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Ricardo Astrada: “Yo cumplí sueños soñados y no soñados, y ahora voy a por el que me falta.”

Con 30 años en la danza y en el tango, Ricardo Astrada se consagró ayer como Campeón mundial de tango escenario junto a Contanza Vieyto. Este premio viene a sumarse a una gran trayectoria profesional que recibió su primera distinción bajo el cielo de Cosquín en el 2001 cuando se proclamó Campeón de tango y Revelación. Desde entonces, Ricardo fue parte y figura del elenco de grandes compañías como “Solo Tango El Show” o “Forever Tango”, o de grandes casas de tango como “Esquina Carlos Gardel”, “Café de los Angelitos”, “Rojo Tango” (Hotel Faena). Compartió escena con artistas de la talla de Juanjo Domínguez, María Graña, Rubén Juárez, o Virginia Luque. Tomó clases con Mingo Pugliese, el Pibe Avellaneda, Teté Rusconi y Firpo Y con toda esa trayectoria, Ricardo Astrada sigue buscando nuevos desafíos y respeta tanto a sus maestros y colegas que siente pudor al hablar de sus propios logros. Ricardo Astrada suda pasión por el tango, por la danza y por el escenario, y eso se siente en cada palabra que dijo en esta entrevista.

Ricardo Astrada con Constanza Vieyto, campeones mundiales de tango escenario 2022. Fotografía de Federico Paleo Ph.

¿Cómo empezó toda esta aventura con el tango?

Mi abuela me contó que cuando yo era bebé, ella me ponía unos discos de vinilo para calmarme: tango, folklore, pasodoble… “Así te dormías, hijo”, me decía. De verdad se puede decir que esto es “de cuna.”

También mi abuelo fue una gran influencia, él amaba el tango y el folclore. Amaba nuestra música. Me acuerdo que mientras se afeitaba, me silbaba “El llorón”. Él me enseñó a zapatear un poco. Con el tiempo, dejé el folclore porque sentía que me podía expresar mejor en una pareja de tango. Tampoco era muy bueno en folklore.

Todo lo mamé. Es de cuna y de sangre. En mi casa siempre se bailó y se cantó. Siempre hubo reuniones grandes, guitarreadas, baile, canto… Desde que tengo uso de razón me gusta cantar -lo hago por hobby-, pero lo que más me apasiona es bailar.

¿Cuándo considerás que empezaste a tener una carrera?

El salto lo pegué cuando gané Cosquín y después me nombran revelación. No me lo esperaba, había muy buenas parejas. Cuando llegué, lo primero que hice fue ir a la iglesia que estaba enfrente de la plaza Próspero Molina, me arrodillé y dije: “Necesito que me des una mano, necesito ganar, necesito salir adelante.” Yo iba sin un mango, para viajar habíamos vendido rifas, pastafloras… ¡de todo! Todavía me acuerdo cuando anunciaron la pareja ganadora y todos los folcloristas amigos se me tiraron encima. Fue una alegría enorme, nunca me podía haber imaginado algo así.

Bailar en Cosquín es algo único, están todos los duendes arriba del escenario. Es el día de hoy que cuando hablo de eso me emociono. Me tocó salir a bailar después de que cantara Jairo. Un silencio total. Y cuando terminé de bailar me sentí como cuando salen los equipos de fútbol a la cancha. Una explosión en el público que me levantó de una forma que no te puedo explicar. Me acuerdo todavía de ese público que no he vuelto a encontrar en ninguna otra parte del mundo. Fue grandioso. Después de ganar, me fui, no me quedé a esperar los otros premios, pero, antes de irme, todos los ganadores bailábamos en la Plaza de las Carretas. Bailé el tema con el que había ganado, la milonga “Orillera”; y la gente, no sé qué pasaba, estaba enloquecida con nosotros y pedía ¡otra, otra, otra!. Entonces se me acerca por detrás un hombre en silla de ruedas y me dice en el oído: “Pibe, vos vas a ser revelación de Cosquín.” Y yo le digo: “No maestro, no lo creo” (con tono de incredulidad).  Y me dice: “Yo conozco Cosquín, me crié acá dentro.” Esa persona era Tonio Rearte. No convencido de eso, me volví a Pergamino, y en pocas horas me llaman que teníamos que ir a Cultura (Secretaría de…) a recoger el diploma de “Revelación”. Ahí empezó la magia.

Fotografía de Federico Paleo Ph.

¿Y después? ¿Cómo llegás a Buenos Aires?

Mi primer show, de verdad, en serio, fue un espectáculo que se llamaba “Pasiones Argentinas”. De Pergamino directo a calle Corrientes, al “Lola Membrives”. Aunque quien me descubrió, fue Dolores De Amo, en la “Esquina Carlos Gardel. Esa Esquina, única. Ahí, sí que entré por la puerta grande, al poco tiempo me ofrecen ser parte de “Solo Tango (El Show)”, y en seguida nos vamos de gira. La verdad es que se extraña una casa de tango como esa, buenos bailarines, excelentes músicos y cantantes, el mejor vestuario. Se extraña mucho a los compañeros, aprendí de todos ellos. El Negro Copello, Jesús Velázquez, Romina Levin, Silvana Allievi, Julio Altez, Carolina García, “Chimichurri” (Jorge Pahl), Daniel Juárez con Alejandra Armenti, César Coelho con Gabriela Amalfitani, “Panchito” Martínez Pey, Verónica Gardella, Marcelo Bernadaz, Roberto Minondi, Roxana Fontán, Inés y Mauricio Celis, Silvina Pino, Sergio Cortazzo,  Néstor Basurto, Soledad Rivero y los Ortega, Sandra y Gabriel. Aunque con algunos de ellos compartí poco tiempo en la “Esquina”, los admiro a cada uno. 

Todos me enseñaron mucho. Me acuerdo que al salir me iba con Jesús Velázquez a tomar una latita de cerveza en un kiosquito -cuando el Abasto no era como es ahora-, y él me decía: “andá por acá, andá por allá”. O cuando estrené en “Solo Tango”, estaba re nervioso y viene el Negro Copello y por atrás me da una palmada y me dice: “Ahora andá y pelá todo lo que sabés”. Después en “Rojo Tango” (Hotel Faena), y en el “Café de los Angelitos” me encontré con muchos de ellos y otros artistas fabulosos también que, con una sana competencia, me obligaron a ponerme las pilas, a crecer, y a trabajar, a trabajar, a trabajar…

«¿Sabés las veces que no comí y me fui a tomar una clase? ¡En esa época estábamos flacos porque pasábamos hambre! (risas).» «…Cuando llegué a Buenos Aires no conocía a nadie y no tenía dónde vivir (…) viajaba mucho a Pergamino porque no me acostumbraba a la ciudad. Mi casa fue siempre una mesa larga donde los sábados se amasa, se hace comida casera. Y yo me veía solo, comiendo solo. Me faltaba la terapia que hacía con mi mamá. Mi vieja siempre fue mi amiga, mi psicóloga, mi todo. Pero un día, aunque parezca loco, me paré delante del Obelisco, y mirándolo dije: “Vos sos más grande que yo, pero vos no vas a poder conmigo, yo te voy a conquistar.”

¿Cuál fue el motor de tu carrera? ¿Qué te impulsó a cambiar de show?

Las ganas de seguir creciendo. Encontrar bailarines que, en una competencia sana, me aportaban y me obligaban a seguir aprendiendo. Esa gente me hizo dar cuenta -perdón por decirlo así- que “yo estaba para más”.

¿Por qué perdón?

Por respeto, yo tengo mucho respeto por todo y hacia mis colegas. No soy un tipo creído ni me meto a criticar a nadie, todo lo vuelco en el escenario.

Por eso a mí me gustan los directores que te exprimen. Por ejemplo, Luis Bravo que hizo crecer a muchos bailarines que no tenían experiencia previa. ¿Sabés por qué? Porque te hace esto (gira la mano como ajustando o exprimiendo): le da rosca, le da rosca, le da rosca, … y saca lo mejor de vos. También Silvia y Guillermo (Grynt y Salvat), aunque con un estilo distinto, preguntándome, “Richard ¿te animás a hacer esto?” De alguna manera ellos elevaron mi baile, me hicieron descubrir cosas nuevas.

Ricardo Astrada con Karina Piazza.

¿El motor es, entonces, el desafío?

¡Sí!, me encantan los desafíos. Una vez en “Tango a tierra”, Guillermo (Salvat) nos pone a todos los varones en el escenario y se para delante con una escoba, medio en plan de joda. Estábamos con Ramiro Izurieta y Leandro Gómez, y dice: “A ver, ¿quién se anima a hacer un baile con una escoba? Un paso al frente”. Y yo me mandé. Después me puse a pensar ¿Qué voy a hacer con una escoba? Empecé a jugar, lo busqué por un lado, por otro, él me iba haciendo sugerencias. ¿Sabés dónde finalmente estrené el baile con la escoba? En el Canecão de Brasil (Río de Janeiro). Es como el Luna Park. Estaba hasta las manos, un silencio…, y cuando terminé de bailar, se vino abajo. Me acuerdo de Guillermo Salvat y Roberto Minondi abrazándome que no lo podían creer. ¡Yo tampoco lo podía creer! Esos desafíos me gustan.

Otro ejemplo. Cuando estaba bailando con mi compañera Silvina Pino en “Solo Tango” (El show) y nos vinieron a buscar Sandra y Gabriel Ortega para ir al Faena, donde estaban como directores de “Rojo Tango”. Ellos buscaban una pareja rotativa, para los francos y demás. ¡Era dejar “Solo Tango” para ser una pareja rotativa! Y bueno, nos fuimos, y terminamos quedando titulares y ya pasaron 16 años que estoy trabajando con ellos. Incluso ellos con Antonio también me llevaron al “Café de los Angelitos”. 

Sinceramente, nunca me acomodé. Me animé siempre a hacer montones de cosas, porque siempre fui muy curioso. Bailé folclore, árabe, danzas caribeñas, forró, danza con cuchillos, … Todo eso lo voy a volcar ahora en los nuevos shows.

Contame un poco de los nuevos shows.

Cuando llegó la pandemia me agarró armando “Evergreen Tango”. Es un show que tengo hace tiempo, con mi amiga y representante, Sandra Lomanto. Se llama Evergreen porque para mí el tango siempre está verde, la música siempre se está renovando, siempre hay nuevos talentos, los pibes siempre están inventando y fusionando cosas. Son cuadros inconexos, aunque de alguna manera conectados entre sí. Hay un cuadro de folclore inspirado en mi familia, en mi casa. Serán unas 22 personas en escena. Tendrá música original del maestro Villarejo y de Rubén Jurado.

Y el otro proyecto es “Alto Tango. Va a ser un show en un formato más reducido -10 personas en escena-, para que se pueda presentar no sólo en teatros sino también en la milonga. Pocos, pero buenos, como decía Virulazo. Está el maestro Simón en el piano, folclorista y pianista de “Forever Tango”. Con el chelo el maestro Villarejo que fue el chelista de Osvaldo Pugliese, y es arreglador, compositor y director. El maestro Leopoldo Deza en la flauta traversa, saxofón y teclado; Nicolás Zacarías, contrabajista; Marco Fernández en el bandoneón; y Rubén Jurado como director. Ellos serán también la orquesta de “Evergreen Tango”. En la voz Valeria Tomasini y mi hermano, Javier Astrada, cantor de tango y folclore con experiencia desde los 5 años. Y finalmente, mi compañera, Karina Piazza, una de las mejores bailarinas de todos los tiempos, una intérprete increíble de nuestra música, ¡Si es capaz de bailar conmigo, baila con cualquiera! (risas). Un privilegio bailar con ella. La idea es hacer música para la milonga. Vamos a hacer mucho Troilo, Di Sarli, Pugliese. Tangos más románticos. Y también folclore, chacareras y zambas, para que baile la gente.

«Yo extraño escuchar también a un Rubén Juárez -con quien tuve la suerte de trabajar un tiempo- solo en el escenario con su bandoneón. O a Marconi con el Polaco Goyeneche solos, los dos. O a Luis Cadei. Ya no se ven esas actuaciones en los shows. Está bien la fiesta, pero pará un poco. Cántame también algo que me llegue al corazón, que me erice la piel. Falta ese resonar del tango.»

Pareciera un volver a lo esencial, despejado de excesos, captando la mirada del espectador en los detalles, esos que son esenciales. Parece un “parar la pelota”.

Sí, tal cual. Los tiempos cambian, aparecen modas. Hoy, acá (Buenos Aires) está de moda un tipo de show que rompe con lo tradicional. Lo respeto, me gustan esos shows también -cuando están bien hechos-; pero yo quiero volver a un tango tradicional, con una pareja tradicional, bien milonguero, de pista, ese tango que ya no se ve tanto.

Quizás el desafío ahora es volver a lo tradicional.

Quizás. Vengo a ofrecer algo diferente a lo que se ve. Va a haber baile, por supuesto, aunque no como en esos shows que sólo se ve baile, baile y baile. Yo extraño escuchar también a un Rubén Juárez -con quien tuve la suerte de trabajar un tiempo- solo en el escenario con su bandoneón. O a Marconi con el Polaco Goyeneche solos, los dos. O a Luis Cadei. Ya no se ven esas actuaciones en los shows. Está bien la fiesta, pero pará un poco. Cántame también algo que me llegue al corazón, que me erice la piel. Falta ese resonar del tango.

¿Cómo ves el tango escenario hoy?

Hay que estudiar más. Hay que escuchar más música. Todos. Los que bailan, los músicos. No digo que vengan a hacer clases conmigo, pero hay gente con mucha experiencia. Los pibes ahora sólo toman clases con unos bailarines que están de moda. Y arranca el mundial y los ves parados en el medio del escenario -y el escenario tiene unos cuantos metros, ¿viste?-; y “pa, pa, pa, pa” (haciendo gestos bruscos y rápidos con los brazos), todos iguales, siguiendo a esos bailarines de moda.

A veces vienen y te preguntan “¿me enseñas cómo hacer una sentada?”, “¿me enseñás cómo hacer un…lo que sea?” ¡¿Qué querés hacer si todavía no aprendiste a caminar?! ¡Aprendé a caminar bien, primero!

¿Y la música? se pueden hacer tantas cosas en función de la música. No hay un encuentro, no hay un desarrollo musical, van tan a mil que se les pincha el final. Podés pensar la “coreo” desde un personaje para que la “coreo” sea un poco más real… Por ejemplo, la de Estefanía Gómez y Fernando Rodríguez cuando salieron campeones se las “re” creí. Apenas se presentaron, del primer día al último día, dije: “Ya está, gana esta gente”. Otro ejemplo: Emmanuel y Yanina (Casal y Musyka), los últimos campeones de tango escenario. Tenemos estilos y formas de pensar distintos, pero está tan bien logrado, tan bien ensayado y ajustado, que es merecido el campeonato. Los chicos hicieron una apuesta, te puedo gustar más o menos, pero eso es el tango escenario, con lo cual es merecido. O (Hugo) Mastrolorenzo y Agustina (Vignou). Una vez le pregunté ¿Por qué el globo? Y me explicó toda una historia que tiene que ver con su propia historia. No importa la historia que me contó, lo que importa es que le crees lo que está haciendo. Eso es tango escenario.

Ricardo Astrada con Victoria Galoto.

«Hay que estudiar más. Hay que escuchar más música. Todos. Los que bailan, los músicos. No digo que vengan a hacer clases conmigo, pero hay gente con mucha experiencia. Los pibes ahora sólo toman clases con unos bailarines que están de moda. Y arranca el mundial y los ves parados en el medio del escenario -y el escenario tiene unos cuantos metros, ¿viste?-; y “pa, pa, pa, pa” (haciendo gestos bruscos y rápidos con los brazos), todos iguales, siguiendo a esos bailarines de moda. A veces vienen y te preguntan “¿me enseñas cómo hacer una sentada?”, “¿me enseñás cómo hacer un…lo que sea?” ¡¿Qué querés hacer si todavía no aprendiste a caminar?! ¡Aprendé a caminar bien, primero! ¿Y la música? se pueden hacer tantas cosas en función de la música. No hay un encuentro, no hay un desarrollo musical, van tan a mil que se les pincha el final. Podés pensar la “coreo” desde un personaje para que la “coreo” sea un poco más real…»

¿Y vos, que ibas a buscar de un profesor? ¿O qué seguís yendo a buscar?

La esencia. La esencia del tango, sea en la pista, sea en el escenario. Porque al tango yo lo tomo prestado para ir al escenario. Por eso lo respeto. Por ejemplo: ¿Cuánto hace que no ves a una pareja de baile que haga un lápiz o un enrosque? Ya no se hacen enrosques. Hay un montón de cosas que ya no se hacen. Son todos ochos cortados, patadas en la nuca, en la oreja, gancho, … si les gusta a los que lo hacen, está bien. A mí no me gusta. Para mí, si respetás el tango, lo primero que hay que aprender es su raíz, de qué se trata, qué es.

¿Quiénes fueron tus maestros?

Mis primeros maestros fueron Daniel Idroggino y Oscar Bacigalupi. Adrián Aragón y Erica Boglio me dieron una buena base. También tomé muchas clases con los viejos milongueros. Quiero destacar a Mingo Pugliese. Esos milongueros de antes tenían otra forma de enseñar y explicar. Mingo Pugliese te hacía hacer lo mismo con la derecha que con la izquierda, una sacada para un lado y después para el otro. Eso ya no se ve, porque ya no se enseña. También tomé algunas clases con el Pibe Avellaneda, Teté (Rusconi), Adán Peralta y Firpo. Tuve la suerte de tomar alguna clase con Osvaldo y con Miguel Zotto. Con Sandra Bootz y Gabriel Ortega, que hoy son mis amigos y directores de las casas de tango donde trabajo, también fueron mis maestros en mis comienzos. Julio Altez y Carolina García me ayudaron mucho también. Riky Barrios. Ellos fueron mi modelo. El Chimi (Jorge Pahl), cómo se para en el escenario, esa fuerza, esa polenta.

Ricardo Astrada con Constanza Vieyto. Fotografía de Federico Paleo Ph.

¿Y cuál sería esa raíz, esa esencia?

Lo primero es aprender lo básico, porque de lo básico viene todo lo demás. Como para toda disciplina, primero hay una base. Hay que aprender a caminarlo. También, según mi forma y mi estudio, la cadera bien paralela al piso, un baile más lineal. Todo eso te permite que se vea más elegante. Después si vos hacés cositas con los pies, está bien. Chuchería, verdura. Todo bien, pero primero la base.

¿Se puede decir que al tango le está faltando “potrero”?

Sí, sí (con énfasis). El tango, para mí, es barro. Y tiene mucho rock and roll también. No es solamente pasos, no es un duelo de piernas, a ver quién mete más ganchos. Hay que tomar clases con gente que tiene experiencia, que te expliquen el sentido de cada movimiento y por qué. Gente que sabe cuáles son los puntos fuertes del escenario, cuáles son los puntos débiles. Me da bronca. Me pregunto por qué la gente no toma clases. Si te gusta bailar tango, ¡hacelo bien!

Te pueden responder: “porque la cosa está muy mal, no hay plata para clases”.

Siempre hay opciones. Por ejemplo, en Tigre estoy dando clases gratis, contratado por el municipio. En Capital hay también. O clases grupales muy baratas. Siempre hay opciones. Yo no comía a veces ¿Sabés las veces que no comí y me fui a tomar una clase? ¡En esa época estábamos flacos porque pasábamos hambre! (risas). Pero yo quería superarme. Mi familia me daba todo su apoyo y amor incondicional, pero no era una familia adinerada que me pudiera bancar, era una familia trabajadora, numerosa. A los 13 años yo ya vendía diarios en la calle. Comprarme un par de zapatos de tango de charol, era muy duro. Cuando llegué a Buenos Aires no conocía a nadie y no tenía dónde vivir. Gracias a Sandra Bootz y Gabriel Ortega encontré un hostal, pero viajaba mucho a Pergamino porque no me acostumbraba a la ciudad. Mi casa fue siempre una mesa larga donde los sábados se amasa, se hace comida casera. Y yo me veía solo, comiendo solo. Me faltaba la terapia que hacía con mi mamá. Mi vieja siempre fue mi amiga, mi psicóloga, mi todo. Pero un día, aunque parezca loco, me paré delante del Obelisco, y mirándolo dije: “Vos sos más grande que yo, pero vos no vas a poder conmigo, yo te voy a conquistar.”

Fotografía de Federico Paleo Ph.

«….al tango yo lo tomo prestado para ir al escenario. Por eso lo respeto (…) Para mí, si respetás el tango, lo primero que hay que aprender es su raíz, de qué se trata, qué es.»

Y después de tantos sacrificios, viene la pandemia ¿Cómo lo pasaste?

Dentro de todo bien, porque pude dar algunas clases y charlas por videoconferencias, Pero no fue fácil para el artista bajarse del escenario y encontrarse con que de repente no hay más nada. Es nuestra forma de vida, nuestra forma de conectar con el mundo. Fue bastante duro. Mucha amargura. Tantos años uno trabajando y ahora no saber cómo volver a empezar. Tuve días terribles, días pésimos, días que lloré muchísimo, lo solté todo. Tenía que soltar. La vida me había llevado a endurecerme mucho para sobrevivir y para poder pasar esto bien, tuve que soltar todo. De verdad que la tuve que pelear toda, pero siempre luché por mis sueños, siempre fui para adelante porque sabía dónde quería llegar, porque sabía lo que quería. Y la sigo peleando, porque quiero cumplir sueños todavía. Yo cumplí sueños soñados y sueños no soñados, y ahora voy a por el que me falta.

¿Sueños no soñados? ¿Por ejemplo?

Varios de los espectáculos de los que me llamaron nunca imaginé que me iban a llamar. “Tango Metrópolis, por ejemplo. Que Luis (Bravo) me llamara durante varias temporadas y que me haya dado el papel principal. Estar en calle Corrientes cinco meses con Andrea Ghidone. Nunca me imaginé que iba a recorrer el mundo bailando.

Fotografía de Federico Paleo Ph.

«De verdad que la tuve que pelear toda, pero siempre luché por mis sueños, siempre fui para adelante porque sabía dónde quería llegar, porque sabía lo que quería. Y la sigo peleando, porque quiero cumplir sueños todavía. Yo cumplí sueños soñados y sueños no soñados, y ahora voy a por el que me falta.»

¿Soñabas cuando eras pibe que ibas a vivir de la danza?

Siempre. Siempre creí que todo era posible. Siempre creí que podía llegar a hacer buenas cosas y a cumplir mis sueños. Sueños soñados y sueños no soñados también, como te dije. Hubieron muchas cosas que me sorprendieron desde aquel momento en que yo me asomé por primera vez a una aula de baile y sentí cierta vergüenza cuando me dijeron: “pasá, sentate”. Como un hormigueo en mi estómago. Me acuerdo que el maestro me dijo: “¿Te animás?” y yo dije que sí, sin dudarlo. Y me preguntó: “¿Cómo te resulta?” “Fácil”, dije, y no me resultaba “tan” fácil. Pero bueno, así fui siempre.

Y qué otras imágenes de tu carrera vienen ahora a tu memoria.

Tengo imágenes muy fuertes. Cosquín, que ya te la conté. Rubén Juárez. Cuando gané Cosquín me invitaron a bailar con él tocando. ¡Imaginate! Eso fue un golazo de media cancha. Y después, trabajando con él, escucharlo cantar Malena. Nunca más escuché a nadie cantar así Malena. Otra fue cuando tuve la suerte y el honor de conocer al creador de “Orillera”, la milonga con la que gané Cosquín y que se convirtió casi en una cábala para mí. Oscar Bassil. Estuve una temporada larga trabajando con él. Una temporada que vi mi nombre en el cartel junto al del Negro Copello y María Graña. No lo podía creer, le sacaba fotos al cartel y se lo mandaba a mi vieja.“Subirla” muchas noches a Virginia Luque al escenario del “Viejo Almacén”. Ahí aprendí lo que era la interpretación. Ella llegaba, yo la acompañaba al subir, ella buscaba una copa de champán que tenía arriba del escenario, la tomaba, miraba al público, respiraba un silencio, y comenzaba a recitar bajito: “Para ahogar hondas penas que tengo…”.  Y en el piano sonaban dos notas. Y cuando terminaba el recitado y se abría la orquesta…todavía se me pone la piel de gallina. Todo eso, ya no se ve más.

Flavia Mercier entrevistando a Ricardo Astrada.
Ricardo Astrada y Flavia Mercier durante la entrevista.

Entonces, las escenas inconexas de tu show, Evergreen Tango, ¿Son las postales de tu vida? ¿Las “capturas de pantalla” grabadas en tu memoria de esos momentos mágicos? ¿Sensaciones que dejaron marca en el cuerpo?

Sí, puede ser, porque de todo eso aprendí y todo eso es lo que quiero volcar en mi espectáculo. Siempre quiero dejarle algo al público, algo de mí. No me gusta que me digan: “¡Oh, qué pedazo de bailarín!”. Quiero que les guste lo que a mí me gusta, lo que les estoy brindando. No quiero reconocimientos. Yo quiero que la gente sienta eso mismo que yo siento, cuando escucho un tema interpretado por el Negro Juárez, o por el Polaco, o por Luis Cadei. Esos tipos traspasan, como se dice, la pantalla. Más allá de la voz, porque no es cuestión de cantar solamente, es cuestión de interpretar. Intérpretes quedan muy pocos.

Gracias Ricardo por compartirnos todas esas postales en esta entrevista.

¿Cómo se cumplen sueños “no soñados”? ¿Cómo algo que uno encuentra por azar se convierte en un sueño? Probablemente cuando previamente están las condiciones para hacerle lugar. Dice Ricardo Astrada que cumplió sueños soñados y no soñados, peleándola toda, pero siempre luchando por sus sueños, siempre avanzando, porque sabía lo que quería.

El artista tiene -a veces casi sin darse cuenta o sin dimensionar el trabajo que eso puede costar- un ajuste de su andar a su deseo. Es artista porque es lo que desea ser, lleva una vida de artista porque desea ser artista. Y cuando en las vueltas y recodos de la vida el azar presenta desvíos, bifurcaciones y encrucijadas, el deseo hace de brújula sobre qué es una oportunidad y que no. Y entonces lo azaroso se reconoce como hallazgo. Y así el artista va encontrando su camino

Otra instancia será la de la apuesta. ¿Con qué se está dispuesto a pagar para que el deseo tome cuerpo, para dejarse habitar por ese deseo? ¿Qué se está dispuesto a poner en juego para ganarse la vida como artista? ¿… para ganarse “una” vida? La apuesta implica una elección: esto sí, esto no, por aquí sí, por aquí no. No es la ilusión, no es creer ingenuamente dándose golpes, tropiezo, tras tropiezo. Es a lo que hay que decir que no para que haya un sí donde afirmarse. Es lo que se está dispuesto a arriesgar para seguir “haciendo camino”, como Ricardo Astrada cuando, tras 30 años de trayectoria, se la vuelve a jugar presentándose al Campeonato Mundial de Tango Escenario. Si hay algo para aprender de los artistas es cómo el vivir bajo la luz de un deseo, pagando el precio que éste vale, puede alumbrar una existencia que, a la vez que se va haciendo, construyendo, va rasguñando un más allá del sobrevivir cotidiano. Y la vida se transforma así en una puesta en obra que puede alojar sueños, incluso no soñados, porque no se sabe hasta donde puede desplegarse el deseo mientras se mantenga vivo, sin traicionarlo, o traicionarse.

