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Patio de Artistas: Un año de entrevistas

Hace 1 año atrás, la luna alumbraba unas sillas y una mesa redonda de patas de hierro y tapa de cerámica, que esperaban a la vera de un patio en el que la vida fue río y a veces rió. La nocturnidad bañada de luna teñía todo de color azul. En el fondo, una parra trepaba uvas por una columna y se extendía por unas guías de pared a pared, frondosa como un toldo natural.

Sentada, en penumbras, con los ojos cerrados, el alma se abría a los ecos de otros tiempos. El cuerpo hacía de caja de resonancia a risas, cantos, guitarras, discos un poco rayados y aplausos que llegaban desde de otros patios a los que se entraba sin necesidad de golpear. Ecos que escribieron en la pizarra de la noche una partitura de estrellas, para una nueva función.

Y entonces, hace 1 año atrás, este patio se abrió para empezar a recibir artistas. Uno tras otro, fueron llegando invitados, para contar cómo lo hicieron, cómo lo soñaron. Hoy va para ellos nuestro agradecimiento por la generosidad con la que compartieron con nosotros su experiencia, su saber hacer, sus sueños y sus dolores. Y en honor a tal presente, hoy redoblamos la apuesta “en obra” de este tapiz que hilvana entre preguntas y respuestas, de qué se trata el deseo de un artista. Gracias infinitas a todos los artistas que lo hicieron y lo hacen posible.

Entrevista a Javier Gardella: “Que tu danza sea el ritual”.

Criado entre recaladas y juntadas, al ritmo de bombo, zamba y chacarera, en el seno de una familia amante de nuestra cultura, Javier Gardella brilló en los escenarios más caros para el sentir folclórico, habiendo ganado Cosquín, Laborde, y Tandil en las categorías de danza y malambo, como solista, en pareja, y como director de ballets y maestro de varias parejas premiadas. Ha dejado sin aliento a todos los públicos que han disfrutado de su arte, desde la más humilde de las peñas, hasta la televisión estadounidense en un programa presentado por Jennifer López y Marc Anthony.

Verdaderamente un “monstruo” de la danza que junto a su hermano Isaac Gardella -con quien codirige “Los Potros Malambo”- no sólo han escrito algunas de las páginas más célebres de la historia del folclore argentino, sino que le han donado una nueva gramática a modo de coreografías y un nuevo alfabeto de pasos con que expresar más intensamente el sentir de su pueblo. ¡Disfruten de una gran entrevista!

¿Qué te llevó a dedicarte a la danza?

La historia empieza así. Yo vengo de una familia del Norte (Argentina), de Santiago del Estero y de Tucumán, así que me he criado entre chacarera, gato, zamba, empanada, guitarras de los tíos y bombo. Todo eso forma parte de mi infancia. De alguna forma u otra, el folclore estuvo siempre presente en mi familia, el que no baila, canta y el que no, hace palmas, dijo uno (risas). Hasta el día de hoy, esa tradición de la guitarreada, la juntada, siempre estuvo presente en mi familia. Y después a mamá y papá les pareció que podía tener condiciones, así que a los 5 años me apuntaron a clases de folclore.

Esta revista se llama “Patio de artistas” como símbolo de esas costumbres tan nuestras, de esas reuniones familiares y con amigos, de las que nacieron tantos artistas. El “Patio” da cuenta del arte como “suelo” o “superficie de apoyo” para salir al mundo, hacia la vida, para construirse un mundo y ganarse una vida.

Tal cual. Nosotros tratamos siempre de mantener las tradiciones. Con una evolución ¿no? porque hoy vivimos de otra forma que como vivían los viejos. Mirá, cuando falleció mi abuelo apareció un chango, dijo “permiso”, destapó un vino, “salud”, entonó una vidala y una chacarera, y explicó: “en mis pagos a los vidaleros los despedimos de esta forma”. Mi abuelo era un viejo vidalero.

¿Y qué siguió después de esas primeras clases de folclore?

A los 5 o 6 años, empecé a agarrar el bombo, las boleadoras, y junto a un tío que tiene algunos años más que yo, conformamos el grupo “Los duendes del malambo”, y empezamos a hacer fantasía y toda esa cosa de show.

¡Ah! ¡Todo un pionero de los shows con bombo y boleadoras!

¡No! Todo eso viene de muchos años atrás. Hay muchos artistas, grandes artistas, que desde hace mucho han ayudado a expandir el folclore por el mundo. En general de la mano del tango, aunque también hubo varios picos copados sólo del folclore. El más recientemente, fue el de “Malevo” (compañía de malambo), pero antes hubo otros. Juan Saavedra en el “Cirque du Soleil», por ejemplo.

«…a mí me regalaban guita para mi cumpleaños y yo me iba a comprar tela para hacerme un traje. Tal era la “enfermedad” que tenía con la danza.»

Entonces, a las clases de folclore, sumaste el estudio del bombo y las boleadoras.

En realidad, nos enamoramos tanto de estos elementos que dejamos la danza en un segundo plano y nuestro show fue exclusivamente de bombo, malambo y boleadora. Dos o tres años después agrandamos el grupo, éramos cinco, y nos pasamos a llamar “Los demonios del malambo”. A mis 10, 11 años nos invitan por primera vez a un certamen para hacer el show. Hasta entonces yo no sabía lo que era un certamen y ahí vi un grupo de mi categoría – de chicos – que me gustó mucho, y le pedí a mis padres que me llevaran a probarme y quedé. “Romance de quena y viento” se llamaba.

Así empecé con las competencias. Estuve 2 años, más o menos, en ese grupo, hasta que me fui a otro festival para buscar otro ballet. Y viene un amigo y me dice que estaban haciendo pruebas para el “Güemes” (Ballet Folclórico Miguel de Güemes, de General Pacheco, provincia de Bs.As.). En esa época era “el” ballet. Lo dirigían Norma Moyano (entrevistada recientemente por nuestra revista) y Fernando Deglise, aunque al poco tiempo Norma se fue. Lo que pasaba es que yo era muy chico y al principio dudaban, decían que esperara un tiempo. Hasta que uno de sus bailarines me vio bailar y recomendó que me tomaran. Era Jorge Pahl, que hoy sigue siendo mi amigo. Estuve unos 4 o 5 años en el “Miguel de Güemes”.

A todo eso, yo seguía con el grupo de bombo, así que empecé a armar un ballet con familia y vecinos. Éramos cuatro o cinco parejas que bailábamos en peñas. Hacíamos, por un lado, la parte de bombo y boleadoras, y por otro, la danza. Hasta que, a los 17 años, más o menos, me animé a participar en serio en las competencias.

¿Fue cuando ganaste el Laborde en categoría juvenil?

No, Laborde lo ganamos como cuarteto de malambo en el 2007. En el ‘97 fui al desempate, pero no gané.

Pero llegaste a mayores siendo ya muy conocido de la categoría infantil.

Lo que pasa es que se puede hablar mucho de vos en categoría infantil – que si baila bien; que si zapatea bien-, pero la prueba de fuego es cuando llegas a la edad del cambio, cuando el cuerpo empieza a crecer. Ahí hay bailarines que se adaptan bien y hay otros de los que sólo se dice “¡Ay qué lindo que bailaba cuando era chico!”

¿Y cuándo llegaste a Cosquín?

En el ’98 llegué por primera vez en pareja de danza con mi compañera Lorena Rodríguez. Fue hermoso llegar a ese escenario, el escenario mayor con el que uno sueña, y que en esa noche de Cosquín -que fue una de las mejores por la competencia que había-, se hable de la pareja que habíamos presentado, para mí fue increíble. Me llenó de energía y ganas. Y eso que no llegué a la final. Lorena, fue mi compañera 6 años y un eslabón muy importante en el Potro Ballet. Ganamos en muchos festivales, entre ellos, Tandil, Ameridanzas y fuimos mejores bailarines el Festival Nacional de la Zamba en el 2000.

Contame qué sentiste esa primera vez en Cosquín.

Fueron buenísimo todos los comentarios. Salimos en el diario de esa noche. Un montón de cosas que fueron como “caricias”. Recién cuando uno llega a ese lugar mágico, uno siente que empieza a ganar identidad en el ambiente; así que fue como recibir la bienvenida. A veces uno necesita eso, la aprobación de la gente del ambiente y de los grandes maestros que uno tiene como referentes. Hasta entonces no había todavía en mí un bailarín profesional que pensara en salir al mundo o a todas esas oportunidades hermosas que me regaló el arte que nos toca.

«Cuando bailo no hay nada que impida que mis pies vayan, lo disfruto, y no hay nada fingido. Hoy siento que he logrado entender la respiración de mi danza. Escucho la música y respiro esa música, ese tiempo, lo que me brinda cada canción, cada compás.»

¿“Que nos toca…”? ¿A vos “te tocó” ser bailarín?

Creo que a mí me tocó ser bailarín. ¿Viste que dicen que hay “un barba” que nos va poniendo cositas? Bueno, a mí me dijo: “¡Tomá! ¡Vos danzá!”

Una suerte de don. ¿Y vos no pusiste nada por tu parte, todo fue gracias a un don?

Bueno, yo me preparé, y puse toda mi energía en bailar. Sin tener la técnica, sin haber profundizado en el estudio de la danza, quizás no tendría mi identidad “dancística”. O no habría tenido buenos resultados en la categoría infantil, o en la mayor.

Y, además, ¿sabés qué? Con 18, 19, años tenía ya mi ballet con categoría infantil, categoría mayor y categoría adulto. Después de lo que me sucedió en Cosquín, dije: “¡Ah, no! ¡Quiero más!” Así que en el 2000 me animé a destapar al grupo de primos y a salir al ruedo competitivo, aunque con un poquito de miedo. Igual los comienzos fueron buenos. En aquella época ya andábamos todos con los pelos largos y con un estilo muy particular en la forma de vestirnos y presentarnos.

Los Potros Malambo.

¿Qué buscabas con todo eso, el estilo, los pelos largos o introducir el bombo y la boleadora en el show? ¿Ser diferente?

Yo creo que siempre fui arriesgado. No me importaba el qué dirán en la cuestión artística. Yo sólo pensaba ¡Puede quedar re lindo! ¡Podemos ir “por acá”!

Y en cuanto a la parte de bombo y boleadora, a los 6, 7, años, empecé a conocer a profesores que sólo hacían fantasía. Entre ellos, Hugo Garay que dirigía el grupo “Rugir de bombos”. Él me marcó mucho -de hecho, lo sigo viendo, a veces nos juntamos a comer un asado-; aunque siempre me dice “pero yo no te enseñé a bailar, sólo a tocar el bombo”. “Sí, pero me diste un concepto de ensayo”, le digo. “Las herramientas para ser más exigente en muchas cosas” Y en mi trabajo todo eso me ha funcionado.

«Con 18, 19, años tenía ya mi ballet con categoría infantil, categoría mayor y categoría adulto. «

Volvamos a la trayectoria ¿Cuándo ganaste Cosquín?

Al año siguiente, en el ’99. Tenía 18 años. Ese año tuve el placer de llegar con el malambo sureño y norteño, y nuevamente con la pareja. Paso a la final en pareja y en solista de sureño, y gano en malambo sureño. Vuelvo en el 2001 con la pareja de danzas y en el 2009 ganamos con el combinado de malambo norteño.

¿Y también ganaste Tandil?

Si hablamos de Tandil, la cosa se amplía mucho. Como solista gané en el ‘98 en categoría juvenil, y unas 4 o 5 veces en mayores. Ganamos como “Conjunto de Danza” 4 años consecutivos, y 3 años consecutivos como “Mejor Delegación del Festival de la Sierra”. Y como profesor tengo unas 9 parejas premiadas. En Tandil tuvimos muchos premios.

Ya veo…Entonces, después de que ganás Cosquín te animaste a armar tu propio ballet. ¿Y la faceta más artística?

Después que vuelvo a competir en pareja (a Cosquín) en el 2001, me contactan Adrián Aragón y Erica Boaglio. Adrián me contó que me estaba buscando desde el año anterior que me había visto en Cosquín en malambo, y que tenía un show de tango y quería añadir un cuadro de folclore… Audicioné, y bueno, ahí empecé a conocer un poco más el ambiente profesional, las giras, el viajar afuera y todo lo demás. Desde ahí hasta el 2006, 2007, trabajé con ellos, viajando mucho a Italia y un poco a Francia.

Y ahí empezaron también los sueños de tener mi propia compañía. En aquella época lo llamaba “mi ballet”. “¡Ay!, ¡cómo me gustaría hacer esto con mi ballet!”, decía. Yo veía que afuera funcionaba y pensaba “Tengo que armar un show folclórico”. Y eso sucedió en el 2007, cuando se acercó una productora italiana que me permitió armar mi primera gira con mi hermano y mis primos. Fuimos a Italia y presentamos el show “Raíces de un nuevo tiempo” con el Potro Ballet.

Los Potros Malambo.

¿Y cómo llegaste después de todo eso a trabajar con Jennifer López?

Con la gira a Italia dijimos: “¡esto es lo que queremos!”. Seguimos un tiempo con la competencia hasta que en 2010 dijimos “¡basta!”. Entonces empezamos a darle forma al show, a meterle cosas de flamenco; y a presentarnos en distintos teatros, y a participar en shows de otras compañías. Estuvimos con Mora Godoy, con Hernán Piquín, con Fátima Flores, y grandes cantores folclóricos.

Un año llega un amigo y nos dice que hay un bolo para Estados Unidos. Primero nos dijeron que era para un show y volver. Luego que era una gira de un mes. “Mientras sea trabajo… Vamos”, dijimos. No se terminaba de entender qué era, lo tenían todo oculto. Nos hicieron hacer dos audiciones, un video, hasta que nos llevan a San Antonio de Areco porque venía de Estados Unidos un coreógrafo muy importante. Y aparece Jennifer López. Recién ahí nos enteramos que era un reality (“Q’Viva! The chosen”). Nos hicieron zapatear a nosotros y a otro ballet, para elegir quién iba. ¡Te imaginás! ¡Queríamos explotar, zapateábamos con todo! Al final, nos eligieron a todos. Después allá, vivimos como una semifinal y nos hicieron hacer lo que ellos llamaron “La batalla de Malambo”. Un contrapunto entre los dos grupos de Argentina. Nosotros tuvimos la oportunidad de quedar los seis, y de la otra compañía quedaron sólo dos: Fabián Serna y Matías Jaime. Formamos así un nuevo grupo. La idea era seguir con una gira por 21 países, pero justo Jennifer López y Marc Anthony se separan, y se interrumpió todo. Igual fue otra explosión del folclore y expansión al mundo.

¿Nutriste tu baile con otras danzas?

Sí, hice un poco de clásico, de jazz, flamenco, un poco de tap, pero yo siempre fui folclórico. Mi disciplina es el folclore y siempre intento que mis coreografías incluyan su esencia. Siempre intento trasmitir desde la raíz -“el paso básico, el paso básico,…”- , y hoy siento que es parte de mí hasta cuando camino. Quizás por eso mis coreografías siempre se ven bailadas.

«Creo que a mí me tocó ser bailarín. ¿Viste que dicen que hay “un barba” que nos va poniendo cositas? Bueno, a mí me dijo: “¡Tomá! ¡Vos danzá!”»

