Con más de 35 años de experiencia como bailarín de tango, Sergio Cortazzo, también maestro y coreógrafo, fue protagonista de algunos de los momentos más inolvidables de la escena tanguera. Son inolvidables sus coreografías de «Gallo Ciego» y «Mala Junta» en «Tango X2» junto a Gachi Fernández, y «Chiqué» con Soledad Rivero. Junto a él, Silvia Carlino, quien, con más de 20 años como bailarina de tango y tras haber bailado con algunos de los más renombrados bailarines, hoy organiza con Sergio una de las milongas más importantes de Italia, la milonga del Club Majestic, donde también llevan adelante su escuela de tango. Una entrevista que respira amor al tango como arte y como expresión cultural que cohesiona una comunidad.

Sergio, ¿Cómo te diste cuenta que querías ser bailarín profesional de tango?
Estaba yo estudiando en la “Casa del Tango” de La Plata -donde yo vivía- cuando surgió la posibilidad de participar en una obra de teatro en “La Comedia” (teatro) de la provincia de Buenos Aires, en la que necesitaban una pareja de tango. Era un sainete de Vaccarezza. “Tiempo de firulete”. Durante dos años, estuvimos en gira por la provincia, con músicos y actores, y teniendo un sueldo. Entonces pensé: “¡Ah, se puede vivir de lo que a uno le gusta!”
Recién entonces, me decidí a viajar a Buenos Aires para dedicarme más en serio. En esa gira descubrí esa gran pasión que hasta entonces veía en los músicos o en los actores, y que tienen las personas que hacen lo que les gusta. Para trabajar de artista necesitas esa gran pasión, si no, no se aguanta. Te pagan mal, los trabajos son inestables, es muy duro el camino. Tenés que tener muy claro que te gusta, para seguir a pesar de las adversidades.
¿Y qué te impulsó, antes de querer ser profesional, a aprender a bailar tango?
Resulta que yo estudiaba ingeniería, y como en ingeniería había pocas mujeres, pensé: “tengo que hacer algo o voy a morir virgen” (risas)
No, hablando en serio, la verdad es que es un poco inexplicable. En mi casa había unos discos de tango, pero no se escuchaba mucho. Mis padres no bailaban ni eran artistas. Mi padre es doctor en sociología económica y mi madre psicóloga. Igualmente, me ayudaron mucho.
Tal vez fue en un viaje por Latinoamérica en el que la gente me decía “Ah, Argentina. Tango”. Ahí sentí que el tango era algo para sentirse orgulloso. Yo nunca me sentí muy orgulloso como argentino. Después que lo escuché a Alfonsín decir “la casa está en orden”, me volví bastante escéptico. La Argentina está llena de contradicciones y a veces no da para estar muy orgulloso. Pero el tango nos ha dado esa posibilidad a todos los bailarines que estamos fuera.
«Eso es tango, bailar con una persona y hacerla sentir bien. No “usarla” para hacer pasos y mostrar a los demás qué grande sos.»
Sergio Cortazzo
Y así, cuando ya tenía unos 22 años, decidí ir a “La Casa del tango”, me informé y empecé a tomar clases. Formamos un grupo con el que salíamos y nos juntábamos a bailar tango. Así me di cuenta que me gustaba bailar, pero todavía no tenía la valentía de dejar ingeniería y dedicarme exclusivamente al tango. No sé si no tenía la valentía, o simplemente no se me ocurría porque en aquella época en La Plata había muy poco tango y yo ni me imaginaba que podía ser una profesión. Fue con el tiempo, cuando ya estaba en Buenos Aires, que me decidí a dejar la carrera porque quería dedicar todo mi tiempo a formarme como bailarín de tango.
En lo referente a la danza o lo artístico, ¿estudiabas algo más que tango?
Al tiempo de empezar a bailar tango empecé a estudiar un poco de actuación también. Y una vez que ya estaba en Buenos Aires, cuando decidí que quería ser bailarín profesional decidí estudiar un poco de ballet clásico para mejorar los movimientos, el cuerpo. Tomé clases de clásico y también de contemporáneo durante dos o tres años.
«…en lo referente a lo expresivo se han perdido un modo de aprender las cosas que influye mucho en el hecho artístico. El proceso de aprendizaje es mucho más frío, no entran las sensaciones. No entran “las vivencias” (con énfasis) que se obtienen por aprender de un modo más artesanal, más “humano”, incluso se podría decir.»
Sergio Cortazzo
¿Quiénes fueron tus maestros de tango?