Finalmente, como dice Ricardo, el tango siempre está vivo. El arte siempre está vivo, en tanto la obra trasciende a la persona del artista, por eso hablamos de los artistas que ya no están en tiempo presente. Su legado sigue vivo y los inmortaliza.

Flavia Mercier

Sergio Del Bono: “La milonga te da, con el tiempo, el barro que te espesa la sangre y te hace pegar los pies al suelo cuando bailás.»

Con más de 35 años de tango en las venas, Sergio Del Bono no toca de oído en la milonga. Para quien vivió el tango en todas sus facetas desde el bailarín profesional que se formó con grandes como Juan Carlos Copes, Todaro y Pepito Avellaneda, hasta el milonguero que se forjó en muchas noches de garufa, la milonga es un lugar sin el cual no puede vivir, y del que sin embargo se alejó durante muchos años. Una entrevista cargada de anécdotas de una riqueza enorme para los amantes del tango, pura historia tanguera que les invitamos a disfrutar.

Foto de portada gentileza de El Tío Cliff.

Sergio Del Bono y Andrea Castelli.

¿Cómo fue que llegaste al tango?

Llegué al tango de casualidad hace 35 años. Realmente llegué de pura casualidad, porque no tenía ninguna intención al respecto, yo sólo iba a visitar a un amigo de La Plata, tomarnos unos mates, como tantas veces, y él me dijo: “No puedo porque estoy yendo a tomar clases de tango”. Y acto seguido me dice “Por qué no te venís y mirás”. Y fui por curiosidad. Miré detrás de la puerta, me animé a entrar, y no salí nunca más.

Ahí arrancamos un grupo grande de bailarines en “La Casa del Tango” de La Plata entre los que estaban Fabián Salas, Sergio Cortazzo, Andrea Castelli, Andrea Guasardo y Diego Arizaga, y Fernando Álvarez. Hasta que un día fuimos a ver un espectáculo en Buenos Aires y vimos que el tango era mucho más que lo que teníamos en La Plata. En ese momento la movida del tango era muy chica, sobre todo en La Plata porque la movida siempre estuvo en Buenos Aires. Así que sacamos entradas para otro espectáculo, un show de Copes (Juan Carlos) en el que cantaba Goyeneche.

¡Ah, nadie! Entiendo que dijeran “hay algo más en el tango”.

¡Claro! ¿Viste? “Nosotros tenemos que aprender a bailar con este tipo”, dijimos. Una cosa maravillosa, inigualable, único. Así que lo esperamos a la salida del teatro y yo -siempre más caradura-, lo encaré y le dije “Nosotros queremos tomar clases con usted”. Y me dice: “No estoy dando clases porque hay que juntar una cantidad de gente”. “¿Cuánta gente necesita?”, le dije. “Cómo mínimo 12 parejas”. “Listo. Deme un contacto o algo o cómo hacemos” Me dio el número de teléfono de la casa y me dijo: “Cuando tenga las 12 parejas me llama” Tardé una semana en juntarlas. (risas)

¿Ya eran 12 parejas o saliste a buscarlas por la calle? (risas)

No, no. Empecé a hablar con todo el mundo. “¿No querés tomar clases con Copes?” “Sí, claro”. “Bueno, listo”. “Pero, ¿dónde?, ¿cuánto sale?” “No tengo la menor idea, hay que arrancar y después vemos” (risas). Así junté la gente. Después obviamente cuando él lo anunció se anotaron muchos más.

Ahí empezaron otros bailarines importantes a dar sus primeros pasos: Alejandra Mantiñán, Vanina Bilous con Alejandro Aquino, y un bailarín de folklore que se llamaba Carmona. Y fuimos todos los que ya veníamos del otro grupo (Sergio Cortazzo, Fabián Salas, Andrea Castelli, Andrea Guasardo, Diego Arizaga, y Fernando Álvarez).

Perfil bajo siempre lo tuyo. ¿No estaba también Guillermina Quiroga en ese grupo?

¿Querés que te cuente una anécdota?

Sí, dale.

En aquella época tomabas clases cinco meses y ya eras profesor. Ahora también, pero en aquella época más. Así fue que, con este grupo estábamos dando clases en “La Casa del Tango” de La Plata, y un día apareció una piba bajita y dijo: “Quiero aprender a bailar, yo soy bailarina clásica.” Se paraba siempre en primera y había que decirle todo el tiempo: “No, tenés que juntar los pies”. Le costaba un poco, tanto que en un momento nos miramos y dijimos: “Esta piba no va a aprender a bailar en su puta vida”. Esa piba se llama Guillermina Quiroga, una divina. Aprendió porque un día dijo: “Yo soy bailarina, mi objetivo es bailar. Yo nací para bailar”. Y empezó a ensayar, y a practicar y a practicar, y creció. ¡Cómo creció! Nos pasó el trapo a todos. Yo creo que actualmente si no es la mejor es una de las mejores bailarinas que existen, lejos.

«Es decir, cuando uno sube al escenario hay que hacer las cosas bien… Con la técnica precisa y el dolor de turno…»

¿Las clases con Copes eran en La Plata también?

No, esas clases él las daba en un lugar que se llamaba “Fama” en Marcelo T. de Alvear. Y ahí tengo una anécdota maravillosa que no me voy a olvidar nunca. En la esquina de este lugar había un bar donde nosotros íbamos a tomar algo cuando salíamos de las clases. Y cerca, muy cerca, alquilaban salas de ensayo. Una tarde cuando llegamos al bar estaba Goyeneche, “el Polaco”, con un grupo de amigos en una esquina. Era un bar muy chiquito. Nosotros nos fuimos arrimando, arrimando -yo dije: “yo esto no me lo pierdo”-, hasta que logramos sentarnos en su mesa. Después se fueron levantando y se fueron yendo uno a uno, hasta que quedamos “mano a mano”.

Mano a mano con el Polaco Goyeneche. ¡Qué momento!

¡Sí! Me quedé como dos horas sólo con él. Escuchándolo. ¡Te imaginás! ¿Qué le puedo contar yo? Lo tuve contándome anécdotas y cosas de su vida durante dos horas. ¡No me lo voy a olvidar nunca! ¡Fue algo maravilloso! (con énfasis).

¿Qué te contó? De lo que se pueda saber… (risas)

Y …la noche es difícil, la noche es difícil… (risas)

¿Te lo dijo él o lo decís vos?

Te lo digo yo, porque vi mucho y también lo he escuchado siempre de los viejos: “La noche es difícil, la noche es difícil…” Pero nada, son cosas que uno vio en el camino.

«…ninguna gran historia empezó con una ensalada y un agua mineral .»

¿De qué año estamos hablando? ¿Cuántos años tendría Goyeneche?  ¿Y qué podés contarnos de lo que charlaron?

Mirá esto sería en el ’87, él tendría 60 y pico. Ya tenía Parkinson… Era un tipo muy abierto que no se callaba lo que pensaba sobre el tango… y empezó a contar anécdotas. Lo que pasa es que escuchar una anécdota contada por él o por cualquier otro, la misma anécdota es diferente. Y escuchar la voz y verlo. ¡Maravilloso! No tengo palabras para explicártelo.

Sergio Del Bono y Andrea Castelli.

Y respecto a ese espectáculo de Copes en el que cantaba Goyeneche ¿qué fue lo que les llevó a decir: “tenemos que tomar clases con este tipo”?

Copes tenía algo muy particular que jamás se lo vi a nadie, y mirá que a esta altura tengo visto a unos cuantos. Copes nos decía “Si te agarran bailando descuidado, tiene que parecer una pose”. Es decir, que siempre tenés que estar bien parado bailando. Nunca tenés que estar desarmado. Él decía: “yo bailo y vos sacá la foto cuando quieras, yo siempre voy a estar bien parado”. Miralo en los videos, es una cosa perfecta, siempre. La manera en que está parado y cómo se mueve. En ningún momento se lo ve desarmarse, inclinarse, torcerse demás para hacer una figura. No hay otra persona que haga algo así. Eso me llamó la atención.

Sin que su postura fuese una “impostura”. “Respiraba tango”, diríamos

Exactamente. Y después, bueno, María Nieves …

¿Qué de María Nieves?

María Nieves es una cosa maravillosa. Debe ser la única bailarina que yo vi que sale al escenario y “te aplasta”. La ves salir y no hace falta que baile, te aplasta con la energía, con la presencia. Te quedás chiquitito en la butaca, la mirás y decís: ¡Guauuu!

Todo ese conjunto de cosas, son las que nos maravillaron.

Así como se dice de algunos artistas “que traspasan la pantalla”, se podría decir que ellos (Juan Carlos Copes y María Nieves) “traspasaban el escenario”.

Claro. Copes hablaba mucho del escenario. Yo tuve muchas charlas con él. Con el tiempo hicimos una amistad. Todos se fueron desparramando y yo quedé con sus clases hasta el final. Y él tenía un proyecto -que nunca llegó a ser- que era poner escuelas de Copes en todo el mundo, como había hecho Fred Astaire. Y en un momento me propuso que me ocupara de eso en La Plata. En todas esas charlas, él me enseñó mucho de escenario, mucho. Cómo salía al escenario, el respeto por el público, “la persona que está ahí sentada pagó para verte y si no pagó, dispone de su tiempo para verte”, decía. “Yo estudié clásico, y nunca bailé clásico”. “Yo estudié destreza y nunca hice destreza”. “Y también hice un curso de … -unas cosas que hacen en el circo y que ahora no recuerdo el nombre-… “y nunca hice circo”. “Todo está puesto acá en el tango.” Es decir, cuando uno sube al escenario hay que hacer las cosas bien.

“Con la técnica precisa y el dolor de turno…” uniendo la oposición que “reza” un escrito tuyo que leí por ahí…

Ponele. La verdad es que yo tuve la suerte de compartir muchas noches con mis mejores maestros en las que me enseñaron muchas cosas más allá de lo que se enseña en las clases. Me pasó con él ( Juan Carlos Copes), me pasó con Pepito Avellaneda, muchas noches, muchos cafés, …

Muchas noches de garufa…

¡Esooo! (risas) Muchos momentos en los que me enseñaron más allá de bailar. ¡Bah! También tiene que ver con el baile, todo incide. Era maravilloso lo que enseñaba esa gente. Era maravilloso porque además enseñaban sin saber lo que enseñaban.

Mirá, una vez hicieron un contrapunto de milonga entre Pepito Avellaneda y Gustavo Naveira. Terminaron de bailar, Gustavo vino a la mesa, se sienta y dice: “Este tipo no sabe lo que sabe”. Hoy hay una metodología, una técnica, porque hubo un estudio que hizo un grupo de bailarines. Entonces no era así, ellos lo sabían porque lo tenían adentro. Por ejemplo. Pepito Avellaneda. El tipo te decía “poné el pie así y vení”. Cero pedagogía, pero te abrazaba, te lo hacía, y vos entendías todo. Te explicaba todo con el cuerpo. Algunos se enojaban. “No nene, qué hacés nene, salí, salí”, Todaro, por ejemplo. Y eso que de todos creo que Todaro era el que mejor explicaba.

«…para subirse a un escenario hay que estudiar mucho. Hay muchos que lo hacen y aprenden la técnica necesaria para el escenario y van a la milonga para llenarse de tango. Y hay algunos que te dicen: “a mí no me interesa todo lo de la milonga, a mí sólo me interesa el escenario.” No creo que esté mal, cada uno… Tengo un conocido que piensa así. No tiene tango, pero el tipo es técnicamente perfecto, y baila. Le falta el alma, pero, en definitiva, cuando acá vienen los turistas sin saber nada, lamentablemente les alcanza con un poco de técnica y se encandilan con mucho revolear, luces, escenografía…, cosas que hacen más al típico show “for export” que a la esencia del tango.»

¿Llegaste a tomar clases con Todaro?

Sí. De hecho, a Pepito Avellaneda lo conocí por Todaro. Yo quería aprender milonga y Todaro me dijo “¡No! A mí no me jodas con milonga. Andá a verlo a Pepito Avellaneda al Café Max”. Y fui. Me acuerdo que pensé: “Y el gordo este, ¿qué puede bailar?”. ¡Cuándo lo vi bailar…! (risas)

Empezó a desparramar los caramelos por el suelo y te mató.

Exactamente. Un maestro maravilloso. Después hicimos una gran amistad. Se iba de viaje y yo me quedaba en la casa de él.

En definitiva, para subirse a un escenario hay que estudiar mucho. Hay muchos que lo hacen y aprenden la técnica necesaria para el escenario y van a la milonga para llenarse de tango. Y hay algunos que te dicen: “a mí no me interesa todo lo de la milonga, a mí sólo me interesa el escenario.” No creo que esté mal, cada uno… Tengo un conocido que piensa así. No tiene tango, pero el tipo es técnicamente perfecto, y baila. Le falta el alma (con énfasis), pero, en definitiva, cuando acá vienen los turistas sin saber nada, lamentablemente les alcanza con un poco de técnica y se encandilan con mucho revolear, luces, escenografía…, cosas que hacen más al típico show “for export” que a la esencia del tango.

¿Y cómo siguió tu recorrido después de esas clases con Copes?

Seguí tomando clases en Buenos Aires. Lo que pasa es que mi historia fue distinta, porque yo nunca dejé de trabajar. Yo trabajaba de noche en un mercado de flores que estaba en Corrientes y Acuña de Figueroa. Entraba a la 1 y laburaba hasta las 9-10 de la mañana. A esa hora me iba a La Plata, dormía un rato, y volvía a Buenos Aires a tomar clases. Una locura. Una locura que se hace a una determinada edad y con una determinada pasión. Así tomé clases con Todaro, con Pepito Avellaneda, y poco a poco empecé a participar de algunas cosas y me fui animando a trabajar como bailarín en la noche de San Telmo, en un par de lugares…

¿En cuáles?

Primero empecé a dar clases en “La Galería del Tango” de Gloria y Eduardo (Arquimbau), cuando recién abría “La Galería”. Yo iba a bailar todos los domingos indefectiblemente, y Eduardo me propuso que diera clases. Yo había tomado también algunas clases con él. Ahí ya me había separado de mi primera mujer, Graciela Ramos, con quien había aprendido a bailar y había hecho mis primeras presentaciones, así que daba clases solo. Hasta que conocí a Natalia (Silva) que fue después mi pareja de baile y de vida. Ella era alumna mía. La empecé a preparar mientras que, paralelamente, empecé a conocer gente y empezaron a salirme laburos que hice con Natalia. Después trabajé en “Bar Sur” -donde compartí escenario con Jorge Pahl y Analía Morales que en aquella época bailaban juntos y recién empezaban-, y en “A media luz”, que ya no existe más. Hice también algunas suplencias en “Michelangelo”. Y un día me agarró la locura y dije: “Vamos a España”. Año ’96. Y Natalia me dice: “¿Qué vamos a hacer?” “Mirá, yo no conozco nadie que haya ido y le haya ido mal. Vamos a bailar.” Y me fui sin conocer a nadie, sin preparar nada y sin saber qué iba a hacer. Y en el viaje a Barcelona nos pusimos a charlar con un pibe que nos dice “¿Conocés España, conocés Barcelona?” “No” “Bueno, tu vida va a transcurrir en Las Ramblas” (emblemático paseo de Barcelona conocido por sus puestos de floristas y por ser el espacio de la ciudad más concurrido por artistas callejeros).

Sergio Del Bono y Natalia Silva en el barrio gótico de Barcelona.
Sergio Del Bono y Natalia Silva en el barrio gótico de Barcelona.

Así que buscamos una pensión cerca y empezamos a trabajar haciendo gorra en Las Ramblas. A los dos o tres días, veo entre el público a Jorge Udrisard y a Andrea Ponzetti que ya estaban viviendo en Barcelona y bailando juntos. Yo lo conocía a él de “La Galería”, cuando daba clases con Lorena Ermocida después de mi clase. Y a la semana viene uno y me dice: “En la otra punta hay otra pareja de argentinos, también bailando”. Ahí conocí a Moira Castellano que estaba bailando con su compañero de aquella época, que hoy ya no baila. Y así se fue dando todo, de pura casualidad. Y nos fue ¡muy bien! (con énfasis). Fueron tres meses que pasó de todo. Trabajé muchísimo. Fui a trabajar a Mallorca y me fue muy bien también. Un día pasó un italiano y me llevó a Padua a dar clases. Y cuando se me vencieron los tres meses decidí volver a Argentina. Me acuerdo que Jorge Udrisard me dijo: “¿Y qué vas a hacer en Argentina?” “Me voy a convencer y vuelvo.” (risas) La verdad es que yo acá (Argentina) ya tenía a mis hijos, no era tan fácil irse.

¿Y qué pasó? ¿Te convenciste de quedarte en Argentina en lugar de volver a Europa?

Estaba el proyecto de volver (a Europa) para armar el “quiosquito” y entonces sucedió algo increíble. Una noche que se inundó todo San Telmo de cómo llovía, sólo pudimos llegar para la función Natalia y yo, el pianista y un cantante. Y llega una pareja para ver el show. Empapados, casi arrastrándose por el agua. Preguntamos qué hacíamos y la dueña de “A media luz” nos dice: “si hay una pareja hay que hacer algo”. Salimos a bailar acompañados por el pianista, el cantante cantó un tema y cuando terminó esa primera entrada, la chica de la pareja nos dio 100 dólares a cada uno. Cuando entro a camarines, digo: “¡Muchachos, vamos a salir 10 veces más, por favor!” (risas). Hicimos tres entradas, y en cada una nos dio 100 dólares a cada uno, o sea, 300. Al final, la chica que era la que hablaba un poco de español, me pregunta si queríamos ir a Marbella hacer un show. “¡Sí! ¿Cómo no?” Promesas de esas había escuchado tantas. Pero me pide algo para estar en contacto y le regalo “El Tangauta” (revista de tango) donde Natalia y yo hacíamos publicidad de clases y le doy una tarjeta nuestra. Al mes, más o menos, estábamos en casa durmiendo y llama ella: “Perdón que no les pude llamar antes pero perdí tu tarjeta, gracias a que me diste la revista” “Bueno, ¿Quieren venir a hacer el show a Marbella? ¡Ojo, que yo los traigo hasta acá para que hagan sólo un show de 40 minutos!” Me pareció una locura, y ella me dijo que a ella también pero que quería que pasáramos el cachet y que ellos nos pagaban los pasajes. Me acuerdo que pasamos un cachet de 500 dólares por cabeza y nos pagaron exactamente el doble porque a ellos les parecía poco. Eran una pareja de multimillonarios que organizaban una fiesta muy importante una vez al año para la que traían a todos sus amigos del mundo y un espectáculo tradicional de un país diferente cada vez.

Sergio Del Bono y Natalia Silva en un bar sobre Las Ramblas de Barcelona.

El cantante y el pianista se volvieron y Natalia y yo nos quedamos. Ya me había ido con la idea de no volver. Habíamos pensado irnos a Alemania, pero era invierno, así que nos quedamos en Madrid. Trabajamos un tiempo en El Retiro (parque). Ahí conocí bien a Pablo Ojeda y Beatriz Romero después que fuimos un día con Moira (Castellano) a comer a su casa, ocasión en la que nos invitaron a Natalia y a mí a bailar en su milonga. Después fuimos a Valencia, hasta que un día “le erramos al cálculo” y Natalia quedó embarazada. Decidimos ir a Argentina a parir y volver a Europa después, pero la verdad es que a mí no me había gustado dejar a mis hijos. Cuando volví del primer viaje y me encontré con mis dos hijos mayores, los ví “grandes”, y sentí que me había perdido algo, que los había descuidado por dedicarme “a lo mío”. Y eso me dolió mucho por mucho tiempo. Y ahora con otro bebé, yo quería estar y dedicarles tiempo a los mayores. Con lo cual yo le dije a Natalia: “No, yo no quiero que me vuelva a pasar lo mismo, yo dejo de bailar y me quedo con mis hijos. Si vos querés ir, andá”. Pero no, ella dijo, “no, yo dejo de bailar también”.

Al poco tiempo nos separamos también como pareja, y entonces dejé de bailar totalmente y dejé de ir a la milonga. Estuve mucho tiempo muy dolido, peleado con el tango. Hasta que dije: ¿Qué hago yo fuera de esto, si esto fue mi vida? Todo lo bueno o malo que me pasó, me pasó ahí. Amores, desamores, amistades. Y empecé a acercarme de a poco a la milonga, pero desde otro lugar. Y empecé a sentirle el gustito. Porque cuando uno empieza a bailar uno se convierte en un “depredador” de baile que quiere ir a la milonga ¡a bailar, a bailar, a bailar! (acelerando el ritmo del discurso) Esa fue mi época de Almagro (mítica milonga del Club Almagro). Pero al dejar de bailar profesionalmente, me permitió que la gente se abra y comunicarme con los bailarines desde otro lugar, que me contaran cosas que entre ellos no se cuentan a pesar de que trabajan juntos hace 20 años. Y como yo soy muy respetuoso de la privacidad de todos, me llevo muy bien con todo el mundo. Entonces empecé a “respirar tango” de otra manera.

Digamos que valés más por lo que callás que por lo que hablás…

(risas) Sí, más o menos.

Flavia Mercier conversando con Sergio Del Bono en la milonga «Porteño y Bailarín» en el salón «El Beso» en Buenos Aires. Foto gentileza de El Tio Cliff.

¿Cuántos años estuviste sin ir a la milonga?

Unos seis o siete años.  Me costó mucho volver. Te voy a contar cómo fue el día que dije: “Bueno, voy a volver a la milonga”. Fui a “La Viruta”, bajé la escalera, llegué abajo y dije: ¿Qué carajo hago yo acá?” Porque desconocía el lugar. Y me fui a mi casa y lloré toda la noche. Fue mirar, hacer un paneo y sentir que “no conozco a nadie”. Claro, después de tanto tiempo desaparecido. Quizás si hubiera avanzado más hasta el fondo hubiera encontrado caras conocidas, pero no, me fui a mi casa. Me costó mucho volver, no pude hacerlo solo, necesité de amigos para ir.

¿Por qué tanta dificultad?

Una de las razones fue que cuando intenté bailar, sentí: «yo no sé bailar”. Sólo daba tres pasos, se me había borrado todo lo que tenía en la cabeza. “Soy un principiante. Me da vergüenza”, sentí. No disfrutaba el baile, lo sufría. Bailaba solamente con amigas, muy amigas, a las que pudiera contarles esto. Me costó un triunfo soltarme un poco y empezar a disfrutar del baile.

Eso no se olvida, pareciera que había un bloqueo. Algo que dolía quizás al entrar a la milonga. Quizás el artista estaba dolido. Porque si bien uno no se arrepiente de nada que haga por los hijos, uno además de padre es hombre y en tu caso artista.

Sí, creo que sí. Porque si bien es cierto que no me arrepiento -y todo el que tiene hijos sabe de lo que estoy hablando-, y hoy más que nunca sigo sin arrepentirme porque con mis hijos tengo una relación increíble; siempre me quedó como algo pendiente. Y llegar a disfrutar de todo eso, todo junto, de la relación con mis hijos y del baile, me llevó mucho tiempo. Y mucho se lo debo a amigos bailarines, a las amigas bailarinas que me han ayudado muchísimo, y especialmente, a Fabián Salas. Fabián es como mi hermano y un poco más, porque no es hermano de sangre sino hermano por elección. Un día me dijo: “Yo quiero que vos bailes. Así que yo te voy a dar clases”. Y, bueno, como él vive en Orlando, tomé clases con él por Zoom, con bailarinas que no tienen necesidad de ninguna clase, pero que lo hacían para darme una mano a mí. Con lo cual era como tener dos maestros, uno por Zoom y otro en persona. Y me solté muchísimo y hoy soy muy feliz de cómo bailo, disfruto del baile muchísimo. Hasta me considero un buen bailarín. Hoy mi artista está feliz. Pero me llevó mucho tiempo.

De todas esas noches en las que todavía te subías al escenario para bailar ¿Cuál fue la más especial que recordás? ¿O las más especiales sin son más de una?

La más especial que recuerdo fue una noche que yo iba a bailar (exhibición) en “La Galería del Tango” y cuando llegué me encontré con la sorpresa -en aquella época no había redes sociales y te enterabas muchas veces de las cosas así-, que estaba Goyeneche. O sea que él iba a cantar y yo a bailar. De entrada, me quedé duro y después fue algo maravilloso.

Yo te dije que me contaras la noche más especial y vos me salís contando que te cantó Goyeneche mientras vos bailabas ¡No podés!

Sergio Del Bono con Roberto, «el Polaco», Goyeneche tras la actuación de ambos en «La Galería del Tango.»

¿Y cómo en medio de tanto tango, aparece el “Stand up” en tu vida?

Bueno, también empecé a estudiar teatro. Yo creo que para el artista, si reprimís tu parte artística, dejás de ser vos. Yo creo que esto apareció en un momento que necesitaba sacar una parte artística.  Un día estaba en la milonga y me empezó a llamar la atención todas las cosas graciosas que había. Y pensé “con esto se podría escribir algo”. Y empecé a escribir y empecé a ver “estandaperos”. Y un día dije: “voy a tomar clase de esto”. Y ahí le empecé a dar forma a ese monólogo, aunque en realidad, nunca lo pude hacer, porque tiene muchos nombres propios y lugares particulares que sólo se entedería dentro del ambiente del tango. Lo iba a estrenar en la entrega de los premios Tango del 2020 que la pandemia no permitió que se hiciera. Algún día aparecerá de vuelta.

Es posible que también influyera la necesidad de subirme a un escenario. El escenario tiene una magia muy particular. Con el stand up y el teatro recuperé el escenario que perdí cuando dejé de bailar.

¿Cuál es esa magia?

No sé explicarte con palabras el placer que me da salir al escenario. Empezar a mirar a las personas y comunicarme y percibir con quién puedo conectarme mejor o con qué tema, y empezar a fluir con la energía de la gente, todo eso es una adrenalina que disfruto muchísimo.

Sergio Del Bono durante un «stand up».

Volviendo al tango. ¿Qué es la milonga? ¿Cómo la definirías?

Para mí la milonga, además de ser un fenómeno social, donde uno sociabiliza, encuentra amistades; es el lugar donde vos escuchás un tango de otra manera. La milonga tiene una energía por la que me siento diferente y cuando escucho determinados tangos, o determinada tanda, no me puedo quedar sentado. Y con algunos, me quiero quedar acá y escucharlos sentados. Es un lugar en el que hasta nos encontramos de otra manera. Porque yo me encuentro con bailarines en la calle y es otra cosa que cuando nos encontramos en la milonga.

La milonga te da, con el tiempo, el barro que te espesa la sangre y te hace pegar los pies al suelo cuando bailás.

¿Tiene que ver con la noche? ¿Con la nocturnidad de la noche?

