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Patio de Artistas

El sol finalizó su función. La luna alumbra las sillas que esperan a la vera de un patio en el que la vida fue río y a veces rió. A un lado, una regadera de zinc descansa junto a una maceta cargada de malvones. Acomodo las sillas. Acerco una mesa redonda de patas de hierro y tapa de cerámica. No sé si sus dibujos son azules o la nocturnidad bañada de luna tiñe todo de ese color. Me siento y espero.

En el fondo, una parra trepa uvas por una columna y se extiende por unas guías de pared a pared. Frondosa como un toldo natural protege del sol los mediodías de verano. Debajo, duerme una mesa y un banco de madera largos y unas sillas apiladas.

Sentada, en penumbras, cierro los ojos y abro mi alma a los ecos de otros tiempos. El cuerpo hace de caja de resonancia. Se escuchan risas, cantos, guitarras, discos un poco rayados y aplausos que vienen de otros patios a los que se entra sin necesidad de golpear. Ecos que escriben en la pizarra de la noche una partitura de estrellas, para una nueva función. Otro invitado viene a contarme cómo lo hizo, cómo lo soñó.

No es casual que elija un patio para recibir a los artistas. 

El patio fue escenario de la nena que actuaba frente a primos y abuelos, cuando una sábana que su madre colgaba de la parra hacía de telón.

En esas baldosas quedaron las huellas de los primeros zapateos que aquel, que aún ni soñaba con ser bailarín, aprendió jugando con el abuelo.

Un caño de bronce enverdecido, todavía amurado a la pared, evoca las heridas de esos pies que soñaban vestirse de punta aunque la alcancía estuviera vacía.

Los jazmines que perfuman la medianera fueron testigos de los primeros pasos al ritmo del 2×4 de la niña abrazada a su papá.

El patio fue la sala de ensayos donde él sudó ilusión, bajo la atenta mirada de la madre que pespunteaba de amor y orgullo sus trajes.

De las sombras en los rincones del patio, que tanto le asustaban, otro niño imaginó personajes que hoy pueblan las historias que escribe.

En el patio muchos hicieron sonar los primeros acordes de una guitarra. Aprendieron a bailar, a cantar, a pintar, a actuar. El patio da cuenta del arte como suelo donde apoyarse para ganarse la vida, incluso otra que la predestinada por la novela familiar o por un exterior de puertas cerradas.

Un suelo que sujeta en la caída cuando el vacío que hace lugar al deseo se vuelve abismo. Con el arte, una intensa sed de vida puede darle forma a un vaso o el fuego de un ansia eterna forjar el cincel que esculpe la roca, torciéndole su destino de lava. 

El arte es punto de apoyo en el que la potencia doblega la resistencia. El artista rasga el cielo con su voz o su instrumento y lo divino baña la tierra haciéndola fértil; pone en danza lo que de otro modo daría vueltas siempre en el mismo lugar.

El patio era el lugar de la mesa larga donde se juntaba a comer la familia y los amigos. Lugar de encuentro y recalada. Lugar para “irse por las ramas” de la parra, sentados bajo su sombra. Tardes y noches filósofas en las que se ideaban desde las puestas en escena hasta la vida misma.

El patio dice de nuestras formas de vivenciar los afectos, costumbres cuyos rastros remontan a las tierras de nuestros abuelos; y, en ese sentido, representa un lugar común que aloja “lo común” que hermana a artistas y pueblos.

“Patio de artistas” como lugar muy nuestro que los cobija, es razón del nombre de una revista que quiere ser, ante todo, un espacio de escucha a los artistas. Con “entre-vistas” en las que puedan dar a ver más allá de las palabras. Un tapiz donde, entre preguntas y respuestas, se hilvane cómo se hizo la “a-puesta” en obra. Un espejo cuyos reflejos puedan iluminar el andar de aquellos que hoy juegan en el patio.

Como un foco ilumina el centro de un escenario cuando espera al artista, un haz de luna que se cuela entre las hojas de la parra alumbra el centro del patio. El barrio está tranquilo, un perro ladra a lo lejos. Un vecino escucha tango. La voz rasgada frasea como ninguna: “Uno busca lleno de esperanzas, el camino que sus sueños prometieron a sus ansias…”. Llega mi invitado. Entra sin golpear. Enciendo una guirnalda de luces que bordea la cornisa del patio. Le doy un abrazo y nos sentamos a conversar.

Flavia Mercier