¿Qué significa que tus coreografías se ven “bailadas”? ¿Naturales? ¿Espontáneas?

Cuando bailo no hay nada que impida que mis pies vayan, lo disfruto, y no hay nada fingido. Hoy siento que he logrado entender la respiración de mi danza. Escucho la música y respiro esa música, ese tiempo, lo que me brinda cada canción, cada compás.

¿Qué quiere decir que lograste entender la respiración de tu danza?

No es la respiración que tenemos normalmente los seres humanos, que si no respiramos nos morimos. Es respirar lo que estamos bailando, respirar ese momento.

Por ejemplo, hay algo que me encanta hacer en el show, y es entrar al escenario con el bombo colgado, sin tocarlo, y lograr que al paso lento… (con énfasis) la gente empiece a hacer silencio y a prestarme atención, porque yo ya empecé a bailar. Yo no necesito tocar el bombo para estar ya bailando.

¿Sería como cuando en el tango se dice que se baila la pausa?

Sería cuando en el tango quedaste en una pausa, y para juntar un pie con el otro, lo hacés tan lento, sin que te apure nadie, y tan sútil. ¡Ahí está la magia pura! (con énfasis, suspirando y mirando hacia arriba) No me gusta el bailarín que está haciendo cuatro ganchos para acá, cuatro para allá y un boleo detrás de la nuca para que digan “¡Fa! ¡Qué bailarín!”. Cuando yo entro a bailar con el bombo y voy lento, sin tocarlo, desde un costado del escenario hacia el centro, trato que la gente vea lo que sucede entre cada paso. Dijo Antonio Gades: “No es el paso lo que hace a la danza, sino lo que sucede entre cada uno de ellos”.

Me parece que lo que ahí sucede es lo que vos llamás “la respiración” de tu danza. La respiración tiene un ritmo que refleja un estado de ánimo. Si uno está nervioso, respira rápido. Si está angustiado, le falta el aire. Si está enamorado, suspira.

¡Claro! ¡Perfecto! Yo escucho la música e intento respirar lo que me invita a sentir. Es como cuando vos estás con un mal de amores, no te ponés a escuchar una música “punchi, punchi”, o una guaracha.

Y si vos estás con “mal de amores”, “te falta el aire”. Entonces si estás bailando una zamba que habla de la pérdida de un amor, te tiene que faltar el aire, y si te falta el aire no podés estar a los saltos, necesitás una pausa para respirar profundamente.

Exacto. Es hermoso poder ponerlo así en palabras.

¿Y qué expresás con el malambo?

A mí en la parte rápida me entraba una alegría, un disfrute (con énfasis), que yo me reía. Era otra época…

Los Potros Malambo.

¿Como ves al folclore hoy?

Hum,… Hay mucha gente muy trabajadora, que trabaja mucho para ser mejor bailarín, dar lo mejor de sí, pero siento que se está perdiendo el bailarín folclórico. Siento que al nutrirse con tantas danzas, el bailarín folclórico se disuelve un poquito y se terminan viendo como bailarines contemporáneos con ritmo folclórico. Hoy vas a Cosquín y es difícil ver bailarines con botas. Hoy muchos suben al escenario con botas de potro o descalzos porque es más fácil. Todo lo que sale del contemporáneo es más fácil. Con botas es más complicado.

¿Perdiste algo por la danza?

Mirá, a mí me regalaban guita para mi cumpleaños y yo me iba a comprar tela para hacerme un traje. Tal era la “enfermedad” que tenía con la danza. Mis viejos me dijeron: “¿Vos que vas a hacer? ¿Vas a seguir estudiando?” A los 18 años pegué gira con Soledad Pastorutti y me fui. Y así siempre. Mis viejos me apoyaron en todo. Festival que quería ir, festival que mis viejos me llevaban. Donde yo iba a bailar, ellos siempre estaban ahí, debajo del escenario. Mi papá dejó de laburar para acompañarme. Ellos me lo daban todo. Imaginate que hasta los 14 años nosotros teníamos un baño muy humilde con el termo enchufado, pero yo tenía botas grises, negras, marrones, combinadas, trajes de lo que me pidieras. Mis padres fueron dos pilares muy grandes de mi carrera.

¿Y quién es Isaac Gardella?

(Suspira, pausa) Isaac es mi hermano.

¿Sólo tu hermano por un accidente de la biología o más allá de la biología? ¿Sólo porque tienen los mismos padres o es también tu hermano de la vida, del arte?

Hemmm… (respira hondo) tengo que respirar mucho para esta respuesta. Las dos cosas. Compartimos padre y madre y compartimos también una pasión. Y desde esa pasión construimos un vínculo como compañeros, como socios, como amigos, como hermanos, ahí como un hermano que elijo, no que me tocó. Nos miramos y nos entendemos. Hablamos dos palabras y ya con eso creamos una acción gigante. Tenemos una conexión especial. Sí, somos hermanos de arte también.

Javier e Isaac Gardella.

Isacc aprendió desde el primer paso conmigo y a medida que fue creciendo, no solamente… uff (se emociona) … es difícil… ¡Mucho orgullo! A medida que fue creciendo, no sólo en edad, sino como artista, fue también creciendo en su capacidad de crear. Recuerdo cuando me dijo “Tengo ganas de ir a Cosquín, en cuarteto de malambo.” “Pero te quedan dos meses y medio para el último Pre-Cosquín”, dije yo. “Yo llego con los pibes. Si me pongo con los pibes, llegamos” “Dale, si querés te acompaño tocando el bombo, pero ¡hacete cargo!”, le dije. Y fue el año que ganamos en combinado. ¡Éramos 9 músicos con 4 bailarines! Ahí es donde creo que Isacc se ganó mi confianza para que dirijamos juntos. Para mí fue como una posta. Hoy trabajamos juntos. En general yo me ocupo más de lo coreográfico y él de la rítmica y del malambo y las boleadoras.

Mi hermano es todo para mí… se me caen los mocos cuando hablo de él.

Javier e Isaac Gardella.

Después de tantos años ¿Qué te interesa trasmitir como maestro, como director?

Parte de lo que vengo viviendo con mi pareja, que intentamos hacer más consciente la conexión con lo sagrado. Hoy conecto con mi alma y con el “respiro” de mi danza. Hoy soy más consciente que la música me entra no solamente por las orejas sino por todos los poros. Hoy estoy más sensible a cómo estamos, a cómo llegamos al ensayo. Mi pareja me ha mostrado que para el bailarín también es importante darle lugar a cómo fue nuestro día, al cansancio, al malestar. No exigirnos siempre estar a 100.

Eso es lo que hoy uso para bailar. Y siento que está bueno ofrecer la oportunidad de transitar esa experiencia. Así que armé un seminario que se llama: “Que tu danza sea el ritual.” Trato que nuestra danza sea un ritual para conectar con cómo estamos emocionalmente, espiritualmente. Siento que es importante para poder “transitar” nuestro baile y para que nuestra danza sea algo mágico. La danza sana, la música sana. Si vos estás mal y te ponés música o te ponés a bailar, hay algo que se transforma.

Esto del ritual parecería tener dos vertientes. Por un lado, la de la “sanación” y por otro la de una preparación para poder “respirar” la música, para recibir el estado de ánimo que esa música te produce y desplegarlo en tu danza.

Tal cual. El ritual lo pienso también para el momento previo a bailar. Poner conciencia desde el momento en que uno empieza a preparar la bota, que eso que se va a hacer sirve para conectar consigo mismo. Y que quien no quiera hacer el viaje completo, al menos pueda irse respirando distinto que cuando llegó, sintiéndose mejor.

Irse “respirando otro aire”. ¿Cómo es ese momento de salir a escena?

Antes de salir a escena hay todo un recorrido de lo que uno anhela, quiere, sueña, y todo eso enfrente al lugar al que llegaste. Y entonces decís: “¡Fa! ¡Mirá qué momento éste!” Después cuando estoy en escena conecto conmigo y también me gusta mirar. Tengo la sensibilidad de poder captar quién mira, quién no. Y cuando uno no me presta atención, lo miro y le bailo hasta que me mira. Y si tengo que lograr que otra persona se sonría, también. Puedo navegar por esos lugares. Puedo con un mismo cuadro mostrarte alegría, sensualidad, o ira, dependiendo de cómo yo lo aborde. Tengo las emociones disponibles para poder usarlas. Fluyo y voy jugando con la gente.

«Trato que nuestra danza sea un ritual para conectar con cómo estamos emocionalmente, espiritualmente. Siento que es importante para poder “transitar” nuestro baile y para que nuestra danza sea algo mágico. La danza sana, la música sana. Si vos estás mal y te ponés música o te ponés a bailar, hay algo que se transforma.»

Antes hablábamos que recibiste un don ¿Cómo lo describirías? ¿Una facilidad para expresar con el cuerpo, una escucha especial de la música, una sensibilidad especial para emocionarte y emocionar a otros…?

Yo diría que es un poco una mezcla. Por ejemplo, para dar una clase juego con diferentes ritmos y a la vez les voy dando como “detalles”, formas de moverse, desde mi sensibilidad. Pienso que los que vienen a mi clase les gusta mi estilo, que es eso, esas formas de moverme que reflejan lo que a mí me pasa cuando bailo. Para mí lo más importante es sentir, después viene la técnica y limpiar el paso y todo lo demás.  Algunos entran en ese viaje ¡Ahhh!

¿Qué sentís como maestro cuando ves que alguien se sube a ese viaje?

¡Paaa! ¡Feliz! (Se emociona, pausa) Si hasta me emociono con la pregunta.

Intuyo que hasta serías capaz de dar esa clase gratis.

Si yo te contara lo que se pagan las clases de folclores….

Con más razón todavía, imagino que encontrar alguien que se quiera comprometer a hacer ese viaje de emociones, debe ser la mayor “ganancia”.

Lo agarro del brazo y lo pongo a mi lado. Me pasó con mucha gente. “Los Potros” se armó así. Mis primos, gente que se fue acercando sin saber nada y que fueron fluyendo escénicamente de una forma que “flasheábamos”, “volábamos” en una misma frecuencia sobre el escenario que nos hizo ganar atención, un lugar, entidad.

¿Y sabés qué me emociona mucho también? Cuando voy a una peña y veo a gente haciendo un paso mío. Aunque ellos no lo sepan, yo lo reconozco. Son formas mías de moverme, no necesariamente una coreografía. O quizás sí era un paso coreográfico, pero que ya se ha hecho popular. Ahí se ve que son cosas que marcaron. Yo lo veo así.

¡Que vos marcaste! Son movimientos y pasos con “tu” marca o sello personal. ¡Lograste la eternidad! ¡Tu obra te trasciende! ¡Va a seguir viva cuando ya no estés!

¡Qué se yo! Es difícil contestar ¡Sí! a eso.

Y a vos te cuesta especialmente reconocer la trascendencia de lo que hiciste.

Cuando uno ve cosas suyas en escena, y fuera del escenario más todavía, … Ver alguien en una peña, donde la gente va a disfrutar y a tomar un fernet, que de repente te hace un paso tuyo… (pausa, le faltan las palabras) Y lo noto en todo el circuito folclórico. Te puedo asegurar que cuando veo eso, entonces sí siento que logré eso que decís.

Flavia Mercier entrevistando a Javier Gardella.

Dejar una huella, una impronta… ¿Y la gente es consciente que es algo tuyo?

Sí, mucha gente me lo dijo. Parecido a lo que me estás diciendo vos: “Ustedes tendrían que escribir un libro”, me dijeron hace poco. “Con ustedes fue un antes y un después.”

Totalmente de acuerdo. Muchísimas gracias Javier, ha sido un enorme placer esta charla.

Javier Gardella entendió la respiración de su danza como signo o reflejo de un estado de ánimo que la música propicia y que le marca el ritmo. Él hizo de su danza un ritual para conectar consigo mismo, un aprendizaje que extrae de su trayectoria y que se propone trasmitir. Este ritual apuntaría a entrar en comunión con lo sensible, para avivar la llama al calor de la cual se alumbra la expresión artística, y que la cotidianeidad de la época amenaza con reducirla a rescoldos. Quizás si la danza como ritual era para nuestros ancestros un culto para invocar a los dioses, se trate de invocar lo divino en cada uno como fuerza creadora. Pensar el ritual no tanto como lo que se repite sino como lo que se “re-crea”; porque si bien un rito es una ceremonia, incluso una coreografía, al tratarse de algo vivo también incluye lo que cada vez es diferente.

Por otro lado, Javier nos recuerda que Antonio Gades dijo alguna vez, “La danza no está en el paso, sino entre el paso y paso. Hacer un movimiento tras otro no es más que eso, movimientos. El cómo y por qué se liga y qué se quiere decir con ellos, eso es lo importante”. Si la danza se construye en el espacio y con lo espaciado, es decir en cómo se recorre el espacio, con qué tiempo y cadencia, esta tiene una intrínseca relación con la respiración como signo de lo que afecta, ya sean las propias vivencias, ya sea la “atmósfera” que propone la música. La danza se vuelve sublime cuando el artista no sucumbe, sino que se resiste al empuje al movimiento, porque es en la retención de ese gesto o paso deseado donde se expresa lo que no fue, pero pulsa por hacerse presente. Y en ese punto se demuestra que no se trata del culto al personaje que se expande en la época, sino más bien de aquel ritual que propicia que la máscara se resquebraje para que asome algo de los rasgos propios y singulares que hacen únicos a ese rostro.

Flavia Mercier

Entrevista a Norma Moyano: “Yo siempre tuve que elegir. Y entre un zapato de baile o uno para salir, siempre elegí el zapato de baile.”

Destacada bailarina, maestra y coreógrafa de folklore, es también maestra de danzas clásicas y de danzas españolas, ha bailado flamenco y tango, y ha sido maestra de música. Una vida dedicada a la danza y la música, y especialmente a la enseñanza, en la que ha sabido disfrutar con la misma intensidad, tanto de sus propios logros como los de cada uno de sus alumnos y discípulos. Infinitamente generosa como apasionada, siempre ha buscado incansablemente la manera más apropiada para que cada uno de ellos pudiera desplegar lo mejor de lo que los hacía singular. En este sentido, esta entrevista debería ser leída por todo aquel que pretenda ocupar una función de enseñante.

Norma Moyano.

¿Cómo llegaste al folklore?

Mi mamá bailaba folklore, y cuando yo tenía 5 años, como era muy inquieta, pensó: “a esta chica hay que hacerla estudiar algo.” ¡No me aguantaba! (risas), tenía demasiada energía. Así que me llevaron a una sociedad de fomento a hacer clases de folklore. Pero a mí no me alcanzaba con las clases, así que mi mamá me enseñaba más, me pulía. Después, claro, yo iba como un avión. Mi profesora empezó a llevarnos a mi compañero y a mí a los shows que hacía con los alumnos de su conservatorio. ¡Se armaba cada lío! Los padres de los otros chicos de la sociedad de fomento empezaron a quejarse, que ¿por qué siempre a nosotros? Con lo cual la profesora, Teresita Filsinger, le pidió a mi mamá que me llevara al conservatorio. Me llevó y empecé con folklore y guitarra.