Pupi Castello, Juan Bruno, Gustavo Naveira, Pepito Avellaneda, Antonio Todaro, Mingo Pugliese.
¡Ah! Nadie… perfil bajo… (risas) ¿Y cómo era aprender con ellos?
Ellos estaban muy entusiasmados con que hubiera gente joven que le gustara el tango y nos dedicaban mucha más atención que a los “habitués”. Nosotros íbamos a las clases “por amor al tango”, se podría decir, por el gusto de aprender. No pensábamos ni en viajar, ni en trabajar, porque eso no existía en aquel momento. Pensá que estamos hablando de una época en que nadie se imaginaba que el tango iba a explotar en todo el mundo e iba a ser lo que es ahora. En aquel entonces como mucho trabajabas en alguna casa de tango y con suerte te podía tocar algún viaje a Japón. Recién empezaba Tango Argentino. Obviamente la pedagogía era la que era, no te explicaban mucho, pero uno se daba cuenta que ellos hacían un esfuerzo por trasmitírtelo.
Imagino que esa posición debe tener una consecuencia en los tiempos de aprendizaje. Entiendo que cuando uno estudia por placer, no tiene apuro en aprender, o en obtener resultados rápidos.

Sí, efectivamente era así. Además, puede ser que uno terminara copiando algún movimiento del maestro, pero en general uno intentaba hacerlo a su manera. En cambio, ahora que, como vos decís, se buscan resultados rápidos, el camino es copiar al maestro o un video por YouTube. Eso es lo más rápido. Se piensa que copiando los pasos del maestro que tiene más popularidad, se va tener trabajo y en poco tiempo.
Los videos tampoco existían antes. Entonces, otra cosa linda era que si vos querías saber cómo bailaba un milonguero, tenías que ir a verlo a la milonga. Agarrabas el volante o panfleto en el que se anunciaba cuando se presentaba, te tomabas el “bondi” (autobús) y te ibas cuarenta minutos o más hasta la milonga. Tenías que ir en búsqueda de lo que querías, no lo tenías al alcance de un click, en la computadora o en un celular. En aquella época tenías que grabar el instante en la memoria. Si no lo practicabas enseguida no te quedaba. Tampoco podías grabarte para después mirarte. Teníamos que ir a la clase del milonguero y preguntarle lo que no nos salía. Y después nos juntábamos a practicar o pasarnos unos pasos. Todas esas “dificultades” ponían a prueba cuánto de verdad te gustaba esto. Había mucha solidaridad, no había casi competencia, porque tampoco había mucho para competir. Ninguno de nosotros tenía en la cabeza la salida laboral. De hecho, éramos un poco inconscientes: le estábamos dando mucho tiempo a algo que no sabíamos si iba a tener una salida laboral.
¿Cómo se traducen en el escenario o en las exhibiciones esas diferencias en los procesos de aprendizajes?
A mí me parece que hoy hay gente técnicamente muy buena pero no tanto interpretativamente. La calidad técnica es muy superior a la calidad expresiva, ahora. Tienen muchas posibilidades para estudiar con mucho detenimiento y muy en detalle los pasos. Pueden parar un video, y avanzarlo y retrocederlo cuantas veces sea necesario. Pero en lo referente a lo expresivo se han perdido un modo de aprender las cosas que influye mucho en el hecho artístico. El proceso de aprendizaje es mucho más frío, no entran las sensaciones. No entran “las vivencias” (con énfasis) que se obtienen por aprender de un modo más artesanal, más “humano”, incluso se podría decir.
Se podría decir que ustedes, de alguna manera, en aquella época, a la vez que iban desarrollando su baile iban construyendo el artista dentro de cada uno. Se iban encontrando a sí mismo y con eso qué quería cada uno expresar.

¿Y vos Silvia? ¿Cómo empezaste con el tango? ¿O con la danza?
Yo empecé de muy chiquitita con ballet. A los 8 años ya bailaba. Y lo dejé definitivamente cuando tenía unos 23. Una escuela buenísima de acá de Napoli, con un nivel muy alto. Pero la verdad es que me desilusionó muchísimo el clásico. Además, tampoco tengo cuerpo para ballet. Mi cuerpo es el de una tanguera. Sílfide, digamos que, nunca fui (risas).
Bailé también un poco de contemporáneo e hice un poco de teatro. En aquella época hice también algún que otro espectáculo, tanto de contemporáneo, como de clásico, como teatro. Durante un tiempo también enseñaba a los más pequeños, o armaba el espectáculo de fin de curso de una escuela primaria.