Y sí… ninguna gran historia empezó con una ensalada y un agua mineral (risas).

Y además la milonga provoca una predisposición. Yo digo “voy a milonguear” y eso me provoca un estado que arranca desde que me voy a bañar. Cuando yo me visto ya pienso si voy a una milonga del centro o a un club de barrio. Todo eso para mí hace también a la milonga.

«La milonga te da, con el tiempo, el barro que te espesa la sangre y te hace pegar los pies al suelo cuando bailás.»

¿Ves mucha diferencia entre la milonga “de antes” y la “de ahora”?

Mirá hubo una evolución en el tango, en la música y si la hay en la música a la fuerza la hubo en la danza. Y aparte hubo una apertura que era necesaria. Cuando nosotros empezamos a bailar, ingresar “al tango” era tremendo (con voz grave y mucho énfasis). Viejos milongueros, dueños de todo, te cerraban la puerta y nos decían que éramos bailarines de escuelita y que el tango se aprendía en la milonga, que el tango era otra cosa. Ellos tuvieron que entender que si vos que sos el dueño del circo no me enseñás, me obligás a ir a una escuelita. Y si vos no me dejás entrar, el día que vos te mueras, el tango no existe más.

Y por eso vos mantenés esa puerta abierta.

Sí, claro. Y porque soy así en la vida, yo dejo entrar a todo el mundo. Puedo estar de acuerdo o no, pero festejo que cualquier movimiento exista, porque todo lo que está vivo, evoluciona. Si algo no tiene cambios, es porque está muerto. Y el tango está vivo porque tiene que ver con la vida de cada uno, y la gente está viva y le pasan cosas.

Hubo un cantante, no recuerdo quien, que explicó que cuando los autores escribían un tango, no era como pasa ahora que se dice “Che, tenemos que sacar este CD y nos faltan dos temas.” “Bueno, este fin de semana nos juntamos y lo hacemos.” No, los tipos escribían de lo que les pasaba en la vida. Por eso el tango es lo que es y nos llega tanto, porque es la vida misma.

Como todo clásico, desde los griegos hasta Shakespeare, los clásicos son tales porque son tragedias que le pueden pasar y le pasan a cualquier persona.

En definitiva, hay una revolución social que va más allá del tango y el tango no es ajeno. Todo lo que pasa en la vida cotidiana, pasa en el tango también. Y hay toda una movida de chicos que viene con otra propuesta y que es bienvenida, muy bienvenida. Además, ellos se abren, no es que te dejan afuera, porque tampoco son tontos. Y está bueno que nosotros dejemos que todo movimiento nuevo entre, y aprendamos y crezcamos. Y si no te gusta, no importa, todo suma. Además, creo sinceramente, que hay que hacer lugar para toda la gente que quiera entrar.

De der. a izq.: Sergio Del Bono, Fabián Salas, Mariano «Chicho» Frumboli y Gustavo Naveira, durante el festival CITA 2019, que organiza Fabián Salas.

El tango será popular o no será. Por cierto, siempre se dice que el tango es como una gran familia con la que siempre podés contar. ¿Es verdad eso o es puro cuento?

Es verdad, yo lo hice. Hemos hecho milongas solidarias, y la última que hicimos que fue la del Flaco Dany, ahí se ve que es de verdad. Porque, en realidad al Flaco ya no lo teníamos que ayudar, porque el Flaco ya se había muerto. La milonga se hizo para pagar los gastos de la internación porque la persona que lo ayudó se había endeudado. Y fue algo maravilloso, lo armamos en dos días, en una época del año difícil. Todos los que convoqué aceptaron de una, sin más. No sólo eso, sino que todos los bailarines que exhibieron pagaron la entrada. Llegó un momento que dejé de llamar a gente porque no podían exhibir 20 bailarines, porque era una milonga y la gente quiere bailar también. Ahí me di el gusto de hacer bailar a Gustavo Naveira con su hija (Ariadna Naveira). Yo creo que ese sentimiento existe y para que quede claro, cuando terminó todo lo dije: “Esto es para que quede claro, que en cualquier lugar del mundo, donde alguno de nuestra familia -porque esto es una gran familia- le pase algo, vamos a estar.”

¿Y en qué crees que se funda ese lazo o vínculo? ¿Cuándo o cómo se construye eso?

Eso se construye en las milongas. Porque tanto los bailarines, como los músicos, como los cantantes, una vez que exhiben, se sientan al lado tuyo y comparten toda la noche con vos. Es más, muchas veces los grandes bailarines salen a milonguear, no sólo a exhibir. Necesita disfrutar también de la milonga, y en ese punto pasan a ser uno más.

Para espesar la sangre…

Exacto. Grandes bailarines que sacan a bailar a personas que no son bailarines profesionales pero que “milonguean lindo” y ahí ellos disfrutan. Porque en la milonga somos todos iguales. Hay un documental que se hizo hace muchos años que se llama “Tango, baile nuestro”, que muestran la historia de Portalea. Portalea era un obrero que laburaba limpiando en un cementerio, ¡y a la noche era el rey! (con énfasis).

¿Es el abrazo el nudo que arma el lazo que une a toda la comunidad tanguera?

Cada tanto Ana María Schapira publica: “El abrazo es lo que justifica el tango. El abrazo es lo que justifica el baile.” El abrazo es lo que justifica todo, pero no tiene mucha explicación, pero hay mujeres a las que yo abrazo y digo: “Acá me quiero quedar a vivir”. Es un tema energético.

Sergio, ¿Querés decir algo más para terminar?

Cuando dejé de bailar a mí me faltaron muchas cosas que recuperé con mucho esfuerzo y lágrimas. Y hoy que mi artista está de fiesta, yo disfruto de la milonga como nunca en mis 35 años de baile. También porque en este momento yo estoy bien. Hoy entro en la milonga y me siento en mi casa. Me paro a saludar a todo el mundo en cada mesa, luego me siento y a veces pasó una hora y media y todavía no bailé ni una sola tanda. Y estoy feliz porque compartí charlas y me encontré con gente que sólo veo ahí porque nuestra vida no tiene nada que ver. Hay personas que no sé qué hacen en su vida, pero en la milonga somos hermanos. Y el abrazar, el charlar, el reír, el compartir momentos maravillosos hace que tengamos una confianza tremenda, aunque yo después no sé qué carajo hacen.

Sergio Del Bono y Flavia Mercier en milonga «Porteño y Bailarín», salón «El Beso», Buenos Aires. Foto gentileza de El Tío Cliff.

La milonga te da una complicidad muy particular. Todo eso es lo que te espesa la sangre. Todo eso es lo que te da el barro que hace falta. Y es tan grande que no alcanzan las palabras para definirlo. Creés que terminás de definirlo y no alcanza, siempre hay algo más.

Pareciera que lo que trae barro, lo que espesa la sangre, es lo que entra por la oreja. No sólo la música sino las historias que se cuentan también. Historias como las que acabas de contar en esta entrevista y que ha sido un placer enorme escuchar. Muchas gracias, Sergio.

Al escuchar a Sergio Del Bono uno puede concluir que no basta con concurrir a la milonga para bailar tango. Como tampoco basta con tomar clases para aprender a bailarlo. Hay algo más que tiene que ver con habitar la milonga y las historias que en ella circulan, e incluso con “la noche que es difícil” como dice Sergio recordando las advertencias que daban los viejos milongueros.

Ese andar a ras de suelo que es seña de identidad del tango pareciera que no se logra sólo con clases. Pareciera que la densidad de la pisada la da el peso de la historia que se carga sobre los hombros, y que produce ese andar lento y acompasado de quien ya ha recorrido tanto.

¿Hasta dónde es necesario llegar para comprender, para que algo quede prendido al alma? Deleuze decía que cuando los grandes poetas como Bousquet, Fitzgerald, Lowry o Artaud hablaban de la verdad eterna de la herida, era en nombre de una herida personal terrible que llevaban en su cuerpo o en su alma. Estos poetas habían ganado el derecho a “versear” sobre el dolor, habiendo corrido el riesgo de llegar lo más lejos posible en arriesgar algo de sí mismos. Su escritura no era “cuento”. Como escribas de la antigüedad, habían grabado sus primeros sonetos en la tabula rasa del ánima con profundas incisiones.

¿Es necesario correr igual riesgo para poder interpretarlos? El arte como vía regia para la sublimación es un saber-hacer algo con eso que pulsa y empuja al sujeto a lo que de otra manera le mortifica. Pero ¿sería necesario adentrarse en el mundo de las pulsiones para cargarse de “material” para sublimar? ¿Se trata de ponerle nocturnidad a la vida para que la interpretación resuene a verdad? O, ¿Bastaría con escuchar al otro filosofar de su vida y su pesar para recibir “el barro que te espesa la sangre y que te pega los pies al suelo al bailar? ¿Cómo habría que escuchar para que esa filosofía alumbrada con la luz tenue de una milonga entre vaso y cenicero encienda la “tangueridad” en cada uno? Quizás queriendo aprehender el sentir ajeno, en tanto de otro y en tanto extraño a la propia experiencia. Con la piel porosa al ardor de un ansia que lo divide entre el querer y el deber, y al aroma de la angustia que lo apresa en el ayer. Y así, al ponerse en los zapatos de ese otro se puede calzar su dolor y, quizás, sentir el peso de esos zapatos que sacan viruta al piso cuando lo rascan al caminar.

Flavia Mercier

Javier Gardella: “Que tu danza sea el ritual”.

Criado entre recaladas y juntadas, al ritmo de bombo, zamba y chacarera, en el seno de una familia amante de nuestra cultura, Javier Gardella brilló en los escenarios más caros para el sentir folclórico, habiendo ganado Cosquín, Laborde, y Tandil en las categorías de danza y malambo, como solista, en pareja, y como director de ballets y maestro de varias parejas premiadas. Ha dejado sin aliento a todos los públicos que han disfrutado de su arte, desde la más humilde de las peñas, hasta la televisión estadounidense en un programa presentado por Jennifer López y Marc Anthony.

Verdaderamente un “monstruo” de la danza que junto a su hermano Isaac Gardella -con quien codirige “Los Potros Malambo”- no sólo han escrito algunas de las páginas más célebres de la historia del folclore argentino, sino que le han donado una nueva gramática a modo de coreografías y un nuevo alfabeto de pasos con que expresar más intensamente el sentir de su pueblo. ¡Disfruten de una gran entrevista!

¿Qué te llevó a dedicarte a la danza?

La historia empieza así. Yo vengo de una familia del Norte (Argentina), de Santiago del Estero y de Tucumán, así que me he criado entre chacarera, gato, zamba, empanada, guitarras de los tíos y bombo. Todo eso forma parte de mi infancia. De alguna forma u otra, el folclore estuvo siempre presente en mi familia, el que no baila, canta y el que no, hace palmas, dijo uno (risas). Hasta el día de hoy, esa tradición de la guitarreada, la juntada, siempre estuvo presente en mi familia. Y después a mamá y papá les pareció que podía tener condiciones, así que a los 5 años me apuntaron a clases de folclore.

Esta revista se llama “Patio de artistas” como símbolo de esas costumbres tan nuestras, de esas reuniones familiares y con amigos, de las que nacieron tantos artistas. El “Patio” da cuenta del arte como “suelo” o “superficie de apoyo” para salir al mundo, hacia la vida, para construirse un mundo y ganarse una vida.

Tal cual. Nosotros tratamos siempre de mantener las tradiciones. Con una evolución ¿no? porque hoy vivimos de otra forma que como vivían los viejos. Mirá, cuando falleció mi abuelo apareció un chango, dijo “permiso”, destapó un vino, “salud”, entonó una vidala y una chacarera, y explicó: “en mis pagos a los vidaleros los despedimos de esta forma”. Mi abuelo era un viejo vidalero.

¿Y qué siguió después de esas primeras clases de folclore?

A los 5 o 6 años, empecé a agarrar el bombo, las boleadoras, y junto a un tío que tiene algunos años más que yo, conformamos el grupo “Los duendes del malambo”, y empezamos a hacer fantasía y toda esa cosa de show.

¡Ah! ¡Todo un pionero de los shows con bombo y boleadoras!

¡No! Todo eso viene de muchos años atrás. Hay muchos artistas, grandes artistas, que desde hace mucho han ayudado a expandir el folclore por el mundo. En general de la mano del tango, aunque también hubo varios picos copados sólo del folclore. El más recientemente, fue el de “Malevo” (compañía de malambo), pero antes hubo otros. Juan Saavedra en el “Cirque du Soleil», por ejemplo.

«…a mí me regalaban guita para mi cumpleaños y yo me iba a comprar tela para hacerme un traje. Tal era la “enfermedad” que tenía con la danza.»

Entonces, a las clases de folclore, sumaste el estudio del bombo y las boleadoras.

En realidad, nos enamoramos tanto de estos elementos que dejamos la danza en un segundo plano y nuestro show fue exclusivamente de bombo, malambo y boleadora. Dos o tres años después agrandamos el grupo, éramos cinco, y nos pasamos a llamar “Los demonios del malambo”. A mis 10, 11 años nos invitan por primera vez a un certamen para hacer el show. Hasta entonces yo no sabía lo que era un certamen y ahí vi un grupo de mi categoría – de chicos – que me gustó mucho, y le pedí a mis padres que me llevaran a probarme y quedé. “Romance de quena y viento” se llamaba.

Así empecé con las competencias. Estuve 2 años, más o menos, en ese grupo, hasta que me fui a otro festival para buscar otro ballet. Y viene un amigo y me dice que estaban haciendo pruebas para el “Güemes” (Ballet Folclórico Miguel de Güemes, de General Pacheco, provincia de Bs.As.). En esa época era “el” ballet. Lo dirigían Norma Moyano (entrevistada recientemente por nuestra revista) y Fernando Deglise, aunque al poco tiempo Norma se fue. Lo que pasaba es que yo era muy chico y al principio dudaban, decían que esperara un tiempo. Hasta que uno de sus bailarines me vio bailar y recomendó que me tomaran. Era Jorge Pahl, que hoy sigue siendo mi amigo. Estuve unos 4 o 5 años en el “Miguel de Güemes”.

A todo eso, yo seguía con el grupo de bombo, así que empecé a armar un ballet con familia y vecinos. Éramos cuatro o cinco parejas que bailábamos en peñas. Hacíamos, por un lado, la parte de bombo y boleadoras, y por otro, la danza. Hasta que, a los 17 años, más o menos, me animé a participar en serio en las competencias.

¿Fue cuando ganaste el Laborde en categoría juvenil?

No, Laborde lo ganamos como cuarteto de malambo en el 2007. En el ‘97 fui al desempate, pero no gané.

Pero llegaste a mayores siendo ya muy conocido de la categoría infantil.

Lo que pasa es que se puede hablar mucho de vos en categoría infantil – que si baila bien; que si zapatea bien-, pero la prueba de fuego es cuando llegas a la edad del cambio, cuando el cuerpo empieza a crecer. Ahí hay bailarines que se adaptan bien y hay otros de los que sólo se dice “¡Ay qué lindo que bailaba cuando era chico!”

¿Y cuándo llegaste a Cosquín?

En el ’98 llegué por primera vez en pareja de danza con mi compañera Lorena Rodríguez. Fue hermoso llegar a ese escenario, el escenario mayor con el que uno sueña, y que en esa noche de Cosquín -que fue una de las mejores por la competencia que había-, se hable de la pareja que habíamos presentado, para mí fue increíble. Me llenó de energía y ganas. Y eso que no llegué a la final. Lorena, fue mi compañera 6 años y un eslabón muy importante en el Potro Ballet. Ganamos en muchos festivales, entre ellos, Tandil, Ameridanzas y fuimos mejores bailarines el Festival Nacional de la Zamba en el 2000.

Contame qué sentiste esa primera vez en Cosquín.

Fueron buenísimo todos los comentarios. Salimos en el diario de esa noche. Un montón de cosas que fueron como “caricias”. Recién cuando uno llega a ese lugar mágico, uno siente que empieza a ganar identidad en el ambiente; así que fue como recibir la bienvenida. A veces uno necesita eso, la aprobación de la gente del ambiente y de los grandes maestros que uno tiene como referentes. Hasta entonces no había todavía en mí un bailarín profesional que pensara en salir al mundo o a todas esas oportunidades hermosas que me regaló el arte que nos toca.

«Cuando bailo no hay nada que impida que mis pies vayan, lo disfruto, y no hay nada fingido. Hoy siento que he logrado entender la respiración de mi danza. Escucho la música y respiro esa música, ese tiempo, lo que me brinda cada canción, cada compás.»

¿“Que nos toca…”? ¿A vos “te tocó” ser bailarín?

Creo que a mí me tocó ser bailarín. ¿Viste que dicen que hay “un barba” que nos va poniendo cositas? Bueno, a mí me dijo: “¡Tomá! ¡Vos danzá!”

Una suerte de don. ¿Y vos no pusiste nada por tu parte, todo fue gracias a un don?

Bueno, yo me preparé, y puse toda mi energía en bailar. Sin tener la técnica, sin haber profundizado en el estudio de la danza, quizás no tendría mi identidad “dancística”. O no habría tenido buenos resultados en la categoría infantil, o en la mayor.

Y, además, ¿sabés qué? Con 18, 19, años tenía ya mi ballet con categoría infantil, categoría mayor y categoría adulto. Después de lo que me sucedió en Cosquín, dije: “¡Ah, no! ¡Quiero más!” Así que en el 2000 me animé a destapar al grupo de primos y a salir al ruedo competitivo, aunque con un poquito de miedo. Igual los comienzos fueron buenos. En aquella época ya andábamos todos con los pelos largos y con un estilo muy particular en la forma de vestirnos y presentarnos.

Los Potros Malambo.

¿Qué buscabas con todo eso, el estilo, los pelos largos o introducir el bombo y la boleadora en el show? ¿Ser diferente?

Yo creo que siempre fui arriesgado. No me importaba el qué dirán en la cuestión artística. Yo sólo pensaba ¡Puede quedar re lindo! ¡Podemos ir “por acá”!

Y en cuanto a la parte de bombo y boleadora, a los 6, 7, años, empecé a conocer a profesores que sólo hacían fantasía. Entre ellos, Hugo Garay que dirigía el grupo “Rugir de bombos”. Él me marcó mucho -de hecho, lo sigo viendo, a veces nos juntamos a comer un asado-; aunque siempre me dice “pero yo no te enseñé a bailar, sólo a tocar el bombo”. “Sí, pero me diste un concepto de ensayo”, le digo. “Las herramientas para ser más exigente en muchas cosas” Y en mi trabajo todo eso me ha funcionado.

«Con 18, 19, años tenía ya mi ballet con categoría infantil, categoría mayor y categoría adulto. «

Volvamos a la trayectoria ¿Cuándo ganaste Cosquín?

Al año siguiente, en el ’99. Tenía 18 años. Ese año tuve el placer de llegar con el malambo sureño y norteño, y nuevamente con la pareja. Paso a la final en pareja y en solista de sureño, y gano en malambo sureño. Vuelvo en el 2001 con la pareja de danzas y en el 2009 ganamos con el combinado de malambo norteño.

¿Y también ganaste Tandil?

Si hablamos de Tandil, la cosa se amplía mucho. Como solista gané en el ‘98 en categoría juvenil, y unas 4 o 5 veces en mayores. Ganamos como “Conjunto de Danza” 4 años consecutivos, y 3 años consecutivos como “Mejor Delegación del Festival de la Sierra”. Y como profesor tengo unas 9 parejas premiadas. En Tandil tuvimos muchos premios.

Ya veo…Entonces, después de que ganás Cosquín te animaste a armar tu propio ballet. ¿Y la faceta más artística?

Después que vuelvo a competir en pareja (a Cosquín) en el 2001, me contactan Adrián Aragón y Erica Boaglio. Adrián me contó que me estaba buscando desde el año anterior que me había visto en Cosquín en malambo, y que tenía un show de tango y quería añadir un cuadro de folclore… Audicioné, y bueno, ahí empecé a conocer un poco más el ambiente profesional, las giras, el viajar afuera y todo lo demás. Desde ahí hasta el 2006, 2007, trabajé con ellos, viajando mucho a Italia y un poco a Francia.

Y ahí empezaron también los sueños de tener mi propia compañía. En aquella época lo llamaba “mi ballet”. “¡Ay!, ¡cómo me gustaría hacer esto con mi ballet!”, decía. Yo veía que afuera funcionaba y pensaba “Tengo que armar un show folclórico”. Y eso sucedió en el 2007, cuando se acercó una productora italiana que me permitió armar mi primera gira con mi hermano y mis primos. Fuimos a Italia y presentamos el show “Raíces de un nuevo tiempo” con el Potro Ballet.

Los Potros Malambo.

¿Y cómo llegaste después de todo eso a trabajar con Jennifer López?

Con la gira a Italia dijimos: “¡esto es lo que queremos!”. Seguimos un tiempo con la competencia hasta que en 2010 dijimos “¡basta!”. Entonces empezamos a darle forma al show, a meterle cosas de flamenco; y a presentarnos en distintos teatros, y a participar en shows de otras compañías. Estuvimos con Mora Godoy, con Hernán Piquín, con Fátima Flores, y grandes cantores folclóricos.

Un año llega un amigo y nos dice que hay un bolo para Estados Unidos. Primero nos dijeron que era para un show y volver. Luego que era una gira de un mes. “Mientras sea trabajo… Vamos”, dijimos. No se terminaba de entender qué era, lo tenían todo oculto. Nos hicieron hacer dos audiciones, un video, hasta que nos llevan a San Antonio de Areco porque venía de Estados Unidos un coreógrafo muy importante. Y aparece Jennifer López. Recién ahí nos enteramos que era un reality (“Q’Viva! The chosen”). Nos hicieron zapatear a nosotros y a otro ballet, para elegir quién iba. ¡Te imaginás! ¡Queríamos explotar, zapateábamos con todo! Al final, nos eligieron a todos. Después allá, vivimos como una semifinal y nos hicieron hacer lo que ellos llamaron “La batalla de Malambo”. Un contrapunto entre los dos grupos de Argentina. Nosotros tuvimos la oportunidad de quedar los seis, y de la otra compañía quedaron sólo dos: Fabián Serna y Matías Jaime. Formamos así un nuevo grupo. La idea era seguir con una gira por 21 países, pero justo Jennifer López y Marc Anthony se separan, y se interrumpió todo. Igual fue otra explosión del folclore y expansión al mundo.

¿Nutriste tu baile con otras danzas?

Sí, hice un poco de clásico, de jazz, flamenco, un poco de tap, pero yo siempre fui folclórico. Mi disciplina es el folclore y siempre intento que mis coreografías incluyan su esencia. Siempre intento trasmitir desde la raíz -“el paso básico, el paso básico,…”- , y hoy siento que es parte de mí hasta cuando camino. Quizás por eso mis coreografías siempre se ven bailadas.

«Creo que a mí me tocó ser bailarín. ¿Viste que dicen que hay “un barba” que nos va poniendo cositas? Bueno, a mí me dijo: “¡Tomá! ¡Vos danzá!”»

¿Qué significa que tus coreografías se ven “bailadas”? ¿Naturales? ¿Espontáneas?

Cuando bailo no hay nada que impida que mis pies vayan, lo disfruto, y no hay nada fingido. Hoy siento que he logrado entender la respiración de mi danza. Escucho la música y respiro esa música, ese tiempo, lo que me brinda cada canción, cada compás.

¿Qué quiere decir que lograste entender la respiración de tu danza?

No es la respiración que tenemos normalmente los seres humanos, que si no respiramos nos morimos. Es respirar lo que estamos bailando, respirar ese momento.

Por ejemplo, hay algo que me encanta hacer en el show, y es entrar al escenario con el bombo colgado, sin tocarlo, y lograr que al paso lento… (con énfasis) la gente empiece a hacer silencio y a prestarme atención, porque yo ya empecé a bailar. Yo no necesito tocar el bombo para estar ya bailando.

¿Sería como cuando en el tango se dice que se baila la pausa?

Sería cuando en el tango quedaste en una pausa, y para juntar un pie con el otro, lo hacés tan lento, sin que te apure nadie, y tan sútil. ¡Ahí está la magia pura! (con énfasis, suspirando y mirando hacia arriba) No me gusta el bailarín que está haciendo cuatro ganchos para acá, cuatro para allá y un boleo detrás de la nuca para que digan “¡Fa! ¡Qué bailarín!”. Cuando yo entro a bailar con el bombo y voy lento, sin tocarlo, desde un costado del escenario hacia el centro, trato que la gente vea lo que sucede entre cada paso. Dijo Antonio Gades: “No es el paso lo que hace a la danza, sino lo que sucede entre cada uno de ellos”.

Me parece que lo que ahí sucede es lo que vos llamás “la respiración” de tu danza. La respiración tiene un ritmo que refleja un estado de ánimo. Si uno está nervioso, respira rápido. Si está angustiado, le falta el aire. Si está enamorado, suspira.

¡Claro! ¡Perfecto! Yo escucho la música e intento respirar lo que me invita a sentir. Es como cuando vos estás con un mal de amores, no te ponés a escuchar una música “punchi, punchi”, o una guaracha.

Y si vos estás con “mal de amores”, “te falta el aire”. Entonces si estás bailando una zamba que habla de la pérdida de un amor, te tiene que faltar el aire, y si te falta el aire no podés estar a los saltos, necesitás una pausa para respirar profundamente.

Exacto. Es hermoso poder ponerlo así en palabras.

¿Y qué expresás con el malambo?

A mí en la parte rápida me entraba una alegría, un disfrute (con énfasis), que yo me reía. Era otra época…

Los Potros Malambo.

¿Como ves al folclore hoy?

Hum,… Hay mucha gente muy trabajadora, que trabaja mucho para ser mejor bailarín, dar lo mejor de sí, pero siento que se está perdiendo el bailarín folclórico. Siento que al nutrirse con tantas danzas, el bailarín folclórico se disuelve un poquito y se terminan viendo como bailarines contemporáneos con ritmo folclórico. Hoy vas a Cosquín y es difícil ver bailarines con botas. Hoy muchos suben al escenario con botas de potro o descalzos porque es más fácil. Todo lo que sale del contemporáneo es más fácil. Con botas es más complicado.

¿Perdiste algo por la danza?

Mirá, a mí me regalaban guita para mi cumpleaños y yo me iba a comprar tela para hacerme un traje. Tal era la “enfermedad” que tenía con la danza. Mis viejos me dijeron: “¿Vos que vas a hacer? ¿Vas a seguir estudiando?” A los 18 años pegué gira con Soledad Pastorutti y me fui. Y así siempre. Mis viejos me apoyaron en todo. Festival que quería ir, festival que mis viejos me llevaban. Donde yo iba a bailar, ellos siempre estaban ahí, debajo del escenario. Mi papá dejó de laburar para acompañarme. Ellos me lo daban todo. Imaginate que hasta los 14 años nosotros teníamos un baño muy humilde con el termo enchufado, pero yo tenía botas grises, negras, marrones, combinadas, trajes de lo que me pidieras. Mis padres fueron dos pilares muy grandes de mi carrera.

¿Y quién es Isaac Gardella?

(Suspira, pausa) Isaac es mi hermano.