Ahí descubrí las clases de “español” (danzas españolas), y le pedí a mi papá que quería hacerlas. “No podemos”, me dijo porque estaban construyendo la casa. “No me festejes más los cumpleaños”, le dije. Y al final lo convencí. Después vi las clases de clásico, pero ya no tenía cara para pedirles más clases. Entonces para el día del niño les pedí unas zapatillas de punta y que me pusieran un caño en el comedor, como si fuera una barra. Con eso empecé a practicar por mi cuenta, lo que veía que hacían en las clases, mientras esperaba que mi mamá me viniera a buscar. Hasta que un día, fui a la clase de español caminando con los talones. “Norma, ¿qué te pasa?”, me pregunta la profesora. Y le mostré. Tenía todos los dedos con ampollas explotadas, en carne viva. “¿Cómo te lo hiciste?” “Me regalaron las zapatillas de punta y practiqué lo que vi que hacían en la clase.” Ahí la llamó a mi mamá para que me dejara ir a las clases de clásico. Y cuando mi mamá le explicó que no podía, mi profesora le contestó que me becaba porque “ella tiene condiciones y tiene muchas ganas, no falta, y trabaja”, le dijo. Y me becó por un tiempo. Siempre le estaré agradecida a Teresita por esa actitud.

«Ahí descubrí las clases de “español” y le pedí a mi papá que quería hacerlas. “No podemos”, me dijo porque estaban construyendo la casa. “No me festejes más los cumpleaños”, le dije. Y al final lo convencí.»

Un deseo muy decidido Norma. Sacrificabas tus cumpleaños para lograrlo. Es todo un tema para un nene, o nena, hacer eso.

Sí, mis padres no entendían cómo yo podía hacer tantas cosas. Me la pasaba estudiando porque iba a la escuela también y terminaba tarde por las clases de danza, fundida. A veces pienso las horas de juego que perdí, salidas en la adolescencia, pero yo no encontraba otra cosa que me hiciera sentir así.

¿Te referís a la danza, o también al escenario?

Yo disfrutaba mucho, aunque no tuviera escenario, el sólo hecho de ponerme la ropa de baile. En ese momento, era yo, no me importaba nada. Ni competía con mis compañeras, ni nada. Creo que bailar me ayudó en la adolescencia. ¿Viste que uno en la adolescencia a veces puede sentirse que no es lo querría ser, o se siente feo, o inseguro? A mí el baile me hizo sentir segura de mí misma. Cuando uno sabe manejar su cuerpo uno se siente segura.

¿Y qué inclinó la balanza para el folklore?

Porque me llamaron unas chicas para hacer zapateo. Y a mí, curiosa como los gatos, todo lo que fuera nuevo me podía. Ahí lo conocí a Tony Martínez. Ellos eran “Malambo 5”, y conmigo éramos tres parejas. Tony, Fernando Correa, Martín González, Marisa Coslovich, Adriana Calcagno y yo. Empezamos a armar coreografías y así nació el ballet folklórico “El Ceibal”. A mí me encantaba lo que Tony proponía, porque eran cosas nuevas. Él venía de la Escuela de Danzas Tardío.

Se juntaron dos personas muy creativas, Tony Martínez y vos.

El creativo era Tony. Lo que pasaba es que yo lo podía seguir en todo, porque había hecho otras danzas, mientras que mis compañeros sólo bailaban folklore. Tony tenía clásico como yo, y también jazz. En aquel entonces yo ya era profesora de folklore, español y clásico. Y como siempre fui muy insistente, yo trabajaba con mis compañeras los movimientos que a ellas no les salían.  Yo les decía “si yo lo puedo hacer, vos lo podés hacer. Hay que ponerle voluntad y se puede”.

Ballet folklórico «El Ceibal» . De izq. a der., Marisa Coslovich y Martín González, Norma Moyano y Fernando Correa, Adriana Calcagno y Tony Martínez.

¿Ahí descubriste tu vocación para la enseñanza?

¡No! Yo no pensaba en eso en aquel momento. Era la pasión que me salía y un deseo de que todo saliera perfecto. Es más, yo nunca pensé que iba a terminar siendo docente de música para jardín de infantes.

Pero yo hice muchas cosas que no me había imaginado. Con “El Ceibal” viajamos mucho, e hicimos varias presentaciones de televisión. Por ejemplo, participamos de “El show de la vida”, de Canal 13. Me acuerdo una vez que hicimos “La pasión de Cristo”, en Parque Lezama con todo vestuario de Canal 13. Después, cuando ya dirigía el “Miguel de Güemes”, tuve un programa de televisión en un canal local de General Pacheco. Llevábamos músicos y, a veces, abría o cerraba el programa parte del ballet.

¿Y qué te llevó a irte de “El Ceibal” para armar el ballet “Miguel de Güemes”?

Me fui porque tenía internamente otras cosas para hacer, cosas que quería cambiar. Para mí lo que estábamos bailando era muy estilizado y yo quería ir un poco más a las raíces. Y busqué a los más chicos de “El Ceibal” porque se les veían las ganas de aprender. Estaban ávidos de saber. Veía en ellos las mismas ganas que tenía yo. Y tampoco les iba a decir a mis compañeros qué hacer. Yo recién empezaba.

«Yo siempre les decía: ‘Si ustedes se equivocan, ¡no importa! Mientras están en el escenario ustedes son los mejores’. Así se sale. Y se ve ya cómo te parás, ni bien empieza la música. Después cuando bajás podés volver a ser humilde. No podés estar todo el tiempo dentro de ese personaje.»

¿Y por qué la gente quería ser parte del ballet “Miguel de Güemes”?

No lo sé. Creo que porque pisaba fuerte el ballet. Para mí era porque hacíamos una estilización sin perder las raíces. Hubo un momento que en la zona éramos muy conocidos. Al principio éramos cuatro parejas: Brenda Ifram, Estela Ávalos, Claudia Cabrera y yo, Diego Villanueva, Jorge Pahl, Sergio Pacheco y Fernando Deglise, con quien dirigíamos juntos el ballet. Y después se fue sumando más gente, fue un poco un boom. Recuerdo que fueron 70 bailarines que pasaron por el ballet. Fernanda Pelleacani, Verónica Rodríguez, Analía Molina, Verónica Gaeto, Lucía Picart, Andrea Bean, Carlos Villalba, Andrés y Mario Petróngolo, Marcelo Grassi, Héctor Brandan, Silvia Gómez, Omar Moyano -mi hermano-, Julio Vallejos, Maximiliano Deguise, y tantos más. Obviamente no los recuerdo a todos ahora.

Ballet folklórico «Miguel de Güemes».

¿A qué te referís exactamente con “una estilización sin perder las raíces”?

Por ejemplo: que en un arresto se miren entre ellos, la pareja, que expresen amor. No todo técnica y golpe de cabeza. Para mí en un arresto hay que expresar amor.

No olvidar que esos movimientos en su origen son la representación de un cortejo.

Claro. Depende también de lo que trasmite la música, la letra. ¡Sentí! Creo que la gente veía que aprendían mucho y, sobre todo, que eran libres. Trabajábamos un estilo, pero sin dejar de ser libres bailando. Y cuando se bajaban del escenario se los veía felices, que se la pasaban bien.

«…yo nunca tuve delante el signo pesos, a mí me podía la pasión. Lo único que me movió a mí siempre y me hizo hacer tantas cosas fue la pasión.»

Pero, ¿por qué la gente quería bailar con Norma Moyano?

Si me diferencié en algo creo que fue en que nunca tuve egoísmo. Para mí estaba bien que hoy estuvieran conmigo y mañana con otro. Lo entendí como parte de esto. Y entendía el esfuerzo que hacían los bailarines porque yo misma ponía todo en el ballet. El día que dejé el “Miguel de Güemes”, con mi sueldo me compré una moto. Antes no podía, porque todo lo invertía en el ballet. Yo siempre tuve que elegir, incluso de chica. O un zapato de baile o uno para salir. Y siempre elegí el zapato de baile.

Así como mis padres me apoyaron en todo para que bailara, yo estaba mucho “ahí” (con énfasis), al lado de los bailarines. Había chicos que quizás no tenían tantas condiciones, pero le ponían muchas ganas (énfasis). Así que yo laburaba mucho con ellos, los alentaba. Les decía: “dale que podemos”. Sostener ¿me entendés? Si a un bailarín le costaba algo, yo lo hacía venir un par de horas antes del ensayo y por supuesto que no le cobraba. Y yo sabía que en otros ballets esas clases sí se cobraban. Pero yo nunca tuve delante el signo pesos, a mí me podía la pasión. Lo único que me movió a mí siempre y me hizo hacer tantas cosas fue la pasión. Había chicos que venían de lejos, era un sacrificio para sus padres. Por ejemplo, me acuerdo de Javier Gardella, que actualmente es el director y coreógrafo del ballet “Los Potros – Malambo”. Lo traían de lejos, y era muy chiquito, pero tenía muchas condiciones.

¿En qué sentido jugaba la pasión en esa enseñanza?

Para poder sacar del bailarín todo lo que podía dar. Buscar sacar lo mejor de él. Que se le fuera la angustia. Yo siempre les decía:” Si ustedes se equivocan, ¡no importa! Mientras están en el escenario ustedes son los mejores”. Así se sale. Y se ve ya cómo te parás, ni bien empieza la música. Después cuando bajás podés volver a ser humilde. No podés estar todo el tiempo dentro de ese personaje.

Ballet folklórico «Miguel de Güemes». En el centro, de celeste y blanco, Norma Moyano.

¿Y por qué cuando te fuiste del Miguel de Güemes no volviste a montar un ballet?

Porque fue un corte, yo me sentía mal, necesitaba alejarme, así que me alejé. Dejé de ir a las peñas, dejé de dar clases. Hasta que un día en una peña me encontré con el Chuly (Raúl) García -el que fue guitarrista de Horacio Guaraní-, y me dice: “¿Vos sabés que sos una gran egoísta, no?” “¿Por qué me decís esto Chuly?”, le dije.  “Porque vos sabés tanto y te lo guardás.” Me hizo pensar y a los meses decidí volver a dar clases en mi estudio. Hicimos una gran fiesta de reinauguración, vinieron muchísimos bailarines, músicos, mucha gente que me conocía como bailarina.

A veces me dicen, cuando voy a las peñas: “Norma tendrías que armar un ballet”, no sé, a veces lo pienso. Me acuerdo hace unos años atrás, volví un tiempo a “El Ceibal” a tomar clases, y me propusieron volver a formar un ballet para concursar y que yo bailara con Tony Martínez, pero yo no quise. En aquel momento sentí que yo ya había hecho eso, que no podía volver a hacer lo mismo. Es cierto que también yo estaba trabajando doble turno, tenía muchas obligaciones. Quizás hoy me lo pensaría. No sé.

¿Y por qué desmontaste el estudio? ¿Por qué ya no diste más clases?

Para poder montar ahí un estudio de música, para Gustavo (Díaz, su esposo, percusionista), y para mí. Y porque me di cuenta de que venía gente que no era perseverante, que tampoco lo iban a aprovechar. Pensé que era un momento de mi vida para ser más egoísta, para pensar en mí, y volví a tomar clases.

En esa época empecé a tomar clases de tango con Roberto Canelo, particulares. Hasta que empecé a preguntarle que más podía hacer, qué otras clases tenía. Y él me decía: “Vos tenés mucho potencial. Tenés que ir a la Universidad del Tango”. Fui e hice la carrera de 4 años. Fue duro, iba todos los días y trabajaba doble turno, llegaba a mi casa a la madrugada y me levantaba a las 7 cada día para ir a la escuela. ¡Pero lo terminé! Tuve los mejores maestros. Lo tuve a Rodolfo Dinzel, Gabriel Soria, Cristian Batista, Daniel López, Nancy y Osmar Odone como profesores; y también iban milongueros muy mayores que tenían el tango en la piel, historiadores, autores de libros, Héctor Negro. Hermosa experiencia. Me acuerdo que Rodolfo Dinzel me insistía siempre para que hiciera más clases en su escuela.

¿Cómo encarabas la enseñanza de la música con niños de jardín de infantes?

Y… ¡tenés que tener “power”! Porque, aunque era maestra de música, trabajaba con el cuerpo. Siempre estaba buscando con qué estimularlos. Llevaba música de mi casa, Jaime Torres, por ejemplo, y muchos instrumentos. Después los jardines, como veían los logros, compraban; así que los chicos tocaban instrumentos de verdad. Llevaba música de Enya para hacerlos relajar. Tenía nenes que se dormían. Las maestras me decían: “¡Ay, Norma! ¿No querés ir a la sala a ver si duermen un poquito más?” (risas). Otras veces me preguntaban “¿puedo ir con la otra clase también?”, “¡Sí, claro, no tengo ningún problema!”. Me sentía bien, los podía manejar.

“¡Qué capacidad que tenés para manejarlos!”, me decían. Pero, yo estudié mucho. Tomé clases hasta con escritoras de cuento, hice el Conservatorio Superior de Música y me recibí de Maestra de música con especialización en jardín de infantes. Y siempre estaba investigando. Me acuerdo cuando escuché esa canción en lengua qom, “Cacique Catán” que pensé “¡Ay, cómo me rompió la cabeza! ¡Qué buen tema! ¿Será difícil para los chicos? Si no lo intento, no lo voy a saber.” Y me propuse intentarlo para el día de los pueblos originarios. Tres meses antes empecé a entusiasmarlos llevando los instrumentos. Les enseñé los colores de la bandera Whipala. Ahí tuve que investigar, buscar, necesitaba aprender. Y resultó ser una cosa hermosa (con énfasis) ¡Qué placer! Los padres lloraban. Hicimos una clase abierta para que vean la capacidad de los chicos y que los que los limitan son los adultos.

«Con pasión, sí o sí vas a encontrar la herramienta para llegar. Si no sale, buscá la forma. Cuando doy clases puedo ser obsesiva para que al otro le salga. (…) Yo quería que les saliera y buscaba todas las formas y todas las metodologías para que lo logren. Y siempre, con todos mis alumnos, yo intentaba encontrarla de acuerdo a las necesidades de cada uno, porque la meta no era la misma para todos.»

Si tuvieras que enseñar a alguien a enseñar ¿Cuáles son las claves?

Primero que te guste lo que querés enseñar. Después que lo hagas con el corazón, con pasión, eso fue lo único que me movió siempre a mí. Con pasión, sí o sí vas a encontrar la herramienta para llegar. Si no sale, buscá la forma. Cuando doy clases puedo ser obsesiva para que al otro le salga. Hasta cuando enseñaba a adultos. Yo quería que les saliera y buscaba todas las formas y todas las metodologías para que lo logren. Y siempre, con todos mis alumnos, yo intentaba encontrarla de acuerdo a las necesidades de cada uno, porque la meta no era la misma para todos.

¿Cuál fue el momento más significativo que te acordás de toda tu carrera?

Cosquín (con énfasis). A los pocos meses que formamos el “Miguel de Güemes”, nos fuimos a concursar a Tandil. Y la verdad es que éramos unos bebés de pecho. Pero yo no me sentí muy apabullada. Al contrario, sólo sentí que tenía mucho por hacer y apoyar a los bailarines. Y al año nos presentamos al pre-Cosquín en la sub-sede de provincia de Buenos Aires y ganamos y fuimos a Cosquín. Eso fue un momento muy importante para mí porque dije: “entonces, tan errada no estoy”. Fuimos varias veces a Cosquín y llegamos a la final.

