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Jorge Alemán: “En principio fue la poesía. Esa es mi plataforma.”

Jorge Alemán es reconocido por su trabajo como psicoanalista y su prolífera obra escrita como tal. Ha sido, además, un ferviente impulsor de la trasmisión del psicoanálisis: trabajó durante años en la construcción en España de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano, y es profesor honoris causa de la UBA, entre otras universidades, participa habitualmente en charlas y seminarios, tanto en España como en Argentina. También posee otra vertiente como poeta, o escritor de poemas como él prefiere nombrarse. Una actividad que le valió el Premio Nacional de Poesía del Fondo de las Artes de Argentina, a la edad de 20 años, por su poema “Hospicios y expertos navegantes”.

Jorge Alemán es argentino y vive en España desde hace más de cuarenta años, como consecuencia del exilio político del que fue víctima durante la dictadura militar del 76. Lejos de desalentarlo tal siniestra experiencia, por el contrario, le hizo redoblar su apuesta por pensar a la Argentina y comprometerse políticamente aún más. Por tal razón, es frecuentemente invitado a programas de radio y televisión en Argentina, y tiene una columna en el diario Página 12 y ha impulsado la construcción de un campo de reflexión al que llamó “izquierda lacaniana”, en el que propone abordar el pensamiento político de izquierda desde la enseñanza de Jacques Lacan, para incluir el vacío existencial irreductible del sujeto, como único obstáculo posible al discurso capitalista y a la captura que este hace de los sujetos. Una respuesta que es toda una declaración de la posición de Jorge en la vida frente a todas las fuerzas que se han opuesto a su existencia desde su nacimiento. Unas fuerzas que ha decidido abordar poéticamente en su último libro “La hora del rechazo” y que es el que nos convoca para esta entrevista en la que ahondamos sobre las razones que lo llevaron a escribir poesía a la temprana edad de los 15 o 16 años, las diferentes fuentes de las que abreva su poesía, y cómo el exilio pudo haber modificado su posición como escritor, como psicoanalista y como militante.

Jorge Alemán y Flavia Mercier durante la entrevista.

Según leí y escuché en varias entrevistas, la poesía fue lo primero. Y además fue a muy temprana edad. ¿Qué te llevó con 15 o 16 años a escribir poesía?

Entre otras cosas, una disgrafía que padecí siempre. Es imposible entenderme la letra, y es imposible que yo la entienda, son como hormigas que caminan en un papel en blanco. Si pasan unas horas, yo ya no la entiendo. Así que, para mí siempre supuso una gran atracción la idea de imprimir, para ver si se entendía lo que escribía, porque fueron muchos años de desencuentro. Ayer mismo, firmé unas dedicatorias y las personas me decían: “no entiendo”.

Después, alrededor de los 15 años, había una chica que me gustaba, que me dijo que le encantaba la poesía. Entonces empecé a ir a la “Biblioteca del Maestro” (en la actualidad, Palacio Sarmiento, conocido popularmente como el Palacio Pizzurno) y pedía libros de poetas desconocidos porque si tenían renombre quizás ella ya los había leído. Retocaba el poema o le daba una forma que se mostrase más dirigido a ella. Yo no escribía poesía, simplemente la quería impactar. Pero, mientras tanto, empezó un pequeño ejercicio de escritura, retocándolos. Y un día, el bibliotecario me dijo: “Mire, Alemán, no entiendo bien, ¿para qué lee a los desconocidos?” “Bueno, no sé…” “¿Por qué no lee a los importantes?”. Y ahí le confesé: “Lo que pasa es que yo a los desconocidos los copio”. “Lea a los que no pueda copiar. Para ver si usted escribe.” Y así empecé a leer de un modo muy desorganizado, como se lee en Argentina. No es que uno toma escuelas, corrientes del pensamiento poético, eso en todo caso lo fui modelando mucho más tarde. Empecé a leer a la vez a Vallejo, a Pavese y a Dylan Thomas.

¿Y qué te guiaba para leer a esos autores de esa forma “desorganizada”? ¿Había alguna búsqueda inconsciente o te dejabas llevar por lo que te resonaba?

Como suele pasar en esto, yo buscaba mi lugar. No era un chico que estuviera …. ¿Como te podría decir? Ya estaba en una heterogeneidad y discordancia. La asimilaba muy bien porque iba al colegio, al club, pero era raro (con tono suspicaz). Estaba atravesado por cosas que tienen más que ver con mi propia novela familiar, o con circunstancias de mi vida. Sentía que en la escritura poética había algo que me hablaba, y me parecía que yo entendía.