¿Sólo tu hermano por un accidente de la biología o más allá de la biología? ¿Sólo porque tienen los mismos padres o es también tu hermano de la vida, del arte?

Hemmm… (respira hondo) tengo que respirar mucho para esta respuesta. Las dos cosas. Compartimos padre y madre y compartimos también una pasión. Y desde esa pasión construimos un vínculo como compañeros, como socios, como amigos, como hermanos, ahí como un hermano que elijo, no que me tocó. Nos miramos y nos entendemos. Hablamos dos palabras y ya con eso creamos una acción gigante. Tenemos una conexión especial. Sí, somos hermanos de arte también.

Javier e Isaac Gardella.

Isacc aprendió desde el primer paso conmigo y a medida que fue creciendo, no solamente… uff (se emociona) … es difícil… ¡Mucho orgullo! A medida que fue creciendo, no sólo en edad, sino como artista, fue también creciendo en su capacidad de crear. Recuerdo cuando me dijo “Tengo ganas de ir a Cosquín, en cuarteto de malambo.” “Pero te quedan dos meses y medio para el último Pre-Cosquín”, dije yo. “Yo llego con los pibes. Si me pongo con los pibes, llegamos” “Dale, si querés te acompaño tocando el bombo, pero ¡hacete cargo!”, le dije. Y fue el año que ganamos en combinado. ¡Éramos 9 músicos con 4 bailarines! Ahí es donde creo que Isacc se ganó mi confianza para que dirijamos juntos. Para mí fue como una posta. Hoy trabajamos juntos. En general yo me ocupo más de lo coreográfico y él de la rítmica y del malambo y las boleadoras.

Mi hermano es todo para mí… se me caen los mocos cuando hablo de él.

Javier e Isaac Gardella.

Después de tantos años ¿Qué te interesa trasmitir como maestro, como director?

Parte de lo que vengo viviendo con mi pareja, que intentamos hacer más consciente la conexión con lo sagrado. Hoy conecto con mi alma y con el “respiro” de mi danza. Hoy soy más consciente que la música me entra no solamente por las orejas sino por todos los poros. Hoy estoy más sensible a cómo estamos, a cómo llegamos al ensayo. Mi pareja me ha mostrado que para el bailarín también es importante darle lugar a cómo fue nuestro día, al cansancio, al malestar. No exigirnos siempre estar a 100.

Eso es lo que hoy uso para bailar. Y siento que está bueno ofrecer la oportunidad de transitar esa experiencia. Así que armé un seminario que se llama: “Que tu danza sea el ritual.” Trato que nuestra danza sea un ritual para conectar con cómo estamos emocionalmente, espiritualmente. Siento que es importante para poder “transitar” nuestro baile y para que nuestra danza sea algo mágico. La danza sana, la música sana. Si vos estás mal y te ponés música o te ponés a bailar, hay algo que se transforma.

Esto del ritual parecería tener dos vertientes. Por un lado, la de la “sanación” y por otro la de una preparación para poder “respirar” la música, para recibir el estado de ánimo que esa música te produce y desplegarlo en tu danza.

Tal cual. El ritual lo pienso también para el momento previo a bailar. Poner conciencia desde el momento en que uno empieza a preparar la bota, que eso que se va a hacer sirve para conectar consigo mismo. Y que quien no quiera hacer el viaje completo, al menos pueda irse respirando distinto que cuando llegó, sintiéndose mejor.

Irse “respirando otro aire”. ¿Cómo es ese momento de salir a escena?

Antes de salir a escena hay todo un recorrido de lo que uno anhela, quiere, sueña, y todo eso enfrente al lugar al que llegaste. Y entonces decís: “¡Fa! ¡Mirá qué momento éste!” Después cuando estoy en escena conecto conmigo y también me gusta mirar. Tengo la sensibilidad de poder captar quién mira, quién no. Y cuando uno no me presta atención, lo miro y le bailo hasta que me mira. Y si tengo que lograr que otra persona se sonría, también. Puedo navegar por esos lugares. Puedo con un mismo cuadro mostrarte alegría, sensualidad, o ira, dependiendo de cómo yo lo aborde. Tengo las emociones disponibles para poder usarlas. Fluyo y voy jugando con la gente.

«Trato que nuestra danza sea un ritual para conectar con cómo estamos emocionalmente, espiritualmente. Siento que es importante para poder “transitar” nuestro baile y para que nuestra danza sea algo mágico. La danza sana, la música sana. Si vos estás mal y te ponés música o te ponés a bailar, hay algo que se transforma.»

Antes hablábamos que recibiste un don ¿Cómo lo describirías? ¿Una facilidad para expresar con el cuerpo, una escucha especial de la música, una sensibilidad especial para emocionarte y emocionar a otros…?

Yo diría que es un poco una mezcla. Por ejemplo, para dar una clase juego con diferentes ritmos y a la vez les voy dando como “detalles”, formas de moverse, desde mi sensibilidad. Pienso que los que vienen a mi clase les gusta mi estilo, que es eso, esas formas de moverme que reflejan lo que a mí me pasa cuando bailo. Para mí lo más importante es sentir, después viene la técnica y limpiar el paso y todo lo demás.  Algunos entran en ese viaje ¡Ahhh!

¿Qué sentís como maestro cuando ves que alguien se sube a ese viaje?

¡Paaa! ¡Feliz! (Se emociona, pausa) Si hasta me emociono con la pregunta.

Intuyo que hasta serías capaz de dar esa clase gratis.

Si yo te contara lo que se pagan las clases de folclores….

Con más razón todavía, imagino que encontrar alguien que se quiera comprometer a hacer ese viaje de emociones, debe ser la mayor “ganancia”.

Lo agarro del brazo y lo pongo a mi lado. Me pasó con mucha gente. “Los Potros” se armó así. Mis primos, gente que se fue acercando sin saber nada y que fueron fluyendo escénicamente de una forma que “flasheábamos”, “volábamos” en una misma frecuencia sobre el escenario que nos hizo ganar atención, un lugar, entidad.

¿Y sabés qué me emociona mucho también? Cuando voy a una peña y veo a gente haciendo un paso mío. Aunque ellos no lo sepan, yo lo reconozco. Son formas mías de moverme, no necesariamente una coreografía. O quizás sí era un paso coreográfico, pero que ya se ha hecho popular. Ahí se ve que son cosas que marcaron. Yo lo veo así.

¡Que vos marcaste! Son movimientos y pasos con “tu” marca o sello personal. ¡Lograste la eternidad! ¡Tu obra te trasciende! ¡Va a seguir viva cuando ya no estés!

¡Qué se yo! Es difícil contestar ¡Sí! a eso.

Y a vos te cuesta especialmente reconocer la trascendencia de lo que hiciste.

Cuando uno ve cosas suyas en escena, y fuera del escenario más todavía, … Ver alguien en una peña, donde la gente va a disfrutar y a tomar un fernet, que de repente te hace un paso tuyo… (pausa, le faltan las palabras) Y lo noto en todo el circuito folclórico. Te puedo asegurar que cuando veo eso, entonces sí siento que logré eso que decís.

Flavia Mercier entrevistando a Javier Gardella.

Dejar una huella, una impronta… ¿Y la gente es consciente que es algo tuyo?

Sí, mucha gente me lo dijo. Parecido a lo que me estás diciendo vos: “Ustedes tendrían que escribir un libro”, me dijeron hace poco. “Con ustedes fue un antes y un después.”

Totalmente de acuerdo. Muchísimas gracias Javier, ha sido un enorme placer esta charla.

Javier Gardella entendió la respiración de su danza como signo o reflejo de un estado de ánimo que la música propicia y que le marca el ritmo. Él hizo de su danza un ritual para conectar consigo mismo, un aprendizaje que extrae de su trayectoria y que se propone trasmitir. Este ritual apuntaría a entrar en comunión con lo sensible, para avivar la llama al calor de la cual se alumbra la expresión artística, y que la cotidianeidad de la época amenaza con reducirla a rescoldos. Quizás si la danza como ritual era para nuestros ancestros un culto para invocar a los dioses, se trate de invocar lo divino en cada uno como fuerza creadora. Pensar el ritual no tanto como lo que se repite sino como lo que se “re-crea”; porque si bien un rito es una ceremonia, incluso una coreografía, al tratarse de algo vivo también incluye lo que cada vez es diferente.

Por otro lado, Javier nos recuerda que Antonio Gades dijo alguna vez, “La danza no está en el paso, sino entre el paso y paso. Hacer un movimiento tras otro no es más que eso, movimientos. El cómo y por qué se liga y qué se quiere decir con ellos, eso es lo importante”. Si la danza se construye en el espacio y con lo espaciado, es decir en cómo se recorre el espacio, con qué tiempo y cadencia, esta tiene una intrínseca relación con la respiración como signo de lo que afecta, ya sean las propias vivencias, ya sea la “atmósfera” que propone la música. La danza se vuelve sublime cuando el artista no sucumbe, sino que se resiste al empuje al movimiento, porque es en la retención de ese gesto o paso deseado donde se expresa lo que no fue, pero pulsa por hacerse presente. Y en ese punto se demuestra que no se trata del culto al personaje que se expande en la época, sino más bien de aquel ritual que propicia que la máscara se resquebraje para que asome algo de los rasgos propios y singulares que hacen únicos a ese rostro.

Flavia Mercier

Victoria Saudelli y Sebastián Álvarez: “Las ganas y el hambre de bailar nos podían”

Tras haber comenzado como adolescentes en el ballet de Walter Gómez, Victoria Saudelli y Sebastián Álvarez son una de las parejas con más años de trayectoria en la escena tanguera siendo parte de “Esquina Carlos Gardel” desde el 2002 -primero promocionando la respetada Casa de tango y desde el 2004 en el elenco estable- y haciendo temporada con “Tango Fire” en Londres desde el 2008 y con “Tango Lovers” desde el 2017. Veinte años en los que nunca han bajado del cártel y han pisado grandes escenarios en todo el mundo, desde el Kremlin de Moscú, a las Torres Petrona, o el Teatro de la Ópera de Montecarlo, a escenarios tan singulares como la lona del Luna Park para una pela de Narváez, o el estadio Obras durante un concierto de Deep Purple, o acompañando a Gloria Estefan. Veinte años que son todo pero parecen nada cuando se los escucha y ve con las mismas ganas y pasión que cuando participaban de aquellos primeros torneos bonaerenses.

Cuéntenme de sus comienzos.

Victoria: En mi caso empecé bailando clásico por recomendación médica. Yo tenía la caja toráxica muy cerrada y el médico me mandó a bailar clásico o a hacer natación y elegí clásico. Tenía 6 años.

Empecé en un club de barrio, el club “Pampero” de Lanús. Ahí aprendí a bailar clásico, y también hacía danza deportiva, porque la verdad es que el clásico mucho no me gustaba. ¡Bah! No me gustó nunca, lo hacía sólo por salud. Hasta que un día, yo ya tenía unos 11 años, llegó un profesor de tango al club porque habían comenzado a organizarse unos torneos juveniles bonaerenses de tango, folklore, y canto. Era Walter Gómez. Primero se enganchó mi hermana, porque yo no tenía la edad para competir, pero al otro año sí, y como me gustó, me metí.

Sebastián: Yo empecé porque jugando a la pelota me quebraron tibia y peroné y tenía que estar en casa, y me empezó a gustar un programa del canal “Sólo Tango”, “El firulete”…

¿En tu casa se miraba ese canal? Porque es raro que un adolescente sin ningún estímulo externo se ponga a mirar un programa de tango.

S: No, en mi casa se escuchaba sobre todo folklore. Pero un día yo estaba pasando canales y de repente vi un chavón que me gustaba cómo cantaba. Yo no tenía ni idea quién era. Le pregunté a mi viejo y me dijo que era Gardel.

¡¿El “chavón” (con tono sarcástico) que te gustaba como cantaba, era Gardel?!

¡Sí! (risas). Y bueno yo tenía unos 12 o 13 años, no sabía quién era. Ahí me conseguí un cassette de tango, y era Troilo con Fiorentino. Me lo pasaba escuchándolo solo en la pieza porque me daba vergüenza porque en esa época todo el mundo escuchaba cumbia. Hasta que un día íbamos en el auto con mi vieja y mi abuela, y suena Troilo en la radio y yo le digo “¡Uy, mirá! Troilo con Fiorentino”. A ellas les llamó la atención y me abuela le dijo a mi vieja que me tenía que anotar en clases de tango. Y mi vieja me anotó, pero yo no quería saber nada. Entonces mi vieja me dijo: “aguántate tres meses, si no te gusta, lo dejás”. Y así empecé a bailar, porque mi vieja me obligó. A los tres meses me gustó, pero porque había un grupo lindo que se había formado para los bonaerenses. Empecé a juntarme con los pibes, al año me puse de novio con ella. Me gustó eso, que estábamos todos juntos.

¿Ya eran pareja de tango en esa época?

V: No, competíamos como ballet. Walter no dejaba bailar como pareja si eran novios, porque temía que si te peleabas luego se desarmara la pareja de baile y te fueras del ballet, como éramos muy chicos.

S: El chavón era de la escuela de antes. Repetir, repetir, repetir, hasta que saliera casi perfecto. No nos ponía nunca juntos, porque tenía miedo que si nos peleábamos le íbamos a arruinar el ballet. Y a mí como era el peor de todos me mandaba siempre para atrás. En cambio, a ella como era la que mejor bailaba la ponía siempre adelante.

¿Cuál es esa escuela de antes?

S.: No te daban tantas explicaciones. Era: “hacé esto y hacé esto”. Al principio como puedas, y después repetir, repetir, hasta que te salga. Ensayar, ensayar y ensayar. Era duro, pero después lo agradecés toda la vida.

V.: Lo que pasa es que Walter nos enseñaba la coreografía y después tenías que meterle pata de lunes a domingo, y si hacía falta desde las 9 de la mañana hasta las 11 de la noche, porque lo que él quería era ganar. Lo que tenía de bueno era que te enseñaba muchísima disciplina. Nos enseñó a ir todos al unísono, a contar la música.

«Para mí es como si no hubiera crecido, para mí todo es una gran continuación, desde los bonaerenses hasta ahora. No me considero bailarín, pero cuando me falta el escenario me vuelvo loco, entro a un teatro y me vuelvo loco, me encanta. Pero no me gusta llamarme bailarín, porque yo no tengo la disciplina que les ves a los bailarines que ensayan, ensayan, ensayan. Yo hago lo que me nace en el momento. Si vos a mí me dejaras improvisar todas las noches sería el hombre más feliz del mundo.»

Sebastián Álvarez

«A mí me atrapó algo del baile de pareja. No sé qué, no sé cómo describirlo. Decirte que era algo mágico suena muy trillado, pero fue algo así. Es un poco inexplicable. Hay, algo de la pasión que uno siente por el otro, pero también hay algo de la danza en sí misma, de las ganas que uno le pone al bailar, el esfuerzo, todo lo que ponés para llegar al público y que responda.»

Victoria Saudelli

¿Es posible que Walter Gómez fuese el director que más torneos bonaerenses ganó?

V: Y sí primero con el ballet de San Fernando y luego cuando vino a Lanús con nosotros. Ganábamos porque nos preparaba él. Las coreografías grupales eran brutales, tremendas. Walter era un gran coreógrafo.

S: Además con él bailaban todos. Había otros ballets que tenían dos parejas buenas y el resto era decorado. Con Walter, no. Si él presentaba ocho parejas, hacía bailar a las ocho parejas.

V: Y esa disciplina de bailar todos exactamente igual. Por eso nos enseñaba a contar la música. Por eso tantas horas de ensayo. Éramos todos como un reloj. Y aparte de todo eso, insisto, el diseño coreográfico que hacía era maravilloso. Yo no sé si hoy por hoy hay algún coreógrafo tan bueno como él.

S: Con el ballet ganamos el ’97, en el ’98 salimos segundos -pero merecíamos ser primeros-, y en el ’99 ya nos presentamos como pareja solista, pero ahí él no nos quiso preparar porque se presentaban otras parejas del mismo ballet y él no quería preparar dos parejas que fueran a competir entre ellas. Entonces fue cuando conocimos a Jesús Velázquez que en esa época bailaba con Silvana Allievi. Nosotros veníamos bailando como pareja desde el ‘97, pero por fuera del ballet. Habíamos armado “Quejas de bandoneón”, porque yo era fanático de Troilo, y nos empezamos a presentar por el barrio. Ellos nos ayudaron para prepararnos en las cuestiones técnicas y nos presentamos a concursar como pareja solista en el ’99, y salimos terceros. Para mí ya estaba perfecto porque yo no tenía tan claro que quería dedicarme a esto. Ella sí.

¿Y cuándo descubriste que te querías dedicar a bailar tango?

S: En el 2000 nos llama Jesús (Velázquez) para hacer un casting para la apertura del Festival internacional de la canción de El Cairo. Una gira de 1 mes. Yo tenía 18 y ella 16. Recién ahí le empecé a agarrar el gustito. Dije: “Hummm… se puede viajar bailando”.

Y también, cuando al poco tiempo nos llamaron para un programa de televisión en el canal “Solo Tango”. “Punta y Taco” se llamaba. Justo en el canal que yo miraba. Hicimos “Quejas de bandoneón” y “La Cumparsita”, todo al piso. Ahí le agarré más el gustito, pero como que me daba cagazo todavía. Hasta que un día escucho en la 2×4 (emisora de radio) que anuncian el casting para la “Esquina Carlos Gardel”.

V: En la 2×4 y en “El Tangauta” (revista). En aquella época no había redes sociales. Primero hubo un casting en el canal. Éramos unas 500 y pico de parejas y preseleccionaban a unas 10 para una segunda prueba en la “Esquina”. Había bailarines con mucha trayectoria en ese casting. Bailamos, Dolores (de Amo – directora de “Esquina Carlos Gardel”) nos dijo “muy bien”, y nos fuimos, porque éramos los primeros de las diez parejas en bailar. Al tiempo nos llama Dolores y nos dice que habíamos quedado preseleccionados, pero para una gira a China de 3 meses, que después no se hizo. Lo que pasa es que para trabajar en “Esquina” ellos buscaban gente con mucha trayectoria, y nosotros éramos muy chicos, yo tenía 18 y él tenía 20, no teníamos experiencia, nos faltaba fogueo. De hecho, Dolores nos preguntó si nos íbamos a aguantar una gira de 3 meses. Y la verdad es que nosotros nunca habíamos viajado más de 15 días a El Cairo, pero las ganas y el hambre de bailar nos podían y dijimos “Sí, sí, sí”. No lo podíamos creer. Eso fue en el 2002.

Pero a los 15 días nos llama Dolores y nos dice que la gira a China se había caído, y en cambio había una gira a Lima, Perú, para promocionar “Esquina Carlos Gardel” con el hotel “Alvear” que presentaba la semana gastronómica.

S: Imaginate que en ese viaje estábamos en la misma habitación que se había hospedado Lady Di. Hasta entonces nosotros no conocíamos esa clase de hoteles.

Me acuerdo que bailando en la cena se me voló el taco y rompí todo el piso de parquet. Yo venía girando con Vicky y por ahí pierdo el eje, me voy para los talones, se me vuela el taco a la mierda, me caigo con Vicky encima, me levanto y sigo bailando. Me quedaron los clavos afuera, le marqué todo el piso (risas).

¿Y el público?

S: Ah, no, el público aplaudía, ni se enteraron. Si lo haces con decisión, nadie se da cuenta. Una vez sola se enteró el público que nos matamos, pero porque nos matamos feo. Fue en las Torres Petrona. A ella le cambian el vestuario a última hora porque tenía que estar toda cubierta. Y le pusieron una calza que resbalaba un montón y ya no teníamos tiempo para ensayar. La lanzo al aire y cuando cae sobre mí se me resbala, y yo antes que se cayera al piso, me tiré. Y después de eso, los dos cerramos los ojos

¡Qué sea lo que Dios quiera!

V: Sí, sí. Yo pensaba “Qué alguien me saque del escenario, por favor”.

Y entonces, Sebas, si lo pudiste hacer con decisión cuando se cayeron en Perú ¿por qué te daba cagazo todavía?

S: Porque me importaba mucho la opinión de los demás.

¿Y cómo siguió la carrera de ustedes después de ese viaje a Perú?

S: Trabajamos durante dos años promocionando “Esquina de Carlos Gardel”. Nos daban un sueldo fijo y trabajábamos tres veces por semana en el “Sheraton Libertador” y tres veces por semana en el “Sheraton Emperador” con un breve show nuestro, y dábamos clases a alguna delegación.

V: Y viajábamos mucho para promocionar. Toda Latinoamérica, España, … Hasta que en un viaje de esos acompañamos a Jorge Pahl y Silvia Céspedes a Sao Paulo. Ellos volvieron antes y Jorge le habló muy bien de nosotros a Dolores, y entonces ella nos llamó para vernos otra vez, a ver si podíamos empezar en la “Esquina”. Era el 2004, Jorge y Silvia nos ayudan con la coreografía de “Libertango”, que ya hacíamos un “Libertango” nuestro, pero ellos nos ayudan hacer una coreografía más linda. Nos vuelve a ver Dolores ¡Y le encantó! A partir de ahí quedamos como parte del elenco.

¿Y desde entonces estuvieron siempre en la “Esquina de Carlos Gardel”?

V: Sí, desde entonces estuvimos fijos.

S: Aunque tuvimos diez mil problemas. Bueno, no ella, sino yo. A mí al principio me faltaba personalidad para el escenario. Dolores siempre estaba por echarnos.

V: En realidad ella buscaba que sacaras como un personaje. A ella le importaba lo que podías ofrecer como artista, no sólo que fueses un bailarín técnicamente perfecto. Porque, como siempre nos decía: “El día de mañana van a venir chicos más jóvenes, con una propuesta más copada, que van a volar diez veces para arriba y hacer cuatro mortales, y ustedes ya no lo van a poder hacer. Entonces, ¿Cómo se sostienen como artistas? ¿Qué es lo que vos en particular le podés brindar al público? Eso es lo que los va a hacer perdurar en el tiempo, no poner el pie perfecto, no la técnica que tengas.”

«Para mí, lo que dejé salir es lo que soy. Yo no me considero un artista, o un bailarín, porque yo soy en el escenario como soy en la vida, no un personaje. Medio calentón, con mucha fuerza, muy apasionado. Yo la única vez que me creí que era “bailarín” fue cuando fuimos al Kremlin con “Esquina”, que llamé a mi vieja llorando desde Moscú y le dije: “Mami, no soy una mentira”. Esa vez me sentí como lleno, 8.000 personas, un escenario enorme, sentir el aplauso de la gente y que no paren de aplaudir, dije: “Mierda, no es mentira”.»

Sebastián Álvarez

En ese punto ustedes tenían que romper con la disciplina que traían de Walter Gómez que perseguía la uniformidad para buscar otra cosa más original dentro de ustedes, algo que los hiciera singular ¿Cómo fue esa transición de una cosa a la otra?

S: A mí se me dio sólo, de la nada. Fue sin darme cuenta.

A ver… ¿cómo?

S: Yo nunca fui muy técnico, pero me preocupaba el tema, intentaba colocar bien el pie y todas esas cosas. Hasta que un día Dolores nos llama para pasar delante de ella la variación de “Mala Junta”. Hasta entonces siempre estábamos en la cuerda floja, siempre estaba enojada con nosotros, sobre todo conmigo. Siempre a punto de echarnos. Ese día me empieza a decir de todo, todo lo que no le gustaba. Menos lindo, me dijo de todo. Sobre todo, que ella (Vicky) me comía en el escenario. ¡Me agarré una bronca! Bailé toda la variación con una bronca (con énfasis). Y cuando terminé de bailar, empieza Dolores a decir: “¡Eso, eso, eso es lo que quiero!» (risas)

V: Claro, lo hacía a propósito para que sacaras todo de dentro tuyo.

S: Y después, otro día, en un grupal, que a Dolores tampoco le gustaba, un compañero me empezó a calentar en el escenario. Era un grupal que teníamos que simular una pelea. “La mafia” se llamaba. Yo dije “¿a este qué le pasa?” y me calenté en serio. Cuando terminó, Dolores también dijo: “Eso quería que saques”.

Entonces “de la nada” no te salió. Te salió de la bronca, de la rabia. La pregunta es ¿Qué te salió?

S: Para mí, lo que dejé salir es lo que soy. Yo no me considero un artista, o un bailarín, porque yo soy en el escenario como soy en la vida, no un personaje. Medio calentón, con mucha fuerza, muy apasionado. Yo la única vez que me creí que era “bailarín” fue cuando fuimos al Kremlin con “Esquina”, que llamé a mi vieja llorando desde Moscú y le dije: “Mami, no soy una mentira”. Esa vez me sentí como lleno, 8.000 personas, un escenario enorme, sentir el aplauso de la gente y que no paren de aplaudir, dije: “Mierda, no es mentira”.

¿Vos que sentís cuando bailás?

S: Para mí es como si no hubiera crecido, para mí todo es una gran continuación, desde los bonaerenses hasta ahora. No me considero bailarín, pero cuando me falta el escenario me vuelvo loco, entro a un teatro y me vuelvo loco, me encanta. Pero no me gusta llamarme bailarín, porque yo no tengo la disciplina que les ves a los bailarines que ensayan, ensayan, ensayan. Yo hago lo que me nace en el momento. Si vos a mí me dejaras improvisar todas las noches sería el hombre más feliz del mundo. Pero “esta” me mata, porque a ella le gustan las cosas más “perfectas”.

La pregunta es ¿por qué antes no salía? ¿por qué tuvieron que hacerte calentar?

S: Porque antes había un prototipo de lo que era ser “un bailarín”. Uno pensaba que ser bailarín era poner bien el pie, hacer el enrosque perfecto. Ahora pasa mucho eso, todo perfecto, pero después con la cara no trasmiten nada, no sabés si están vivos o muertos. Parecen salidos de un laboratorio. No tienen sangre.

Ahora bien, esa actitud emergió espontáneamente en una situación en concreto ¿Cómo hiciste luego para no perderla?

S: Me dejé de controlar, dejaron de importarme ciertas cosas como qué puede decir el resto de bailarines si el paso no sale bien. A partir de ahí ya no bailé más para los bailarines. Antes cuando eras más chico sí, porque todavía buscás su aprobación. Pero después ya no. Salvo algunos pocos amigos o gente que me interesa, el resto dejaron de importarme. Ahí empecé a bailar para mí, lo que yo siento, lo que para mí está bien. Para mí y para el público, obviamente. Entonces cuando dejo de preocuparme por el resto de bailarines, me desestructuro completamente. Por eso yo no puedo bailar mirándome en el espejo, porque me condiciono. Yo lo que siento, hago.

No es fácil salir detrás de ciertas parejas. Salir detrás de una pareja fuerte y mantener el aplauso. Tenés que estar muy seguro de lo que estás haciendo. A veces es un poco más fácil si salís a hacer algo muy distinto. Pero, por ejemplo, en “Tango Fire” nosotros tenemos que salir detrás de Nikito (Nicolás Cornejo) que hace un estilo muy parecido al nuestro, y tenemos no sólo que mantener el aplauso, sino, encima, que nos aplaudan más, porque es el cierre. Nosotros tenemos la mala suerte o la fortuna de siempre tener que cerrar porque hacemos algo moderno. Hay gente que no se banca esa presión. Y si a mí no me hubiera dejado de importar el qué dirán, viviría nervioso, viviría presionado.