Otro momento lindo fue cuando, unos años después de que me fui del “Miguel de Güemes”, me surgió la posibilidad de participar de Cosquín, como asistente de Pintos, el organizador. Ahí coincidí con Jorge Pahl (discípulo y ex integrante del ballet “Miguel de Güemes”) que en esa época bailaba tango escenario con Analía Morales. Ellos ya se estaban por volver y yo les dije: esperen. Fui a recorrer todas las peñas hasta que les conseguí una exhibición. Y fue un boom, querían que siguieran, pero querían pagarles muy poco. Y dije, no, no, no. Fui otra vez a recorrer todas las peñas, hasta que llegué a la peña oficial de “Los Nocheros”, que recién habían salido revelación. Y les conseguí un contrato, y Jorge me pidió que me quedara con ellos. Yo me encargaba que tuvieran todo organizado para hacer bien el show, y después que terminaban de bailar, yo salía a las peñas. Ahí conocí a “Los Tekis”, Sergio Galleguillo, a “Los Amigos”, compartía cena a las 5 de la mañana con “Los Nocheros”, ¡Impagable fue esa gira!

¿Crees que la nena que le decía a su papá que no le festejara sus cumpleaños para poder hacer clases de danza, estaría contenta hoy si te viera?

¡Sï! Si volviera a empezar haría lo mismo. Lo único que no haría, es rechazar algunas cosas que rechacé por ser “tan” responsable. Sería un poco menos responsable, porque en el fondo las quería hacer.

«Yo siempre tuve que elegir, incluso de chica. O un zapato de baile o uno para salir. Y siempre elegí el zapato de baile.»

¿Y por qué no las hiciste?

Porque me las ofrecían cuando yo estaba comprometida con el ballet Miguel de Güemes. Por ejemplo: el Ballet de Salta. Marina Gímenez (directora) me dijo “este lugar es tuyo, Norma”. “No, no puedo. Soy la directora de un ballet, tengo que ir a Bahía Blanca. Yo no les puedo hacer eso a mis bailarines”. Con el Ballet de Brandsen pasó algo parecido. Cuando murió mi mamá yo tomaba clases con ellos -a escondidas de mi compañero, porque me mataba si se enteraba-; porque yo lo necesitaba para recomponerme, nutrirme, porque estaba muy triste, me sentía vacía. Lo único que me estimulaba era crecer, y para eso necesitaba que alguien me mirara a mí, porque yo me la pasaba mirando a los demás. Yo iba como si no supiera nada, me ponía atrás de todo, y la profesora me pasaba adelante y me decía: ¡Ay que capacidad! ¡Qué bueno! Y eso me estimulaba. Necesitaba ese estímulo, ese mimo.

Pero Norma, tus bailarines, esos a los que no podías fallar, ¡sí, te miraban! ¿Por qué si no, cuando vos dejaste el Miguel de Güemes, se fueron la mitad de ellos?

Bueno, de eso yo no me di cuenta. Yo vivía muy pendiente de ellos. Por ejemplo, cuando estábamos en Cosquín, yo cuidaba que duerman, que si iban a nadar no fuera mucho tiempo, porque era importante que descansaran para que rindan cien por cien. Pero, por otro lado, los domingos les hacía traer algo para compartir después del ensayo, para que se divirtieran, se rieran y así perdían la vergüenza entre ellos. O sea, dejarles que crearan una cosa muy unida, pero marcando. Había que marcar porque si no era un descontrol. Y yo tenía miedo también que se hicieran mal. Y también porque había que cuidar la imagen del ballet. ¡Éramos el Miguel de Güemes! (con énfasis).

Era necesario poner un borde que evitara el desborde, que estuvieran contenidos para que el desborde fuera sólo en el escenario.

Volviendo a la pregunta ¿Valió la pena tanto sacrificio? ¿Qué obtuviste a cambio?

Ser feliz. Con sacrificios, pero feliz. Satisfacción. Saber que dejé algo, algo por lo que en algún momento se van a acordar de mí. Sí, sí, valió la pena. No me veo de otra forma. Eso era lo que tenía hacer. Y es cómo yo lo sentía.

Lo mío es la pasión. Sin pasión, no soy yo. He hecho muchas cosas, pero nada fue fácil. Hay gente que tiene facilidad. Mi marido, por ejemplo, tiene facilidad para todo. En cambio, yo todo lo logré con trabajo. Tanto si una profesora me marcaba algo para corregir o porque yo me miraba en el espejo. Y como soy perseverante, lo logro.

Además, si estoy enojada o tengo problemas, lo único que a mí me desconecta de esa realidad que me pone mal, es conectarme con mi cuerpo. No solamente a través de la danza. Hace 1 año y medio estoy haciendo CPC (Conocimiento Corporal Consciente). Siempre estoy en búsqueda de algo. No sé qué es, sigo buscando. Conocer más mi cuerpo, qué cosas pueden pasarle, qué movimientos puede hacer o qué movimientos me pueden hacer mal. Yo creo que al que le gusta bailar, siempre está en búsqueda de algo. Por eso sigo trabajando, tomando clases. Por ejemplo, hace 1 año más a o menos, también fui a hacer danza mecanizada (contemporáneo) con Silvina Pereyra -bailarina del Colón-, porque yo quería saber qué era, porque a mí me mata la curiosidad, aunque no me daban los tiempos porque estaba todavía trabajando doble turno y estaba ya haciendo flamenco con Juan Ayala.

¿Qué te quedó por hacer?

Bailar tango con mi marido. En su momento Gustavo me lo había planteado. Pero él estaba en su mejor momento con la música. Y yo sentía que no podía hacer que deje ese momento de él porque yo quería tal cosa. Y él tiene una carrera importante, toca con Diego Arolfo, fue percusionista de Toño Rearte, Coqui Sosa y Shalo Leguizamón, estuvo también con Peteco.

Pero eso lo hiciste con todos. Me parece que vos obtenés una gran satisfacción en hacer que el otro sea. Es lo más cercano a la maternidad. Es una forma simbólica de “dar a luz”. Diste a luz a artistas. La pregunta es si eso sólo lo hiciste con los demás o, de alguna manera, a través de otros te fuiste “dando a luz” a vos misma, cada vez.

Visto de esa forma, parece que lo he hecho por los demás. Pero yo creo que soy una persona muy egoísta. Yo decidí no tener hijos para no postergarme como artista. Y porque cuando me metí en la docencia, a los 21 años, vi el mal que le hacían los padres a sus hijos por exceso de amor o por falta de amor.

O sea, que tu decisión de no tener hijos fue también una muestra de responsabilidad y generosidad como todas las decisiones de tu carrera.

A mí la danza me lo dio todo, incluso a mi marido. Con Gustavo nos conocimos en una peña porque Toño nos hizo bailar una zamba. Así comenzó todo. Y cinco años después estaba esperando ese 25 de mayo para bailar con él, mirándonos y cortejándonos con el movimiento del pañuelo. Hacen ya 17 años que nos casamos y es el día de hoy que todavía cuando bailo una zamba con él, el corazón se me acelera y nos emocionamos.

Norma Moyano y Flavia Mercier durante la entrevista online.

Muchas gracias Norma, ha sido un placer y un gran aprendizaje de vida esta entrevista.

Norma Moyano pasa de bailarina a maestra como una consecuencia natural de su deseo de pasarle a otro su saber, consciente del esfuerzo que conlleva ganarlo, cuando ve brillar en esos ojos las ganas de bailar. Como si en un espejo se mirase, parece reconocer a la niña que una vez fue y que en su afán por bailar no dudó nunca sobre sus prioridades. Frente a ese reflejo de las propias ganas, se volvía solidaria del deseo del otro, al punto de donarle, sin titubear y sin nadar en la abundancia, clases gratuitas. De esas clases cobró importancia la figura de la maestra. Hasta entonces sólo contaba con la intuición que nacía de su pasión, pero su orientación era todavía una apuesta a verificar. En cierto modo, de esa entrega sin precio, supo obtener como ganancia para sí el autorizarse como enseñante. Un plus que luego aprovechó para ejercer como maestra de música, una actividad que no había imaginado que haría.

Al escuchar su relato, uno se pregunta si esta mujer que no tuvo hijos no dio a luz a tantos artistas a los que les alumbró una carrera, a la vez que se iba “ganando la vida” resurgiendo por nacimientos sucesivos. Dar a luz implica más que un parto, requiere también rescatar de las sombras aquello que pudo haber quedado invisibilizado o silenciado, y hacerle lugar en la donación de un “presente”. Norma alentaba a sus alumnos a sacar fuera, a poner en el escenario, ese deseo que ella nombra como pasión o “ganas”. Y a la vez cuenta cómo ella inventaba recursos para hacer posible su sueño.

Advirtió muy tempranamente lo fundamental de mantener vivo el fuego de esa pasión para poder atravesar los momentos difíciles o aquellos en que los aplausos no resuenan. Al calor de esa lumbre, emprendía el trabajo de extraer del bailarín “todo” lo que podía dar, despejando el horizonte de nubes de angustia con los destellos de la fe en sí mismos, tan necesaria para afirmarse en el escenario.

Las funciones de maternazgo y paternazgo son funciones de acompañamiento y tutela. Incluyen albergar y abrir la puerta para salir a jugársela. Generar las condiciones para que el deseo de vida, de tener una vida, se manifieste, facilitando que el campo de la existencia pueda alcanzar fronteras distantes de lo doméstico. Dar herramientas con las que enfrentarse a los límites y acompañar para hacer de ese obstáculo una señal que discierna un camino posible. La crianza adquiere la dimensión de un proceso por el que se “habilita el crecimiento”, cuando sostener no es retener y acompañar la emancipación no es empujar ni expulsar, ya que siempre se podrá volver a casa cuando sea necesario. De similar manera, Norma nos cuenta que entendía que sus alumnos o bailarines pudieran marcharse y luego volver, cómo les acompañaba para que se expresaran con la singularidad de cada uno, y cómo les contenía cuando bajaban del escenario, armando un borde que habilitara el desborde artístico.

Norma nos enseña cómo se construye una ética basada en la responsabilidad subjetiva, aquella por la cual el sujeto se hace responsable de su deseo y es consecuente con este en sus actos, siendo así la ética lo que permite elegir lo que hace bien ante los avatares del azar. Ella que, como bien dice, siempre tuvo que elegir. Y puesta a elegir entre un zapato de salir o uno de baile, siempre eligió el de baile. En el mismo camino fue cediendo las celebraciones de sus cumpleaños, las horas de juego en la infancia o las salidas de la adolescencia. Y ante la disyuntiva de brillar como bailarina o que brillara su ballet, supo calzarse bien los zapatos de directora, con la misma generosa responsabilidad que pueden asumir una madre o un padre. A cambio concluye que todo sacrificio está pago con haber sido feliz.

Flavia Mercier

Entrevista a Fabián Irusquibelar: “El baile me lo dio todo y yo le di mi entrega total.”

Bailarín, maestro, y coreógrafo, Fabián Irusquibelar fue parte de las principales compañías de tango y folklore. Tras seis años en el Ballet Folklórico Nacional junto a “El Chúcaro” y Norma Viola, pasó a acompañar a Roberto Herrera y Vanina Bilous en sus giras a Japón, junto con Natacha Poberaj. Pasó también por las compañías de los maestros Juan Carlos Copes y Oscar Araiz, y trabajó en muchas de las más importantes Casas de tango de Buenos Aires. Y con todo ese recorrido, Fabián nos cuenta que aún hoy necesita plantearse retos y desafíos como forma para mantener vivo al bailarín y el fuego que como tal lo habita.

Fabián Irusquibelar con Flavia Mercier durante la entrevista.

¿Tuviste siempre claro que querías dedicarte a la danza, al tango y al folklore, o fue algo con lo que te encontraste en la vida sin buscarlo?

Creo que siempre tuve claro que quería hacer algo dentro del arte y en el escenario. Por ejemplo: desde muy chiquito yo hacía el paso básico de folklore y zapateaba sin saber lo que hacía, nadie me lo había enseñado, mi papá y mi mamá no tenían nada que ver con el arte. Luego en la secundaria, me interesaba mucho el teatro también, y hacía teatro vocacional. En esa época, la preceptora de mi escuela, Rosana D’ Cristófaro, me lleva a la peña “La Fortinera” de Rauch -la ciudad donde yo nací, provincia de Buenos Aires-. En esa peña fue donde yo empecé a bailar folklore, hasta que pasé a formar parte del ballet de la institución.

¡Qué increíble! ¿Cómo era que podías hacer un zapateo o un paso básico sin haberlo visto antes? ¿Tenías un oído privilegiado? Y una destreza privilegiada…

El Chúcaro (Santiago Ayala) decía que había gente que sabía bailar, pero no era consciente de ello. Es como si lo tuvieran en el cuerpo y les saliera natural. Como aquellos que tocan un instrumento sin haber estudiado música.

Kant decía que eso les pasaba a los genios…(risas)… ¿Cómo fue tener al Chúcaro y Norma Viola como maestros? ¿Cómo fue estar en el Ballet Folklórico Nacional en aquella época?

Lo que más recuerdo es la inspiración que provocaban. Verlos como a lo que uno deseaba llegar a largo plazo en la carrera. El maestro era un poco más distante, y aun así era un gran inspirador. Él te decía: “cruce ese río lleno de cocodrilos”, y vos cruzabas, no te importaba nada. Norma hacía más el rol de la maestra. Creo que los dos eran conscientes de lo que significaban para nosotros, de su condición de ídolos, de que eran muy queridos y respetados por nosotros, y usaban eso para sacar de cada uno lo mejor, más de lo que vos sabías que podías dar.

Lo más importante que me enseñaron fue “lo sagrado” de esta profesión (con mucho énfasis). Todo aquel que tiene la oportunidad de vivir de lo que le gusta tiene que tener un respeto sagrado a su profesión. En este caso, un respeto sagrado al ensayo, al público, a tus colegas, nunca creerse más que nadie porque todos somos compañeros y nos tenemos que ayudar. Hoy bailás vos adelante y yo te doy soporte atrás, mañana me toca a mí y vos me das soporte.

Soy un eterno agradecido al Ballet Nacional. Me formó como bailarín, como profesional, más allá del conocimiento que traía de La Fortinera de Rauch. Me dio los amigos, me permitió vivir seis años maravillosos. Viajé, conocí todo la Argentina y Europa. Soy un eterno agradecido al maestro, El Chúcaro, a Norma Viola, a Nidia Viola, y a Roberto Herrera y a Titina Di Salvo -que eran, además de los primeros bailarines, los asistentes de dirección-, por todo lo que ellos nos enseñaron y exigieron. Todo eso nos formó muchísimo, nos dio un “golpe de horno”.

¿Cómo llegaste al Ballet Nacional?

Estaba bailando en la peña de Rauch, y se abrieron audiciones para el Ballet Nacional. Me presenté a las primeras audiciones que se hicieron, me seleccionaron y entré. Me seleccionaron en mayo y el 9 de julio, un mes después estábamos debutando con el Ballet Folklórico Nacional en el Teatro Colón.

¡Qué salto! Casi un salto al vacío.

