Entrevista a Victoria Saudelli y Sebastián Álvarez: “Las ganas y el hambre de bailar nos podían”

Tras haber comenzado como adolescentes en el ballet de Walter Gómez, Victoria Saudelli y Sebastián Álvarez son una de las parejas con más años de trayectoria en la escena tanguera siendo parte de “Esquina Carlos Gardel” desde el 2002 -primero promocionando la respetada Casa de tango y desde el 2004 en el elenco estable- y haciendo temporada con “Tango Fire” en Londres desde el 2008 y con “Tango Lovers” desde el 2017. Veinte años en los que nunca han bajado del cártel y han pisado grandes escenarios en todo el mundo, desde el Kremlin de Moscú, a las Torres Petrona, o el Teatro de la Ópera de Montecarlo, a escenarios tan singulares como la lona del Luna Park para una pela de Narváez, o el estadio Obras durante un concierto de Deep Purple, o acompañando a Gloria Estefan. Veinte años que son todo pero parecen nada cuando se los escucha y ve con las mismas ganas y pasión que cuando participaban de aquellos primeros torneos bonaerenses.

Cuéntenme de sus comienzos.

Victoria: En mi caso empecé bailando clásico por recomendación médica. Yo tenía la caja toráxica muy cerrada y el médico me mandó a bailar clásico o a hacer natación y elegí clásico. Tenía 6 años.

Empecé en un club de barrio, el club “Pampero” de Lanús. Ahí aprendí a bailar clásico, y también hacía danza deportiva, porque la verdad es que el clásico mucho no me gustaba. ¡Bah! No me gustó nunca, lo hacía sólo por salud. Hasta que un día, yo ya tenía unos 11 años, llegó un profesor de tango al club porque habían comenzado a organizarse unos torneos juveniles bonaerenses de tango, folklore, y canto. Era Walter Gómez. Primero se enganchó mi hermana, porque yo no tenía la edad para competir, pero al otro año sí, y como me gustó, me metí.

Sebastián: Yo empecé porque jugando a la pelota me quebraron tibia y peroné y tenía que estar en casa, y me empezó a gustar un programa del canal “Sólo Tango”, “El firulete”…

¿En tu casa se miraba ese canal? Porque es raro que un adolescente sin ningún estímulo externo se ponga a mirar un programa de tango.

S: No, en mi casa se escuchaba sobre todo folklore. Pero un día yo estaba pasando canales y de repente vi un chavón que me gustaba cómo cantaba. Yo no tenía ni idea quién era. Le pregunté a mi viejo y me dijo que era Gardel.

¡¿El “chavón” (con tono sarcástico) que te gustaba como cantaba, era Gardel?!

¡Sí! (risas). Y bueno yo tenía unos 12 o 13 años, no sabía quién era. Ahí me conseguí un cassette de tango, y era Troilo con Fiorentino. Me lo pasaba escuchándolo solo en la pieza porque me daba vergüenza porque en esa época todo el mundo escuchaba cumbia. Hasta que un día íbamos en el auto con mi vieja y mi abuela, y suena Troilo en la radio y yo le digo “¡Uy, mirá! Troilo con Fiorentino”. A ellas les llamó la atención y me abuela le dijo a mi vieja que me tenía que anotar en clases de tango. Y mi vieja me anotó, pero yo no quería saber nada. Entonces mi vieja me dijo: “aguántate tres meses, si no te gusta, lo dejás”. Y así empecé a bailar, porque mi vieja me obligó. A los tres meses me gustó, pero porque había un grupo lindo que se había formado para los bonaerenses. Empecé a juntarme con los pibes, al año me puse de novio con ella. Me gustó eso, que estábamos todos juntos.

¿Ya eran pareja de tango en esa época?

V: No, competíamos como ballet. Walter no dejaba bailar como pareja si eran novios, porque temía que si te peleabas luego se desarmara la pareja de baile y te fueras del ballet, como éramos muy chicos.

S: El chavón era de la escuela de antes. Repetir, repetir, repetir, hasta que saliera casi perfecto. No nos ponía nunca juntos, porque tenía miedo que si nos peleábamos le íbamos a arruinar el ballet. Y a mí como era el peor de todos me mandaba siempre para atrás. En cambio, a ella como era la que mejor bailaba la ponía siempre adelante.

¿Cuál es esa escuela de antes?

