiente tanguero es especialmente exigente: que si expresás bien el sentimiento, que si estás a la altura de ese tango, que si estás a la altura de los que interpretaron antes, etc., etc., etc..
Sí, sí, pero te digo algo: cuando vos estás convencido de lo que hacés, vencés todas esas barreras. Mirá, cuando invité a Miguel Poveda al Colón, mi amigo Horacio Pagani, comentarista de fútbol, tanguero recontra clásico, me dice: “Naaa, que venga alguien de afuera a cantar tango.” Pero cuando lo vio a Miguel, le gustó. Y después fuimos a comer a un boliche de Almagro, y un amigo guitarrista saca la guitarra y Miguel cantó “Sus ojos se cerraron” y lo mató a Horacio. Y estaba mi amigo, ya fallecido, Osvaldo Peredo, y también se emocionó, aunque Osvaldo siempre fue un tipo más abierto. Pero Horacio me dijo: “Me hizo emocionar este pibe. ¡Qué bárbaro!”. Cuando la emoción logra su cometido, no importa el género musical, no importa nada, se vencen todos los prejuicios. Entonces para mí hay que apuntar siempre a eso. A esa lanza que logra la emoción, no hay que estar pensando en el rótulo, en lo clásico o no clásico.
Jamás, jamás, me preocupé por eso. También porque nunca corrí riesgos, porque obviamente para el tanguero hacía tango tradicional, con lo cual, en todo caso, yo tuve muy buena aceptación de parte de ellos.
¿Puede ser que en el pasado estuvieras más condicionado por la técnica y te dejaras llevar menos por la emoción? Tanto por tu admiración a Gardel, como tus estudios líricos, o tu madre que te dijo: “si querés cantar, estudiá”…?
No, de hecho, ahora estoy tomando clases con otra profesora y haciendo cosas distintas. Sí noto que hoy hay un compromiso mucho más cercano a lo emocional que a lo técnico. No es que antes no lo pensara, pero, con el paso de los años, uno va priorizando otras cosas. El cambio tuvo que ver con una necesidad de crecimiento.
¿Te tienen que pasar cosas en la vida para alcanzar ese nivel en la interpretación que, como decía Goyeneche, llega a la piel? ¿”El tango te espera” no sólo para que te guste sino para que lo puedas interpretar?
Sí, claro, pero después eso lo tenés que hacer musical. Porque yo conozco un montón de gente a la que le han pasado cosas bravísimas en la vida, y cantan mal o feo. Ahí justamente está la virtud del intérprete, en que pueda traducir sus vivencias en una manera musical, y, además, conmueva. Porque uno se puede conmover mucho cuando canta cosas de uno y que a los demás no les pase nada. Si no, todo el mundo sería cantante y todos serían buenos, o grandes intérpretes, y no es así.
¿Sigue siendo Gardel el Dios al que le rezás? (al respecto ver en la entrevista anterior)
Mirá, ahí está Gardel (señala un cuadro en su casa, y a continuación me muestra un tatuaje con la firma de Gardel) ¡Ahora tengo tatuajes, antes no tenía! (risas)
Sí, sigue siendo Gardel el referente máximo, eso no ha cambiado, cambió aquello en lo que encuentro placer, pero otras cosas, no. Como mi concepción a la hora de elegir un tema, que yo sé que es como comprarte una ropa con la que de repente vas andar toda tu vida. Sobre todo, cuando uno graba. Sabés que eso queda eternamente. Entonces cada vez me vuelvo más responsable de lo que canto y de lo que no.
¿En qué sentido te volvés cada vez más responsable?
En no elegir para cantar algo que me gusta ahora pero que en dos meses quizás no. Por eso me está costando tanto elegir nuevo repertorio. Antes, cuando pensaba en un disco nuevo, yo me brotaba y tenía cien temas que quería grabar. Ahora no hay nada que esté seguro que en dos meses me va a seguir gustando, y cuando vos grabás algo lo tenés que poder defender toda la vida.
«…cuando vos grabás algo lo tenés que poder defender toda la vida.»
¿Lo decís por “Mariposita”?
Claro, y me encanta haber grabado “Mariposita”, porque cada vez que lo canto me siguen pasando cosas. Evidentemente fue una buena elección. A mí me reconocen por eso. De hecho, lo he sacado de los shows ya hace años, y me lo piden y lo canto.