O sea, hablando mal y pronto, lograste pasar de que “te diera cagazo” porque te importaba mucho la opinión de los demás, a “me cago en todo” y hago lo que yo siento sin importar la opinión de los demás.

S: ¡Claro! Pero ella siempre aparece diciendo: “Bueno, no te cagues tanto” (risas).

Claro, es en todo lo que digan los demás, pero sí te escuchás a vos, a ella y al público.

V: Igual, yo nerviosa siempre estoy, es una presión. Pero es una presión hermosa, a mí me encanta. Eso te hace vibrar siempre que salís al escenario, esa adrenalina y ese sentimiento que lo tenés que dar todo.

Digamos Sebas que vos fluis como la lava de un volcán, y ella es la que pone los diques para que esa lava tome una forma.

S: Sí, tal cual. Aunque después, en los ensayos, es un poco al revés. Ella vuela y yo soy el que la tiene que bajar a tierra.

V: Sí yo en los ensayos me creo que podemos hacer un montón de cosas y él me ordena diciéndome: “esto sí”, “esto no”.

Para vos, Vicky, el lugar para crear es el ensayo, al escenario se lleva lo que está ya ajustado.

S: Sí claro, ella es más “profesional” en ese sentido. A mí no me vas a ver estirando jamás. En vez, ella llega con tiempo, aunque no estira tanto, pero para revisar antes de la función que esté todo bien.

Por ejemplo, a mí me encanta ir a la milonga porque me encanta bailar tango cantado. Pero, claro cuando estás en una casa de tango, empiezan a mirarte. Entonces ella se empieza a preocupar de cómo nos vemos. Al final me calenté y no fui más. Y nosotros íbamos a bailar a la milonga desde antes de ponernos de novios. Desde el ’96 que íbamos al Club Almagro y después empezamos a ir al Sunderland. Me acuerdo la primera vez que me sacó a bailar la Negra Margarita ¡Casi me muero! Y eso que yo hacía un montón que bailaba.

V: Es que a mí me encanta ir a la milonga, pero donde no vayan bailarines.

«Dolores nos preguntó si nos íbamos a aguantar una gira de 3 meses. Y la verdad es que nosotros nunca habíamos viajado más de 15 días a El Cairo, pero las ganas y el hambre de bailar nos podían y dijimos “Sí, sí, sí”. No lo podíamos creer. Eso fue en el 2002.»

Victoria Saudelli

Y vos Vicky, ¿qué sentís cuando bailas? ¿por qué tango?

V: A mí me atrapó algo del baile de pareja. No sé qué, no sé cómo describirlo. Decirte que era algo mágico suena muy trillado, pero fue algo así. Es un poco inexplicable. Hay, algo de la pasión que uno siente por el otro, pero también hay algo de la danza en sí misma, de las ganas que uno le pone al bailar, el esfuerzo, todo lo que ponés para llegar al público y que responda.

Y respondiendo a esa pregunta de Dolores ¿qué ofrecen ustedes al público que no le ofrecen otros?

V: Ah, bueno, no tengo ni idea. ¡Creo que eso hay que preguntárselo al público (risas)! De nosotros siempre destacan la conexión.

S: Siempre hablaron de eso de nosotros. Lo que pasa que eso de lo que hablamos, de lo que cada pareja puede ofrecer, es algo que se siente y se nota en los primeros diez, quince segundos que ves a una pareja. Ahí ya sabés si te van a gustar o no. No estoy hablando de que sean bueno o malos, es la emoción que te producen. Yo recuerdo a Jorge (Pahl) y Silvia (Céspedes) haciendo “Zum” y era algo electrizante la energía que usaban. O a Jesús (Velázquez) y la Coneja (Silvana Allievi) haciendo “Gallo Ciego” y eran grandísimos, en lo más arriba del escenario.

¿Cuál es la magia del escenario?

V: Creo que todo. Esa adrenalina de ponerte a prueba todo el tiempo, de intentar dar siempre el máximo que uno puede y, obviamente, el reconocimiento del público.

S: Cuando vos tenés que salir cada día al escenario tenés que dejar cada día todo para el público, porque el que viene cada día no te conoce, no sabe lo bien o mal que lo hiciste el día anterior. ¿Ves por qué no te la podés creer? Si un día bailás mal, da igual si el día anterior te ovacionaron, el día que bailás mal no te aplaude nadie. ¡Qué te la vas a creer! Lo que pasa es que ahora vos la pegás en algo, lo subís a YouTube y todos te conocen por lo que subiste a YouTube. Antes no había YouTube

¿Qué cambió en estos 20 años, desde que ustedes empezaron hasta ahora?

S: Antes no copiábamos a nadie. Nadie copiaba a nadie. Cada uno hacía su propia creación.

V: Es verdad. Podés mirar otras cosas y mirar el YouTube, porque a veces te sirve para abrir la cabeza. Pero después tenés que sacar algo tuyo.

S: Claro, el tema de ver es para no copiar.

V: Además antes no se copiaba ni un gancho, ni un final, ni un pasito, nada. Era una cuestión de códigos. Ahora a nadie le importa nada. Es una cuestión de respeto. Si no, todos terminan siendo una copia del otro y además no está bueno si yo te saco algo a vos, que es tuyo.

«Cuando vos tenés que salir cada día al escenario tenés que dejar cada día todo para el público, porque el que viene cada día no te conoce, no sabe lo bien o mal que lo hiciste el día anterior. ¿Ves por qué no te la podés creer? Si un día bailás mal, da igual si el día anterior te ovacionaron, el día que bailás mal no te aplaude nadie. ¡Qué te la vas a creer! Lo que pasa es que ahora vos la pegás en algo, lo subís a YouTube y todos te conocen por lo que subiste a YouTube. Antes no había YouTube»

Sebastián Álvarez

Y de todos los escenarios en los que estuvieron ¿cuál fue el más especial? Ese del que, cuando sean grandes, le van a contar a sus nietos.

V: Todos los escenarios son hermosos, pero para mí, el más especial fue cuando bailamos en el Luna Park, que hicimos “Libertango” arriba del ring cuando la pelea de Narváez, con un público completamente diferente.

S: Eso fue distinto y raro. Bailar en una lona, ella descalza, no teníamos frente.

V: Esa vez y también cuando bailamos en el recital de “Deep Purple” (grupo de heavy metal y hard rock) en Obras Sanitarias. Bailamos “Adiós Nonino” que lo tocó el pianista del grupo. Ahí también con un público de un palo completamente diferente, como el boxeo. Nosotros dijimos, acá nos van a tirar con tomates. Imaginate, era rock pesado. Y no, cuando bailamos se empezó a escuchar “Argentina, Argentina”.

S: Me acuerdo cuando terminamos que pregunté “¿por dónde me voy?” “Y, cruzate el campo”, me dijeron. “¡Uy!”, dije yo. Y no, la gente re copada. Y después el remise que nos trajo a casa no lo podía creer tampoco. “¿Ustedes bailaron con Deep Purple?” (con voz de incredulidad)

Hubo un montón de lugares lindos porque tuvimos la suerte de viajar un montón. Tanto con la Esquina; como con “Tango Fire”, con ellos hacemos temporada desde el 2008; o con “Tango Lovers” con quienes estamos desde el 2017. Te podría nombrar las Torres Petrona, el Teatro de Montecarlo, el Kremlin, …

V: ¡Con Gloria Estefan! Una vez bailamos con Gloria Estefan. La verdad es que yo estoy re agradecida de poder vivir de lo que me gusta, de lo que a mí me da placer.

Flavia Mercier durante la entrevista con Victoria Saudelli y Sebastián Álvarez.

S: Yo siempre lo digo, es muy difícil en lo que nosotros hacemos no haber estado nunca sin trabajar en 23 años que llevamos y que los directores que tuvimos nunca nos pasaron por arriba. Los directores australianos, por ejemplo, tienen claro que con nosotros nunca hay ningún problema. No haber jorobado nunca a ningún compañero. No haberle jorobado el laburo a ningún compañero. De mí pueden decir cualquier cosa, pero nunca jorobamos a nadie. Cuando algo o alguien no nos gustaba, hemos dicho que no, nos bajábamos nosotros, pero sin hablar mal. Si algo no me gusta se lo digo a mi compañero de frente, porque si no sería un “careta” (hipócrita en lunfardo). Pero nunca hablar mal de otros para jorobarles el laburo. Yo no bailo por la plata sino porque me gusta bailar. Es difícil mantenerse así tantos años.

Quizás porque 23 años después todavía se les notan las mismas ganas y hambre de bailar. ¡Ha sido un placer pareja! Gracias a ambos.

¿Quién define lo que es arte? Cuánta tinta ya han gastado grandes filósofos y tantos falsos adalides de la cultura, al respecto. ¿Tenían razón los griegos que adoraban a Apolo, dios de la belleza y de la luz, y que corrían detrás de la perfección de lo ideal, intentando incluso fijar cánones de beldad? ¿O la tenían los adoradores de Dionisio, dios de la fertilidad y del vino, que entendían lo artístico como aquellas creaciones que emergían en un estado similar a la embriaguez cuando el artista perdía la conciencia de sí y se dejaba llevar por sus impulsos? Para Nietzsche lo sublime del arte se encuentra en ese punto en que lo dionisíaco desborda la perfección de las formas apolíneas, en un dejarse fluir que se expresa mediante gestos que, como tales, dicen allí donde el diccionario enmudece. Es ese “qué sé yo” que los artistas que vienen pasando por este Patio coinciden en explicar como “lo que emociona”. Pareciera entonces que en este punto no es la corrección de la forma de poner el pie, sino la energía y la cadencia con la que ese pie se mueve al compás de la música lo que trasmite la intensidad de lo que el artista siente y que conmueve al espectador. El gesto como lo que redondea y engloba una historia.

Entonces cuando Sebastián nos cuenta que él sería feliz improvisando cada día pero que a Vicky le gustan las cosas “más perfectas”; o que por el contrario, que Vicky vuela con su imaginación ideando movimientos y firuletes durante los ensayos y es Sebas quien la tiene que bajar “a la tierra de lo posible”, parecen haber logrado como pareja ese delicado equilibrio siempre en movimiento, nunca fijo, que combina ambas fuerzas artísticas.  Quizás esa es la “conexión” por la que destacan. La conexión entre la potencia de lo desbordante del instante con la potencia de lo “ideable”.

Sebastián dice también que él no se considera un artista porque no es un personaje en el escenario, sino que cree que lo que pone ahí es lo que él es. Algo además a lo que llegó cuando dejó de importarle las posibles críticas de sus pares, “el que dirán”. Por esta misma razón, añade, no puede bailar mirándose en un espejo, porque se condiciona. Cabe entonces preguntarse ¿Qué es lo que uno es? ¿Aquella imagen que vemos en el espejo, ese espejo que conforman los dichos de los otros? ¿O es ese grito enmudecido que emerge de las profundidades del sí mismo, cuando los golpes de la vida producen una rajadura en el espejo?

Quizás el arte “en serio” es aquel que en la serie de las funciones que se repiten cada noche logra realizar algo distinto cada vez. Por eso un día «te ovacionan y otro no», y no vale inmortalizar el instante en YouTube para “creérsela”. ¿A qué se referiría ese “la”, a la imagen del espejo? El bailarín como artista sale entonces cada noche en búsqueda del tango que va a interpretar dejándose guiar por su propia voz interior, esa que transporta los ecos de su gente, de sus historias y de su dolor. Y solo allí el milagro artístico se logra producir. ¿No escuchan acaso ustedes la voz de Fiorentino cantar con Troilo, “… ¿No ven que soy gotán? Me quiebro en mi canción como un puñal de acero pa’ cantar una traición. Me gusta compadrear, soy reo pa’ bailar…”

Flavia Mercier

Norma Moyano: “Yo siempre tuve que elegir. Y entre un zapato de baile o uno para salir, siempre elegí el zapato de baile.”

Destacada bailarina, maestra y coreógrafa de folklore, es también maestra de danzas clásicas y de danzas españolas, ha bailado flamenco y tango, y ha sido maestra de música. Una vida dedicada a la danza y la música, y especialmente a la enseñanza, en la que ha sabido disfrutar con la misma intensidad, tanto de sus propios logros como los de cada uno de sus alumnos y discípulos. Infinitamente generosa como apasionada, siempre ha buscado incansablemente la manera más apropiada para que cada uno de ellos pudiera desplegar lo mejor de lo que los hacía singular. En este sentido, esta entrevista debería ser leída por todo aquel que pretenda ocupar una función de enseñante.

Norma Moyano.

¿Cómo llegaste al folklore?

Mi mamá bailaba folklore, y cuando yo tenía 5 años, como era muy inquieta, pensó: “a esta chica hay que hacerla estudiar algo.” ¡No me aguantaba! (risas), tenía demasiada energía. Así que me llevaron a una sociedad de fomento a hacer clases de folklore. Pero a mí no me alcanzaba con las clases, así que mi mamá me enseñaba más, me pulía. Después, claro, yo iba como un avión. Mi profesora empezó a llevarnos a mi compañero y a mí a los shows que hacía con los alumnos de su conservatorio. ¡Se armaba cada lío! Los padres de los otros chicos de la sociedad de fomento empezaron a quejarse, que ¿por qué siempre a nosotros? Con lo cual la profesora, Teresita Filsinger, le pidió a mi mamá que me llevara al conservatorio. Me llevó y empecé con folklore y guitarra.

Ahí descubrí las clases de “español” (danzas españolas), y le pedí a mi papá que quería hacerlas. “No podemos”, me dijo porque estaban construyendo la casa. “No me festejes más los cumpleaños”, le dije. Y al final lo convencí. Después vi las clases de clásico, pero ya no tenía cara para pedirles más clases. Entonces para el día del niño les pedí unas zapatillas de punta y que me pusieran un caño en el comedor, como si fuera una barra. Con eso empecé a practicar por mi cuenta, lo que veía que hacían en las clases, mientras esperaba que mi mamá me viniera a buscar. Hasta que un día, fui a la clase de español caminando con los talones. “Norma, ¿qué te pasa?”, me pregunta la profesora. Y le mostré. Tenía todos los dedos con ampollas explotadas, en carne viva. “¿Cómo te lo hiciste?” “Me regalaron las zapatillas de punta y practiqué lo que vi que hacían en la clase.” Ahí la llamó a mi mamá para que me dejara ir a las clases de clásico. Y cuando mi mamá le explicó que no podía, mi profesora le contestó que me becaba porque “ella tiene condiciones y tiene muchas ganas, no falta, y trabaja”, le dijo. Y me becó por un tiempo. Siempre le estaré agradecida a Teresita por esa actitud.

«Ahí descubrí las clases de “español” y le pedí a mi papá que quería hacerlas. “No podemos”, me dijo porque estaban construyendo la casa. “No me festejes más los cumpleaños”, le dije. Y al final lo convencí.»

Un deseo muy decidido Norma. Sacrificabas tus cumpleaños para lograrlo. Es todo un tema para un nene, o nena, hacer eso.

Sí, mis padres no entendían cómo yo podía hacer tantas cosas. Me la pasaba estudiando porque iba a la escuela también y terminaba tarde por las clases de danza, fundida. A veces pienso las horas de juego que perdí, salidas en la adolescencia, pero yo no encontraba otra cosa que me hiciera sentir así.

¿Te referís a la danza, o también al escenario?

Yo disfrutaba mucho, aunque no tuviera escenario, el sólo hecho de ponerme la ropa de baile. En ese momento, era yo, no me importaba nada. Ni competía con mis compañeras, ni nada. Creo que bailar me ayudó en la adolescencia. ¿Viste que uno en la adolescencia a veces puede sentirse que no es lo querría ser, o se siente feo, o inseguro? A mí el baile me hizo sentir segura de mí misma. Cuando uno sabe manejar su cuerpo uno se siente segura.

¿Y qué inclinó la balanza para el folklore?

Porque me llamaron unas chicas para hacer zapateo. Y a mí, curiosa como los gatos, todo lo que fuera nuevo me podía. Ahí lo conocí a Tony Martínez. Ellos eran “Malambo 5”, y conmigo éramos tres parejas. Tony, Fernando Correa, Martín González, Marisa Coslovich, Adriana Calcagno y yo. Empezamos a armar coreografías y así nació el ballet folklórico “El Ceibal”. A mí me encantaba lo que Tony proponía, porque eran cosas nuevas. Él venía de la Escuela de Danzas Tardío.

Se juntaron dos personas muy creativas, Tony Martínez y vos.

El creativo era Tony. Lo que pasaba es que yo lo podía seguir en todo, porque había hecho otras danzas, mientras que mis compañeros sólo bailaban folklore. Tony tenía clásico como yo, y también jazz. En aquel entonces yo ya era profesora de folklore, español y clásico. Y como siempre fui muy insistente, yo trabajaba con mis compañeras los movimientos que a ellas no les salían.  Yo les decía “si yo lo puedo hacer, vos lo podés hacer. Hay que ponerle voluntad y se puede”.

Ballet folklórico «El Ceibal» . De izq. a der., Marisa Coslovich y Martín González, Norma Moyano y Fernando Correa, Adriana Calcagno y Tony Martínez.

¿Ahí descubriste tu vocación para la enseñanza?

¡No! Yo no pensaba en eso en aquel momento. Era la pasión que me salía y un deseo de que todo saliera perfecto. Es más, yo nunca pensé que iba a terminar siendo docente de música para jardín de infantes.

Pero yo hice muchas cosas que no me había imaginado. Con “El Ceibal” viajamos mucho, e hicimos varias presentaciones de televisión. Por ejemplo, participamos de “El show de la vida”, de Canal 13. Me acuerdo una vez que hicimos “La pasión de Cristo”, en Parque Lezama con todo vestuario de Canal 13. Después, cuando ya dirigía el “Miguel de Güemes”, tuve un programa de televisión en un canal local de General Pacheco. Llevábamos músicos y, a veces, abría o cerraba el programa parte del ballet.

¿Y qué te llevó a irte de “El Ceibal” para armar el ballet “Miguel de Güemes”?

Me fui porque tenía internamente otras cosas para hacer, cosas que quería cambiar. Para mí lo que estábamos bailando era muy estilizado y yo quería ir un poco más a las raíces. Y busqué a los más chicos de “El Ceibal” porque se les veían las ganas de aprender. Estaban ávidos de saber. Veía en ellos las mismas ganas que tenía yo. Y tampoco les iba a decir a mis compañeros qué hacer. Yo recién empezaba.

«Yo siempre les decía: ‘Si ustedes se equivocan, ¡no importa! Mientras están en el escenario ustedes son los mejores’. Así se sale. Y se ve ya cómo te parás, ni bien empieza la música. Después cuando bajás podés volver a ser humilde. No podés estar todo el tiempo dentro de ese personaje.»

¿Y por qué la gente quería ser parte del ballet “Miguel de Güemes”?

No lo sé. Creo que porque pisaba fuerte el ballet. Para mí era porque hacíamos una estilización sin perder las raíces. Hubo un momento que en la zona éramos muy conocidos. Al principio éramos cuatro parejas: Brenda Ifram, Estela Ávalos, Claudia Cabrera y yo, Diego Villanueva, Jorge Pahl, Sergio Pacheco y Fernando Deglise, con quien dirigíamos juntos el ballet. Y después se fue sumando más gente, fue un poco un boom. Recuerdo que fueron 70 bailarines que pasaron por el ballet. Fernanda Pelleacani, Verónica Rodríguez, Analía Molina, Verónica Gaeto, Lucía Picart, Andrea Bean, Carlos Villalba, Andrés y Mario Petróngolo, Marcelo Grassi, Héctor Brandan, Silvia Gómez, Omar Moyano -mi hermano-, Julio Vallejos, Maximiliano Deguise, y tantos más. Obviamente no los recuerdo a todos ahora.

Ballet folklórico «Miguel de Güemes».

¿A qué te referís exactamente con “una estilización sin perder las raíces”?

Por ejemplo: que en un arresto se miren entre ellos, la pareja, que expresen amor. No todo técnica y golpe de cabeza. Para mí en un arresto hay que expresar amor.

No olvidar que esos movimientos en su origen son la representación de un cortejo.

Claro. Depende también de lo que trasmite la música, la letra. ¡Sentí! Creo que la gente veía que aprendían mucho y, sobre todo, que eran libres. Trabajábamos un estilo, pero sin dejar de ser libres bailando. Y cuando se bajaban del escenario se los veía felices, que se la pasaban bien.

«…yo nunca tuve delante el signo pesos, a mí me podía la pasión. Lo único que me movió a mí siempre y me hizo hacer tantas cosas fue la pasión.»

Pero, ¿por qué la gente quería bailar con Norma Moyano?

Si me diferencié en algo creo que fue en que nunca tuve egoísmo. Para mí estaba bien que hoy estuvieran conmigo y mañana con otro. Lo entendí como parte de esto. Y entendía el esfuerzo que hacían los bailarines porque yo misma ponía todo en el ballet. El día que dejé el “Miguel de Güemes”, con mi sueldo me compré una moto. Antes no podía, porque todo lo invertía en el ballet. Yo siempre tuve que elegir, incluso de chica. O un zapato de baile o uno para salir. Y siempre elegí el zapato de baile.

Así como mis padres me apoyaron en todo para que bailara, yo estaba mucho “ahí” (con énfasis), al lado de los bailarines. Había chicos que quizás no tenían tantas condiciones, pero le ponían muchas ganas (énfasis). Así que yo laburaba mucho con ellos, los alentaba. Les decía: “dale que podemos”. Sostener ¿me entendés? Si a un bailarín le costaba algo, yo lo hacía venir un par de horas antes del ensayo y por supuesto que no le cobraba. Y yo sabía que en otros ballets esas clases sí se cobraban. Pero yo nunca tuve delante el signo pesos, a mí me podía la pasión. Lo único que me movió a mí siempre y me hizo hacer tantas cosas fue la pasión. Había chicos que venían de lejos, era un sacrificio para sus padres. Por ejemplo, me acuerdo de Javier Gardella, que actualmente es el director y coreógrafo del ballet “Los Potros – Malambo”. Lo traían de lejos, y era muy chiquito, pero tenía muchas condiciones.

¿En qué sentido jugaba la pasión en esa enseñanza?

Para poder sacar del bailarín todo lo que podía dar. Buscar sacar lo mejor de él. Que se le fuera la angustia. Yo siempre les decía:” Si ustedes se equivocan, ¡no importa! Mientras están en el escenario ustedes son los mejores”. Así se sale. Y se ve ya cómo te parás, ni bien empieza la música. Después cuando bajás podés volver a ser humilde. No podés estar todo el tiempo dentro de ese personaje.

Ballet folklórico «Miguel de Güemes». En el centro, de celeste y blanco, Norma Moyano.

¿Y por qué cuando te fuiste del Miguel de Güemes no volviste a montar un ballet?

Porque fue un corte, yo me sentía mal, necesitaba alejarme, así que me alejé. Dejé de ir a las peñas, dejé de dar clases. Hasta que un día en una peña me encontré con el Chuly (Raúl) García -el que fue guitarrista de Horacio Guaraní-, y me dice: “¿Vos sabés que sos una gran egoísta, no?” “¿Por qué me decís esto Chuly?”, le dije.  “Porque vos sabés tanto y te lo guardás.” Me hizo pensar y a los meses decidí volver a dar clases en mi estudio. Hicimos una gran fiesta de reinauguración, vinieron muchísimos bailarines, músicos, mucha gente que me conocía como bailarina.

A veces me dicen, cuando voy a las peñas: “Norma tendrías que armar un ballet”, no sé, a veces lo pienso. Me acuerdo hace unos años atrás, volví un tiempo a “El Ceibal” a tomar clases, y me propusieron volver a formar un ballet para concursar y que yo bailara con Tony Martínez, pero yo no quise. En aquel momento sentí que yo ya había hecho eso, que no podía volver a hacer lo mismo. Es cierto que también yo estaba trabajando doble turno, tenía muchas obligaciones. Quizás hoy me lo pensaría. No sé.

¿Y por qué desmontaste el estudio? ¿Por qué ya no diste más clases?

Para poder montar ahí un estudio de música, para Gustavo (Díaz, su esposo, percusionista), y para mí. Y porque me di cuenta de que venía gente que no era perseverante, que tampoco lo iban a aprovechar. Pensé que era un momento de mi vida para ser más egoísta, para pensar en mí, y volví a tomar clases.

En esa época empecé a tomar clases de tango con Roberto Canelo, particulares. Hasta que empecé a preguntarle que más podía hacer, qué otras clases tenía. Y él me decía: “Vos tenés mucho potencial. Tenés que ir a la Universidad del Tango”. Fui e hice la carrera de 4 años. Fue duro, iba todos los días y trabajaba doble turno, llegaba a mi casa a la madrugada y me levantaba a las 7 cada día para ir a la escuela. ¡Pero lo terminé! Tuve los mejores maestros. Lo tuve a Rodolfo Dinzel, Gabriel Soria, Cristian Batista, Daniel López, Nancy y Osmar Odone como profesores; y también iban milongueros muy mayores que tenían el tango en la piel, historiadores, autores de libros, Héctor Negro. Hermosa experiencia. Me acuerdo que Rodolfo Dinzel me insistía siempre para que hiciera más clases en su escuela.

¿Cómo encarabas la enseñanza de la música con niños de jardín de infantes?

Y… ¡tenés que tener “power”! Porque, aunque era maestra de música, trabajaba con el cuerpo. Siempre estaba buscando con qué estimularlos. Llevaba música de mi casa, Jaime Torres, por ejemplo, y muchos instrumentos. Después los jardines, como veían los logros, compraban; así que los chicos tocaban instrumentos de verdad. Llevaba música de Enya para hacerlos relajar. Tenía nenes que se dormían. Las maestras me decían: “¡Ay, Norma! ¿No querés ir a la sala a ver si duermen un poquito más?” (risas). Otras veces me preguntaban “¿puedo ir con la otra clase también?”, “¡Sí, claro, no tengo ningún problema!”. Me sentía bien, los podía manejar.

“¡Qué capacidad que tenés para manejarlos!”, me decían. Pero, yo estudié mucho. Tomé clases hasta con escritoras de cuento, hice el Conservatorio Superior de Música y me recibí de Maestra de música con especialización en jardín de infantes. Y siempre estaba investigando. Me acuerdo cuando escuché esa canción en lengua qom, “Cacique Catán” que pensé “¡Ay, cómo me rompió la cabeza! ¡Qué buen tema! ¿Será difícil para los chicos? Si no lo intento, no lo voy a saber.” Y me propuse intentarlo para el día de los pueblos originarios. Tres meses antes empecé a entusiasmarlos llevando los instrumentos. Les enseñé los colores de la bandera Whipala. Ahí tuve que investigar, buscar, necesitaba aprender. Y resultó ser una cosa hermosa (con énfasis) ¡Qué placer! Los padres lloraban. Hicimos una clase abierta para que vean la capacidad de los chicos y que los que los limitan son los adultos.