S.: No te daban tantas explicaciones. Era: “hacé esto y hacé esto”. Al principio como puedas, y después repetir, repetir, hasta que te salga. Ensayar, ensayar y ensayar. Era duro, pero después lo agradecés toda la vida.

V.: Lo que pasa es que Walter nos enseñaba la coreografía y después tenías que meterle pata de lunes a domingo, y si hacía falta desde las 9 de la mañana hasta las 11 de la noche, porque lo que él quería era ganar. Lo que tenía de bueno era que te enseñaba muchísima disciplina. Nos enseñó a ir todos al unísono, a contar la música.

«Para mí es como si no hubiera crecido, para mí todo es una gran continuación, desde los bonaerenses hasta ahora. No me considero bailarín, pero cuando me falta el escenario me vuelvo loco, entro a un teatro y me vuelvo loco, me encanta. Pero no me gusta llamarme bailarín, porque yo no tengo la disciplina que les ves a los bailarines que ensayan, ensayan, ensayan. Yo hago lo que me nace en el momento. Si vos a mí me dejaras improvisar todas las noches sería el hombre más feliz del mundo.»

Sebastián Álvarez

«A mí me atrapó algo del baile de pareja. No sé qué, no sé cómo describirlo. Decirte que era algo mágico suena muy trillado, pero fue algo así. Es un poco inexplicable. Hay, algo de la pasión que uno siente por el otro, pero también hay algo de la danza en sí misma, de las ganas que uno le pone al bailar, el esfuerzo, todo lo que ponés para llegar al público y que responda.»

Victoria Saudelli

¿Es posible que Walter Gómez fuese el director que más torneos bonaerenses ganó?

V: Y sí primero con el ballet de San Fernando y luego cuando vino a Lanús con nosotros. Ganábamos porque nos preparaba él. Las coreografías grupales eran brutales, tremendas. Walter era un gran coreógrafo.

S: Además con él bailaban todos. Había otros ballets que tenían dos parejas buenas y el resto era decorado. Con Walter, no. Si él presentaba ocho parejas, hacía bailar a las ocho parejas.

V: Y esa disciplina de bailar todos exactamente igual. Por eso nos enseñaba a contar la música. Por eso tantas horas de ensayo. Éramos todos como un reloj. Y aparte de todo eso, insisto, el diseño coreográfico que hacía era maravilloso. Yo no sé si hoy por hoy hay algún coreógrafo tan bueno como él.

S: Con el ballet ganamos el ’97, en el ’98 salimos segundos -pero merecíamos ser primeros-, y en el ’99 ya nos presentamos como pareja solista, pero ahí él no nos quiso preparar porque se presentaban otras parejas del mismo ballet y él no quería preparar dos parejas que fueran a competir entre ellas. Entonces fue cuando conocimos a Jesús Velázquez que en esa época bailaba con Silvana Allievi. Nosotros veníamos bailando como pareja desde el ‘97, pero por fuera del ballet. Habíamos armado “Quejas de bandoneón”, porque yo era fanático de Troilo, y nos empezamos a presentar por el barrio. Ellos nos ayudaron para prepararnos en las cuestiones técnicas y nos presentamos a concursar como pareja solista en el ’99, y salimos terceros. Para mí ya estaba perfecto porque yo no tenía tan claro que quería dedicarme a esto. Ella sí.

¿Y cuándo descubriste que te querías dedicar a bailar tango?

S: En el 2000 nos llama Jesús (Velázquez) para hacer un casting para la apertura del Festival internacional de la canción de El Cairo. Una gira de 1 mes. Yo tenía 18 y ella 16. Recién ahí le empecé a agarrar el gustito. Dije: “Hummm… se puede viajar bailando”.

Y también, cuando al poco tiempo nos llamaron para un programa de televisión en el canal “Solo Tango”. “Punta y Taco” se llamaba. Justo en el canal que yo miraba. Hicimos “Quejas de bandoneón” y “La Cumparsita”, todo al piso. Ahí le agarré más el gustito, pero como que me daba cagazo todavía. Hasta que un día escucho en la 2×4 (emisora de radio) que anuncian el casting para la “Esquina Carlos Gardel”.