Tuve desde muy temprano una enorme capacidad -aunque dicho así suena un poco veleidoso- de no retroceder ante el texto complejo. No tenía problemas con el sentido. Por eso después llegué a Lacan, ¿no? Me gustaban estos desafíos de entender, entender entre comillas, porque no es que un poema haya que entenderlo, ¿no? Me interesaba mucho este juego entre el sonido y el sentido de los poemas. Después, Buenos Aires y el encuentro con montones de amigos y amigas que leían poesía.

«Sentía que en la escritura poética había algo que me hablaba, y me parecía que yo entendía… No tenía problemas con el sentido. Por eso después llegué a Lacan, ¿no? Me gustaban estos desafíos de entender, entender entre comillas, porque no es que un poema haya que entenderlo, ¿no? Me interesaba mucho este juego entre el sonido y el sentido de los poemas…»

Es decir, la lectura de estos autores te fue llevando a sus lectores.

Sí, y a leer mis poemas frente a ellos.

Ajá…

Sí, porque yo no puedo leer sin escribir. Es una práctica que he tenido a lo largo de mi vida. Y lo que más me gusta es escribir en cuadernos. Es una cosa que se me impone de inmediato, no sólo con la poesía, sino en general. Ahora ya no bajo el modo del plagio, ¿no? (se ríe tímidamente). Es como leo yo, necesito de esa mixtura tan compleja.

¿Como una elaboración…?

Sí, por eso si uno lee mis poemas de los 20 años, “Iguanas”, “Hospicios y expertos navegantes”, es muy difícil determinar cuál sería la influencia… Es muy difícil porque es una melange, una ensalada grande. Además, a pesar de que yo estaba muy vinculado a la militancia política, mi poesía era muy antinómica con las corrientes sociales de la época: la poesía social, la poesía militante. Es más, muchos compañeros y compañeras veían mi poesía como muy extraña, como si no estuviera en sintonía con lo que estaba pasando políticamente.

Muy extraña en vos que tenías un firme compromiso político.

Claro, claro. Estaban todos esperando poesías heroicas, sobre la revolución, los militantes, el pueblo, los significantes amos de aquel entonces. Y yo hablaba de “Iguanas”, “Hospicios y expertos navegantes”… nada que ver. Así que ahí también se fue formando una red de amigos y amigas poetas que transitábamos por otros bordes, que no estábamos en eso que era muy potente y muy pregnante en la época, que era la poesía comprometida (entre comillas, aclara) o la poesía social o política.  Por eso siempre admiré mucho a Vallejo, porque Vallejo era capaz de escribir ese tipo de poesía, como podía ser el poema famoso “España aparta de mí este cáliz”, y a la vez ser un excelentísimo poeta. Mientras que a mí, los poetas sociales de Argentina rara vez me gustaban.

«…Yo soy una persona que escribiendo poemas se hizo psicoanalista. En absoluto es primero el psicoanálisis. Como pone Sergio Larriera, en el prólogo de mi libro “No saber”: “En principio fue la poesía”. Esa es mi plataforma.»

¿Esa es la época en que te nutrís en los cafés de Buenos Aires?

Sí, porque son verdaderos maestros los que encuentro. Viste que un autodidacta no es alguien que no tiene maestros, sino alguien que los elige. Y había una pasión (con énfasis) por discutir, incluso llegando a momentos casi violentos, alrededor de escritores, poetas. Era muy curioso, ahora que lo recuerdo. La gente hasta se retiraba la palabra.

Saer relata momentos así en algunas de sus novelas. Grandes debates sobre estilos, por ejemplo, entre distintos grupos pertenecientes a diversas corrientes poéticas o de prosa.

Sí, sí, todo eso que Saer relata, sucedía. También había comentarios crueles sobre las poesías de los otros, aunque siempre en relación a estos temas.

¿Es en esa época que te atraviesa el tango?

No, no, el tango viene de mi niñez. Mi vieja cantaba -en casa- todos los tangos. Así que no es que el tango me gustó en un momento, sino que el tango está…

¿Está presente en tu vida desde siempre? ¡¿Está en la lengua materna?!

Es la lengua materna. Es la lengua materna y en la época esa en la que yo escribía poesía vivía como periodista de rock, así que imaginate la distancia. No recuerdo estar poniendo tango, pero, en cuanto sonaba uno, me sabía toda la letra, lo reconocía de inmediato.