Y sí ¡Imaginate lo que era! Más en esa época que venir del interior a la Capital no era como ahora. A mí me avisaron un miércoles que me habían seleccionado y me dijeron: “El lunes te tenés que presentar a firmar tu contrato en el Teatro Cervantes.” Hice un bolsito y paraBuenos Aires, a buscar donde vivir. Yo no tenía parientes, amigos, nada. Venía, además, con dos mangos con cincuenta, como todos; y empezamos a cobrar el sueldo a los dos meses. Era llegar a otro mundo, algo tan diferente que sentía casi como si tuviera que volver a aprender todo. El Ballet (Folklórico) Nacional no era un café literario, era una sala de entrenamiento donde dejábamos la vida. Ahí estábamos todos, dándole duro y parejo, seis o siete horas por día. Y aunque la disciplina no era nueva para mí -a esa altura ya sabía claramente lo que era ensayar, respetar los horarios, la responsabilidad, todo eso ya lo había aprendido en la peña de Rauch-; el Ballet tenía una importancia tremenda. Y más el estar con dos leyendas como el Chúcaro y Norma Viola. Pensá que unos años antes, allá por los ’60, ’70, u ’80 ellos habían sido furor. En las carteleras, “Santiago Ayala, el Chúcaro” iba en letras enorme, y al lado “Mercedes Sosa” o “Los Chalchaleros” escritos más chiquito.

«Lo más importante que me enseñaron fue «lo sagrado» de esta profesión. Todo aquel que tiene la oportunidad de vivir de lo que le gusta tiene que tener un respeto sagrado a su profesión. En este caso, un respeto sagrado al ensayo, al público, a tus colegas, nunca creerse más que nadie porque todos somos compañeros y nos tenemos que ayudar.«

¿Y cuándo empezaste a aprender tango? ¿Quiénes fueron tus maestros?

Ahí mismo en el Ballet Nacional empezamos con clases con Carlos Rivarola, dos veces por semana, más los ensayos de repertorio. Después vino Cacho (Rodolfo) Dinzel, gran maestro también, muy generoso. Y así empezamos a bailar en el Ballet Nacional con coreografías. Improvisar, no sabíamos.

Con el tiempo fui tomando clases con otros profesores, fuera del Ballet, y empecé a milonguear, para aprender a improvisar. Tomaba clases con Pepito Avellaneda en el “Café Max”, y después con otro gran maestro, Ricardo Barrios. Íbamos con Naty (Natacha Poberaj) porque estábamos empezando a bailar juntos. Empezábamos a hacer nuestras primeras “cositas” fuera del Ballet Nacional, siendo todavía compañeros dentro. En aquella época, cuando no teníamos ensayos del Ballet, ensayábamos con Natacha tres o cuatro horas bailando tango, practicando marcas, en su casa de Villa Pueyrredón.

Hasta que en el ’96 audicionamos y nos eligieron para irnos de gira a Japón con Roberto (Herrera), Vanina (Bilous). Entonces, dejamos el Ballet Nacional.

Fabián Irusquibelar con Natacha Poberaj.

¿Y qué te llevó a dejar un trabajo seguro en el Ballet Nacional, donde todo el mundo se mataba para entrar, para arriesgarlo todo para irte a Japón? Más allá que era Japón y que eran Roberto y Vanina, ¡eran sólo 3 meses!

Sentí que era una etapa cumplida y que necesitaba otra cosa. Si me preguntás qué, la verdad no sé; pero todo lo que podíamos dar o hacer ya lo habíamos hecho y todo lo que el Ballet Nacional nos podía dar, ya nos lo había dado. Me lo dio todo, pero era una etapa terminada. ¿Viste cuando te sale algo que te costó mucho y entonces decís: “¡Uy, qué bueno, me salió! ¿Sabés qué? Ahora quiero un poquito más”. Bueno, eso nos pasó.

¿Fue un punto de inflexión en tu carrera esa gira? ¿Se abrieron puertas después de esa gira?

Cuando volvimos a Buenos Aires después de la gira a Japón no teníamos ni un laburo partido por la mitad. Nada (con énfasis), cero. A pesar de que habíamos estado en el Ballet Nacional, tres meses con Roberto y Vanina, nada de eso te servía para nada. Había que empezar a hacer audiciones, y una, y otra, hasta que nos salió una gira a las islas Canarias, a Tenerife.

«…ha habido muchos momentos en los que he estado sin trabajo por no hacer algo que no me gustaba. Por suerte no duraban mucho, pero muchas veces terminaba un trabajo y no tenía otro. Además, porque siempre fui muy respetuoso de mis compañeros y no me ponía a llamar a nadie si sabía que en ese lugar estaba trabajando un compañero. En esta profesión no todo son rosas, si apostas a esto, esto viene con un combo...»

Después la primer Casa de tango a la que fuimos a trabajar con Naty fue una que se llamaba “La Veda”, que ya no existe más. Y después vinieron otras Casas de tango y después otra gira a Japón, una mega producción de EE. UU. y Japón, que fue «Nissan Tango Buenos Aires”. Esas cosas te iban también enseñando, porque veías que había más para crecer.

Otra etapa muy importante para mí fue entrar en la compañía del maestro (Juan Carlos) Copes. Eso fue muy lindo. También lo fue trabajar con el maestro Oscar Araiz, uno de los maestros de contemporáneo más reconocidos de Argentina. Sólo escucharlo cuando él creaba la obra, la coreografía, con nosotros en el escenario, ya fue un gran aprendizaje. Él traía ideas en la cabeza y te pedía que las hicieras. Ideas que eran hacer algo de una manera muy distinta a cómo la hacíamos nosotros. Era muy interesante cómo te explicaba los movimientos para que fueran creíbles, que no se vieran falsos. Y así se fue dando todo en un devenir.

Fabián Irusquibelar con Carla Córdoba.

¿Cómo ves en este momento al folklore o al tango?

Si te vas un poquito al interior la movida del folklore es impresionante. La cantidad de ballets y agrupaciones que hay, la cantidad de gente que hace cosas muy creativas. Los pibes están muy preparados, muy influenciados también por otras corrientes como la danza contemporánea. Hay diferentes escuelas artísticas. A mí me parece que el folklore goza de buena salud.

Y el tango también. Hace poco fui jurado del mundial de tango escenario, y se ven parejas que tienen muy buen nivel. De alguna manera te das cuenta de que todo ha crecido, todo ha evolucionado. Ya no se baila como hace veinte años atrás, mucho menos como hace treinta. Para nosotros los que bailamos hace tantos años es algo que nos obliga a estar atentos, a aggiornarnos. Con algunas cosas estaremos de acuerdo, con otras no, por supuesto, es una decisión artística, pero en general el nivel es bueno. Hay en este momento shows en las Casas de tango que son muy lindos, parejas que bailan fenómeno. Hablo, sobre todo de tango escenario, y de lo que veo en Buenos Aires. Hay también gente fuera de Argentina que trabaja muy bien.

«…Ahora existe una premura -que lo invade todo en la actualidad, no solo el tango-, por la que nos encontramos hoy y tenemos diez días para ensayar antes de una exhibición. Tampoco hay mucho de donde elegir, hay menos trabajo. Con lo cual, al final terminamos haciendo una coreografía que ya alguno de los dos sabe porque ya la hizo con otro, y así, de pareja en pareja, se van pasando la misma coreografía…»

¿Qué extrañás de antes?

A mí me gustaba la complejidad que tenían antes las cosas, desde cómo te ensañaban maestros como Todaro -yo no tomé clases con él, sí muchos de mis colegas- o Pepito Avellaneda. Las variaciones que armaba un Todaro en la clase, a vos te llevaba tres meses para que te saliera bien. Los boleos, los giros con la mujer al revés, los ganchos, etc., todo tenía un nivel de complejidad que vos decías: “¿De dónde la sacó a esta figura?”

Actualmente todo ha cambiado, se utilizan otros elementos en el escenario. No me gusta el exceso de trucos porque hace que el tango parezca otra danza. Me encanta el tango de piso que tenga truco porque me encantan los cambios de dinámicas, no me gusta que el tango se vuelva una concatenación de figuras aéreas. Parece que estuvieras haciendo acrobacias o “telas” (también conocida como danza área, fue originalmente una disciplina circense en las que se realiza acrobacias en el aire pendiente de una tela). No digo que esté mal, sólo que a mí no me parece muy interesante. Me parece más difícil bailar bien de piso y en dos o tres momentos de la coreografía meter un truco, no diez.

Otra cuestión que no me gusta es que ahora muchas parejas diferentes utilizan los mismas secuencias o pasajes coreográficos. Hay pasos que prácticamente todas las parejas los hacen, y casi igual, mientras que antes cada pareja tenía “su material”. Influye que han cambiado las condiciones de trabajo. Antes había mucho tiempo de trabajo previo para formar una pareja. No podías empezar hoy a ensayar y a la semana estar trabajando en “Señor Tango” (Casa de tango). Era imposible. Primero tenías que armar un producto que ofrecer. Ahora existe una premura -que lo invade todo en la actualidad, no solo el tango-, por la que nos encontramos hoy y tenemos diez días para ensayar antes de una exhibición. Tampoco hay mucho de donde elegir, hay menos trabajo. Con lo cual, al final terminamos haciendo una coreografía que ya alguno de los dos sabe porque ya la hizo con otro, y así, de pareja en pareja, se van pasando la misma coreografía.

¿Qué no le puede faltar a un bailarín de tango o de folklore?

Para mí el fuego interior. Esa furia que no tiene que ver con subirse al escenario y ponerse a gritar. Tal vez se aprecia en una mirada, o en una no mirada. En esos tres minutos vos tenés que hacerme creer algo que yo sé que es mentira. ¡Pero tenés que hacérmelo creer! Yo (público) tengo que vibrar con vos. Eso no le puede faltar a una persona que está bailando tango. Si está bailando folklore, ni hablar. Si es un malambista, ni hablar.

«…El baile me lo dio todo. ¿Con qué lo pagué? Con mi entrega total...»

«…Yo le di mi vida a esta carrera, yo le di todo. No me guardé nada...»

«…No estaría conforme conmigo si no lo hubiera al menos intentando...»

¿Eso se puede enseñar, o viene de fábrica?

Pregunta difícil, la verdad. Quizás grandes maestros o directores pueden encender eso en alguien que no sabía que lo tenía, aunque yo diría que hay algo que ya está en vos. Es algo que sale natural, no tanto que se activa porque estás en escena. Yo zapateo igual si me pongo ahora con un amigo. Me parece que hay algo que ya viene un poquito con vos y grandes maestros te pueden ayudar a potenciar. No es una tarea para cualquiera, es para GRANDES MAESTROS (“con mayúsculas”, señala), que saben qué te tienen que decir a vos para que eso se active y qué a mí. O saben que tal vez a mí es mejor que no me digan nada.

¿Lograste ser ese maestro para otros?

Trato de contagiar, con naturalidad, esa energía y ese compromiso por lo que hacemos. Aunque también, con los años he aprendido que no a todas las personas se les puede transferir eso. A veces es transferible y a veces no. Hay que respetar que hay otros que tal vez no lo sientan como vos, y lo respeto porque no es que esté mal, sólo que no les pasa lo mismo que a vos. No necesariamente a otro le funcionaría la forma en que yo hice mi carrera, no es algo replicable. Si lo fuera sería todo mucho más fácil.

¿Qué momentos de todas esas giras y Casas de tangos cuando los recordás te ponen “la piel de gallina”?

La noche del debut en el Teatro Colón con el Ballet Folklórico Nacional. Siempre recuerdo cuando se abrió el telón y quedaron las chicas. Y después se van las chicas y entramos nosotros con unas lanzas y yo me mandé como Alejandro Magno contra los persas (risas). Me mandé así porque estaba tranquilo, “confiado” (hace el gesto de las comillas), porque habíamos ensayado mucho. Lo cual no quita que fue una noche muy importante en nuestra carrera: fue nuestro debut, mi debut. Y no dejaba de ser el Teatro Colón. Imaginate lo que fue para mí que había venido hacía solo un mes de Rauch estar ahí con 2.000 personas aplaudiendo.

Otro recuerdo muy especial fue con Natacha (Poberaj) en la primera gira a Japón que hicimos con Roberto (Herrera) y Vanina (Bilous). Era muy emocionante cuando hacíamos el saludo final en esos teatros enormes, de 2.500 personas, llenos que no se veía el final, y nosotros ahí mirando, casi preguntándonos ¿Che, es cierto esto? (risas).

Los saludos finales de la noche de Cosquín con el Ballet (Folklórico) Nacional, con 10.000 personas ahí en la plaza. Cuando salíamos a hacer los malambos finales, que “tirábamos” en el escenario todo lo que quedaba y la gente rugía.

Todas esas son imágenes fuertes que te quedan gravadas en la retina. Por más que después vinieron otras giras y otras imágenes, esas las recuerdo muy claras. Lo que más: la gente, el público, ver cómo aplaudían, como gritaban.

Fabián Irusquibelar con Cristina Luizaga.

También recuerdo mucho “Tango Metrópolis” con Claudio Hoffman, Pilar Álvarez y Daniel Binelli, y todos los compañeros: Marijó Álvarez, Jorge Pahl, Verónica López, Tany Herrera, Verónica Vidán, Sergio Cortazzo, Omar Cáceres, Vidala Barboza, Sandra Bootz y Gabriel Ortega y otros en diferentes momentos. En esa época era tan lindo lo que pasaba arriba del escenario, como abajo. Yo estuve del 2003 al 2009, hacíamos un par de giras por año, así que compartimos mucho. Cuando trabajás con “amigotes” o personas con las que estás muy conectado, eso es como un trueno, te potenciás. ¿Viste esas reuniones de amigos en las que se potencian unos a otros y la cosa se pone cada vez más buena? Vos sentís que la cosa está saliendo bien. Se sentía en el público. Recuerdo el momento de los tambores que el teatro se venía abajo.

¿Y cómo se hace cuando falta ese rugir, esos aplausos, esos teatros que se vienen abajo?

A mí me ayudó mucho toda esa formación que tuve en los diferentes espectáculos en los cuales trabajé. Por eso pude trabajar en las Casas de tango, donde a veces hay 40, 50 personas. Yo salgo de la misma manera que cuando estaba en el Ballet Nacional o en una de esas giras. Siento el mismo respeto. Me digo siempre: “¡Ojo, que puede fallar, no te confíes! ¡No subestimes nada! Salí como en el Colón, o en Cosquín o en Japón.”

¿Qué te ha impulsado a cambiar de show o de compañía?

Por un lado, esta es una profesión en la que estamos sujetos al cambio: un espectáculo dura unas horas, un show una temporada. Por otro lado, yo no podría estar 20 años en el mismo show, creo que me secaría. Sentiría que no estoy aprovechando el tiempo. Me preguntaría por qué no cambio, por qué no me arriesgo, si tengo miedo. Hay que arriesgarse, y si perdés, perdés, pero hay que arriesgarse. Yo necesito renovarme, cambiar de coreografía, de show, volver a bailar folklore, volver a hacer un tango antiguo, o hacer un tango moderno con trucos que me exijan tener que hacer pesas porque ya no tengo la fuerza que tenía. En fin, desafiarme a mí mismo.