V: En la 2×4 y en “El Tangauta” (revista). En aquella época no había redes sociales. Primero hubo un casting en el canal. Éramos unas 500 y pico de parejas y preseleccionaban a unas 10 para una segunda prueba en la “Esquina”. Había bailarines con mucha trayectoria en ese casting. Bailamos, Dolores (de Amo – directora de “Esquina Carlos Gardel”) nos dijo “muy bien”, y nos fuimos, porque éramos los primeros de las diez parejas en bailar. Al tiempo nos llama Dolores y nos dice que habíamos quedado preseleccionados, pero para una gira a China de 3 meses, que después no se hizo. Lo que pasa es que para trabajar en “Esquina” ellos buscaban gente con mucha trayectoria, y nosotros éramos muy chicos, yo tenía 18 y él tenía 20, no teníamos experiencia, nos faltaba fogueo. De hecho, Dolores nos preguntó si nos íbamos a aguantar una gira de 3 meses. Y la verdad es que nosotros nunca habíamos viajado más de 15 días a El Cairo, pero las ganas y el hambre de bailar nos podían y dijimos “Sí, sí, sí”. No lo podíamos creer. Eso fue en el 2002.

Pero a los 15 días nos llama Dolores y nos dice que la gira a China se había caído, y en cambio había una gira a Lima, Perú, para promocionar “Esquina Carlos Gardel” con el hotel “Alvear” que presentaba la semana gastronómica.

S: Imaginate que en ese viaje estábamos en la misma habitación que se había hospedado Lady Di. Hasta entonces nosotros no conocíamos esa clase de hoteles.

Me acuerdo que bailando en la cena se me voló el taco y rompí todo el piso de parquet. Yo venía girando con Vicky y por ahí pierdo el eje, me voy para los talones, se me vuela el taco a la mierda, me caigo con Vicky encima, me levanto y sigo bailando. Me quedaron los clavos afuera, le marqué todo el piso (risas).

¿Y el público?

S: Ah, no, el público aplaudía, ni se enteraron. Si lo haces con decisión, nadie se da cuenta. Una vez sola se enteró el público que nos matamos, pero porque nos matamos feo. Fue en las Torres Petrona. A ella le cambian el vestuario a última hora porque tenía que estar toda cubierta. Y le pusieron una calza que resbalaba un montón y ya no teníamos tiempo para ensayar. La lanzo al aire y cuando cae sobre mí se me resbala, y yo antes que se cayera al piso, me tiré. Y después de eso, los dos cerramos los ojos

¡Qué sea lo que Dios quiera!

V: Sí, sí. Yo pensaba “Qué alguien me saque del escenario, por favor”.

Y entonces, Sebas, si lo pudiste hacer con decisión cuando se cayeron en Perú ¿por qué te daba cagazo todavía?

S: Porque me importaba mucho la opinión de los demás.

¿Y cómo siguió la carrera de ustedes después de ese viaje a Perú?

S: Trabajamos durante dos años promocionando “Esquina de Carlos Gardel”. Nos daban un sueldo fijo y trabajábamos tres veces por semana en el “Sheraton Libertador” y tres veces por semana en el “Sheraton Emperador” con un breve show nuestro, y dábamos clases a alguna delegación.

V: Y viajábamos mucho para promocionar. Toda Latinoamérica, España, … Hasta que en un viaje de esos acompañamos a Jorge Pahl y Silvia Céspedes a Sao Paulo. Ellos volvieron antes y Jorge le habló muy bien de nosotros a Dolores, y entonces ella nos llamó para vernos otra vez, a ver si podíamos empezar en la “Esquina”. Era el 2004, Jorge y Silvia nos ayudan con la coreografía de “Libertango”, que ya hacíamos un “Libertango” nuestro, pero ellos nos ayudan hacer una coreografía más linda. Nos vuelve a ver Dolores ¡Y le encantó! A partir de ahí quedamos como parte del elenco.

¿Y desde entonces estuvieron siempre en la “Esquina de Carlos Gardel”?

V: Sí, desde entonces estuvimos fijos.

S: Aunque tuvimos diez mil problemas. Bueno, no ella, sino yo. A mí al principio me faltaba personalidad para el escenario. Dolores siempre estaba por echarnos.

V: En realidad ella buscaba que sacaras como un personaje. A ella le importaba lo que podías ofrecer como artista, no sólo que fueses un bailarín técnicamente perfecto. Porque, como siempre nos decía: “El día de mañana van a venir chicos más jóvenes, con una propuesta más copada, que van a volar diez veces para arriba y hacer cuatro mortales, y ustedes ya no lo van a poder hacer. Entonces, ¿Cómo se sostienen como artistas? ¿Qué es lo que vos en particular le podés brindar al público? Eso es lo que los va a hacer perdurar en el tiempo, no poner el pie perfecto, no la técnica que tengas.”