¿A vos no te parece que el rock argentino, quizás porque es muy urbano y es una música de Buenos Aires, también tiene algo muy tanguero?

Eso se fue dando paulatinamente. El primer grupo que tiene una raíz tanguera, sobre todo en las letras, es Manal. Se pronuncian los nombres de las calles. Se pronuncia “el Dock”, “Avellaneda Blues”. Eso viene de “…en la avenida Centenera y Tabaré…” (canturrea el tango “Mano blanca”) Nombrar las calles es un procedimiento muy específico del tango que pasa al rock. De hecho, Moris cuando llega a Madrid tiene un acierto -que después copia Sabina- que es nombrar las calles. “Hay mucha polución en la plaza de Colón, …” “Yo trabajo en un bar de Hortaleza, soy el camarero que te pone la cerveza.” Y bueno, era tanguero Moris, y también era tanguero Javier Martínez de Manal.

Estábamos inmersos en el mundo del tango, no es que hubo que ir a buscarlo. En todo caso, en muchos casos, estaba latente. Spinetta cuenta que él cantaba de jovencito: “He roda’o como bolita de purrete arrabalero…” (“Cuando me entres a fallar”). Y él quería hacer otra cosa, pero, de golpe, aparece en un tema suyo, Mederos. Fue apareciendo. En Lito Nebbia, también fue apareciendo. Y al final, el rasgo distintivo del rock argentino es ser una música urbana con una influencia tanguera.

También, con el tiempo, los rockeros se van dando cuenta de que el tango es una gran música. A medida que van creciendo musicalmente, se van dando cuenta, porque en la época previa a la emergencia del rock and roll argentino, en la época del “Club del Clan” y todo eso, se produjo una especie de suicidio en Argentina. Ahí matan al tango, lo declaran pasado de moda. ¡No se puede declarar pasado de moda a un clásico! Pero la Argentina es tan joven, tan loca, que las orquestas desaparecen. Yo vi por última vez en un baile de Vélez Sarsfield a la Orquesta de Troilo. Y después ya no se ven más. ¡Es una locura lo que ocurre! ¡Un verdadero desastre cultural, una catástrofe! Sobreviven como pueden, lógicamente Piazzolla porque hace algo distinto. Y después cuando el tango vuelve en los años 80, a mí me produce gracia (significando extrañeza). Yo que vi las grandes orquestas, ver a un cantante solo con un bandoneón y dos guitarras…

Por lo tanto, a mí no me pasó como a mucha gente en la Argentina que un día “le empezó a gustar el tango”, o inclusive las milongas, o pedía “Naranjo en flor” cada vez que iba al concierto. No, en mi caso, todo eso ya estaba en mi vida. Porque, además, en ese período que escribía poesía, era amigo del Tata Cedrón. Y si bien sus músicas tenían una dimensión vanguardista -porque le ponía música a Gelman o a Tuñón-, él era un tanguero clásico, no le gustaba Piazzolla, era muy gardeliano. O sea: el tango estuvo “ahí”, en mi vida, siempre.

¿Reconocés sus huellas en tu escritura? ¿O te atraviesa tanto que no las podés reconocer, se diluyen?

Sí, sí. Por ejemplo, ahora, en “La hora del rechazo”, tengo unos poemas que se llaman “Dice el tipo”, y Freidemberg – que es un poeta muy brillante de mi generación, muy agudo, y que lo presentó en Buenos Aires-, observó en ellos cierta musicalidad, cierta rítmica tanguera.

¿Cierta cadencia?

Eso, cierta cadencia. Esa es la palabra.

Por momentos parece que ese “tipo” es como un otro tuyo. Un otro de otro tiempo.

Claro, sí. Es otro de otro tiempo, atemporal, y un poco loco y a la vez un poco sabio. Bueno, Freidemberg supo ver ahí algo del tango.

«¿Por qué tu libro se llama «La hora del rechazo»? …Como si quisiera abordar poéticamente todas las fuerzas que se opusieron a que yo naciera, a que yo tuviera un lugar…lo que me interesa es que cuando uno viene a este mundo no hay sólo un sí, hay por debajo de ese sí un no fundamental con el que uno lidia. Y también es saber qué hiciste con eso. Por eso aparece este tipo que dice cosas.»

Y contame cómo fue que te encontraste con el psicoanálisis en Chile.