Pero la verdad es que no me gustaba, y lo dejé. Durante mucho tiempo estuve sin bailar o sin trabajar de la danza. Trabajaba con mi mamá en una tienda de ropa, y descubrí que la moda me gustaba muchísimo. Yo dibujaba algunos diseños, algún vestido de novia, aunque no había ido a la escuela de diseño. Sin embargo, yo sabía que eso no era definitivo en mi camino, ni la tienda ni la moda. Sabía que algo iba a pasar.

Y un día me llegó por error una revista a la tienda, en la que justo en la primera página había una foto de una pareja de tango, y la bailarina se veía maravillosa. No me acuerdo quién era. Era todo un artículo sobre Buenos Aires. Me puse a leerlo y al final había un pequeño anuncio de una escuela de danza donde se enseñaba tango. ¡Y quedaba casi al lado de mi casa! Así que ahí mismo decidí ir y unos pocos días después ya empecé a tomar clases. Me pareció que me podía gustar. Estamos hablando de 22 años atrás, no había tantos videos como ahora para ver de qué se trataba.
¿Y cómo llegaste, de leer un artículo en una revista, a organizar una de las milongas más importantes de Italia?
Bueno, empecé primero a buscar dónde a aprender a bailar tango. Primero recorriendo Italia buscando a argentinos que lo enseñaran, porque en Napoli no había muchos. Tampoco había muchos maestros como ahora, aunque los bailarines empezaban a viajar y a venir a Europa. Fui yendo a los festivales. Hasta que un día pensé: “Tengo que ir a Buenos Aires a tomar clases”. Y así lo hice. Me acuerdo que la primera vez me fueron a buscar a Ezeiza, Josep y Teresa (Josep Morera y Teresa Herrero Aubanell, organizadores durante muchos años de una de las milongas más conocidas de Barcelona) que yo los había conocido en el Festival de Napoli. Ellos me aconsejaban dónde ir, con quien tomar clases. Tomé clases con todos. Empezaba al mediodía hasta la medianoche y después iba a bailar, a bailar, y a bailar… siempre. Todavía me acuerdo la sensación increíble que tuve en mi primera milonga en Buenos Aires, en Canning. Hasta que un día empecé a trabajar acá en Italia con distintos bailarines.
Después nos conocimos con él (Sergio) que vino tres años seguidos al Festival de Napoli. Nos conocimos en el segundo. Como él hacía muchas giras en esos años por Europa, empezamos a viajar para vernos. Hasta que vino a vivir acá a Napoli y empezamos a trabajar y a enseñar juntos. Un día los propietarios del Club Majestic, que les gustaba como trabajábamos, que confiaban en nuestra manera de enseñar y entender el tango, nos plantearon la posibilidad de llevar a su club nuestra escuela y organizar la milonga. Y decidimos aceptar. La verdad es que hasta que llegó la pandemia nos iba bastante bien, habíamos organizado un montón de espectáculos, trajimos un montón de artistas y orquestas. Ahora hay que remontarla.
«Yo estaba encantada, con los bailarines bailando con música en vivo. Esa cosa de la ronda, improvisando todos juntos, cada uno con su baile, todos diferentes, y armoniosamente. ¿Cómo hacen?, me preguntaba yo. Parecía mágico. Y esa fue la magia que me hizo tomarme un avión para ir al otro lado del mundo.»
Silvia Carlino
¿Qué era lo que te atrapaba del tango?
La música. De entrada, fue lo que más me atrapó. Y después fue el vestuario en las exhibiciones. Como a mí me gustaba todo lo de la moda. Me acuerdo el primer festival que yo vi, que fue acá en Napoli y lo organizaba Miguel Angel Zotto, con el apoyo de la Comuna, y con estrellas internacionales del tango que venían directamente desde la Argentina. Vino él y la Mantiñán (Alejandra) con Missé (Gabriel), Teté, Eduardo y Gloria Arquimbau, Facundo (Posadas) y Kely, y la orquesta en vivo. Yo estaba encantada, con los bailarines bailando con música en vivo. Esa cosa de la ronda, improvisando todos juntos, cada uno con su baile, todos diferentes, y armoniosamente. ¿Cómo hacen?, me preguntaba yo. Parecía mágico. Y esa fue la magia que me hizo tomarme un avión para ir al otro lado del mundo.
Un deseo muy decidido Silvia

Y vos, Sergio, ¿cómo siguió tu carrera profesional, después de aquella primera experiencia con el elenco de “La Comedia”?