«Para mí, lo que dejé salir es lo que soy. Yo no me considero un artista, o un bailarín, porque yo soy en el escenario como soy en la vida, no un personaje. Medio calentón, con mucha fuerza, muy apasionado. Yo la única vez que me creí que era “bailarín” fue cuando fuimos al Kremlin con “Esquina”, que llamé a mi vieja llorando desde Moscú y le dije: “Mami, no soy una mentira”. Esa vez me sentí como lleno, 8.000 personas, un escenario enorme, sentir el aplauso de la gente y que no paren de aplaudir, dije: “Mierda, no es mentira”.»

Sebastián Álvarez

En ese punto ustedes tenían que romper con la disciplina que traían de Walter Gómez que perseguía la uniformidad para buscar otra cosa más original dentro de ustedes, algo que los hiciera singular ¿Cómo fue esa transición de una cosa a la otra?

S: A mí se me dio sólo, de la nada. Fue sin darme cuenta.

A ver… ¿cómo?

S: Yo nunca fui muy técnico, pero me preocupaba el tema, intentaba colocar bien el pie y todas esas cosas. Hasta que un día Dolores nos llama para pasar delante de ella la variación de “Mala Junta”. Hasta entonces siempre estábamos en la cuerda floja, siempre estaba enojada con nosotros, sobre todo conmigo. Siempre a punto de echarnos. Ese día me empieza a decir de todo, todo lo que no le gustaba. Menos lindo, me dijo de todo. Sobre todo, que ella (Vicky) me comía en el escenario. ¡Me agarré una bronca! Bailé toda la variación con una bronca (con énfasis). Y cuando terminé de bailar, empieza Dolores a decir: “¡Eso, eso, eso es lo que quiero!» (risas)

V: Claro, lo hacía a propósito para que sacaras todo de dentro tuyo.

S: Y después, otro día, en un grupal, que a Dolores tampoco le gustaba, un compañero me empezó a calentar en el escenario. Era un grupal que teníamos que simular una pelea. “La mafia” se llamaba. Yo dije “¿a este qué le pasa?” y me calenté en serio. Cuando terminó, Dolores también dijo: “Eso quería que saques”.

Entonces “de la nada” no te salió. Te salió de la bronca, de la rabia. La pregunta es ¿Qué te salió?

S: Para mí, lo que dejé salir es lo que soy. Yo no me considero un artista, o un bailarín, porque yo soy en el escenario como soy en la vida, no un personaje. Medio calentón, con mucha fuerza, muy apasionado. Yo la única vez que me creí que era “bailarín” fue cuando fuimos al Kremlin con “Esquina”, que llamé a mi vieja llorando desde Moscú y le dije: “Mami, no soy una mentira”. Esa vez me sentí como lleno, 8.000 personas, un escenario enorme, sentir el aplauso de la gente y que no paren de aplaudir, dije: “Mierda, no es mentira”.

¿Vos que sentís cuando bailás?

S: Para mí es como si no hubiera crecido, para mí todo es una gran continuación, desde los bonaerenses hasta ahora. No me considero bailarín, pero cuando me falta el escenario me vuelvo loco, entro a un teatro y me vuelvo loco, me encanta. Pero no me gusta llamarme bailarín, porque yo no tengo la disciplina que les ves a los bailarines que ensayan, ensayan, ensayan. Yo hago lo que me nace en el momento. Si vos a mí me dejaras improvisar todas las noches sería el hombre más feliz del mundo. Pero “esta” me mata, porque a ella le gustan las cosas más “perfectas”.

La pregunta es ¿por qué antes no salía? ¿por qué tuvieron que hacerte calentar?

S: Porque antes había un prototipo de lo que era ser “un bailarín”. Uno pensaba que ser bailarín era poner bien el pie, hacer el enrosque perfecto. Ahora pasa mucho eso, todo perfecto, pero después con la cara no trasmiten nada, no sabés si están vivos o muertos. Parecen salidos de un laboratorio. No tienen sangre.

Ahora bien, esa actitud emergió espontáneamente en una situación en concreto ¿Cómo hiciste luego para no perderla?