Eso se lo conté a Miller una vez que sacó una revista y le dicté el primer encuentro con los “Escritos” en Chile, después de una mañana rarísima que fui con un amigo a ver una exposición de pintura en la embajada cubana en Santiago, y sucede algo inesperado: entra el presidente Allende y le damos la mano. ¡Increíble! No habíamos saludado a un presidente en la vida y le dábamos la mano a un presidente marxista, elegido por el pueblo. De hecho, él era una de las razones por la que estábamos en Chile. Además, él vino hacia nosotros, que éramos como dos hippies, teníamos 19 años, estábamos viviendo muy pobremente en una pensión, veníamos de Perú.

Después de eso, nos vamos a la universidad -que había una librería- y compramos los dos “Las palabras y las cosas” de Michel Foucault y los “Escritos” de Lacan. Nos vamos a la pensión, lo empiezo a hojear y me parece que no se entiende. Más bien lo veo como un libro poético. Pero mi amigo, que no tenía problemas con el sentido, cuando le digo “No se entiende nada”, me dice: “Sí, sí, yo lo entiendo”. “Ah, ¿sí?, ¿entendés? A ver, ¿qué es el significante?”. Entonces escribe una letra en una hoja y me dice “¿Ves? La letra escrita es el significante, el significado no tiene nada que ver, no está, eso se combina.” Da un golpeó la mesa y dijo: “Este es el verdadero materialismo”. Aunque yo primero me resistí: “¡Pero, no! No se puede borrar el significado, la unidad popular, la lucha de los pueblos …”, el efecto que me produjo fue con una epifanía: salí a la calle y vi toda la ciudad escrita. Empecé a ver las paredes, todo escrito, de otra manera.

¿Rompiendo el matrimonio entre el sentido y significante?

Sí, exactamente. Dije: “Ah, está escrito todo. Y esto tiene una materialidad propia”. En esa época, en Chile estaba de moda un libro que se llamaba “Para leer el Pato Donald”, que interpretaba todo en términos de significado: el pato Donald, el imperialismo, en fin. Y de golpe, esto era una subversión. Y volví a encontrarme con lo de la poesía, porque en la poesía se trata de leer el significante separado de la significación. Uno no puede leer a Elliot, ni siquiera a Vallejo, desde la significación. Vallejo es un gran poeta del sonido.

«…Y de golpe, esto era una subversión. Y volví a encontrarme con lo de la poesía, porque en la poesía se trata de leer el significante separado de la significación.»

O sea, lo que te atrapa de Lacan es la relación de su enseñanza con lo poético.

Totalmente, sí. A mí me molesta cuando me dicen que soy un psicoanalista que escribe poesía. No, yo soy una persona que escribiendo poemas se hizo psicoanalista. En absoluto es primero el psicoanálisis. Como pone Sergio Larriera, en el prólogo de mi libro “No saber”: “En principio fue la poesía”. Esa es mi plataforma.

¿Qué te produce cuando te encontrás con alguien que te dice que lee lo que escribís?

Lo valoro muchísimo. Siempre me da una gran curiosidad, que no logro manifestar por timidez, ganas de preguntar ¿cómo habrá llegado a esto? Sobre todo cuando me dicen: “sos una persona que siempre leo.” Y me aclaran “no pertenezco al psicoanálisis”. Ayer se acercó así un muchacho que era un trabajador. Y eso me pasa mucho en Argentina: personas ajenas al ambiente que se encuentran con libros, la verdad, complejos, difíciles de leer, y sin embargo insisten. Es muy conmovedor para mí.

Quizás porque quien escribe arma un campo en el que se inscribe, y a la vez se encuentra con otros.

En ese sentido, yo tengo tres actividades. Y las tres las tengo ligadas. Tengo la vertiente poética. La otra es mi vida de psicoanálisis: participé durante años de la construcción de la Escuela del Campo Freudiano, terminé en una disputa … que ahí estamos… Y después están mis intervenciones como la de ayer, o en Argentina en televisión, en radios, escribo regularmente en Página 12. No lo veo como cosas aisladas.

Todas se entretejen en una misma trama.

Claro, está todo en una misma trama donde está eso de lo que hablaba ayer: el exilio, dos países.

«…No me gusta la idea que la cultura, la poesía, la literatura, todas las cosas que valen la pena, sean sólo para las elites. .. A mí no me gustaría un mundo en el que la circulación de la trasmisión fuera solamente para las elites o para los universitarios formados.»