«…arriesgar vale, siempre es más fácil no arriesgar…»

¿Es el arriesgarse una condición necesaria para mantener vivo al artista y no convertirse en un empleado del baile?

Vos sabés que El Chúcaro decía: “El que nace con pasión para la danza abre un camino. El que no, es empleado de la danza.” (risas)

No me quiero hacer el “Robin Hood”, ni “Fabián el aventurero”, me gusta desafiarme a mí mismo, no compito con otro. En el fondo creo que mañana será mejor y me va a salir mejor, por eso quiero más. Tengo algo de adolescente en eso. Viste que cuando sos adolescente lo querés todo: querés estudiar abogacía y también jugar al futbol. Te querés poner de novio y a la vez irte a Europa. Es una mezcla de inconformismo y de querer siempre más.

Quiero más siendo coherente, sabiendo que las cosas se logran con esfuerzo y trabajo. Tampoco es la pavada, ¿no? Probar hacer algo, que no me salga a la primera, ni a la segunda, hasta que me salga. Me parece saludable para un bailarín que siempre tiene que actualizarse, ir siempre por más. Casi como si cada tanto se hiciera una transfusión de sangre nueva.

¿Con qué pagaste esta carrera? Y no me refiero al dinero ¿Qué dejaste por esta carrera? ¿Qué elecciones tuviste que hacer para tener esta carrera?

Yo le di mi vida a esta carrera, yo le di todo. No me guardé nada. No dejé para mí vacaciones, navidades, festejos, cumpleaños, aniversarios, nada. No lo tomo para nada como un sacrificio. Yo elegí esto, y lo hago y lo seguiré haciendo con mucho amor y mucha entrega. Yo sabía que si uno quiere algo uno tiene que ir por ello y a cambio uno va a tener que perderse algunas cosas. Tal vez te tengas que perder encuentros, salidas, jodas, no vas a poder hacer todo.

El baile me lo dio todo. ¿Con qué lo pagué? Con mi entrega total.

Fabián Irusquibelar con Verónica López.

¿Entregaste un Fabián no artista para que haya el Fabián artista?

Tal vez, no lo siento así. Tal vez, si yo no hubiese tomado las decisiones que tomé ni hubiese hecho el camino que hice, hoy estaría viviendo en Rauch, quizás con otra profesión. Pero yo estoy casi seguro de que con esa otra vida no hubiese sido feliz.

Imaginate que hubiera vidas paralelas ¿Qué le dirías a ese Fabián que se quedó en Rauch?

Le diría que es un cobarde porque no fue lo suficientemente valiente y no fue al frente, pasara lo que pasara. Si ese Fabián fuera feliz, le podría decir que lo respeto. Pero yo sé que este Fabián que ahora está hablando, si no hubiera intentado hacer lo que hizo, si no se hubiera subido a ese barco, no estaría pleno. Conociéndome como soy yo, sé que me recriminaría que lo tendría que haber hecho. Por lo menos, haberlo intentado. No estaría conforme conmigo si no lo hubiera al menos intentando.

En el mismo sentido, ha habido muchos momentos en los que he estado sin trabajo por no hacer algo que no me gustaba. Por suerte no duraban mucho, pero muchas veces terminaba un trabajo y no tenía otro. Además, porque siempre fui muy respetuoso de mis compañeros y no me ponía a llamar a nadie si sabía que en ese lugar estaba trabajando un compañero. En esta profesión no todo son rosas, si apostas a esto, esto viene con un combo.

«…El Chúcaro (Santiago Ayala) decía: ‘El que nace con pasión para la danza abre un camino. El que no, es empleado de la danza’…”

Y en esa realidad de universos paralelos, ¿Qué crees que te podría decir el Fabián del futuro?

Creo que me diría “bien” (en tono afirmativo), porque siempre fuiste al frente con lo que sentías. A lo mejor a veces ganaste y a veces perdiste, pero fuiste para adelante, te la jugaste y arriesgaste. Y arriesgar vale, siempre es más fácil no arriesgar.

¿Hubo algo que vos deseabas y no alcanzaste, aun habiendo arriesgado?

No siento que me hayan quedado cuentas pendientes. Pienso que si no me llegó es que tal vez no era para mí, o tal vez yo equivoqué el camino, o tal vez no estuve tan acertado en la toma de decisiones. Con eso estoy en paz.

Ahora bien, de cara al futuro, como soy una persona con mucha hambre de hacer cosas, de nuevos desafíos, sigo detrás de todas esas cosas que todavía no logré, siempre pensando que mañana va a ser mejor. Por momentos, todavía soy como el pibe de Rauch que vino solo con un bolsito y que tiene muchas ilusiones. Casi como si recién empezara.

Fabián Irusquibelar con Mayra Galante

El mismo pibe que aprendió de sus maestros a amar esta profesión como sagrada.

Yo soy muy agradecido de todo lo que me dio la carrera. Mi familia, mis amigos, mi casa, conocer el mundo. Soy agradecido a los maestros, a mis compañeras, sin ellas no sería nada. A vos que te tomas este tiempo para que yo cuente mi experiencia. Una experiencia que no sé si sirve a los demás, porque es intransferible.

¿Viste esa gente que te dice “una cosa es mi trabajo, otra cosa es mi vida”? Yo no lo puedo dividir, no lo sé dividir. Yo respeto a aquel que cuando termina la función se va a su casa a mirar una serie y no quiere oír más de tango ni de folklore. Yo, no puedo hacer esa división. Yo me despierto bailarín y soy bailarín las veinticuatro horas del día. Por eso esta charla es también parte de mi vida y de mi profesión. Si no estuvieras grabando y estuviéramos charlando en un bar tomándonos un café, mis respuestas serían las mismas.

Gracias Fabián, ha sido una charla muy linda, un placer.

Fabián Irusquibelar nos cuenta que lo más importante que le enseñaron dos GRANDES MAESTROS (así, con mayúsculas, como se señala a los realmente grandes) fue lo sagrado de su profesión. Destaca en ese sentido que todo aquel que tiene la oportunidad de vivir de lo que le gusta ha de tener por esto un respeto sagrado. Se refiere a los ensayos, al público, a los colegas.

Preguntado luego acerca de qué no le puede faltar a un bailarín, habla de un “fuego interior” que hace que el que está como espectador crea lo que ve, aun sabiendo que se trata de una ficción. Es cierto que lo que fascina muchas veces a aquellos que ven a los que están en el escenario es algo del orden del “arrojo”, del “atreverse”, en tanto el buen intérprete, para ser creíble, no reprime sus impulsos que se traducen en gestos. Así se les recomienda hacer en las clases de interpretación, porque son estos los que tiñen de verdad sus movimientos, o su parlamento en el caso de los actores. El que está inmóvil en la butaca asiste “expectante” (volviéndose así “espectador”) al despliegue en acto de lo que para la mayoría de los mortales queda reprimido: el deseo. La pregunta sobre cómo lo hace, cómo se atreve, es lo que sostiene la expectativa.

No se equivoca, entonces, nuestro entrevistado cuando señala que es mucho más difícil trasmitir con un gesto -como puede ser una mirada, o una no mirada como él describe- que con una sucesión de acrobacias. Ese despliegue acrobático llama la atención, sin duda. Puede incluso capturar la mirada, pero falla la mayoría de las veces en producir una imagen. El gesto tiene esa potencia. Él es una representación de un cúmulo de afectos, “la suma de una historia” dijo Jaques Lacan en alguna ocasión. Es un movimiento perfecto en tanto conforma un decir con aquello que las palabras no alcanzan a nombrar.

¿Y si lo sagrado fuese ese fuego interior? ¿Cómo hacer para mantenerlo encendido? Fabián Irusquibelar dice tener algo de adolescente por su mezcla de inconformismo y de querer siempre más, como aquel que lo quiere todo. Por tal anhelo sin límites podemos afirmar que la adolescencia suele estar signada por la búsqueda de lo imposible. La madurez se alcanza cuando se hace lugar al límite, a lo que no se puede. Por eso lo que ocurre en el escenario es una ficción en la que nos gustar creer. Hay algo casi épico en la escena, muy propio del romanticismo, el período más “adolescente” de la literatura, por decirlo así. Es una ficción al fin. Siempre hay límites externos o propios que hacen que no todo se pueda. Con eso hay que hacer. Si alguien lo duda, ahí está la pandemia para demostrarlo.

Sin embargo, Fabián aclara que quiere más sabiendo el esfuerzo y el trabajo que esto conlleva. Dice, además, que pagó todo lo que la carrera le dio, con una entrega total. Hay en este matiz algo muy interesante que gradúa el cristal con que se mira. El fuego sagrado se mantiene vivo con lo que se paga para que haya un deseo, para ir detrás de lo que de este queda por realizarse, con lo que se pone de sí para realizarlo y con lo que no se acepta porque lo contraría. Ahí se redimensiona el sentido de la disciplina de la que habla Fabián como parte de un trabajo sagrado. En ese sentido vale la pena arriesgarse como él insiste, como quien hace una apuesta. Jugársela para renovarse y también para ajustarse al camino que alumbra esa llama, llamada, del deseo. Cuidar esa llama de los vientos de la inmediatez y la falsa satisfacción es un trabajo sagrado.

Flavia Mercier

Vidala Barboza y Omar Cácerez – «Pero esta noche no voy» – por El Chango Nieto de Félix González Lacón

Señoras y Señores, ¡Vidala Barboza y Omar Cácerez, El Cacique!
Bailan “Pero esta noche no voy” de Francisco González Lacón, en la versión de El Chango Nieto, durante la presentación del Ballet Folklórico de la Provincia de Salta, “General Martín Miguel de Güemes”, el pasado 5 de Diciembre en el Centro Cultural América de Salta.
¡Miren cómo hablan esos pañuelos! ¡Una belleza! Disfruten y no dejen de leer la entrevista a estos dos grandes artistas.

Entrevista a Vidala Barboza y Omar Cácerez  –  “Sin amor por lo que se hace, no se llega.”

Si una palabra resume a la pareja de artistas que hoy presentamos, esa es “TRAYECTORIA”. Cómo, si no, llamar a quienes fueron parte de los inicios del “Ballet Folklórico Nacional” y entre los primeros de la compañía “Tango x 2”. Con maestros como Santiago Ayala, el “Chúcaro”, Norma Viola, Carlos Rivarola, Milena Plebbs, Miguel y Osvaldo Zotto, son hoy maestros, bailarines y coreógrafos, al frente de la dirección y co-dirección del Ballet folklórico de Salta, “General Martín Miguel de Güemes”. Una entrevista para disfrutar y aprender.

Buenas noches a ambos. Si sólo pudiera hacerles una única pregunta, hay una que no podría faltar ¿Cómo fue tener como maestros a unos “monstruos” como el Chúcaro y Norma Viola?

Vidala: Creo que tiene que empezar Omar a contar su experiencia, porque él estuvo desde el año 90, cuando se creó el Ballet Folklórico Nacional, en la primera “camada”.

Omar: Trabajar con Norma (Viola) y el maestro (Santiago Ayala, el Chúcaro) fue la experiencia máxima que se puede tener como bailarín folklórico. Estar en el “Nacional” (Ballet Folklórico Nacional) fue un verdadero privilegio. Sobre todo en esa época, aunque ahora también lo es. De movida, porque era formar parte del ballet representativo del país cuando se creó. Era la compañía más importante del folklore y de Argentina. Luego, aprender con el Chúcaro y Norma, y también con Roberto Herrera -que nos tenía recontra cagando-, y Titina (Di Salvo) para nosotros fue una experiencia de aprendizaje absoluto, porque nos enseñaron la disciplina. En el Nacional teníamos clases a diario, ensayos a diario. A eso sumale que en esa época nada era tan fácil como ahora. Nosotros no teníamos teléfonos celulares. En mi caso no tenía ni teléfono, los mensajes me lo tenían que dejar en casa de un vecino. ¡No teníamos YouTube! Para aprender a bailar primero te tenías que informar dónde, no había Google.

Además, esa experiencia nos permitió conocer el tango de la mano de Carlos Rivarola, otro gran maestro. De esas primeras clases derivó toda mi carrera en el tango. Toda esa disciplina nos sirvió para poder entrar a “Tango x 2”, porque Miguel (Zotto) vio que nosotros éramos bailarines verdaderamente formados, disciplinados. Lo que podía faltar en talento, lo suplíamos con disciplina y trabajo. En síntesis, entrar el Ballet Nacional marcó mi vida artística. O sea, mi vida. Un punto aparte merece la experiencia de vivirlos a ellos como maestros.

¿Cuál era “su” diferencia? ¿Qué los hacía únicos?

O: La diferencia principal era la claridad de su visión. Ellos tenían muy, muy, claro lo que querían: ellos querían un bailarín que pensara, un bailarín que estudiara en el sentido más amplio, que leyera, que investigara, que se propusiera conocer los fundamentos de lo que estaba haciendo. El maestro siempre hablaba de la tierra como fundamento de su obra, pero lo cierto es que “la tierra”, esa conexión con la tierra, era lo que nos alimentaba a nosotros como intérpretes. Eso fue lo principal que el maestro nos enseñó: a nutrirnos de la tierra.

¿Quizás con la intención que “vivenciaran” la danza, más que interpretarla? Para lo cual sería necesario dejarse atravesar por las raíces de la danza.

O: Exactamente. Por eso él nos pasaba constantemente bibliografía para leer. Nos hacía imaginar cómo un paisaje actual (a ese momento), se vería en la época de los gauchos. Nos decía, por ejemplo: “Imaginen este mar verde, sin alambres.” Y, entonces, claro, sentías una cosa infinita. Y eso te marcaba, “te ubicaba en la palmera”.

¿Cómo entraste al Ballet Nacional?

O: Fue por una audición muy grande. Había 900 muchachos y quedamos 15. Y más de 1000 chicas, de las cuales quedaron también 15. Eso fue sólo para Capital y Gran Buenos Aires, después hubo una segunda audición en la que éramos 400 y pico de bailarines, hombres y mujeres, de todo el territorio argentino. Y de esta audición general, quedamos 14 muchachos y 14 mujeres. Es decir, 14 parejas en total, además de Roberto Herrera y Titina Di Salvo que eran los primeros bailarines y asistentes coreográficos de los maestros.

«El día que ya no quiera o no necesite aprender creo que me tengo que retirar.»

¿Y tu experiencia Vidala?

V: Mi experiencia fue increíble. Hasta el día de hoy estando en la dirección de un ballet folklórico siento su influencia, aunque dejamos el Ballet Folklórico Nacional hace muchísimos años. Ellos nos forjaron, nos marcaron un camino de cómo ver la danza. De cómo ver la vida, como decía Omar. Nos enseñaron a ser honestos en esta carrera, en cómo la afrontamos, cómo la caminamos. Nos han forjado de por vida, tanto el maestro como Norma. Eran grandes maestros porque eran grandes personas, muy humanos, y tuvimos la suerte de conocerlos como tales. Eran tan diferentes, y a la vez hacían una balanza, armaban el equilibrio necesario.

¿En qué sentido eran una balanza?