S: Me dejé de controlar, dejaron de importarme ciertas cosas como qué puede decir el resto de bailarines si el paso no sale bien. A partir de ahí ya no bailé más para los bailarines. Antes cuando eras más chico sí, porque todavía buscás su aprobación. Pero después ya no. Salvo algunos pocos amigos o gente que me interesa, el resto dejaron de importarme. Ahí empecé a bailar para mí, lo que yo siento, lo que para mí está bien. Para mí y para el público, obviamente. Entonces cuando dejo de preocuparme por el resto de bailarines, me desestructuro completamente. Por eso yo no puedo bailar mirándome en el espejo, porque me condiciono. Yo lo que siento, hago.

No es fácil salir detrás de ciertas parejas. Salir detrás de una pareja fuerte y mantener el aplauso. Tenés que estar muy seguro de lo que estás haciendo. A veces es un poco más fácil si salís a hacer algo muy distinto. Pero, por ejemplo, en “Tango Fire” nosotros tenemos que salir detrás de Nikito (Nicolás Cornejo) que hace un estilo muy parecido al nuestro, y tenemos no sólo que mantener el aplauso, sino, encima, que nos aplaudan más, porque es el cierre. Nosotros tenemos la mala suerte o la fortuna de siempre tener que cerrar porque hacemos algo moderno. Hay gente que no se banca esa presión. Y si a mí no me hubiera dejado de importar el qué dirán, viviría nervioso, viviría presionado.

O sea, hablando mal y pronto, lograste pasar de que “te diera cagazo” porque te importaba mucho la opinión de los demás, a “me cago en todo” y hago lo que yo siento sin importar la opinión de los demás.

S: ¡Claro! Pero ella siempre aparece diciendo: “Bueno, no te cagues tanto” (risas).

Claro, es en todo lo que digan los demás, pero sí te escuchás a vos, a ella y al público.

V: Igual, yo nerviosa siempre estoy, es una presión. Pero es una presión hermosa, a mí me encanta. Eso te hace vibrar siempre que salís al escenario, esa adrenalina y ese sentimiento que lo tenés que dar todo.

Digamos Sebas que vos fluis como la lava de un volcán, y ella es la que pone los diques para que esa lava tome una forma.

S: Sí, tal cual. Aunque después, en los ensayos, es un poco al revés. Ella vuela y yo soy el que la tiene que bajar a tierra.

V: Sí yo en los ensayos me creo que podemos hacer un montón de cosas y él me ordena diciéndome: “esto sí”, “esto no”.

Para vos, Vicky, el lugar para crear es el ensayo, al escenario se lleva lo que está ya ajustado.

S: Sí claro, ella es más “profesional” en ese sentido. A mí no me vas a ver estirando jamás. En vez, ella llega con tiempo, aunque no estira tanto, pero para revisar antes de la función que esté todo bien.

Por ejemplo, a mí me encanta ir a la milonga porque me encanta bailar tango cantado. Pero, claro cuando estás en una casa de tango, empiezan a mirarte. Entonces ella se empieza a preocupar de cómo nos vemos. Al final me calenté y no fui más. Y nosotros íbamos a bailar a la milonga desde antes de ponernos de novios. Desde el ’96 que íbamos al Club Almagro y después empezamos a ir al Sunderland. Me acuerdo la primera vez que me sacó a bailar la Negra Margarita ¡Casi me muero! Y eso que yo hacía un montón que bailaba.

V: Es que a mí me encanta ir a la milonga, pero donde no vayan bailarines.

«Dolores nos preguntó si nos íbamos a aguantar una gira de 3 meses. Y la verdad es que nosotros nunca habíamos viajado más de 15 días a El Cairo, pero las ganas y el hambre de bailar nos podían y dijimos “Sí, sí, sí”. No lo podíamos creer. Eso fue en el 2002.»

Victoria Saudelli

Y vos Vicky, ¿qué sentís cuando bailas? ¿por qué tango?

V: A mí me atrapó algo del baile de pareja. No sé qué, no sé cómo describirlo. Decirte que era algo mágico suena muy trillado, pero fue algo así. Es un poco inexplicable. Hay, algo de la pasión que uno siente por el otro, pero también hay algo de la danza en sí misma, de las ganas que uno le pone al bailar, el esfuerzo, todo lo que ponés para llegar al público y que responda.

Y respondiendo a esa pregunta de Dolores ¿qué ofrecen ustedes al público que no le ofrecen otros?

V: Ah, bueno, no tengo ni idea. ¡Creo que eso hay que preguntárselo al público (risas)! De nosotros siempre destacan la conexión.