¿Cómo se incluye tu compromiso político en esta trama? ¿O queda al margen?

A ver, digamos que no me gusta la idea que la cultura, la poesía, la literatura, todas las cosas que valen la pena, sean sólo para las elites. Primero, porque tuve la suerte de conocer algún momento de Argentina en la que a Saer, de repente, lo leía un trabajador. Yo en el “Ramos”, en “La Paz”, bares que frecuentaba en Buenos Aires y del Gran Buenos Aires, he hablado de Sarmiento y de Cortázar con personas de origen popular que no habían terminado la escuela secundaria porque había algo que mantenía ciertas condiciones sociales de país. Por lo tanto, a mí no me gustaría un mundo en el que la circulación de la trasmisión fuera solamente para las elites o para los universitarios formados.

¿Es una Argentina también del deseo, la Argentina que desearías que fuera?

Sí, pero yo encuentro. No tengo interés en reeditar nada, sino que voy a lo que sé que hay. Y sé buscar los lugares. Y encuentro muchas personas, tengo interlocuciones importantísimas en Argentina. Cada vez que voy tengo grandes y gratas sorpresas. Argentina es muy impresionante en eso, ¿no? Porque vas a una provincia donde hay escasísimos recursos, alguien podría pensar que ahí es imposible que pase algo, y de golpe hay sesenta ponencias sobre la izquierda lacaniana. Es también una insistencia Argentina, ¿eh?

¡Una apuesta permanente!

Sí, sí. Sin duda es así. Respeto mucho eso de Argentina, que no ceden, que están ahí, que siempre hay un pibe que viene a verte con un libro. Y eso a pesar de que en muchos casos sufren condiciones horribles.

«Lo que quiero decir con esto es que el exilio no es pérdida, si uno se pone en el lugar en el que entiende que ese agujero no se va a taponar nunca. Yo lo he sentido así.»

¿Cómo modificó el exilio estas tres posiciones, el psicoanalista, el poeta o el que escribe poesía y el militante?

Bueno, te voy a decir que fue … tan difícil (con énfasis) … encontrar el lugar, autorizarme a hablar, encontrar un modo de decir… España fue una gran exigencia, hubo que estudiar muchas cosas. Llegué muy joven y me di cuenta muy rápido que si no adoptaba la lengua de los otros -no el acento ni nada por el estilo-, si no me interesaba lo que estaba en juego aquí, iba a ser muy difícil poder trasmitir lo que a mí me interesaba trasmitir. Así que me puse a estudiar.

¿Historia?

Entre otras cosas, sí. Tuve una estrechísima relación con Eugenio Trías, filósofo que vivía acá (en Barcelona) y conocí en Buenos Aires. Él era un gran sabio de la historia de las religiones, de las cuales yo no sabía nada. Luego apareció la filosofía con mucha más fuerza porque en España, a diferencia de lo que pasa con el psicoanálisis, hay una tradición filosófica importante, hay grandes lectores e intérpretes de la tradición europea. Los conocí a todos, aprendí mucho de ellos. O sea que el exilio fue como un examen, como estar dando siempre un examen. Un “esto lo tengo que entender”. Por ejemplo, Eugenio ya tenía su propio sistema filosófico, y he estado frecuentándolo años y años para conversar sobre lo que era su proyecto.

Lo que quiero decir con esto es que el exilio no es pérdida, si uno se pone en el lugar en el que entiende que ese agujero no se va a taponar nunca. Yo lo he sentido así. Es más, he pensado a la Argentina de muchas maneras acá. En todos estos años no he dejado de pensar nunca a la Argentina. Y no a través de lo que veo en los viajes, sino a través de sus textos, de sus escritores, y también a través de los españoles. Me interesa lo que los españoles dicen. Suponte: el peronismo. Los españoles en muchos casos lo declaran como algo incomprensible. Bueno, me interesa mucho indagar las razones por las que les resulta incompresible. En lugar de decir: “Uy, no lo entienden. Nunca lo entenderán…”, como se ponen algunos muy contentos allá diciendo. A mí me interesa indagar por qué no se entiende.

«Hay un aspecto doloroso, del cual nunca he hablado en las entrevistas, aunque sí es algo en lo que pienso en muchas ocasiones, y es que, en mi familia, hemos durado nada más que dos generaciones en Argentina: mi padre, mi madre y yo. Ya mis hijos, mis nietos, forman parte de la historia española. En ese punto siempre siento un poco de rabia por los que se quedaron con el país. Sobre todo porque en el ’76 fuimos arrasados. Al final se salieron con la suya, se quedaron ellos.»