Empecé muy de abajo, poco a poco. Primero en el “Bar Sur” bailando de 10 de la noche hasta la 4:30 de la madrugada, entre las mesas, con un pianista que nos acompañaba. Después en “Los dos pianitos”. Luego en el ballet de “Casablanca”. Finalmente, en el espectáculo de “La Ventana” tuve mi primera oportunidad como pareja solista.
(Silvia): ¿Y el espectáculo ese que trasmitieron hace un mes atrás? Es que no se acuerda, como no le gusta darse importancia… Te cuento: hace un mes atrás proyectaron un espectáculo (“La Milonga”) en el que el bailaba con Pupi (Castello) Imaginate un espectáculo de aquella época que está grabado, fue algo importante. Aparte de Pupi, estaban todos los milongueros importantes. Estaba Mingo Pugliese, Marta Antón, el “Alemán” (Roberto Tonet), Pocho Pizarro, y muchos más. Yo me quería matar cuando lo vi porque se lo podría haber mostrado a los alumnos, haberles mostrado “quién es él”. Pero no, porque él no le da importancia.
Pero es que él está por el placer de bailar, por amor al tango, como cuando empezó (risas) Y después Sergio, ¿cómo siguió?
Llegó finalmente mi primer viaje a Japón. Yo llevaba tiempo preguntándome cuando me iba a tocar ir a Japón, porque en esa época era como recibirse (graduarse). Y yo veía que todos iban y a mí no me tocaba. Hasta que me propusieron esta gira con una orquesta dirigida por un pianista de La Plata, con un cantor, y tres parejas.
Después vino “Tango X2” y ahí sentí que había llegado a “la selección nacional”, aunque en esa época estaba también “Tango Argentino” que era mundialmente muy famoso. Pero, para los milongueros “Tango X2” era la selección, porque reflejaba mejor el tango más auténtico, el de la milonga. “Tango Argentino” era más estereotipado. Sin desmerecerlo.
«Esos momentos representan una gran satisfacción para mí, porque yo bailé en el espectáculo que les gustaba a todos los milongueros y encima les gustaba lo que yo hacía.»
Sergio Cortazzo
También estuve bastante tiempo en “Tangokinesis”, con Ana María Stekelman, al principio. Y mucho después llegó “Tango Metrópolis” con Claudio Hoffman y Pilar Álvarez, donde ya bailaba con Soledad Rivero. Esas fueron las compañías con las que más tiempo trabajé. Y mientras tanto, siempre seguí trabajando en las Casas de tango.
¿Y cómo fue esa experiencia de fusión entre el tango y la danza contemporánea (Tangokinesis)?
Y… al principio yo pensaba “cuando me vean los milongueros me van a decir de todo”. Pero, la verdad es que nosotros con Gachi (Fernández) aprendimos muchísimo de Ana: de la puesta en escena, del modo de presentar un hecho artístico, las diagonales, toda la cuestión coreográfica. Para nosotros fue una gran experiencia. Fue un abrir la cabeza sin perder el origen. Fue un sumar sin perder lo que uno quería hacer. Porque era un material bastante tanguero, en cuanto a pasos, pero con músicas “extrañas”. Por ahí bailabas tiros (disparos), puertas que se cerraban, “Libertango” en la versión de Grace Jones. Fue la posibilidad de sumar lenguajes diferentes y una visión diferente del tango. Creo que para su época fue muy original. Bueno, sigue siendo muy original. Hoy hay gente que cree que innova y cae en lugares comunes. Para innovar hay que previamente investigar lo que se hizo antes para no caer en el recurso fácil que es el mismo de siempre. Y conocer bien a fondo ese arte que querés renovar. Piazzolla antes de renovar el tango, tocó con Troilo.

«Para innovar hay que previamente investigar lo que se hizo antes para no caer en el recurso fácil que es el mismo de siempre. Y conocer bien a fondo ese arte que querés renovar. Piazzolla antes de renovar el tango, tocó con Troilo.»
Sergio Cortazzo
¿Cómo ves al tango escenario, hoy por hoy? Hay poco, ¿te preocupa?
Yo creo que se va a producir un vacío generacional. Al tango escenario lo mantienen vivo las Casas de tango y el Campeonato Mundial, pero fuera de eso no hay mucho trabajo, no hay muchos espectáculos o giras de tango.