«Con pasión, sí o sí vas a encontrar la herramienta para llegar. Si no sale, buscá la forma. Cuando doy clases puedo ser obsesiva para que al otro le salga. (…) Yo quería que les saliera y buscaba todas las formas y todas las metodologías para que lo logren. Y siempre, con todos mis alumnos, yo intentaba encontrarla de acuerdo a las necesidades de cada uno, porque la meta no era la misma para todos.»

Si tuvieras que enseñar a alguien a enseñar ¿Cuáles son las claves?

Primero que te guste lo que querés enseñar. Después que lo hagas con el corazón, con pasión, eso fue lo único que me movió siempre a mí. Con pasión, sí o sí vas a encontrar la herramienta para llegar. Si no sale, buscá la forma. Cuando doy clases puedo ser obsesiva para que al otro le salga. Hasta cuando enseñaba a adultos. Yo quería que les saliera y buscaba todas las formas y todas las metodologías para que lo logren. Y siempre, con todos mis alumnos, yo intentaba encontrarla de acuerdo a las necesidades de cada uno, porque la meta no era la misma para todos.

¿Cuál fue el momento más significativo que te acordás de toda tu carrera?

Cosquín (con énfasis). A los pocos meses que formamos el “Miguel de Güemes”, nos fuimos a concursar a Tandil. Y la verdad es que éramos unos bebés de pecho. Pero yo no me sentí muy apabullada. Al contrario, sólo sentí que tenía mucho por hacer y apoyar a los bailarines. Y al año nos presentamos al pre-Cosquín en la sub-sede de provincia de Buenos Aires y ganamos y fuimos a Cosquín. Eso fue un momento muy importante para mí porque dije: “entonces, tan errada no estoy”. Fuimos varias veces a Cosquín y llegamos a la final.

Otro momento lindo fue cuando, unos años después de que me fui del “Miguel de Güemes”, me surgió la posibilidad de participar de Cosquín, como asistente de Pintos, el organizador. Ahí coincidí con Jorge Pahl (discípulo y ex integrante del ballet “Miguel de Güemes”) que en esa época bailaba tango escenario con Analía Morales. Ellos ya se estaban por volver y yo les dije: esperen. Fui a recorrer todas las peñas hasta que les conseguí una exhibición. Y fue un boom, querían que siguieran, pero querían pagarles muy poco. Y dije, no, no, no. Fui otra vez a recorrer todas las peñas, hasta que llegué a la peña oficial de “Los Nocheros”, que recién habían salido revelación. Y les conseguí un contrato, y Jorge me pidió que me quedara con ellos. Yo me encargaba que tuvieran todo organizado para hacer bien el show, y después que terminaban de bailar, yo salía a las peñas. Ahí conocí a “Los Tekis”, Sergio Galleguillo, a “Los Amigos”, compartía cena a las 5 de la mañana con “Los Nocheros”, ¡Impagable fue esa gira!

¿Crees que la nena que le decía a su papá que no le festejara sus cumpleaños para poder hacer clases de danza, estaría contenta hoy si te viera?

¡Sï! Si volviera a empezar haría lo mismo. Lo único que no haría, es rechazar algunas cosas que rechacé por ser “tan” responsable. Sería un poco menos responsable, porque en el fondo las quería hacer.

«Yo siempre tuve que elegir, incluso de chica. O un zapato de baile o uno para salir. Y siempre elegí el zapato de baile.»

¿Y por qué no las hiciste?

Porque me las ofrecían cuando yo estaba comprometida con el ballet Miguel de Güemes. Por ejemplo: el Ballet de Salta. Marina Gímenez (directora) me dijo “este lugar es tuyo, Norma”. “No, no puedo. Soy la directora de un ballet, tengo que ir a Bahía Blanca. Yo no les puedo hacer eso a mis bailarines”. Con el Ballet de Brandsen pasó algo parecido. Cuando murió mi mamá yo tomaba clases con ellos -a escondidas de mi compañero, porque me mataba si se enteraba-; porque yo lo necesitaba para recomponerme, nutrirme, porque estaba muy triste, me sentía vacía. Lo único que me estimulaba era crecer, y para eso necesitaba que alguien me mirara a mí, porque yo me la pasaba mirando a los demás. Yo iba como si no supiera nada, me ponía atrás de todo, y la profesora me pasaba adelante y me decía: ¡Ay que capacidad! ¡Qué bueno! Y eso me estimulaba. Necesitaba ese estímulo, ese mimo.

Pero Norma, tus bailarines, esos a los que no podías fallar, ¡sí, te miraban! ¿Por qué si no, cuando vos dejaste el Miguel de Güemes, se fueron la mitad de ellos?

Bueno, de eso yo no me di cuenta. Yo vivía muy pendiente de ellos. Por ejemplo, cuando estábamos en Cosquín, yo cuidaba que duerman, que si iban a nadar no fuera mucho tiempo, porque era importante que descansaran para que rindan cien por cien. Pero, por otro lado, los domingos les hacía traer algo para compartir después del ensayo, para que se divirtieran, se rieran y así perdían la vergüenza entre ellos. O sea, dejarles que crearan una cosa muy unida, pero marcando. Había que marcar porque si no era un descontrol. Y yo tenía miedo también que se hicieran mal. Y también porque había que cuidar la imagen del ballet. ¡Éramos el Miguel de Güemes! (con énfasis).

Era necesario poner un borde que evitara el desborde, que estuvieran contenidos para que el desborde fuera sólo en el escenario.

Volviendo a la pregunta ¿Valió la pena tanto sacrificio? ¿Qué obtuviste a cambio?

Ser feliz. Con sacrificios, pero feliz. Satisfacción. Saber que dejé algo, algo por lo que en algún momento se van a acordar de mí. Sí, sí, valió la pena. No me veo de otra forma. Eso era lo que tenía hacer. Y es cómo yo lo sentía.

Lo mío es la pasión. Sin pasión, no soy yo. He hecho muchas cosas, pero nada fue fácil. Hay gente que tiene facilidad. Mi marido, por ejemplo, tiene facilidad para todo. En cambio, yo todo lo logré con trabajo. Tanto si una profesora me marcaba algo para corregir o porque yo me miraba en el espejo. Y como soy perseverante, lo logro.

Además, si estoy enojada o tengo problemas, lo único que a mí me desconecta de esa realidad que me pone mal, es conectarme con mi cuerpo. No solamente a través de la danza. Hace 1 año y medio estoy haciendo CPC (Conocimiento Corporal Consciente). Siempre estoy en búsqueda de algo. No sé qué es, sigo buscando. Conocer más mi cuerpo, qué cosas pueden pasarle, qué movimientos puede hacer o qué movimientos me pueden hacer mal. Yo creo que al que le gusta bailar, siempre está en búsqueda de algo. Por eso sigo trabajando, tomando clases. Por ejemplo, hace 1 año más a o menos, también fui a hacer danza mecanizada (contemporáneo) con Silvina Pereyra -bailarina del Colón-, porque yo quería saber qué era, porque a mí me mata la curiosidad, aunque no me daban los tiempos porque estaba todavía trabajando doble turno y estaba ya haciendo flamenco con Juan Ayala.

¿Qué te quedó por hacer?

Bailar tango con mi marido. En su momento Gustavo me lo había planteado. Pero él estaba en su mejor momento con la música. Y yo sentía que no podía hacer que deje ese momento de él porque yo quería tal cosa. Y él tiene una carrera importante, toca con Diego Arolfo, fue percusionista de Toño Rearte, Coqui Sosa y Shalo Leguizamón, estuvo también con Peteco.

Pero eso lo hiciste con todos. Me parece que vos obtenés una gran satisfacción en hacer que el otro sea. Es lo más cercano a la maternidad. Es una forma simbólica de “dar a luz”. Diste a luz a artistas. La pregunta es si eso sólo lo hiciste con los demás o, de alguna manera, a través de otros te fuiste “dando a luz” a vos misma, cada vez.

Visto de esa forma, parece que lo he hecho por los demás. Pero yo creo que soy una persona muy egoísta. Yo decidí no tener hijos para no postergarme como artista. Y porque cuando me metí en la docencia, a los 21 años, vi el mal que le hacían los padres a sus hijos por exceso de amor o por falta de amor.

O sea, que tu decisión de no tener hijos fue también una muestra de responsabilidad y generosidad como todas las decisiones de tu carrera.

A mí la danza me lo dio todo, incluso a mi marido. Con Gustavo nos conocimos en una peña porque Toño nos hizo bailar una zamba. Así comenzó todo. Y cinco años después estaba esperando ese 25 de mayo para bailar con él, mirándonos y cortejándonos con el movimiento del pañuelo. Hacen ya 17 años que nos casamos y es el día de hoy que todavía cuando bailo una zamba con él, el corazón se me acelera y nos emocionamos.

Norma Moyano y Flavia Mercier durante la entrevista online.

Muchas gracias Norma, ha sido un placer y un gran aprendizaje de vida esta entrevista.

Norma Moyano pasa de bailarina a maestra como una consecuencia natural de su deseo de pasarle a otro su saber, consciente del esfuerzo que conlleva ganarlo, cuando ve brillar en esos ojos las ganas de bailar. Como si en un espejo se mirase, parece reconocer a la niña que una vez fue y que en su afán por bailar no dudó nunca sobre sus prioridades. Frente a ese reflejo de las propias ganas, se volvía solidaria del deseo del otro, al punto de donarle, sin titubear y sin nadar en la abundancia, clases gratuitas. De esas clases cobró importancia la figura de la maestra. Hasta entonces sólo contaba con la intuición que nacía de su pasión, pero su orientación era todavía una apuesta a verificar. En cierto modo, de esa entrega sin precio, supo obtener como ganancia para sí el autorizarse como enseñante. Un plus que luego aprovechó para ejercer como maestra de música, una actividad que no había imaginado que haría.

Al escuchar su relato, uno se pregunta si esta mujer que no tuvo hijos no dio a luz a tantos artistas a los que les alumbró una carrera, a la vez que se iba “ganando la vida” resurgiendo por nacimientos sucesivos. Dar a luz implica más que un parto, requiere también rescatar de las sombras aquello que pudo haber quedado invisibilizado o silenciado, y hacerle lugar en la donación de un “presente”. Norma alentaba a sus alumnos a sacar fuera, a poner en el escenario, ese deseo que ella nombra como pasión o “ganas”. Y a la vez cuenta cómo ella inventaba recursos para hacer posible su sueño.

Advirtió muy tempranamente lo fundamental de mantener vivo el fuego de esa pasión para poder atravesar los momentos difíciles o aquellos en que los aplausos no resuenan. Al calor de esa lumbre, emprendía el trabajo de extraer del bailarín “todo” lo que podía dar, despejando el horizonte de nubes de angustia con los destellos de la fe en sí mismos, tan necesaria para afirmarse en el escenario.

Las funciones de maternazgo y paternazgo son funciones de acompañamiento y tutela. Incluyen albergar y abrir la puerta para salir a jugársela. Generar las condiciones para que el deseo de vida, de tener una vida, se manifieste, facilitando que el campo de la existencia pueda alcanzar fronteras distantes de lo doméstico. Dar herramientas con las que enfrentarse a los límites y acompañar para hacer de ese obstáculo una señal que discierna un camino posible. La crianza adquiere la dimensión de un proceso por el que se “habilita el crecimiento”, cuando sostener no es retener y acompañar la emancipación no es empujar ni expulsar, ya que siempre se podrá volver a casa cuando sea necesario. De similar manera, Norma nos cuenta que entendía que sus alumnos o bailarines pudieran marcharse y luego volver, cómo les acompañaba para que se expresaran con la singularidad de cada uno, y cómo les contenía cuando bajaban del escenario, armando un borde que habilitara el desborde artístico.

Norma nos enseña cómo se construye una ética basada en la responsabilidad subjetiva, aquella por la cual el sujeto se hace responsable de su deseo y es consecuente con este en sus actos, siendo así la ética lo que permite elegir lo que hace bien ante los avatares del azar. Ella que, como bien dice, siempre tuvo que elegir. Y puesta a elegir entre un zapato de salir o uno de baile, siempre eligió el de baile. En el mismo camino fue cediendo las celebraciones de sus cumpleaños, las horas de juego en la infancia o las salidas de la adolescencia. Y ante la disyuntiva de brillar como bailarina o que brillara su ballet, supo calzarse bien los zapatos de directora, con la misma generosa responsabilidad que pueden asumir una madre o un padre. A cambio concluye que todo sacrificio está pago con haber sido feliz.

Flavia Mercier

Claudio Gonzalez: “Si no lo sentís, por más que lo estudies, no es creíble.”

Literalmente criado en la milonga, desde los tres años, hijo de milongueros, al crecer fusionó su tango con la danza clásica y contemporánea sin perder nunca el más auténtico sabor del estilo Todaro, que le legó primero su padre y luego el propio maestro. Fue parte y figura destacada de grandes producciones como “Forever Tango”, cuando todavía estaba en Broadway, o “Tangokinesis” bajo la dirección de Ana María Stekelman, o “Milonga” bajo la dirección del reconocido coreógrafo belga-marroquí Sidi Larbi Cherkaoui. Son memorables sus interpretaciones de “Tanguera” con Valentina Villarroel, o “Pata Ancha” con Melina Brufman, o “Tiempos” con Julia Urruty. Trasgresor en todos los aspectos de su vida, Claudio Gonzalez nos cuenta cómo hace para encontrarse consigo mismo a través de su arte.

Claudio González con Julia Urruty.

¿Cómo pasó la pandemia un “animal” de escenario como vos? ¿Como una fiera enjaulada?

Empecé estando muy conectado con el reciclado de muebles. Había estudiado en un tiempo algo de eso, y aproveché el momento. Era el tiempo “para”. Arreglé el hostel que tenemos con mi socia, y la casa. Después les reciclé unos muebles a unos amigos. Y aprovechamos con Gastón (Bruffau, su pareja) a lanzar la línea de zapatos.

Contame un poco de ese proyecto.

Lo pensaba hace unos cinco años porque la gente me miraba mis zapatos y me preguntaba dónde los podían conseguir. No tenían nada especial, sólo que yo buscaba zapatos blandos y que me dejaran la punta bien. Y bueno, la pandemia me dio la posibilidad de hacerlos. Un poco inconsciente, no sabía nada, sólo lo que quería: un zapato blando sin que se abolle. A mí me gustan las líneas y me gusta que el pie se vea bien estirado. Aproveché que Julia (Urruty, su pareja de baile) tiene su línea de zapatos y me puso en contacto con su zapatero. Tardamos un tiempo -fui hasta la curtiembre con él-, pero lo logramos. Además, es un zapato lindo. O, al menos, eso creo yo. También diseñamos unas botitas cortas que te dejen mover el tobillo.

¿Y nada de tango o baile?

Al principio no, pero después empezaron a salir algunas clases online y fui haciendo. A principios del 2021 aprovechamos también a montar una página de tango escenario on demand, TANGOPWR (Tango Power), con Alejandra Gutty. Eran clases que dimos en 2019. Son entrenamientos para la escena.

Claudio González y Alejandra Gutty.

Además, como Julita (Julia Urruty) vive cerca de casa, venía a veces a ensayar. Pero, claro, “¿Para qué ensayamos?”. No había incentivo. Digamos que no me alcanzaba con esa poca actividad para conectarme con el baile. Entonces, apareció la posibilidad de preparar a unos “chicos” de Santiago del Estero. Bueno, ya no son “tan” chicos. De hecho, son muy profesionales. Daniela Bravo y Lucas Guevara.

¿Los que ganaron el “Pelando Variación” que organiza Oliver Kolker?

Claro. La ganaron dos veces. La segunda fue una edición especial que se hizo en Canal 7 con todos los campeones de años anteriores. Ellos querían concursar con la misma variación que había ganado un año antes. Para mí tenían que ofrecer algo más. Es decir, si eso funcionó una vez, va a volver a funcionar, pero la gente está esperando ver un escalón más arriba. Entonces les dije: “Hagamos una cosa ¿Cuándo vienen a Buenos Aires para concursar?” Ellos estaban en Santiago del Estero. “Dos semanas antes”, me dijeron. “Bueno, vengan a mí estudio y lo trabajamos”. Ellos no querían. “No, no tenemos plata”. Me dijeron. Y yo les dije: “Vengan igual”. Y así pasó, y ganaron.

«Para mí lo mejor que puedo hacer como maestro es que la gente se conecte con el interior de cada uno y con su deseo …se trata de que ellos se encuentren consigo mismo… Y yo apoyar ese deseo.»

O sea, ¿vos los preparaste gratis? ¡Eso es amor al arte y lo demás es tontería!

Lo hice también por mí, no sólo por ellos. No me la voy a dar de buen samaritano. Yo también estaba parado, yo también necesitaba trabajar. ¡Qué mejor manera de volverme a activar que ayudar a mis alumnos, a estos pibes que se c… de hambre todo el año pasado! Además, son buenísimos, yo creo que serán campeones en el futuro .

Si lo decís vos que ya tenés varios campeones en tu “haber” … ¿Juan Malizia y Manuela Rossi… quién más?

Juan y Manuela ganaron justo el año que no los ayudé. Sí los había ayudado el anterior y Juan había sido mi alumno de siempre. Ese año me dijo: “No te pedí ayuda porque ya sé todo lo que quiero hacer. Voy a bailar Pata Ancha y va a ser en honor a lo que vos hacías con Melina (Brufman)”.

Se inspiraron en tu baile, pero encontrando el propio, no siendo copias tuyas.

Claramente fue así y es genial para mí.

Para mí lo mejor que puedo hacer como maestro es que la gente se conecte con el interior de cada uno y con su deseo. Para mí se trata de que ellos se encuentren consigo mismo. Desde el baile hasta cómo se visten, o qué peinado se hacen. Y yo apoyar ese deseo.

¿Cómo hacés que alguien se encuentre con su deseo? Esperá, esperá, que apunto, porque ese es mi trabajo como psicoanalista (risas).

Para mí tiene que ver con la palabra. Cómo vos le decís las cosas y cómo vos apoyás a esa persona. “Quiero que esa pierna esté arriba. Vos podés. Yo sé que vos podés más.”

Entonces es la palabra y tu apuesta por ese artista. Vos “lo” afirmás… que puede.

Sí, yo afirmo. Es algo que aprendí con los alumnos, no lo hice toda mi vida. Un día me empecé a dar cuenta que cuando usaba determinadas palabras, o las decía de determinada manera, los alumnos volvían distintos al siguiente ensayo.

«Cómo te ves en un escenario tiene que ver con el tiempo que llevás en esto y, también, con la insistencia y las ganas. Las ganas son fundamentales, hacen la diferencia, más que si nacés con un don… hay gente que nace con el don y lo desaprovecha, o que a pesar de que estudia, practica, y hace de todo, llega “hasta ahí”, lo justo. Me parece que para lograrlo lo tenés que desear profundamente y tenés que soñarlo.»

En este punto me acuerdo que te vi en un video dando clases a una chica ciega ¿Cómo se le muestra a una persona ciega los movimientos del cuerpo?

Eso fue maravilloso. Ella me llamó al empezar la pandemia. Me explica que es actriz, que hizo una obra de tango y que le gustaría saber bailar más. “Creo que me gusta el tango escenario”, me dice. Y me cuenta que había sido gimnasta de alta competición hasta los 12, por lo que tendría condiciones. “Bueno, Eli (Eliana Manzo) cuando termine la pandemia te llamo y venís”. Y me dice: “Bueno, pero tengo que contarte algo. Yo no veo, soy ciega”. “Ah, … Y, bueno, vení igual. Yo no tengo experiencia enseñando a una persona que no ve, pero me parece un buen momento para probar.”

Le trasmití todo desde el abrazo, cómo lo que se siente en el abrazo pasa a la cadera, a la pierna, y produce un boleo, por ejemplo. Y en qué tiempo. Ella tocaba mi pierna para “verlo”. Fue un aprendizaje para los dos. Fue maravilloso. No faltaba nunca, vino hasta con fiebre. Una vez que el novio no la podía traer, se vino sola tomando dos colectivos (autobuses) desde Vicente López, yo vivo en Almagro. Es una genia, no usa bastón, hace todo como si viera. Es un ejemplo de vida. Obviamente la bequé.

Ahora quiere ser bailarina profesional. Empecé a buscarle un compañero, pero sólo quiere bailar conmigo porque según dijo en una entrevista, “Con Claudio no hace falta que yo vea”. Casi me muero. Antes de venirme, bailamos en dos milongas.

«…conocí el tango desde los 3 años. Era un poco raro lo que me producía, no era feo, sí medio melancólico… Era la letra. No recuerdo si la entendía o no, sí recuerdo que me conmovía. Me acuerdo que en un rincón de la casa había una mesa de luz y yo le abría la puerta y me metía detrás. Y me quedaba ahí (hace gesto de encogerse), escuchando.»

¿Qué fue primero: el tango, el baile o el escenario?

A mí, desde chiquito, me atraía bailar. Sentía y me movía al ritmo de la música. Y mis viejos eran bailarines de tango (Pedro González, “el Ruso”, y Nilda Perna, “Lili”), así que conocí el tango desde los 3 años. Era un poco raro lo que me producía, no era feo, sí medio melancólico. Me daban como ganas de llorar, me escondía en los rincones.

Creo que mis viejos intentaron ser profesionales pero no llegaron porque en su época eso recién empezaba. Además de tango, bailaban de todo. Se conocieron bailando, así que ya desde la panza de mi vieja yo tenía algo como el “tempo” de la música. Mi papá era discípulo y asistente de Antonio Todaro, con lo cual me enseñó muchísimas cosas, fue mi primer maestro. Después seguí con Antonio, y después con Mingo Pugliese.

Aunque yo empecé a bailando folklore desde los 8 años, unos 4 o 5 años, hasta que empecé la secundaria y dejé todo. También bailaba música disco. Entonces, dos años después, pasa algo muy loco. Estaba en el Parque de la Ciudad con unos amigos y aparece un grupo de bailarines del programa de Canal 7, “Música Total”, que buscaban nuevos bailarines y me seleccionan a mí. Participo del programa -mis compañeros “me cargaban” (hacer bromas)– y ahí me reconecto con el baile. Pero a los 16, tengo dos problemas importantes en las piernas. Primero, iba corriendo y me golpeo con la punta de un cantero (tiesto o jardinera grande, de cemento, ladrillo o piedra) y se me sale la rótula de lugar. Cuando me sacan el yeso y empiezo a moverme, mi papá me propone que vaya a sus clases. Ahí empecé a aprender a bailar tango. Pasa un año y medio, más o menos, y tengo otro problema en la otra pierna. Me asaltaron y me pegaron un tiro. La bala entra y sale sin tocar hueso y sin comprometer la pierna, pero me quedó muy débil. Entonces, me traen “un brujo” que me lava las piernas con miel y cerveza y me dice “a partir de ahora, vas a bailar”. Y claramente fue así, no paré de bailar.

¡Presentame a ese brujo! (risas). Hablando en serio, llama la atención que el tango te “conmoviera” tan chiquito ¿Podés ubicar qué te conmovía? ¿La música o la letra?

Era la letra. No recuerdo si la entendía o no, sí recuerdo que me conmovía. Me acuerdo que en un rincón de la casa había una mesa de luz y yo le abría la puerta y me metía detrás. Y me quedaba ahí (hace gesto de encogerse), escuchando.

Un viaje a la interioridad.

Sí, me parece que sí. Cosas que le pasan a un chico. Después de grande te ponés a pensar en ese tiempo y se te ocurre que quizás aquello explica lo de hoy. Porque yo no sé si decidí bailar tango. El tango se metió en mi vida desde que a los 3 años mis viejos me llevaban a la milonga. A mí lo que me tiraba era el arte. No sabía si la actuación o el baile. Por supuesto que el tango era una posibilidad muy clara porque me gustaba y me salía bien. Y porque me hacía base para entrar en otros sitios. El tango me abrió las puertas a lugares diferentes que si no hubiese sido imposible. Por ejemplo, entrar en la compañía de Ana María Stekelman (una de las más reconocidas coreógrafas de danza contemporánea), donde estuve tres años, desde el ‘95.

O sea que si te dicen, “es que es un bailarín de escenario” (en tono despectivo) para descalificarte por no ser milonguero, no tienen ni idea de con quien hablan.

A lo mejor no se sabe, pero yo, además de ir a la milonga desde los 3 años, a partir de los 16 -17 años fui a la milonga durante 10 años a aprender, a practicar. Después seguí yendo, siempre, pero esos diez años me sirvieron de base.

Claudio González con su mamá, Lili Perna.

Además, a mí siempre me aplaudieron todos, era aceptado en general, incluso por los milongueros, haciendo las mismas locuras que hacía en el escenario, en la milonga. Hasta bailé con el torso desnudo en milongas súper tradicionales. A la gente le gustaba que les contases “algo”. Me parece que ahí yo descubrí el “poder contar algo” a través del baile. Y el tango, a través de la letra, la música, me dio la posibilidad de expresarme mejor. Me parece que ahí se me empezó a fusionar mi deseo artístico con el tango.

Y también, el tango era una base muy clara para expandirme a otras danzas. Por ejemplo, yo estudié cinco años como trapecista, y cuando hacía un número de trapecio me pedían que le añadiera tango. Y así un día aparecí en un teatro colgado de un trapecio, haciendo, hasta donde se podía, algunos pasos de tango.

¡Qué te van a hablar a vos de innovaciones!

No digo que era innovador, en realidad era arriesgado. Generaba todo el tiempo algo como: “Bueno, este…, ¿qué hace?” La verdad es que yo en el ambiente de tango me aburría. Claramente, me aburría, soy muy inquieto. Por eso necesitaba irme a esas otras ramas y volver. Siempre estaba desafiando la gravedad. Y lo límites en general. Creo que puedo decir que era trasgresor. Ni siquiera buscaba el apoyo de la gente, aunque después venían y me decían “me encantó lo que hiciste”.

«No es que la gente te tiene que decir cuál es el camino “correcto”, o si te dice que es lindo lo que haces vos tenés que seguir entonces por ese camino. Vos sabés cuál es tu camino, pero podés tomar lo que la gente te dice. No sólo cuando le gusta. Nunca me importó que me pudieran criticar con mis montajes. Siempre lo tomé constructivamente…»

¿Y si no te lo hubieran dicho?

Yo me sentía bien igual, aunque es cierto que también trabajo para provocar la sorpresa en la gente. Lo que a veces se volvía un poco duro, porque la gente esperaba que siempre hiciera algo diferente. Me pasaba que bailarines profesionales, con trayectoria, a los que yo admiraba, me decían: “Venimos a ver qué hacés”.

No es que la gente te tiene que decir cuál es el camino “correcto”, o si te dice que es lindo lo que haces vos tenés que seguir entonces por ese camino. Vos sabés cuál es tu camino, pero podés tomar lo que la gente te dice. No sólo cuando le gusta. Nunca me importó que me pudieran criticar con mis montajes. Siempre lo tomé constructivamente, en función de lo que yo mismo sabía que faltaba. Yo sabía si me faltaba ensayo o si algo se podía mejorar.