¿Qué de la división fundamental del sujeto te presentifica el exilio?

Hay un aspecto doloroso, del cual nunca he hablado en las entrevistas, aunque sí es algo en lo que pienso en muchas ocasiones, y es que, en mi familia, hemos durado nada más que dos generaciones en Argentina: mi padre, mi madre y yo. Ya mis hijos, mis nietos, forman parte de la historia española. En ese punto siempre siento un poco de rabia por los que se quedaron con el país. Sobre todo porque en el ’76 fuimos arrasados. Al final se salieron con la suya, se quedaron ellos. Ahí tengo como un puntito…

¿Como una contienda no saldada?

Esa es la palabra, es una contienda, estoy en una contienda. Muchas de las cosas que hago en Argentina es porque continúo en esa contienda.

Por otro lado, fue una elección mía quedarme. Porque cuando podría haber vuelto, tenía ya a mis hijos y no les podía imponer que se fueran a vivir a allá. Yo estaba incluso separado, circunstancias de la vida. Pero, cuando veo a esos tipos que siguen ahí y que se sienten los dueños del país, digo: “¿Qué derecho tienen estos?” Porque, además, no aman al país. No aman a la gente de ese país. El establishment de la Argentina odia a la Argentina.

¿Por qué tu último libro de poemas se llama “La hora del rechazo”?

Bueno, esto daría para largo. Vamos a decir que yo pienso que hay una diferencia entre el fantasma poético y el psicoanalítico. Entonces, he tratado de establecer, sin ningún patetismo, ningún victimismo, ninguna queja, un tratamiento de un rechazo que está en el origen, incluso en el propio nacimiento. Como si quisiera abordar poéticamente todas las fuerzas que se opusieron a que yo naciera, a que yo tuviera un lugar. Y no me gustaría que se mezcle con algo vivencial. A veces, cuando colgaba alguno de esos poemas en las redes, la gente cuando los leía me preguntaba: “¿Qué te pasa, estás mal?” “Todo lo contario. Estoy en la playa, en este momento.” Es un tratamiento que le quise dar a un tema que para mí ha sido clave en el momento en que lo capté en su dimensión más constitutiva, más originaria. Como dijo Freidemberg muy bien: “¡Cuidado que esto no es el abandono!” Ni alguien que me dijera que no. También tengo mi veta melancólica y este trabajo ha colaborado a que pueda comunicarme mejor con esa sombra, pero lo que me interesa es que cuando uno viene a este mundo no hay sólo un sí, hay por debajo de ese sí un no fundamental con el que uno lidia. Y también es saber qué hiciste con eso. Por eso aparece este tipo que dice cosas.

¿Crees que es constitutivo del sujeto, o incluso del ser humano, el rechazo?

¡Sí! Yo creo que sí. Para cada uno a su manera.

Bueno Jorge, muchísimas gracias por tu tiempo, la honestidad y la generosidad de tus respuestas. Ha sido un honor.

Jorge Alemán cuenta que la disgrafía que padece desde siempre – letras como hormigas sobre un papel en blanco- lo llevó a escribir, porque la escritura trae consigo la posibilidad de publicar, y, con la letra impresa, la respuesta a la pregunta sobre la posibilidad de un encuentro con el otro. En ese punto podríamos decir que algo no marchaba, en tanto las hormigas se desperdigaban sobre la hoja en vez de seguir un curso que hiciera huella.

¿Por qué poesía? Por causa del amor buscando alojar su atopía. Como rezan unos versos de su último poemario, “La hora del rechazo”:

“Busco el poema que salve

y lo encuentro.”

Se define allí una posición en la vida. Una vida sensiblemente recorrida por una contienda fundamental entre las fuerzas que le dicen que sí y las que la contradicen.

Cuenta, ahora, que en este libro finalmente aborda esas fuerzas opositoras de forma poética.

“En la hora del rechazo crece en la madre del odio una criatura que vuelve del río lleno de golpes… “

Como en el río que insiste en muchos de sus poemas, quizás es la contracorriente lo que hace vibrar la tierra dispersando las hormigas. Entonces llega la poesía para remendar esa trama festoneando de hormigas un paso franco al exilio desde donde vuelve trayendo lo que dice “el otro tipo”, cuando la falla se tornó causa.

Flavia Mercier