Para ir terminado, me llegó un rumor que te iban a nombrar “Personalidad destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires”, ¿es correcto?
Sí.
¿Cómo se siente eso?
Se siente hermoso porque Buenos Aires es la mujer de mi vida, yo amo a esta ciudad, aunque nací en Córdoba y viví ahí hasta los 8 años, pero ¡yo tengo una pasión por este Buenos Aires…! Aunque cuando me lo dijeron, primero pensé “Naaa. Que reconozcan a otro. Que me reconozcan cuando sea más viejo.” Me parecía que era algo para más adelante. Pero después, dije, “Bueno, está bien, yo vivo diciendo a todos que la ciudad más linda del mundo, a la que quiero siempre volver, es Buenos Aires.” La amo con toda mi alma. Y como se ha escrito en muchos tangos: a veces te da la espalda, a veces te hace sentir por un ratito que sos el amor de su vida, y después volvés a ser uno más.
¿Qué extrañás de Buenos Aires cuando te vas fuera, además de tus afectos?
Los olores, los ruidos, andar por sus calles con la indiferencia que tiene esta ciudad que parece que no te mira nadie, la impunidad que eso te da a veces, … ¡Extraño todo! Me gusta el desorden, me gusta el lío. Y mis afectos. Todo lo que palpito, todo lo que me vibra en el corazón… mis amigos, mis hijas …
¡El quilombo! ¡Ese lindo quilombo que te mantiene vivo!
Me mantiene vivo. Yo en Buenos Aires me siento más vivo que nunca y me siento parte.
¿Vos ya sabías que ibas a ser cantante antes de conocer a Gardel?
Yo con el duchador del departamento de Viamonte 1668, donde vivía mi abuela y mi tío cuando vinimos de Córdoba, cantaba el rock “Atmósfera pesada” de Sandro…
O sea que antes que Gardel fue Sandro.
Sí, claro, primero fue Sandro. Yo me sabía todos sus temas porque mis tíos tenían un trío que hacían imitaciones.
No sé si ser cantante era una meta, sí siempre supe que cantaba. Quise ser jugador de fútbol, quise ser muchas cosas, pero el tema del canto yo lo tenía incorporado. Siempre me imaginé en eso porque andaba con mi mamá en las peñas, y acompañaba a mis tíos. Ya entrar a un lugar y ver a la gente cómo mira y dice, “Ahí vienen los artistas”, me gustaba. Y yo sólo les llevaba la ropa. Después fui su plomo (sonidista).
Y el rock de Sandro “Atmosfera pesada”, lo quiero grabar, y lo voy a grabar.
¡Qué mutación de piel que estás viviendo!
Claro, el desplume del águila. Estoy como cuando se está haciendo un local nuevo y ponen esos carteles que dicen: «En construcción, estamos trabajando para usted”. Estoy en proceso de construcción y ya no es un sufrimiento, ahora lo estoy disfrutando.
Muchas gracias Ariel, por la entrevista y, sobre todo, por tu franqueza para responder.
Cuenta Ariel Ardit que al cumplir 20 años de carrera sintió que se aburría de escucharse hacer siempre lo mismo, de la misma manera. Este sentimiento le produjo una importante crisis que se precipitó durante la pandemia. El azar puso entonces en su camino a dos personas que le acercaron las herramientas para abrir la salida. Una cancionista le recordó que podía usar un lápiz para escribir sus propias canciones. Un carpintero le talló en su imaginario el reflejo del águila al llegar a los 40 años cuando, para poder vivir otros 40, arriesga su vida en renacer. Como el águila, Ariel decidió desplumarse de prejuicios y viejos corsés clásicos. Decidió arrancarse el pico y volvió a estudiar canto y coqueteó con nuevos géneros musicales, buscando, quizás, su propia voz. Una voz que luego podría dictarle las letras que el lápiz dibuja en el papel para desahogar su alma de aquellos dolores que agostan la garganta. Una voz que cuando entrevisté a Ariel hace casi cinco años atrás era su farol y su espejismo desde el día en que quedó hechizado por la voz de quien cada día canta mejor. Una voz que le alumbra el camino a seguir, y le nombra la huella del canto.
Flavia Mercier