Convengamos que vos fuiste trasgresor no sólo en el escenario sino en la vida también. Porque cuando la palabra “Queer” ni existía, vos estabas bailando y dando tu apoyo a milongas como “La Marshall” (la primera milonga Queer).

Sí, es cierto, yo bailé un montón de veces en “La Marshall” con Augusto (Balizano, organizador de “La Marshall”) y con Fernando (Gracia) Y también hice un grupo sólo de varones, “Propuesta Cinco”, en un momento que nadie lo hacía, ni se atrevía.

¿Cómo llegaste a ser Claudio González? Contame un poco de tu trayectoria.

Empecé en el “Club Homero”, donde cantaba el Polaco Goyeneche y Adriana Varela, que recién empezaba. Estando ahí, entré en el ballet de Gloria y Eduardo (Arquimbau) para “Grandes Valores del Tango” (mítico programa de la televisión argentina).

Mi primera gira fue a Japón en el año ’90, 3 meses. “Tango Buenos Aires”. Era una pareja, un cuarteto y una cantante. Lo producía una empresa japonesa, asesorados por Gloria y Eduardo. Ese fue mi primer trabajo grande, hasta entonces no había hecho mucho. No daba el “physique du rôl”, en esa época todos los bailarines eran altísimos, y yo … en fin…(risas). A mí se me veía muy niño, por más que tenía 23 años.

En el ’92 entré en una compañía italiana, “Tangueros”, con Alejandro Aquino y María Chiara Michieli, Carlos Copello y Alicia Monti, Verónica Salmerón y yo. En el ‘93 volví a Japón y fui durante casi 10 años, mientras hacía otras cosas. Entre el ’95 y el ’97 estuve en “Tangokinesis” de Ana María Stekelman. Y en el ’97, volviendo de Japón audiciono y entro a “Forever Tango” en Broadway.

Claudio González con Valentina Villaroel.

¿Cómo fue estar en “Broadway” (con énfasis)?

Mirá, pasó así. Volvíamos de la gira a Japón en el ’97, con escala en Nueva York. Elina Roldán, el “Turco” (Alejandro) Suaya, Gisela Chartier y Fernanda Ghi. Luis Bravo estaba en Broadway, debutado hacía sólo 8 meses con “Forever Tango”, y nos dice: “Si se pueden quedar, me gustaría que audicionaran”. Yo audiciono con Fernanda Ghi, y quedo. ¡Imaginate!, yo lo que más quería era pisar un escenario de Nueva York. Me dice Luis: ¿Te podés quedar dos semanas para ver el show todas las noches? Yo así (se muestra sentado inmóvil y expectante, con la mirada atenta), tragándome todo el show y obviamente proyectándome en ese escenario y show. Pasan las dos semanas y me dice: “Volvés a Buenos Aires y quiero que te conectes con esta chica (Valentina Villarroel)”. Y ahí empezamos a prepararnos con Valentina durante 8 meses. Vamos a Broadway y al mes y medio lo bajan de cartel. Nosotros habíamos trabajado 8 meses para eso, pero bueno, en Broadway tienen políticas muy estrictas respecto a los mínimos de taquilla. Igual seguimos trabajando juntos con Valentina. Volví al ballet de Maria Chiara (Michieli, “Tangueros”). Después estuvimos en “Tanguera” en el 2001, y trabajamos mucho en “El Viejo Almacén”. Hasta que en el 2003 empecé a bailar con Melina (Brufman). Con ella seguí trabajando en “Forever” unos 3 años más e hicimos cosas muy lindas como nuestra obra “Episodios cifrados en tango”, una obra hermosa que hicimos con Guillermo Fernández, escrita, guionada y coreografiada por nosotros. Y desde finales del 2013 bailo con Julia (Urruty) con la que seguimos en el espectáculo de “Milonga” y también hicimos cosas “re” buenas y lindas, como nuestros “Gordos” que funciona muy bien.

Claudio González con Melina Brufman.

¿Podemos decir que “Tangokinesis” marcó un antes y un después en tu carrera?

Digamos que pasar por lo de Ana a mí me permitió decir “esto es lo que yo quiero” y redondear mi estilo. Después de estar en su compañía yo me sentía muy preparado para enfrentar cualquier desafío. Esa experiencia me dio la posibilidad de expresarme con mi cuerpo de otra manera, saliéndome del abrazo, aunque también bailaba con el abrazo. Poco a poco yo iba fusionando todas esas experiencias con una forma de bailar el tango bastante tradicional, respetando la base, de manera que hiciera lo que hiciera, se siguiera viendo tango. No como el típico bailarín de clásico que intenta bailar tango.

¿Te gustaba también el contemporáneo y el ballet, o sólo buscabas perfeccionar tu estilo como bailarín de tango de escenario?

Un poco y un poco. Yo entré a la compañía de Ana María Stekelman por el tango. Y una vez ahí, la curiosidad me llevó a querer aprender más. Yo veía gente que bailaba fantástico y que había algo “extra” al tango. También buscaba trabajar la proyección que yo veía en esos bailarines, me parecía súper importante. Porque cuando vos estás acá, re lejos de la gente, la proyección es lo que te permite llegar. Ana me recomendó tomar clases con Mónica Fracchia (reconocida bailarina y coreógrafa de danza contemporánea del Teatro General San Martín), una bailarina que a mí me encantaba. Después estudié Jazz con Manuel Vallejos. Me encantaba el jazz, me parecía muy lindo. Y clásico lo hice con varios maestros y amigas que daban clases en la compañía de Ana.

Estuviste en más compañías que fusionaban tango con contemporáneo, ¿no?

Estuve en “Otango” que fusionaba tango con actuación y en “Milonga” de Sidi Larbi Cherkaoui (reconocido coreógrafo belga-marroquí) en la que hacíamos un solo de hombres con Nikito Cornejo y Martín Epherra bailando Libertango. Esta experiencia fue una de las más ricas para mí, por la devolución que tuve de Sidi Larbi Cherkaoui sobre cómo fusionar el tango con contemporáneo, los tiempos de un show. El “tipo” vino a Buenos Aires y estuvo dos años estudiando el espectáculo, dos años, y después me pidió que fuese con Melina (Brufman), desde acá (Barcelona) que habíamos pasado por “El Grec” (reconocido festival de artes escénicas en Barcelona), a Amberes (Bélgica) a practicar con él. Yo venía ya formado, grande y con muchas ideas súper claras, y el tipo me rompió la cabeza. Me desestructuró todo lo que podía quedar por desestructurar.

Claudio González con Julia Urruty.

Tuviste tres parejas de baile muy importantes. ¿Cómo se deja atrás una pareja con la que se tuvo éxito sin caer en intentar repetir lo mismo?

La transición es muy difícil. Dejar lo que siempre te resultó y donde uno está cómodo, es muy difícil. Yo lo hago sin mirar atrás, mirando adelante, lo que puede venir, como un desafío. Para lo cual tengo que creer mucho en mí, dejar el ego de lado, y creer que la otra persona va a aportar algo “copado” (genial), sabiendo que sí o sí va a ser distinto porque la persona es distinta. Además, creo que es necesario trasmitirle al otro que vos crees que puede brillar, porque si no las personas pueden quedar por debajo tuyo, porque uno tiene más experiencia. A mí eso no me sirve. Yo creo que, por más que seas una dupla, cada uno tiene que brillar por sí mismo. Yo intento, y creo que me sale, adaptar mi manera de bailar a la de esa bailarina. Y trabajo dándole confianza para que brille. Y si se luce más que yo, si mejora mi trabajo, está perfecto.

¿Por qué crees que hoy no hay espectáculos con la importancia de “Forever Tango”?

Para mí hay que volver a poner en el escenario a parejas con experiencia. Me parece que los que tenemos más de 40 y que todavía bailamos, estamos desaprovechados. Tenemos una experiencia y “otra cosa” con que sostener el tango. Cambiar parejas para aggiornar un show puede parecer acertado, pero cuidando que el espectáculo no pierda identidad. “Tango Argentino” fue “Tango Argentino” por las parejas que tenía. Aquel show tenía esa calidad gracias a la esencia de cada pareja, de cada bailarín.

También hemos quemado un poco la plaza. Ahora hay mucha más gente que baila tango, hay millones de chicos jóvenes que bailan porque hay un Mundial de Tango, la gente está muy repartida en el mundo, se arman espectáculos con más facilidad. Pero eso ha producido también algunos espectáculos espantosos en los que algunos con cinco clases vienen de Buenos Aires a dar clases y terminan montando un espectáculo donde la gente no sabe ni cómo poner una luz. Eso quemó el mercado.

«Yo creo que, por más que seas una dupla, cada uno tiene que brillar por sí mismo. Yo intento, y creo que me sale, adaptar mi manera de bailar a la de esa bailarina. Y trabajo dándole confianza para que brille. Y si se luce más que yo, si mejora mi trabajo, está perfecto.»

¿Cómo armás un espectáculo, o una coreografía? ¿Lo pensás con un hilo conductor?

Si yo armo un espectáculo parto de pensar lo que deseo, lo que me gustaría mostrar. Por ejemplo: trabajar sobre la vida y la muerte. Una vez que tengo claro qué quiero mostrar, ahí pienso de qué manera eso le puede llegar mejor al público. A veces no es necesario que la coreografía tenga un guion, a veces sólo falta un poco de expresividad en algunos momentos puntuales. Hay mucha gente queriendo hacer coreografías con guión que no prepara la interpretación. Si yo no sé de teatro, necesito tener a alguien que me lo mire. Yo sé que hacerlo es caro, pero yo intento hacer las cosas así.

¿De qué te nutrís para mantener lo creativo en vos? ¿En qué te inspirás?

De lo que me pasa en la vida. Me pasa por la vida, por lo que me sucede, por las vidas, por las muertes, por las emociones, las alegrías. Trabajo mucho con imágenes en mi cabeza. Si algo me gusta, entonces pienso cómo lo puedo expresar en el baile. Tampoco es que me concentro en algo, después de crearlo me doy cuenta de qué se trataba. Soy como muy “inconsciente” en ese aspecto.

O sea que sublimás “a lo bestia”.

Mirá qué loco que es. Después que se muriera mi papá, yo empecé a hacer una creación de un viejo que recordaba a su mujer que ya había muerto. Lo hacía con Julia (Urruty). Empezaba con el hombre mirando un álbum de fotos y ella aparecía, como de su pensamiento, y empezaba a bailar con él. Algo muy básico, ella vestida de negro, yo en el papel de viejo. Él se desencontraba con ella y la manera de rencontrarla era volver a la juventud al compás de un corazón que iba latiendo de lento a rápido. Ella se sacaba toda la ropa negra y nos juntábamos en escena como si ambos fuéramos jóvenes. Al final cada uno vuelve a su lugar, ella del otro lado del mundo con su vestuario negro, yo volviendo a ser viejo, hasta que ella me lleva. Claramente estaba escenificando el último tiempo de un hombre antes de pasar al otro lado, porque al morir mi papá, ya no quedaban personas en mi familia más mayores que yo, el que seguía era yo. Fue una manera de pasar eso que sentía por el baile.

¿Es la danza un modo de expresión para vehiculizar esas cosas que te pasan y que no se pueden terminar de poner en palabras?

Se vehiculizan por la danza, pero lo tenés que sentir. Si no lo sentís, es mentira lo que pasa. Si vos no sentís que tenés que hacer de viejo, por más que te lo digan, lo estudies, lo ensayes, no es creíble. Lo tenés que sentir, claramente.

Tiene que ser un afecto más que una emoción. Te tiene que afectar a vos para que vos puedas afectar al que está en el público.

Por lo menos, desde mi lenguaje o desde lo que a mí me pasa, a veces yo lo tengo que sentir como en la piel, saber qué me pasa. Como cuando escucho una música. Hay músicas que me ponen muy sentimental y trato de expresar eso que me pasa internamente en el afuera y expresarlo, obviamente, en el cuerpo. Pero la emoción de lo que me sucede. Si no, no llega. Si no, es como muy poco natural.

«Si vos no sentís que tenés que hacer de viejo, por más que te lo digan, lo estudies, lo ensayes, no es creíble. Lo tenés que sentir, claramente…. trato de expresar eso que me pasa internamente en el afuera y expresarlo, obviamente, en el cuerpo. Pero la emoción de lo que me sucede. Si no, no llega. Si no, es como muy poco natural.»

Vos en el escenario te creces, hacés incluso que la técnica se potencie. Hoy cuesta ver a alguien con tanta técnica y a la vez tanta presencia en el tango escenario ¿Se te ocurre que puede estar faltando? ¿Los bailarines más jóvenes no se la creen?

En parte puede ser una cuestión de tiempo. Te escucho y me acuerdo de lo que me pasaba a mí cuando era joven: que no veía a nadie capaz de hacer lo que hacían Mayoral y Elsa María o Copes y María Nieves. “¿Qué hay que tener?”, “¿cómo hay que hacer?”, decía yo. Yo gané seguridad cuando ya llevaba unos 15 años bailando.

Por otro lado, hoy hay mucha complejidad en lo que se hace. Si vos ponés velocidad todo el tiempo, si vos desafiás la gravedad “todo” el tiempo (con énfasis), estás preocupado en el escenario porque si le errás es un “bardo” (lío). Hay que elegir, hacer menos, saber que con dos pasos podés lograr el mismo impacto que con todo eso. Al principio yo metía de todo en mis coreografías. Era como “barroco”. Ahora veo eso en algunos bailarines jóvenes y les digo: “Es mucho”. Y me contestan “Yo soy así”. Y pienso: “Está bien, yo también era así…”. Yo empecé a hacer menos al ser más adulto y elegí mostrar más las sutilezas. Ahora estoy más minimalista. Prefiero lo sobrio y sutil a lo cargado, tanto en el gesto como en el vestuario. También es cierto que para los pibes es su momento de mostrar eso, es una forma de pararse ante sus pares.

Cómo te ves en un escenario tiene que ver con el tiempo que llevás en esto y, también, con la insistencia y las ganas. Las ganas son fundamentales, hacen la diferencia, más que si nacés con un don. Si nacés con ese don y lo podés aprovechar, ¡genial! Si no, la información por algún lado entra. Salvo, por supuesto, que no tengas ninguna cualidad para esto. Pero, hay gente que nace con el don y lo desaprovecha, o que a pesar de que estudia, practica, y hace de todo, llega “hasta ahí”, lo justo. Me parece que para lograrlo lo tenés que desear profundamente y tenés que soñarlo.

Después de toda esta charla ¿podés ubicar mejor qué era lo que te conmovía del tango a los tres años que te hacía esconderte o refugiarte?

Creo que es como si yo hubiese visualizado de alguna manera en ese momento el futuro, después de los 30, 40 años. Ahora me sucede lo mismo, claramente. En aquel momento no sabía lo que me pasaba por ser muy niño.

Digamos que, como con el público o con tus alumnos, sos capaz de ponerte en el lugar del otro. También en el lugar de tu otro del futuro.

Me parece que a veces yo parezco un poco piedra, pero la verdad es que hay un montón de cosas que me conmueven. Y una es esta que te dije de ayudar a otros a cumplir sus deseos, sus sueños, y a llegar al máximo de su expresión. Llevarlos a los lugares en los que se encuentren consigo mismo, porque ahí es donde yo he encontrado la felicidad.

Claudio González y Flavia Mercier durante la entrevista.

Me parece que eso es fundamental y creo que encuentro un buen lugar ahí, donde yo puedo trasmitir eso, a mí me hace sentir bien y resulta. Pero tienen que creer en lo que van a hacer, sino es ficticio, no podés hacerlo sólo porque te lo dice el maestro. Creo que la persona también tiene que buscar, investigar, no sólo es lo que dice el maestro. Si no creen en que pueden hacerlo, entonces no es el momento. No es que no puedan, sino que no es el momento, ya será.

Muchas gracias Claudio, un placer enorme.

Claudio Gonzalez explica que en sus creaciones, se deja llevar por imágenes que le llegan en forma “inconsciente”, sin comprender totalmente qué dicen. Como en el baile, se deja llevar por lo que le producen, por lo que siente en la piel, y sólo con el tiempo sabe de qué se trató. Por otro lado, define la función del maestro como un acompañamiento a lugares en los que el alumno se encuentra consigo mismo. El “sí mismo” como un lugar al que se arriba. Su experiencia le recuerda que en esos lugares él encontró la felicidad.

No todo lo verdadero de sí encaja con la imagen que gusta ver en el espejo. Hay también un otro de sí que saca de las casillas. Se percibe muchas veces como un extranjero en el territorio personal y lo que trasmite produce extrañeza. No es menor, entonces, «sentirlo hasta en la piel». Hacerlo es dejarse afectar por esas imágenes que no se sabe qué dicen, como si vinieran de otra tierra hablando otra lengua, y, sin embargo, presentan cierta familiaridad. Lo habitual es darle vuelta la cara, levantar las murallas de las defensas.

Se «pre-sienten» vestigios de un pasado conocido pero rechazado. Restos de uno mismo que el yo no “comprehende” y suelen formar parte de aquello que incesante, e infructuosamente, se intenta evitar. Insistencia que lo vuelve familiar. Intuición que se viste de certeza y allí asoma la angustia, a la que cuesta mirar de frente.

Sin embargo, darle lugar a lo diferente de sí lleva a encontrarse con lo singular de sí, con lo que a cada uno le hace único. Los artistas pueden dejarse llevar por esas imágenes porque encuentran en su arte una manera de elaborar lo que turba y desprenderlo en forma de algo bello. Y entonces, casi lógicamente, sobreviene la “joi de vivre” o alegría de vivir. Esa felicidad que Claudio recuerda. Bendita función la de los artistas que tras experimentarla desean llevar a otros hacia ese lugar.

Flavia Mercier

Fabián Irusquibelar: “El baile me lo dio todo y yo le di mi entrega total.”

Bailarín, maestro, y coreógrafo, Fabián Irusquibelar fue parte de las principales compañías de tango y folklore. Tras seis años en el Ballet Folclórico Nacional junto a “El Chúcaro” y Norma Viola, pasó a acompañar, junto con Natacha Poberaj, a Roberto Herrera y Vanina Bilous en sus giras a Japón. Pasó, también, por las compañías de los maestros Juan Carlos Copes y Oscar Araiz -uno de los grandes maestros de la danza contemporánea-, y trabajó en muchas de las más importantes casas de tango de Buenos Aires. Y con todo ese recorrido, Fabián nos cuenta que aún hoy necesita plantearse retos y desafíos como forma para mantener vivo al bailarín y al fuego que como tal lo habita.

Fabián Irusquibelar con Flavia Mercier durante la entrevista.

¿Tuviste siempre claro que querías dedicarte a la danza, al tango y al folklore, o fue algo con lo que te encontraste en la vida sin buscarlo?

Creo que siempre tuve claro que quería hacer algo dentro del arte y en el escenario. Por ejemplo: desde muy chiquito yo hacía el paso básico de folklore y zapateaba sin saber lo que hacía, nadie me lo había enseñado, mi papá y mi mamá no tenían nada que ver con el arte. Luego en la secundaria, me interesaba mucho el teatro también, y hacía teatro vocacional. En esa época, la preceptora de mi escuela, Rosana D’ Cristófaro, me lleva a la peña “La Fortinera” de Rauch -la ciudad donde yo nací, provincia de Buenos Aires-. En esa peña fue donde yo empecé a bailar folklore, hasta que pasé a formar parte del ballet de la institución.

¡Qué increíble! ¿Cómo era que podías hacer un zapateo o un paso básico sin haberlo visto antes? ¿Tenías un oído privilegiado? Y una destreza privilegiada…

El Chúcaro (Santiago Ayala) decía que había gente que sabía bailar, pero no era consciente de ello. Es como si lo tuvieran en el cuerpo y les saliera natural. Como aquellos que tocan un instrumento sin haber estudiado música.

Kant decía que eso les pasaba a los genios…(risas)… ¿Cómo fue tener a «El Chúcaro» y Norma Viola como maestros? ¿Cómo fue estar en el Ballet Folclórico Nacional en aquella época?

Lo que más recuerdo es la inspiración que provocaban. Verlos como a lo que uno deseaba llegar a largo plazo en la carrera. El maestro era un poco más distante, y aun así era un gran inspirador. Él te decía: “cruce ese río lleno de cocodrilos”, y vos cruzabas, no te importaba nada. Norma hacía más el rol de la maestra. Creo que los dos eran conscientes de lo que significaban para nosotros, de su condición de ídolos, de que eran muy queridos y respetados por nosotros, y usaban eso para sacar de cada uno lo mejor, más de lo que vos sabías que podías dar.

Lo más importante que me enseñaron fue “lo sagrado” de esta profesión (con mucho énfasis). Todo aquel que tiene la oportunidad de vivir de lo que le gusta tiene que tener un respeto sagrado a su profesión. En este caso, un respeto sagrado al ensayo, al público, a tus colegas, nunca creerse más que nadie porque todos somos compañeros y nos tenemos que ayudar. Hoy bailás vos adelante y yo te doy soporte atrás, mañana me toca a mí y vos me das soporte.

Soy un eterno agradecido al Ballet Nacional. Me formó como bailarín, como profesional, más allá del conocimiento que traía de La Fortinera de Rauch. Me dio los amigos, me permitió vivir seis años maravillosos. Viajé, conocí toda la Argentina y Europa. Soy un eterno agradecido al maestro, El Chúcaro, a Norma Viola, a Nidia Viola, y a Roberto Herrera y a Titina Di Salvo -que eran, además de los primeros bailarines, los asistentes de dirección-, por todo lo que ellos nos enseñaron y exigieron. Todo eso nos formó muchísimo, nos dio un “golpe de horno”.

¿Cómo llegaste al Ballet Nacional?

Estaba bailando en la peña de Rauch, y se abrieron audiciones para el Ballet Nacional. Me presenté a las primeras audiciones que se hicieron, me seleccionaron y entré. Me seleccionaron en mayo y el 9 de julio, un mes después estábamos debutando con el Ballet Folclórico Nacional en el Teatro Colón.

¡Qué salto! Casi un salto al vacío.

Y sí ¡Imaginate lo que era! Más en esa época que venir del interior a la Capital no era como ahora. A mí me avisaron un miércoles que me habían seleccionado y me dijeron: “El lunes te tenés que presentar a firmar tu contrato en el Teatro Cervantes.” Hice un bolsito y para Buenos Aires, a buscar donde vivir. Yo no tenía parientes, amigos, nada. Venía, además, con dos mangos con cincuenta, como todos; y empezamos a cobrar el sueldo a los dos meses. Era llegar a otro mundo, algo tan diferente que sentía casi como si tuviera que volver a aprender todo. El Ballet (Folclórico) Nacional no era un café literario, era una sala de entrenamiento donde dejábamos la vida. Ahí estábamos todos, dándole duro y parejo, seis o siete horas por día. Y aunque la disciplina no era nueva para mí -a esa altura ya sabía claramente lo que era ensayar, respetar los horarios, la responsabilidad, todo eso ya lo había aprendido en la peña de Rauch-; el Ballet tenía una importancia tremenda. Y más el estar con dos leyendas como El Chúcaro y Norma Viola. Pensá que unos años antes, allá por los ’60, ’70, u ’80 ellos habían sido furor. En las carteleras, “Santiago Ayala, El Chúcaro” iba en letras enorme, y al lado “Mercedes Sosa” o “Los Chalchaleros” escritos más chiquito.

«Lo más importante que me enseñaron fue «lo sagrado» de esta profesión. Todo aquel que tiene la oportunidad de vivir de lo que le gusta tiene que tener un respeto sagrado a su profesión. En este caso, un respeto sagrado al ensayo, al público, a tus colegas, nunca creerse más que nadie porque todos somos compañeros y nos tenemos que ayudar.«

¿Y cuándo empezaste a aprender tango? ¿Quiénes fueron tus maestros?

Ahí mismo en el Ballet Nacional empezamos con clases con Carlos Rivarola, dos veces por semana, más los ensayos de repertorio. Después vino Cacho (Rodolfo) Dinzel, gran maestro también, muy generoso. Y así empezamos a bailar en el Ballet Nacional con coreografías. Improvisar, no sabíamos.

Con el tiempo fui tomando clases con otros profesores, fuera del Ballet, y empecé a milonguear, para aprender a improvisar. Tomaba clases con Pepito Avellaneda en el “Café Max”, y después con otro gran maestro, Ricardo Barrios. Íbamos con Naty (Natacha Poberaj) porque estábamos empezando a bailar juntos. Empezábamos a hacer nuestras primeras “cositas” fuera del Ballet Nacional, siendo todavía compañeros dentro. En aquella época, cuando no teníamos ensayos del Ballet, ensayábamos con Natacha tres o cuatro horas bailando tango, practicando marcas, en su casa de Villa Pueyrredón.

Hasta que en el ’96 audicionamos y nos eligieron para irnos de gira a Japón con Roberto (Herrera), Vanina (Bilous). Entonces, dejamos el Ballet Nacional.

Fabián Irusquibelar con Natacha Poberaj.

¿Y qué te llevó a dejar un trabajo seguro en el Ballet Nacional, donde todo el mundo se mataba para entrar, a arriesgarlo todo para irte a Japón? Más allá que era Japón y que eran Roberto y Vanina, ¡eran sólo 3 meses!

Sentí que era una etapa cumplida y que necesitaba otra cosa. Si me preguntás qué, la verdad no sé; pero todo lo que podíamos dar o hacer ya lo habíamos hecho y todo lo que el Ballet Nacional nos podía dar, ya nos lo había dado. Me lo dio todo, pero era una etapa terminada. ¿Viste cuando te sale algo que te costó mucho y entonces decís: “¡Uy, qué bueno, me salió! ¿Sabés qué? Ahora quiero un poquito más”. Bueno, eso nos pasó.

¿Fue un punto de inflexión en tu carrera esa gira? ¿Se abrieron puertas después de esa gira?

Cuando volvimos a Buenos Aires después de la gira a Japón no teníamos ni un laburo partido por la mitad. Nada (con énfasis), cero. A pesar de que habíamos estado en el Ballet Nacional, tres meses con Roberto y Vanina, nada de eso te servía para nada. Había que empezar a hacer audiciones, y una, y otra, hasta que nos salió una gira a las islas Canarias, a Tenerife.

«…ha habido muchos momentos en los que he estado sin trabajo por no hacer algo que no me gustaba. Por suerte no duraban mucho, pero muchas veces terminaba un trabajo y no tenía otro. Además, porque siempre fui muy respetuoso de mis compañeros y no me ponía a llamar a nadie si sabía que en ese lugar estaba trabajando un compañero. En esta profesión no todo son rosas, si apostas a esto, esto viene con un combo...»

Después la primera casa de tango a la que fuimos a trabajar con Naty fue “La Veda”, que ya no existe más. Después vinieron otras y otra gira a Japón. Una mega producción de EE. UU. y Japón, que fue «Nissan Tango Buenos Aires”. Esas cosas te iban también enseñando porque veías que había más para crecer.