S: Siempre hablaron de eso de nosotros. Lo que pasa que eso de lo que hablamos, de lo que cada pareja puede ofrecer, es algo que se siente y se nota en los primeros diez, quince segundos que ves a una pareja. Ahí ya sabés si te van a gustar o no. No estoy hablando de que sean bueno o malos, es la emoción que te producen. Yo recuerdo a Jorge (Pahl) y Silvia (Céspedes) haciendo “Zum” y era algo electrizante la energía que usaban. O a Jesús (Velázquez) y la Coneja (Silvana Allievi) haciendo “Gallo Ciego” y eran grandísimos, en lo más arriba del escenario.

¿Cuál es la magia del escenario?

V: Creo que todo. Esa adrenalina de ponerte a prueba todo el tiempo, de intentar dar siempre el máximo que uno puede y, obviamente, el reconocimiento del público.

S: Cuando vos tenés que salir cada día al escenario tenés que dejar cada día todo para el público, porque el que viene cada día no te conoce, no sabe lo bien o mal que lo hiciste el día anterior. ¿Ves por qué no te la podés creer? Si un día bailás mal, da igual si el día anterior te ovacionaron, el día que bailás mal no te aplaude nadie. ¡Qué te la vas a creer! Lo que pasa es que ahora vos la pegás en algo, lo subís a YouTube y todos te conocen por lo que subiste a YouTube. Antes no había YouTube

¿Qué cambió en estos 20 años, desde que ustedes empezaron hasta ahora?

S: Antes no copiábamos a nadie. Nadie copiaba a nadie. Cada uno hacía su propia creación.

V: Es verdad. Podés mirar otras cosas y mirar el YouTube, porque a veces te sirve para abrir la cabeza. Pero después tenés que sacar algo tuyo.

S: Claro, el tema de ver es para no copiar.

V: Además antes no se copiaba ni un gancho, ni un final, ni un pasito, nada. Era una cuestión de códigos. Ahora a nadie le importa nada. Es una cuestión de respeto. Si no, todos terminan siendo una copia del otro y además no está bueno si yo te saco algo a vos, que es tuyo.

«Cuando vos tenés que salir cada día al escenario tenés que dejar cada día todo para el público, porque el que viene cada día no te conoce, no sabe lo bien o mal que lo hiciste el día anterior. ¿Ves por qué no te la podés creer? Si un día bailás mal, da igual si el día anterior te ovacionaron, el día que bailás mal no te aplaude nadie. ¡Qué te la vas a creer! Lo que pasa es que ahora vos la pegás en algo, lo subís a YouTube y todos te conocen por lo que subiste a YouTube. Antes no había YouTube»

Sebastián Álvarez

Y de todos los escenarios en los que estuvieron ¿cuál fue el más especial? Ese del que, cuando sean grandes, le van a contar a sus nietos.

V: Todos los escenarios son hermosos, pero para mí, el más especial fue cuando bailamos en el Luna Park, que hicimos “Libertango” arriba del ring cuando la pelea de Narváez, con un público completamente diferente.

S: Eso fue distinto y raro. Bailar en una lona, ella descalza, no teníamos frente.

V: Esa vez y también cuando bailamos en el recital de “Deep Purple” (grupo de heavy metal y hard rock) en Obras Sanitarias. Bailamos “Adiós Nonino” que lo tocó el pianista del grupo. Ahí también con un público de un palo completamente diferente, como el boxeo. Nosotros dijimos, acá nos van a tirar con tomates. Imaginate, era rock pesado. Y no, cuando bailamos se empezó a escuchar “Argentina, Argentina”.

S: Me acuerdo cuando terminamos que pregunté “¿por dónde me voy?” “Y, cruzate el campo”, me dijeron. “¡Uy!”, dije yo. Y no, la gente re copada. Y después el remise que nos trajo a casa no lo podía creer tampoco. “¿Ustedes bailaron con Deep Purple?” (con voz de incredulidad)

Hubo un montón de lugares lindos porque tuvimos la suerte de viajar un montón. Tanto con la Esquina; como con “Tango Fire”, con ellos hacemos temporada desde el 2008; o con “Tango Lovers” con quienes estamos desde el 2017. Te podría nombrar las Torres Petrona, el Teatro de Montecarlo, el Kremlin, …

V: ¡Con Gloria Estefan! Una vez bailamos con Gloria Estefan. La verdad es que yo estoy re agradecida de poder vivir de lo que me gusta, de lo que a mí me da placer.