V: Para mí eran el yin y el yan, un equilibrio necesario entre opuestos. Desde lugares diferentes, ambos te daban lo necesario. Por ejemplo: Norma era la que estaba presente desde el inicio hasta el final del ensayo, sentada con su bastón, mirando atentamente las clases, y bajándote línea “siempre” (con énfasis). El maestro, por su parte, llegaba y te decía dos palabras y te dejaba pensando todo el día. Te construía como artista desde una palabra. Por ejemplo, durante mi primera audición, la que hice para entrar al Ballet, el maestro me dijo: “la espalda tiene ojos”. No se me olvidaron nunca esas palabras, construí mi baile con ellas. Ya fue maestro desde la primera audición.

¿“Primera audición”? ¿Tuvieron que hacer más de una en el Nacional?

V: ¡Si! (con énfasis), sobre todo durante los primeros años. Omar hizo 3 en 8 años.

O: Durante los 4 primeros años del Ballet Nacional, las audiciones eran anuales. Todos los años teníamos que rendir una audición para defender el puesto de trabajo.

«…sin amor no hay nada, porque no es una carrera fácil, la vida no es fácil. Pasan cosas, pero el amor te hace continuar. El amor por esto. …sin amor, no se llega.»

¿Y en qué sentido los ayudaron en la vida, más allá de la carrera artística?

O: Él, como maestro que era -o como maestro que es porque sigue siendo “el maestro”-, nos enseñó a tener amor por esto. Si uno no hace esto con amor y el respeto debido, va a ser ninguneado. El bailarín, y especialmente el bailarín popular, es fácilmente ninguneado. Para mí, esto es una especie de apostolado. Uno va llevando esta “carga” -esta maravillosa carga- de ser, o tratar de ser, un artista, con absoluto respeto y amor a esta profesión u oficio.

V: Sin amor es muy difícil, porque la gente te propone cualquier cosa “Y bueno, vení, bailá acá,…”, en cualquier lado, total da igual. O te dice “¿Y vos de qué trabajás?” “Soy bailarín, soy artista”, le decís. “Pero, ¿de qué trabajás ‘en serio’?”, te dicen…

«Si uno no hace esto con amor y el respeto debido, va a ser ninguneado.»

¿Ellos eran únicos o contaban con bailarines únicos? ¿Fue especial la generación de ustedes?

O: Lo fundamental fue haberlos conocido, porque no había lugar para quedarte si no seguías el camino que ellos te marcaban, si no hacías lo que ellos decían.

V: Genios no nacen todos los días. Por eso decimos que fue un privilegio haberlos conocido, haberlos tenido como maestros, conocer esa forma de trabajar. Después tuvimos grandes maestros en el tango que también nos marcaron. Milena Plebs fue increíble también. Dejar el Ballet Nacional para entrar a “Tango x 2” en 1998 fue increíble. O: Imaginate que fuimos a reemplazar a Gachi (Fernández) y a Sergio (Cortazzo). Compartimos escenario con Héctor Falcón y Susana Rojo, Gabriel Missé y Guillermina Wilson, Sergio Cortazzo y Gachi Fernández, Osvaldo (Zotto) y Lorena Ermocida.

O sea, dejaban “el Ballet” (con énfasis) representativo del país, lo más importante del folklore, para ir a “Tango x 2” que era “la compañía” de tango en ese momento. Siempre perfil bajo, ¿no? (con sarcasmo porque lo que tienen es mucha humildad con esta trayectoria)

(Risas) O: Y sí, era “la” (con énfasis) compañía de tango, aunque había otras muy importantes, porque era la más representativa del tango “real”. Era el tango que se bailaba en la milonga trasladado al escenario.

V: Yo veía “re” difícil entrar. Recuerdo la primera vez que vi “Tango x 2” en el Teatro San Martín, en la sala Martín Coronado. ¡Aluciné con ese espectáculo! Y pensé: “¡Qué bueno sería entrar a esa compañía!” Pero, era una compañía integrada sólo por tangueros, bailarines de tango que no venían del folklore. Y en aquella época -año ’92, cuando yo ingreso al Ballet Nacional, Omar estaba desde el ’90-, en la milonga nosotros éramos “los folkloristas”. Hoy en día en una milonga sí o sí ponen una tanda de chacarera o zamba, pero en aquella época no. A nosotros nos tocó vivir ese momento de quiebre de fronteras entre el tango y el folklore. Fuimos los primeros folkloristas, junto con Héctor Falcon, en “Tango x 2”. Siempre habíamos admirado a Miguel Ángel Zotto y a Milena Plebs porque veíamos que también iban a la esencia. Desde otro lugar, era lo que nos inculcaba el maestro -el Chúcaro-.

O: El Chúcaro y Carlos Rivarola que, siguiendo al maestro, nos enseñaba lo que pocos maestros enseñan, sobre todo a bailarines: a caminar. Él empezaba por ahí. Y permanentemente nos decía: “Chicos tienen que ir a la milonga, si no, no van a aprender tango.”

V: Claro, porque los bailarines quieren moverse, quieren pasos, secuencias. Y él no, él te enseñaba a caminar, la conexión, te decía que fueras a la milonga. La verdad, al inicio, ¡me aburría! Y más a esa edad -que no voy a decir para que no sepan cuantos años tengo …- (risas).

¿En aquella época ustedes bailaban “Mala Junta”, no? Una performance muy recordada.

V: Eso fue después en “Una noche de tango” (show). Antes hicimos una gira de 3 meses que fue “Perfume de Tango”, y ahí hacíamos “La Yumba” con una coreografía nuestra, e “Inspiración”, el tema que habían bailado hasta entonces Miguel (Zotto) y Milena (Plebs), porque justo en esa época Milena, aunque seguía dirigiendo, deja de bailar con Miguel. Y Miguel lo quería tal cual. ¡No sabes lo que ensayamos para hacer ese tema!

En ese momento, Miguel no eligió una compañera, sino que bailaba un tema con cada una de nosotras y eso fue un quiebre total también.

O: Un verdadero maestro. ¡Y Osvaldo (Zotto)!

V: ¡Osvaldo era tan generoso! (con énfasis) ¡Maravilloso! Tenemos los mejores recuerdos de él.

O: Osvaldo nos dio clases privadas y nunca nos quiso cobrar un mango. Osvaldo te decía “Negro, estás haciendo mal esto”, y te lo mostraba hasta 3 veces diferentes para que pudieras lograrlo. Y nosotros decíamos: “¡Guauu! Esta gente está completamente loca”, en el buen sentido. Es decir, Osvaldo tenía un vuelo diferente. Como el maestro (el Chúcaro), que también tenía un vuelo diferente. Norma tenía un vuelo diferente. Era lo que nosotros estábamos “acostumbrados”.

¿Por qué creen que Osvaldo era tan generoso? ¿Por qué les enseñaba gratis? ¿Porque le gustaba ayudar, por el show o, también, por amor al tango, para que no sea ninguneado?

O: Indudablemente por amor al tango. No podés ser generoso sino amás lo que hacés. La generosidad ocurre cuando uno está pleno. Si uno está pleno uno necesita que otra gente esté plena también.

¿El deseo de trasmisión emerge por el deseo de trasmitir a otros la propia experiencia con la felicidad para que alcancen la suya? ¿La verdadera enseñanza es un gesto de amor?

V: Claro, es como dice Omar, por amor uno es generoso a su vez, porque recibimos mucho de la danza, del folklore, del tango. Tuvimos la suerte y el privilegio de trabajar con colegas muy generosos. Osvaldo era puro corazón, el Chimi (Jorge Pahl) también, Sergio Cortazzo, Gabriel Missé, Carlos Copello y desde otro lado, Miguel (Zotto) también, sabiendo lo que quería para su compañía. ¡Los milongueros! El Alemán (Roberto) Tonet, Gerardo Portalea, Julio (el Negro) Dupláa, Poroto, Petaca, Pepito Avellaneda, Celia Blanco, Mingo Pugliese. Si comparamos con estos tiempos, lo que ahora se pasa es un “dibujo”: “esto lo hacés así, y así, y ya está”. Antes no, antes te pasaban “lo que hiciera falta”, por eso decimos que era amor.

«No podés ser generoso sino amás lo que hacés. La generosidad ocurre cuando uno está pleno. Si uno está pleno uno necesita que otra gente esté plena también.»

Escucho nostalgia entre sus palabras, como que eso se perdió.

O: Y, un poco sí.

V: Hoy se pone demasiado el énfasis en los “efectos”, en “lo que produce efecto”., y se perdió un poco el foco en lo que se trasmite, más allá del movimiento. Se aprenden “trucos”, incluso por YouTube, estando sólo. Salen al escenario y ya se contornean por todos lados y todavía no empezó el tema. Desde el vestuario, con “el” tajo (con énfasis), las transparencias, llenos de brillos y de todo; tanto, que a veces parece más ballroom que tango. Un estereotipo.

Recuerdo cuando siendo jurado del mundial vi bailar a Fernando Rodríguez y Estefy Gómez (campeones de tango escenario 2019). Fue un placer verlos, ya desde ese vestuario tan cuidado y sin exageraciones. Y luego, por supuesto, cómo bailaron.

¿Cómo empezó ese amor de ustedes por la danza, el folklore o el tango? ¿Qué fue primero?

V:  Para mí fue el folklore. Mi mamá me mandó a un curso de verano de folklore cuando yo tenía 8 años y de ahí continué hasta el día de hoy. Al siguiente año hice clásico. Al siguiente afro, … jazz, … Me metía en todos los cursos que podía, lo que llegaba a Salta. No tenía recursos para irme a Buenos Aires y tomar clases. Mi mamá no me podía pagar las clases de clásico y yo las hacía con intercambio de folklore. Y así hasta que en el año ’90, cuando bailaba en la Peña “Gauchos de Güemes”, veo en la tele que anuncian el “Estreno del Ballet Folklórico Nacional en el Teatro Colón”. Y veo salir a “estos” (señalando con sonrisa a Omar): era algo que no había visto en mi vida, no lo podía creer, me quedé pegada a la pantalla, llegué tarde a la peña… Y dije: “Quiero estar un día en ese lugar…” y entré en el ’92.

Se estiró un poquito el curso de verano…. (risas) Te pasó igual que con “Tango x 2” También dijiste “Quiero estar un día” Al menos uno, … ¡Qué potencia ese deseo!…

¿Y vos Omar?

O: Yo de chiquito ya sabía que quería bailar. Y empecé a los 8 años zapateando con un amigo de mi papá. Me encantó, me resultó fácil. Y a los 9 años me anotaron en una academia. Nunca dejé de tomar clases. Hasta un poco antes de venir a vivir acá a Salta, para hacernos cargo del Ballet de Salta con Vidala, seguía tomando clases. En esa época yo estudiaba el primario y el secundario en la semana, y folklore los fines de semana. “Mi vida” (con énfasis) empezaba los fines de semana. Para mí era una forma de comunicarme, yo necesitaba comunicarme y no podía. Un poco de timidez.  Y la danza me ayudó a comunicarme sin necesidad de la palabra.

¿Entonces para vos “comunicación” sería conmover al otro?

O: Es que la gente vea lo que yo siento. Y no te olvides también que en el folklore se baila separado, lo cual da la posibilidad de una cierta comunicación sin el roce de los cuerpos. Te da la posibilidad también de estar en un grupo y ser aceptado sin tener que ganarte un lugar. Y yo además de un poco tímido era hijo único.

¿Y cuál fue la siguiente “estación” hasta llegar al Ballet Nacional?

O: A los 18 años conocí a una pareja del ballet del Chúcaro. Jorge Oliva, el “Gringo Olaf”, y Silvia Gisin, que había sido bailarina del Instituto del Teatro Colón. Con ellos comencé a formarme como bailarín profesional. Tomé clásico para prepararme físicamente. Ellos también fueron grandes maestros, porque también eran unos apasionados de su trabajo. Yo siempre digo que tuve grandes maestros, no profesores.

¿Cuál sería la diferencia entre un profesor y un maestro?

O: El profesor te enseña una disciplina, el maestro te enseña a vivir esa disciplina. Hay una diferencia sustancial. El maestro es el que te forma desde otro lado, no desde “el paso” o una coreografía. Te forma desde una vivencia, algo que va más allá de un simple movimiento. Bailar no es moverse solamente. Una de las cosas más difíciles para un bailarín es quedarse parado en un escenario, sin moverse. Aprender a hacerlo sintiendo que estás bailando es toda una conceptualidad que no te la puede trasmitir cualquiera, sólo un maestro.

V: El maestro es el que te toca la fibra íntima.

O: Para nosotros esta profesión tiene que ver con emociones, y sólo con emociones, no con movimientos. La técnica de la danza es como un idioma, para bailar primero tenés que emitir algún movimiento, como para hablar primero tenés que emitir algún sonido. Pero siempre en función de lo que tenés para decir como bailarín.

«El profesor te enseña una disciplina, el maestro te enseña a vivir esa disciplina.»

¿Qué nutre el decir de ustedes como bailarines? ¿De dónde nace lo que tienen para decir?

V: Depende. Por ejemplo, como directores del Ballet de Salta, en un ambiente tan folklórico y tradicionalista, hemos tenido que ir a la bibliografía para defender algunas propuestas que se salían de ciertos esquemas.

En ese sentido, descubrir a Manuel J. Castilla en Salta, ¡fue una cosa increíble! Al Cuchi Leguizamón, también. Un viaje de ida. Hoy en día lo sigo leyendo y me sigo emocionando. Quiero seguir leyéndolo y descubriendo cosas.

¿Un “viaje de ida” por el mundo que te abren?

V: Tal cual. Y con la simpleza con que te lo abren.  Otra vez la cuestión de ir a lo “esencial”. La simpleza con la que te exponen toda una historia ¡Porque es uno el que se hace la historia! Empezás a leer y te fluye, y la cabeza te explota.

¿Y cómo ven ustedes la fusión que hoy se hace en el folklore o en el tango con otras danzas

O: Nosotros, los bailarines populares, nos dejamos influenciar mucho por otras técnicas. Sí ahora está de moda la danza contemporánea, entonces todo se mezcla con la danza contemporánea. El problema es que las otras técnicas no se utilizan para enriquecer, sino para reemplazar. Y eso es un error. No valoramos nuestra herencia cultural. Se cree que bailar una zamba en forma tradicional es “poco” para hacer algo escénico. Cuando, en realidad, bailar bien una zamba tradicional es muy difícil. Sostener algo desde el mero abrazo, o desde el movimiento de un pañuelo, es muchísimo más difícil que hacer cualquier tipo de malabares. Y a mí me gustan los malabares. Los practico, es una práctica. Pero bailar no es una práctica, es una forma de vida. Soy bailarín, no me quito el traje de bailarín cuando me voy a dormir.

«…bailar no es una práctica, es una forma de vida. Soy bailarín, no me quito el traje de bailarín cuando me voy a dormir.»

¿Cómo empiezan a crear una coreografía, una puesta en escena? ¿Dónde encuentran el “arranque” para el proceso creativo?

O: A mí me pasa como una película. Reacciono a impulsos. Por ejemplo, escucho una música y me imagino cosas. Vidala me tira un nombre para un espectáculo -ella es muy creativa para los nombres-, y a partir de ese nombre empiezo a “volar” imaginando movimientos. No suelo pensar en los bailarines, sino en la coreografía. Pienso en los bailarines como “instrumentos” con los que contás de distinta manera, según el momento, dependiendo si tienen una sensibilidad excepcional, o tienen una gran técnica, o si además cantan o tocan bien un instrumento. Hoy en día un bailarín no puede dedicarse a una sola cosa, la complementación es sumamente importante. Por ejemplo, nosotros los bailarines de folklore tenemos más herramientas que un bailarín sólo de tango. Nos podemos mover libremente, sin la necesidad del abrazo. Traemos con nosotros el bombo, o sea, una musicalidad diferente.