Además, hay muy pocos bailarines que puedan hacer bien las dos cosas. Hay bailarines de escenario que cuando los ves intentar improvisar en una milonga, pensás, “estos no saben bailar tango”, porque sólo están acostumbrados a hacer coreografías. Y, por otro lado, ves bailarines de exhibición, muchos son grandes bailarines, que tienen mucho éxito, pero los ponés en un escenario y desaparecen, o no trasmiten, muestran pasos, no es un hecho artístico. Para mí son bailarines que se quedaron un poco, que no han hecho todo el recorrido que podían, porque hacen sólo eso, en parte porque ya casi no hay compañías de tango.
También porque se entró en una vorágine de viajar, de ganar dinero, de bienestar económico que no permite ver más allá del día a día; y hay muchos bailarines profesionales que quizás sienten que “ya llegaron” y no siguen formándose, no se preocupan por progresar más como artistas. Quizás sienten que bajan de nivel si toman clases con otro, o que ya no lo necesitan si todo está funcionando bien. Lo que pasa es que uno ve a un bailarín que está bien dotado y que tiene mucho potencial, mucho camino por recorrer y le gustaría que lo intente. Yo creo que cuando uno hace una exhibición, aunque sea en una milonga, tiene que ser un hecho artístico. Uno no tiene que bailar sólo para mostrar pasos porque eso te da alumnos, sino para trasmitir algo más.

Mencionaste tanto a Gachi Fernández como a Soledad Rivero como compañeras de baile. Con ambas formaste parejas muy importantes, que dejaron momentos emblemáticos del tango escenario. ¿Cómo se hace para dejar una pareja y formar otra y que “funcione” igual de bien en el escenario, teniendo estilos diferentes?
La verdad es que con Soledad Rivero nos complementamos rápidamente. El período durante el cual formé pareja con ella fue muy intenso y productivo. Hicimos innumerables giras. Una de las más importantes fue como coreógrafos de los campeones de tango escenario en Japón y Taiwán, durante tres meses. Fue un verdadero placer trabajar con Soledad.
Hablando de momentos importantes ¿Qué momentos tenés guardados en tu memoria como los más significativos?
No sé, … La verdad es que como artista no vivo anclado en el pasado diciendo: “Ay, yo bailé para…”. No sé, no le doy importancia. O: “Yo bailé en el City Center de New York”.
¿Lo hiciste?
Sí con “Tango X2” …. Tampoco estoy todo el rato hablando de que hay dos artículos de un periódico de Nueva York que me nombran. ¿Cómo se llama? Ay, no me sale… el New York… Times.
(Silvia): ¡No, Sergio, no te nombran solamente! ¡Son dos artículos del New York Times sobre vos y sobre Gachi como dos estrellas maravillosas, dos bailarines increíbles! Perdoname, ¡pero yo me levanto y me voy (con tono sarcástico)! … Le cuesta hablar de él…
(Sergio): Bueno, está bien, a lo mejor algún día se lo cuento a mi nieto, pero, qué sé yo, no le doy importancia.
Está bien, pero la pregunta apuntaba a algo que fuera especial “para vos”, algo que “a vos” te haya emocionado mucho, o que te haya impactado.
Si te tengo que contar un momento de mi vida profesional que me haya producido una linda sensación, te tengo que hablar de cuando hacíamos “Tango X2” en el Teatro Avenida. Los miércoles era con entrada a mitad de precio. Y durante tres o cuatro meses que duró la temporada, todos los miércoles estaba lleno de milongueros, de gente de tango, que incluso volvían dos o tres veces a ver el espectáculo. Y al final nos daban un aplauso infernal a todos, y especialmente a mí en muchos momentos. Uno de los mejores momentos del espectáculo era el tango que hacíamos nosotros (“Mala Junta” con Gachi Fernández). Esos momentos representan una gran satisfacción para mí, porque yo bailé en el espectáculo que les gustaba a todos los milongueros y encima les gustaba lo que yo hacía. O sea, estábamos bailando para un público experto y encima nos aplaudían como locos.
«Yo creo que cuando uno hace una exhibición, aunque sea en una milonga, tiene que ser un hecho artístico. Uno no tiene que bailar sólo para mostrar pasos porque eso te da alumnos, sino para trasmitir algo más.»
Sergio Cortazzo
Está claro que a vos lo que te conmueve es lo artístico, no la fama ¿Hay un Sergio más allá del Sergio Cortazzo artista?
(Silvia): Él es solamente un artista. No sabe hacer otra cosa. No puede.