Flavia Mercier durante la entrevista con Victoria Saudelli y Sebastián Álvarez.

S: Yo siempre lo digo, es muy difícil en lo que nosotros hacemos no haber estado nunca sin trabajar en 23 años que llevamos y que los directores que tuvimos nunca nos pasaron por arriba. Los directores australianos, por ejemplo, tienen claro que con nosotros nunca hay ningún problema. No haber jorobado nunca a ningún compañero. No haberle jorobado el laburo a ningún compañero. De mí pueden decir cualquier cosa, pero nunca jorobamos a nadie. Cuando algo o alguien no nos gustaba, hemos dicho que no, nos bajábamos nosotros, pero sin hablar mal. Si algo no me gusta se lo digo a mi compañero de frente, porque si no sería un “careta” (hipócrita en lunfardo). Pero nunca hablar mal de otros para jorobarles el laburo. Yo no bailo por la plata sino porque me gusta bailar. Es difícil mantenerse así tantos años.

Quizás porque 23 años después todavía se les notan las mismas ganas y hambre de bailar. ¡Ha sido un placer pareja! Gracias a ambos.

¿Quién define lo que es arte? Cuánta tinta ya han gastado grandes filósofos y tantos falsos adalides de la cultura, al respecto. ¿Tenían razón los griegos que adoraban a Apolo, dios de la belleza y de la luz, y que corrían detrás de la perfección de lo ideal, intentando incluso fijar cánones de beldad? ¿O la tenían los adoradores de Dionisio, dios de la fertilidad y del vino, que entendían lo artístico como aquellas creaciones que emergían en un estado similar a la embriaguez cuando el artista perdía la conciencia de sí y se dejaba llevar por sus impulsos? Para Nietzsche lo sublime del arte se encuentra en ese punto en que lo dionisíaco desborda la perfección de las formas apolíneas, en un dejarse fluir que se expresa mediante gestos que, como tales, dicen allí donde el diccionario enmudece. Es ese “qué sé yo” que los artistas que vienen pasando por este Patio coinciden en explicar como “lo que emociona”. Pareciera entonces que en este punto no es la corrección de la forma de poner el pie, sino la energía y la cadencia con la que ese pie se mueve al compás de la música lo que trasmite la intensidad de lo que el artista siente y que conmueve al espectador. El gesto como lo que redondea y engloba una historia.

Entonces cuando Sebastián nos cuenta que él sería feliz improvisando cada día pero que a Vicky le gustan las cosas “más perfectas”; o que por el contrario, que Vicky vuela con su imaginación ideando movimientos y firuletes durante los ensayos y es Sebas quien la tiene que bajar “a la tierra de lo posible”, parecen haber logrado como pareja ese delicado equilibrio siempre en movimiento, nunca fijo, que combina ambas fuerzas artísticas.  Quizás esa es la “conexión” por la que destacan. La conexión entre la potencia de lo desbordante del instante con la potencia de lo “ideable”.

Sebastián dice también que él no se considera un artista porque no es un personaje en el escenario, sino que cree que lo que pone ahí es lo que él es. Algo además a lo que llegó cuando dejó de importarle las posibles críticas de sus pares, “el que dirán”. Por esta misma razón, añade, no puede bailar mirándose en un espejo, porque se condiciona. Cabe entonces preguntarse ¿Qué es lo que uno es? ¿Aquella imagen que vemos en el espejo, ese espejo que conforman los dichos de los otros? ¿O es ese grito enmudecido que emerge de las profundidades del sí mismo, cuando los golpes de la vida producen una rajadura en el espejo?

Quizás el arte “en serio” es aquel que en la serie de las funciones que se repiten cada noche logra realizar algo distinto cada vez. Por eso un día «te ovacionan y otro no», y no vale inmortalizar el instante en YouTube para “creérsela”. ¿A qué se referiría ese “la”, a la imagen del espejo? El bailarín como artista sale entonces cada noche en búsqueda del tango que va a interpretar dejándose guiar por su propia voz interior, esa que transporta los ecos de su gente, de sus historias y de su dolor. Y solo allí el milagro artístico se logra producir. ¿No escuchan acaso ustedes la voz de Fiorentino cantar con Troilo, “… ¿No ven que soy gotán? Me quiebro en mi canción como un puñal de acero pa’ cantar una traición. Me gusta compadrear, soy reo pa’ bailar…”

Flavia Mercier

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