Vidala, ¿ocurre que vos le “tirás” a Omar un nombre “de la nada”? ¿Cómo se te ocurre un nombre sin ver la coreografía? ¿Qué nombrás?

V: Bueno, es un 50 y un 50. Me parece que primero entra la música. Con la música fluyen aromas, sensaciones, movimientos. Y de allí se va construyendo una coreografía y el nombre viene… no sé cómo… Tiene que ver con el estado de ánimo. Por ejemplo, un ballet que hicimos inspirados en Frida Kahlo, sólo con mujeres, basada en música cantada por Luciana Jury -una artista que descubrí hace unos 7 años y me encanta-, y que tenía muchos movimientos de manos; un día, bañándome, de golpe, me vino el nombre “Alas en mí”.

» Yo hasta entonces estaba estudiando la coreografía desde lo mental y el maestro me voló la cabeza. Desde entonces el olor a tierra mojada, el olor al pan caliente, el olor a una flor, todo eso me influye cuando estoy creando.»

Me acuerdo también ahora de una experiencia con el maestro (el Chúcaro) que me marcó un montón. Cuando fui a Buenos Aires, tuve la oportunidad de vivir 3 meses en su casa. Él daba esa oportunidad a los bailarines del interior para que pudieras tomarte un tiempo para decidir si te querías quedar en el Ballet. Había una obra del maestro, “El espantapájaros y el maizal”, que cuenta la historia de Juan y María, y me daban el papel de María. Una tarde, estaba estudiando la coreografía en su casa, el maestro baja del primer piso y me llama: “Venga”. Delante de la casa había un pequeño jardín, estaba lloviznando, me dice: “Venga, agarre la tierra. Pero más fuerte. Huela esa tierra. ¿La olió?” “Sí.” “Siga”, dijo y se fue. Me dejó con esa sensación. Por eso te digo lo de los olores. El olor a tierra mojada, nunca me lo voy a olvidar.

¿Qué transporta consigo el olor a tierra mojada?

V: No sé, en ese momento, con 19 años, no me preguntaba tantas cosas como me estás preguntando ahora, era un poco más inconsciente. Pero sé que volví de ese jardín a preparar la coreografía desde otro lado. Yo hasta entonces estaba estudiando la coreografía desde lo mental y el maestro me voló la cabeza. Desde entonces el olor a tierra mojada, el olor al pan caliente, el olor a una flor, todo eso me influye cuando estoy creando.

¿Y cómo se les ocurrió hace 20 años bailar “Gallo ciego” con los ojos vendados?

O: Nuestra interpretación de “Gallo ciego” nació porque una compañía nos propuso que hiciéramos un trabajo como el que hacían Juan Corbalán y Viviana Laguzzi -que eran las estrellas de “Tango Pasión” en ese momento -; y nosotros nos miramos y les dijimos: “No, nosotros somos Omar y Vidala. Si querés te proponemos una coreografía nuestra para tu espectáculo. Danos un tiempo para prepararla. Te la mostramos y si te va, seguimos, y si no, no.” Nos dicen “bueno”, y nos dan “Gallo ciego”. Entonces dijimos: “Vamos a hacer algo que no se esté haciendo y que sea absolutamente escénico.” Y nos preguntamos: “¿Qué te imaginás cuando escuchás esto?”. Y nos salió una relación de una pareja con un fetiche. Más concretamente una pareja que jugaba al Gallo ciego. Y así nació.

¿Qué hay todavía en ustedes del nene tímido, o de la nena que se apuntaba a todos los cursos de baile?

O: Para mí ese nene está. Si no, no podés vivir con esto. Si bien uno envejece por fuera porque el tiempo es tirano, el niño tiene que estar, tiene que seguir con sus inquietudes, con sus berrinches.

Pero a ese nene no se lo puede traicionar, te marca qué es lo verdadero y qué no.

O: No, no se lo debe traicionar. Por eso también yo tengo graves problemas, porque el nene no se calla, no tiene filtro… (risas) Uno con los años aprende que la verdad no es absoluta, pero sí es absoluto lo que uno cree. Y yo sigo creyendo en ese nene. Me ha llevado a conocer el mundo y a gente maravillosa que amamos, como al Chimi (Jorge Pahl), a Sergio (Cortazzo), al Vasco (Fabián Irusquibelar). Pensá que si hay un sentimiento que yo no tuve oportunidad de conocer es el sentimiento de hermano, porque soy hijo único. Yo creo que lo que siento por ellos deber ser lo más cercano a ese sentimiento.

¿Y el tango dónde quedó?

V: El tango sigue en nosotros y el alma ya nos está pidiendo esa cosa del tango y de la milonga. Lo extrañamos. Esto (Salta) es una etapa. Pero yo sé que vamos a volver a bailar.

O: El tango está con nosotros, siempre, vino para quedarse. En el 90% de los shows que hacemos, siempre mandamos una coreografía de tango. Y cuando se termine nuestro contrato acá en Salta, volveremos. Yo tenía ganas de hacer la dirección coreográfica hace tiempo, pero el bailarín tira. También porque, como decía antes, es mi manera de expresarme.

¿Y para cuando la dirección del “Ballet Folklórico Nacional”, Vidala?

V: Me lo preguntan mucho. Es un gran sueño, pero pienso que, quizás, hoy en día no es mi tiempo, aún. Ojalá que llegue algún día, si tiene que llegar, para mí sería un gran sueño. Tuve primero la posibilidad de ser bailarina del Ballet Nacional, y después de 15 años volver como asistente coreográfica ya fue fuerte. Y ahora estar dirigiendo el Ballet de “mi” provincia fue otra cosa que me hizo muy feliz. Pero tengo, tenemos, tantas ganas de seguir haciendo cosas, de seguir con esta carrera. Y sé que va a continuar. Soy optimista, a pesar de la pandemia.

«De todos estos años, lo que con más fuerza me viene son los amigos, el amor que hemos cosechado. …el respeto de los colegas, cómo hablan de nosotros.»

Se ve en ustedes como un volver por un deseo de “(de)volver”. Hay, un volver a los orígenes -al Ballet Nacional, a Salta- siendo ya otros, habiéndose nutrido de eso orígenes y de lo que vino después, para, en el dar a otros, devolver un poco todo lo que ustedes recibieron.

O: No sé si devolver, pero ese niño del que hablábamos, si no lo sustentás con amor, se te escapa, porque ese nene va a buscar amor siempre. Y lo más lindo del amor es darlo.

Y después de todo este repaso, si miran para atrás ¿Qué postales vienen a su memoria?

V: Los amigos, la amistad que tenemos con los colegas, el respeto de los colegas, cómo hablan de nosotros. De todos estos años, lo que con más fuerza me viene son los amigos, el amor que hemos cosechado.

¿Y vos Omar?

O: También veo los amigos y el respeto de los colegas, el cariño de un montón de gente que nos impulsa a seguir caminando. Tengo ganas de volver a bailar y compartir con amigos nuevas cosas. Y de seguir aprendiendo. El día que ya no quiera o no necesite aprender creo que me tengo que retirar.

De aquellos maestros que les enseñaron el amor al arte al que se dedican, y que ustedes pusieron en todo, lo que vuelve es el amor de los colegas y del público. ¿Dejar de querer aprender sería como dejar de amar lo que hacés? ¿Al principio y al final, siempre el amor?

V: Este camino es así, con amor se inicia y con amor se continúa. Y me parece que se termina también. Como dijo Omar, sin amor no hay nada, porque no es una carrera fácil, la vida no es fácil. Pasan cosas, pero el amor te hace continuar. El amor por esto. Y es lo que nos va a impulsar a continuar. Siento que vamos transitando etapas, no que son terminadas. Y todavía nos quedan por transitar, pero como dice Omar, sin amor, no se llega.

Gracias a ambos, ha sido un placer

Sin amor a lo que se hace, no se llega, nos dicen Omar y Vidala.  “Si uno no hace esto con amor, vas a ser siempre, siempre, ninguneado”. Ninguneado el artista y su arte.

Se trataría de extremar el cuidado en lo que se hace, de poner “lo que haga falta” a modo de un pago, para ganar dignidad para la obra, que inevitablemente volverá en ganancia de dignidad para sí. Sólo así el arte que se ama será apreciado, valorado y respetado, lo que permitirá a su vez que se mantenga vivo.

Ambos lamentan que sólo interese “lo que causa efecto”. Para ellos bailar es más que moverse, es también (con)mover o (e)mocionar. Llegar a que se mueva algo en la interioridad del otro, que algo se afecte, incluso que se produzca afecto ya que, como decía el cantautor, “…uno siempre vuelve a los lugares donde amó la vida…”. Es tarea ardua porque la fragancia a verdad que desprende una obra de arte, sólo se destila como extracto. Cada detalle cuenta, porque cada detalle puede provocar una mirada o despertar una oreja.

Sin embargo, en este tiempo de efectos inmediatos, a quien hace las cosas con “amor”, poniendo todo lo que haga falta, extremando el cuidado de los detalles, se le acusa de obsesivo o de sufrir un TOC, confundiendo pasión con patología, como si no hubiera una satisfacción posible en la dedicación, el cuidado y el gusto por lo que se hace.

Sé que hay tareas o funciones que aparecen sin brillo y pareciera más difícil hacerlas con amor. Sin embargo, ¡qué hubiera sido de todos si los que fueron llamados “esenciales”, aquellos encargados de ocuparse de lo necesario, no hubieran podido encontrar esa disposición amorosa para hacer sus tareas durante la pandemia!

Cuando se dice que el amor es revolucionario, me permito añadir: el amor por lo que se hace. Imagínense qué revolución ocurriría si cada uno pudiera poner amor en lo que hace.  Sería «(real)mente» una «re-volución». Una vuelta orientada por lo real, necesaria para dar vuelta las cosas y a la cosa.

El tiempo de creación es un tiempo que discurre como un torrente y quien lo ha vivido sabe que éste conlleva la fuerza de la inmensidad. Nada distrae al que está creando. De hecho, cuando el sujeto se deja “tomar” por la intensidad de la experiencia, se produce una contracción del tiempo: el tiempo vuela. Y en la intensidad de esa contracción se producen efectos de estilo, tintes de genialidad que hacen brillar la obra. Pero para eso habría que estar dispuesto a dejarse tomar por una ética guiada por el deseo. Es decir, actuar conforme al deseo, y eso es tarea de valientes, por eso admiro a artistas como los que hoy entrevisto.

Mientras tanto, sería un buen comienzo, en tanto auspiciante, el volver a valorar lo que conlleva -y lo que “lleva con”-, el hacer las cosas con amor.

Flavia Mercier

Patio de Artistas

El sol finalizó su función. La luna alumbra las sillas que esperan a la vera de un patio en el que la vida fue río y a veces rió. A un lado, una regadera de zinc descansa junto a una maceta cargada de malvones. Acomodo las sillas. Acerco una mesa redonda de patas de hierro y tapa de cerámica. No sé si sus dibujos son azules o la nocturnidad bañada de luna tiñe todo de ese color. Me siento y espero.

En el fondo, una parra trepa uvas por una columna y se extiende por unas guías de pared a pared. Frondosa como un toldo natural protege del sol los mediodías de verano. Debajo, duerme una mesa y un banco de madera largos y unas sillas apiladas.

Sentada, en penumbras, cierro los ojos y abro mi alma a los ecos de otros tiempos. El cuerpo hace de caja de resonancia. Se escuchan risas, cantos, guitarras, discos un poco rayados y aplausos que vienen de otros patios a los que se entra sin necesidad de golpear. Ecos que escriben en la pizarra de la noche una partitura de estrellas, para una nueva función. Otro invitado viene a contarme cómo lo hizo, cómo lo soñó.

No es casual que elija un patio para recibir a los artistas. 

El patio fue escenario de la nena que actuaba frente a primos y abuelos, cuando una sábana que su madre colgaba de la parra hacía de telón.

En esas baldosas quedaron las huellas de los primeros zapateos que aquel, que aún ni soñaba con ser bailarín, aprendió jugando con el abuelo.

Un caño de bronce enverdecido, todavía amurado a la pared, evoca las heridas de esos pies que soñaban vestirse de punta aunque la alcancía estuviera vacía.

Los jazmines que perfuman la medianera fueron testigos de los primeros pasos al ritmo del 2×4 de la niña abrazada a su papá.

El patio fue la sala de ensayos donde él sudó ilusión, bajo la atenta mirada de la madre que pespunteaba de amor y orgullo sus trajes.

De las sombras en los rincones del patio, que tanto le asustaban, otro niño imaginó personajes que hoy pueblan las historias que escribe.

En el patio muchos hicieron sonar los primeros acordes de una guitarra. Aprendieron a bailar, a cantar, a pintar, a actuar. El patio da cuenta del arte como suelo donde apoyarse para ganarse la vida, incluso otra que la predestinada por la novela familiar o por un exterior de puertas cerradas.

Un suelo que sujeta en la caída cuando el vacío que hace lugar al deseo se vuelve abismo. Con el arte, una intensa sed de vida puede darle forma a un vaso o el fuego de un ansia eterna forjar el cincel que esculpe la roca, torciéndole su destino de lava. 

El arte es punto de apoyo en el que la potencia doblega la resistencia. El artista rasga el cielo con su voz o su instrumento y lo divino baña la tierra haciéndola fértil; pone en danza lo que de otro modo daría vueltas siempre en el mismo lugar.

El patio era el lugar de la mesa larga donde se juntaba a comer la familia y los amigos. Lugar de encuentro y recalada. Lugar para “irse por las ramas” de la parra, sentados bajo su sombra. Tardes y noches filósofas en las que se ideaban desde las puestas en escena hasta la vida misma.

El patio dice de nuestras formas de vivenciar los afectos, costumbres cuyos rastros remontan a las tierras de nuestros abuelos; y, en ese sentido, representa un lugar común que aloja “lo común” que hermana a artistas y pueblos.

“Patio de artistas” como lugar muy nuestro que los cobija, es razón del nombre de una revista que quiere ser, ante todo, un espacio de escucha a los artistas. Con “entre-vistas” en las que puedan dar a ver más allá de las palabras. Un tapiz donde, entre preguntas y respuestas, se hilvane cómo se hizo la “a-puesta” en obra. Un espejo cuyos reflejos puedan iluminar el andar de aquellos que hoy juegan en el patio.

Como un foco ilumina el centro de un escenario cuando espera al artista, un haz de luna que se cuela entre las hojas de la parra alumbra el centro del patio. El barrio está tranquilo, un perro ladra a lo lejos. Un vecino escucha tango. La voz rasgada frasea como ninguna: “Uno busca lleno de esperanzas, el camino que sus sueños prometieron a sus ansias…”. Llega mi invitado. Entra sin golpear. Enciendo una guirnalda de luces que bordea la cornisa del patio. Le doy un abrazo y nos sentamos a conversar.

Flavia Mercier