(Sergio): Yo fuera del escenario o de la pista no tengo nada ver con cómo soy bailando. El tango me permite expresar otra cosa, mucho más que lo que puedo expresar con palabras. A mí la palabra me cuesta. Yo encontré en el tango un modo de expresión.
(Silvia): La palabra no es lo suyo. Fijate que él también es muy bueno como mimo, o imitando es genial. Hay un video de él, famosísimo, imitando a Pupi.

Sergio, después de 35 años en el tango, cuando das clases ¿qué es lo que más te importa trasmitir?
Una cosa que a nosotros nos preocupa y que acá en Italia, en Europa, es difícil, es trasmitir el sentimiento tanguero. Es de lo más difícil, sobre todo si los extranjeros no van a Buenos Aires. Aunque Buenos Aires cambió mucho también. Me refiero a lo que se siente cuando uno entra a una milonga, ciertas formas, invitar a la mujer a bailar de una manera, intentar comunicarse con la compañera, no sólo hacer pasos, hacer sentir bien a la persona. Eso es tango, bailar con una persona y hacerla sentir bien. No “usarla” para hacer pasos y mostrar a los demás qué grande sos. Está muy exhibicionista el tango últimamente. Pero, claro, es difícil para los extranjeros entender el tango más allá de unas destrezas de movimientos, porque tampoco tienen siempre buenos ejemplos. Si un extranjero ve que el maestro sólo hace eso, se va a preguntar ¿para qué me tengo yo que preocupar por otra cosa?

Nuestra satisfacción es que los alumnos que se quedan con nosotros son gente respetuosa, con cierta sensibilidad, que sabe estar en la milonga, divertirse, baila para disfrutar, incluso muchos terminan siendo amigos entre ellos. Eso es una satisfacción porque, con un poco de tango, uno también trasmite una forma de relacionarse, de compartir.
Muchas gracias a los dos, Silvia, Sergio, ha sido una charla “encantadora”. De esas que una se queda pensando.
Podríamos pensar el estilo como aquellos matices que el artista le imprime a su obra por lo que le afecta instándole a desplegar eso afectado en arte. El estilo resulta, entonces, de una serie de elecciones, en tanto se prefiere algún rasgo, gesto, o movimiento, entre otros. Se trataría de una elección que pone en juego lo íntimo y que se expresa en una manera propia de sí. Por añadidura, su público se va conformado por aquellos que se conmueven con esos detalles destacados.
Si pensamos en las artes populares como el tango, podríamos definirlo en términos de un “destilado de aromas y gustos” que le da un sabor singular al baile, o a la interpretación musical, y que siempre remite a la tierra como símbolo de lo fundante de ese arte. Cabe recordar que es gracias a los tiempos de cocción y de reposo que el sabor resulta de la amalgama de ingredientes, destilando un aroma que despierta las ganas. De igual manera, un conjunto de elementos técnicos, por excelentes que sean no serán suficientes para generar un estilo propio si no se le da el tiempo para que este decante. La obra de arte, o la composición coreográfica, no es más que un objeto desprendido de lo verdadero para el artista y determinado por un deseo de avivar las “emociones” de aquellos a los que se dirige.
Sergio Cortazzo dice que se está perdiendo expresividad o calidad interpretativa, a pesar de que se ha ganado una gran calidad técnica en el baile. Advierte que el proceso de aprendizaje, tal como se da hoy en día, no está funcionando del todo. Nos dice, además, que a la vez que este se ha tecnificado se ha vuelto “más frío” dejando fuera “las vivencias” del proceso. Parte de lo pedagógico parece haberse perdido.
En sus orígenes, la figura del pedagogo era la del que acompañaba al niño o niña a la escuela. Lo pedagógico, entonces, sería el acompañamiento por parte del maestro de un recorrido que el estudiante o discípulo tiene que realizar por sí mismo. Es en el trayecto que este irá conociendo sus propios límites y poniendo a prueba su deseo, porque -como también señala Sergio- son las dificultades las que lo ponen a prueba y el camino es muy duro y no es sin una gran pasión que se lo puede recorrer. Así opera el obstáculo al deseo o a las ganas, provocando la creatividad para inventar recursos que permiten sortearlo, y allí se despliega la potencia de ese artista. La función del maestro será la de dar apoyo mientras acompaña, a modo de un andamio que podrá retirarse cuando la casa de los conocimientos se asiente sobre unos cimientos sólidos y la estructura se disponga de tal manera que sea un sitio habitable, un lugar donde habitar. Esa mano que guía no la podrá dar nunca una plataforma digital cargada de videos.
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