Otra etapa muy importante para mí fue entrar en la compañía del maestro (Juan Carlos) Copes. Eso fue muy lindo. También lo fue trabajar con el maestro Oscar Araiz, uno de los maestros de contemporáneo más reconocidos de Argentina. Sólo escucharlo cuando él creaba la obra, la coreografía, con nosotros en el escenario, ya fue un gran aprendizaje. Él traía ideas en la cabeza y te pedía que las hicieras. Ideas que eran hacer algo de una manera muy distinta a cómo la hacíamos nosotros. Era muy interesante cómo te explicaba los movimientos para que fueran creíbles, que no se vieran falsos. Y así se fue dando todo en un devenir.

Fabián Irusquibelar con Carla Córdoba.

¿Cómo ves en este momento al folklore o al tango?

Si te vas un poquito al interior la movida del folklore es impresionante. La cantidad de ballets y agrupaciones que hay, la cantidad de gente que hace cosas muy creativas. Los pibes están muy preparados, muy influenciados también por otras corrientes como la danza contemporánea. Hay diferentes escuelas artísticas. A mí me parece que el folklore goza de buena salud.

Y el tango también. Hace poco fui jurado del mundial de tango escenario, y se ven parejas que tienen muy buen nivel. De alguna manera te das cuenta de que todo ha crecido, todo ha evolucionado. Ya no se baila como hace veinte años atrás, mucho menos como hace treinta. Para nosotros los que bailamos hace tantos años es algo que nos obliga a estar atentos, a aggiornarnos. Con algunas cosas estaremos de acuerdo, con otras no, por supuesto, es una decisión artística, pero en general el nivel es bueno. Hay en este momento shows en las casas de tango que son muy lindos, parejas que bailan fenómeno. Hablo, sobre todo de tango escenario, y de lo que veo en Buenos Aires. Hay también gente fuera de Argentina que trabaja muy bien.

«…Ahora existe una premura -que lo invade todo en la actualidad, no solo el tango-, por la que nos encontramos hoy y tenemos diez días para ensayar antes de una exhibición. Tampoco hay mucho de donde elegir, hay menos trabajo. Con lo cual, al final terminamos haciendo una coreografía que ya alguno de los dos sabe porque ya la hizo con otro, y así, de pareja en pareja, se van pasando la misma coreografía…»

¿Qué extrañás de antes?

A mí me gustaba la complejidad que tenían antes las cosas, desde cómo te ensañaban maestros como Todaro -yo no tomé clases con él, sí muchos de mis colegas- o Pepito Avellaneda. Las variaciones que armaba un Todaro en la clase, a vos te llevaba tres meses para que te saliera bien. Los boleos, los giros con la mujer al revés, los ganchos, etc., todo tenía un nivel de complejidad que vos decías: “¿De dónde la sacó a esta figura?”

Actualmente todo ha cambiado, se utilizan otros elementos en el escenario. No me gusta el exceso de trucos porque hace que el tango parezca otra danza. Me encanta el tango de piso que tenga truco porque me encantan los cambios de dinámicas, no me gusta que el tango se vuelva una concatenación de figuras aéreas. Parece que estuvieras haciendo acrobacias o “telas” (también conocida como danza área, fue originalmente una disciplina circense en las que se realiza acrobacias en el aire pendiente de una tela). No digo que esté mal, sólo que a mí no me parece muy interesante. Me parece más difícil bailar bien de piso y en dos o tres momentos de la coreografía meter un truco, no diez.

Otra cuestión que no me gusta es que ahora muchas parejas diferentes utilizan los mismas secuencias o pasajes coreográficos. Hay pasos que prácticamente todas las parejas los hacen, y casi igual, mientras que antes cada pareja tenía “su material”. Influye que han cambiado las condiciones de trabajo. Antes había mucho tiempo de trabajo previo para formar una pareja. No podías empezar hoy a ensayar y a la semana estar trabajando en “Señor Tango” (casa de tango). Era imposible. Primero tenías que armar un producto que ofrecer. Ahora existe una premura -que lo invade todo en la actualidad, no solo el tango-, por la que nos encontramos hoy y tenemos diez días para ensayar antes de una exhibición. Tampoco hay mucho de donde elegir, hay menos trabajo. Con lo cual, al final terminamos haciendo una coreografía que ya alguno de los dos sabe porque ya la hizo con otro, y así, de pareja en pareja, se van pasando la misma coreografía.

¿Qué no le puede faltar a un bailarín de tango o de folklore?

Para mí el fuego interior. Esa furia que no tiene que ver con subirse al escenario y ponerse a gritar. Tal vez se aprecia en una mirada, o en una no mirada. En esos tres minutos vos tenés que hacerme creer algo que yo sé que es mentira. ¡Pero tenés que hacérmelo creer! Yo (público) tengo que vibrar con vos. Eso no le puede faltar a una persona que está bailando tango. Si está bailando folklore, ni hablar. Si es un malambista, ni hablar.

«…El baile me lo dio todo. ¿Con qué lo pagué? Con mi entrega total...»

«…Yo le di mi vida a esta carrera, yo le di todo. No me guardé nada...»

«…No estaría conforme conmigo si no lo hubiera al menos intentando...»

¿Eso se puede enseñar, o viene de fábrica?

Pregunta difícil, la verdad. Quizás grandes maestros o directores pueden encender eso en alguien que no sabía que lo tenía, aunque yo diría que hay algo que ya está en vos. Es algo que sale natural, no tanto que se activa porque estás en escena. Yo zapateo igual si me pongo ahora con un amigo. Me parece que hay algo que ya viene un poquito con vos y grandes maestros te pueden ayudar a potenciar. No es una tarea para cualquiera, es para GRANDES MAESTROS (“con mayúsculas”, señala), que saben qué te tienen que decir a vos para que eso se active y qué a mí. O saben que tal vez a mí es mejor que no me digan nada.

¿Lograste ser ese maestro para otros?

Trato de contagiar, con naturalidad, esa energía y ese compromiso por lo que hacemos. Aunque también, con los años he aprendido que no a todas las personas se les puede transferir eso. A veces es transferible y a veces no. Hay que respetar que hay otros que tal vez no lo sientan como vos, y lo respeto porque no es que esté mal, sólo que no les pasa lo mismo que a vos. No necesariamente a otro le funcionaría la forma en que yo hice mi carrera, no es algo replicable. Si lo fuera sería todo mucho más fácil.

¿Qué momentos de todas esas giras y casas de tangos cuando los recordás te ponen “la piel de gallina”?

La noche del debut en el Teatro Colón con el Ballet Folclórico Nacional. Siempre recuerdo cuando se abrió el telón y quedaron las chicas. Y después se van las chicas y entramos nosotros con unas lanzas y yo me mandé como Alejandro Magno contra los persas (risas). Me mandé así porque estaba tranquilo, “confiado” (hace el gesto de las comillas), porque habíamos ensayado mucho. Lo cual no quita que fue una noche muy importante en nuestra carrera: fue nuestro debut, mi debut. Y no dejaba de ser el Teatro Colón. Imaginate lo que fue para mí que había venido hacía solo un mes de Rauch estar ahí con 2.000 personas aplaudiendo.

Otro recuerdo muy especial fue con Natacha (Poberaj) en la primera gira a Japón que hicimos con Roberto (Herrera) y Vanina (Bilous). Era muy emocionante cuando hacíamos el saludo final en esos teatros enormes, de 2.500 personas, llenos que no se veía el final, y nosotros ahí mirando, casi preguntándonos ¿Che, es cierto esto? (risas).

Los saludos finales de la noche de Cosquín con el Ballet (Folclórico) Nacional, con 10.000 personas ahí en la plaza. Cuando salíamos a hacer los malambos finales, que “tirábamos” en el escenario todo lo que quedaba y la gente rugía.

Todas esas son imágenes fuertes que te quedan gravadas en la retina. Por más que después vinieron otras giras y otras imágenes, esas las recuerdo muy claras. Lo que más: la gente, el público, ver cómo aplaudían, como gritaban.

Fabián Irusquibelar con Cristina Luizaga.

También recuerdo mucho “Tango Metrópolis” con Claudio Hoffman, Pilar Álvarez y Daniel Binelli, y todos los compañeros: Marijó Álvarez, Jorge Pahl, Verónica López, Tani Herrera, Verónica Vidán, Sergio Cortazzo, Omar Cáceres, Vidala Barboza, Sandra Bootz y Gabriel Ortega y otros en diferentes momentos. En esa época era tan lindo lo que pasaba arriba del escenario, como abajo. Yo estuve del 2003 al 2009, hacíamos un par de giras por año, así que compartimos mucho. Cuando trabajás con “amigotes” o personas con las que estás muy conectado, eso es como un trueno, te potenciás. ¿Viste esas reuniones de amigos en las que se potencian unos a otros y la cosa se pone cada vez más buena? Vos sentís que la cosa está saliendo bien. Se sentía en el público. Recuerdo el momento de los tambores que el teatro se venía abajo.

¿Y cómo se hace cuando falta ese rugir, esos aplausos, esos teatros que se vienen abajo?

A mí me ayudó mucho toda esa formación que tuve en los diferentes espectáculos en los cuales trabajé. Por eso pude trabajar en las casas de tango, donde a veces hay 40, 50 personas. Yo salgo de la misma manera que cuando estaba en el Ballet Nacional o en una de esas giras. Siento el mismo respeto. Me digo siempre: “¡Ojo, que puede fallar, no te confíes! ¡No subestimes nada! Salí como en el Colón, o en Cosquín o en Japón.”

¿Qué te ha impulsado a cambiar de show o de compañía?

Por un lado, esta es una profesión en la que estamos sujetos al cambio: un espectáculo dura unas horas, un show una temporada. Por otro lado, yo no podría estar 20 años en el mismo show, creo que me secaría. Sentiría que no estoy aprovechando el tiempo. Me preguntaría por qué no cambio, por qué no me arriesgo, si tengo miedo. Hay que arriesgarse, y si perdés, perdés, pero hay que arriesgarse. Yo necesito renovarme, cambiar de coreografía, de show, volver a bailar folklore, volver a hacer un tango antiguo, o hacer un tango moderno con trucos que me exijan tener que hacer pesas porque ya no tengo la fuerza que tenía. En fin, desafiarme a mí mismo.

«…arriesgar vale, siempre es más fácil no arriesgar…»

¿Es el arriesgarse una condición necesaria para mantener vivo al artista y no convertirse en un empleado del baile?

Vos sabés que El Chúcaro decía: “El que nace con pasión para la danza abre un camino. El que no, es empleado de la danza.” (risas)

No me quiero hacer el “Robin Hood”, ni “Fabián el aventurero”, me gusta desafiarme a mí mismo, no compito con otro. En el fondo creo que mañana será mejor y me va a salir mejor, por eso quiero más. Tengo algo de adolescente en eso. Viste que cuando sos adolescente lo querés todo: querés estudiar abogacía y también jugar al futbol. Te querés poner de novio y a la vez irte a Europa. Es una mezcla de inconformismo y de querer siempre más.

Quiero más siendo coherente, sabiendo que las cosas se logran con esfuerzo y trabajo. Tampoco es la pavada, ¿no? Probar hacer algo, que no me salga a la primera, ni a la segunda, hasta que me salga. Me parece saludable para un bailarín que siempre tiene que actualizarse, ir siempre por más. Casi como si cada tanto se hiciera una transfusión de sangre nueva.

¿Con qué pagaste esta carrera? Y no me refiero al dinero ¿Qué dejaste por esta carrera? ¿Qué elecciones tuviste que hacer para tener esta carrera?

Yo le di mi vida a esta carrera, yo le di todo. No me guardé nada. No dejé para mí vacaciones, navidades, festejos, cumpleaños, aniversarios, nada. No lo tomo para nada como un sacrificio. Yo elegí esto, y lo hago y lo seguiré haciendo con mucho amor y mucha entrega. Yo sabía que si uno quiere algo uno tiene que ir por ello y a cambio uno va a tener que perderse algunas cosas. Tal vez te tengas que perder encuentros, salidas, jodas, no vas a poder hacer todo.

El baile me lo dio todo. ¿Con qué lo pagué? Con mi entrega total.

Fabián Irusquibelar con Verónica López.

¿Entregaste un Fabián no artista para que haya el Fabián artista?

Tal vez, no lo siento así. Tal vez, si yo no hubiese tomado las decisiones que tomé ni hubiese hecho el camino que hice, hoy estaría viviendo en Rauch, quizás con otra profesión. Pero yo estoy casi seguro de que con esa otra vida no hubiese sido feliz.

Imaginate que hubiera vidas paralelas ¿Qué le dirías a ese Fabián que se quedó en Rauch?

Le diría que es un cobarde porque no fue lo suficientemente valiente y no fue al frente, pasara lo que pasara. Si ese Fabián fuera feliz, le podría decir que lo respeto. Pero yo sé que este Fabián que ahora está hablando, si no hubiera intentado hacer lo que hizo, si no se hubiera subido a ese barco, no estaría pleno. Conociéndome como soy yo, sé que me recriminaría que lo tendría que haber hecho. Por lo menos, haberlo intentado. No estaría conforme conmigo si no lo hubiera al menos intentando.

En el mismo sentido, ha habido muchos momentos en los que he estado sin trabajo por no hacer algo que no me gustaba. Por suerte no duraban mucho, pero muchas veces terminaba un trabajo y no tenía otro. Además, porque siempre fui muy respetuoso de mis compañeros y no me ponía a llamar a nadie si sabía que en ese lugar estaba trabajando un compañero. En esta profesión no todo son rosas, si apostas a esto, esto viene con un combo.

«...El Chúcaro decía: ‘El que nace con pasión para la danza abre un camino. El que no, es empleado de la danza’…”

Y en esa realidad de universos paralelos, ¿Qué crees que te podría decir el Fabián del futuro?

Creo que me diría “bien” (en tono afirmativo), porque siempre fuiste al frente con lo que sentías. A lo mejor a veces ganaste y a veces perdiste, pero fuiste para adelante, te la jugaste y arriesgaste. Y arriesgar vale, siempre es más fácil no arriesgar.

¿Hubo algo que vos deseabas y no alcanzaste, aun habiendo arriesgado?

No siento que me hayan quedado cuentas pendientes. Pienso que si no me llegó es que tal vez no era para mí, o tal vez yo equivoqué el camino, o tal vez no estuve tan acertado en la toma de decisiones. Con eso estoy en paz.

Ahora bien, de cara al futuro, como soy una persona con mucha hambre de hacer cosas, de nuevos desafíos, sigo detrás de todas esas cosas que todavía no logré, siempre pensando que mañana va a ser mejor. Por momentos, todavía soy como el pibe de Rauch que vino solo con un bolsito y que tiene muchas ilusiones. Casi como si recién empezara.

Fabián Irusquibelar con Mayra Galante

El mismo pibe que aprendió de sus maestros a amar esta profesión como sagrada.

Yo soy muy agradecido de todo lo que me dio la carrera. Mi familia, mis amigos, mi casa, conocer el mundo. Soy agradecido a los maestros, a mis compañeras, sin ellas no sería nada. A vos que te tomas este tiempo para que yo cuente mi experiencia. Una experiencia que no sé si sirve a los demás, porque es intransferible.

¿Viste esa gente que te dice “una cosa es mi trabajo, otra cosa es mi vida”? Yo no lo puedo dividir, no lo sé dividir. Yo respeto a aquel que cuando termina la función se va a su casa a mirar una serie y no quiere oír más de tango ni de folclore. Yo, no puedo hacer esa división. Yo me despierto bailarín y soy bailarín las veinticuatro horas del día. Por eso esta charla es también parte de mi vida y de mi profesión. Si no estuvieras grabando y estuviéramos charlando en un bar tomándonos un café, mis respuestas serían las mismas.

Gracias Fabián, ha sido una charla muy linda, un placer.

Fabián Irusquibelar nos cuenta que lo más importante que le enseñaron dos GRANDES MAESTROS (así, con mayúsculas, como se señala a los realmente grandes) fue lo sagrado de su profesión. Destaca en ese sentido que todo aquel que tiene la oportunidad de vivir de lo que le gusta ha de tener por esto un respeto sagrado. Se refiere a los ensayos, al público, a los colegas.

Preguntado luego acerca de qué no le puede faltar a un bailarín, habla de un “fuego interior” que hace que el que está como espectador crea lo que ve, aun sabiendo que se trata de una ficción. Es cierto que lo que fascina muchas veces a aquellos que ven a los que están en el escenario es algo del orden del “arrojo”, del “atreverse”, en tanto el buen intérprete, para ser creíble, no reprime sus impulsos que se traducen en gestos. Así se les recomienda hacer en las clases de interpretación, porque son estos los que tiñen de verdad sus movimientos, o su parlamento en el caso de los actores. El que está inmóvil en la butaca asiste “expectante” (volviéndose así “espectador”) al despliegue en acto de lo que para la mayoría de los mortales queda reprimido: el deseo. La pregunta sobre cómo lo hace, cómo se atreve, es lo que sostiene la expectativa.

No se equivoca, entonces, nuestro entrevistado cuando señala que es mucho más difícil trasmitir con un gesto -como puede ser una mirada, o una no mirada como él describe- que con una sucesión de acrobacias. Ese despliegue acrobático llama la atención, sin duda. Puede incluso capturar la mirada, pero, la mayoría de las veces, falla en producir una imagen. El gesto tiene esa potencia. Como tal es una representación de un cúmulo de afectos, “la suma de una historia” dijo Jaques Lacan en alguna ocasión. Es un movimiento perfecto en tanto conforma un decir con aquello que las palabras no alcanzan a nombrar.

¿Y si lo sagrado fuese ese fuego interior? ¿Cómo hacer para mantenerlo encendido? Fabián Irusquibelar dice tener algo de adolescente por su mezcla de inconformismo y de querer siempre más, como aquel que lo quiere todo. Por tal anhelo sin límites podemos afirmar que la adolescencia suele estar signada por la búsqueda de lo imposible. La madurez se alcanza cuando se hace lugar al límite, a lo que no se puede. Por eso lo que ocurre en el escenario es una ficción en la que nos gustar creer. Hay algo casi épico en la escena, muy propio del romanticismo, el período más “adolescente” de la literatura, por decirlo así. Es una ficción al fin. Siempre hay límites externos o propios que hacen que no todo se pueda. Con eso hay que hacer. Si alguien lo duda, ahí está la pandemia para demostrarlo.

Sin embargo, Fabián aclara que quiere más sabiendo el esfuerzo y el trabajo que esto conlleva. Dice, además, que pagó todo lo que la carrera le dio, con una entrega total. Hay en este matiz algo muy interesante que gradúa el cristal con que se mira. El fuego sagrado se mantiene vivo con lo que se paga para que haya un deseo, para ir detrás de lo que de este queda por realizarse, con lo que se pone de sí para realizarlo y con lo que no se acepta porque lo contraría. Ahí se redimensiona el sentido de la disciplina de la que habla Fabián como parte de un trabajo sagrado. En ese sentido vale la pena arriesgarse como él insiste, como quien hace una apuesta. Jugársela para renovarse y también para ajustarse al camino que alumbra esa llama, llamada, del deseo. Cuidar esa llama de los vientos de la inmediatez y de la falsa satisfacción es un trabajo sagrado.

Flavia Mercier

Roberto Zuccarino: “Cuando bailo yo soy un pibe de Mataderos. Soy honesto con lo que soy, con lo que fui, con mi vida, con mi barrio, con mi vieja.”

Si una palabra define a Roberto Zuccarino parece ser “busca-vidas”, en tanto es un incansable buscador de posibilidades que construyan vidas posibles. Bailarín, coreógrafo, maestro de tango. Productor de shows de tango, fundó su propia compañía, “Tango Más Tango”, organiza algunos de los festivales de tango más reconocidos, “Argentina Tango Salón Festival” y «Mucho Tango Festival», organizó una milonga y tiene una escuela de tango. Músico y compositor con larga trayectoria en la música tropical, es también productor de varios grupos musicales y armó sus propios grupos. Roberto busca así llenar de vida su vida, siguiendo las palabras de su madre ““Hacé lo que quieras, pero hacelo bien”.

Roberto Zuccarino con Magdalena Váldez

¿Qué fue primero, la música, la danza, el tango?

En mi casa había mucha música. Por parte de mi vieja tengo raíces de Brasil, era una familia de morenos que bailaban mucho. Recuerdo los domingos, cuando comíamos, siempre había música: tango, salsa, rock and roll. Pero mi vieja era sobre todo tanguera. Muy, muy tanguera. Mi abuelo era bandoneonista. Me crié escuchando mucho tango. Íbamos siempre a la milonga del barrio -un barrio muy humilde en González Catán-, y también íbamos a milonguear a Mataderos. Hasta que a los 23 años conocí a una chica que me dijo: “¡Ché, cómo bailás! ¡Tenés que dedicarte a bailar! Y así empecé.

Y con la música empecé a los doce años con el conservatorio. De los 17 a los 23 estuve trabajando mucho con la música. Soy compositor tengo la mutual de SAADIC (es decir es socio de SAADIC, lo que implica ser reconocido como autor y compositor). Me hicieron la prueba de ingreso varios músicos importantes, como Atilio Stampone.

¿Te aprobó tu acceso a SAADAIC Atilio Stampone? ¿Y cómo se sintió eso para un tanguero?

Fue muy especial para mí que él estuviera en la prueba. Después tuve la suerte de compartir escenario con él, en la compañía de Carlos Buono en la que fui como bailarín y Atilio Stampone tocaba un tema con una sinfónica de cuerdas.

¿Cómo nació el deseo de componer?

Fue muy loco. Empecé a componer al mes de estar estudiando en el conservatorio. Estaba estudiando algo clásico, creo que Bach. Me acuerdo que mi profesor dijo: “¡Guau, qué loco que con tan pocos conocimientos ya puedas componer!” No era nada muy bueno, pero estaba componiendo. Me encanta componer. 

¿Y qué compones? ¿Tango?

No, tango no. Melódico, tropical. Mucho tropical. Hay muchos grupos tropicales que han grabado mis temas. Por ejemplo: “Cómo pude amarla”, “Entre dos amores”, que las cantó Mario Luis. “Dile”, esta la cantó El Polaco. Y varios temas más que me grabaron y fueron muy conocidos.

¿Qué hace que te pongas a componer? ¿Cuál es el disparador?

El disparador es lo musical. Me pongo en el piano a tocar y de repente sale una melodía. Esa melodía me produce un sentimiento, y entonces intento hacer una letra que refleje ese sentimiento. ¿Viste que una canción en otro idioma te puede emocionar? Hay compositores para los que todo nace desde la letra. Para mí todo nace desde la música.

Con Flavia Mercier, en «La Sagrada Milonga», en Barcelona, antes de la entrevista.

O sea, para vos la letra es una expresión de la música, y la música es algo que encontrás.

Exacto. Ahora mismo podría sentarme en el piano, empezar a tocar y me sale. Tengo esa “facilidad”, o “don”, como le quieran decir. Quizás ahora estoy más tiempo que antes, porque quiero hacer algo más bueno. Antes componía más rápido. Ahora quiero llegar a algo que sea como un “gol”, que sea buenísimo.

¿Tocaste en algún grupo o armaste tu propio grupo?

Toqué en un par de grupos que laburábamos mucho. Empecé en la secundario tocando en un grupo de rock, obvio. Después a los 17 años conocí una chica, mi primera novia, que era cantante, y con ella armamos un grupo que anduvo muy bien. Entramos a Leader Music. Se llamaba “Angie y la Diferencia”.

En aquella época también me metí a producir grupos. Siempre me gustó el tema de producir. Hoy soy productor de “La Auténtica Milonguera”, “La Sabrosa Cumbiambera”, “La Clandes Band”, y “Los Manseros Santiagueños”

Había dejado de producir, a los 23 años le había pasado todo el negocio a mi viejo. Yo me había quedado con la composición y dirección artística y a él le había pasado la producción y representación. Hasta ahora que, en la pandemia, cuando no podía bailar, me volví a conectar un montón con la música y volví a producir con mi viejo.

¿Por qué habías dejado de producir?

Empecé a bailar tango, y el tango me “sacó” (volverse loco, metafóricamente).

Aunque, cuando empecé a bailar, al poco tiempo ya armé un show, en la Ideal. Hubo un momento que laburaba lunes y martes en “Homero Manzi” (Esquina Homero Manzi), de miércoles a domingo bailaba con Lorena Goldestein en el show de Cecilia Milone que producía Sofovich, y viernes y sábado producía un show en la “Ideal” con bailarines con muchos más años que yo en esto, como Alejandro Barrientos, Rosalía Gasso, y varias parejas más.

«…el tango me sacó… El tango es mi vida. El tango me dio todo lo que tengo.»

¿Tan fuerte te pegó el tango como para dejar todo el negocio de la música?

El tango es mi vida. El tango me dio todo lo que tengo.

Fue algo muy loco, porque yo estaba entre cumplirle el sueño a mi viejo o el de mi vieja. Sin saberlo, no me le exigieron ellos, se dio. Mi viejo quería ser músico y yo fui músico. Y mi vieja quería ser bailarina de tango, y yo quería bailar tango. Yo ya bailaba, pero salsa. Había ganado un par de concursos, incluso. Pero cuando dije tango, ella me dijo: “Bailá, bailá, el tango es lo máximo. Te va a abrir otro mundo, vas a poder trabajar, vas a viajar, te va a dar “otro roce”. Y tenía razón, el tango es lo máximo.

¿Cómo fueron tus inicios en el tango?

En aquella época donde se podía laburar era en las Casas de tango. Empecé por ahí: “Esquina Homero Manzi”, “El Viejo Almacén”, “La Ventana”, “Boca Tango”, “Sabor a Tango”, “Café de los Angelitos”. Y después estuve en varias compañías: “Fever Tango”, dos veces la gira Corea, “Viaje al Sentimiento” que la producía Rubén Ali y yo era el coreógrafo. Viajaba 3 veces por año a distintas partes de Brasil. Participé también en “Café de los Maestros”. En “El Cruce”. Hasta que monté mi compañía: “Tango Más Tango”.

¿Quiénes fueron tus maestros?

Mi maestro fue Silvio La Via. Silvio fue mi maestro y también mi amigo del alma, mi hermano. Cuando yo vivía en González Catán, de chico, estábamos muy mal económicamente, y Silvio venía todos los días y nos dejaba en la puerta fideos, esto, aquello… porque su mamá, que era muy amiga de mi mamá, tenía un almacén -esto no lo sabe nadie en el tango, está bueno que se sepa-. Silvio para mí es como mi hermano. Somos familia. La mamá de Silvio bailaba tango también, ¿vos sabés cómo bailaba la mamá de Silvio? (con énfasis) El papá de Silvio bailaba tango. Mi mamá bailaba tango y le decía todo el tiempo a Silvio: “tenés que bailar, tenés que bailar”. Y al final Silvio se metió a bailar tango como loco.

Él tuvo un papel muy importante en mi vida. Mi primer maestro de música era un amigo de Silvio La Via. Las primeras canciones de rock and roll me las hizo escuchar Silvio. Encima es un maestro de bailarines “re” grosos. Y cuando me empecé a meter en el mundo del tango, de su mano se me hizo todo más fácil.

Con Silvio La Via y Magdalena Váldez.

En esa época el tango era duro, no te abrían las puertas tan fácilmente.  Me acuerdo la primera vez que bailamos con Lorena (Goldestein) en el Sunderland. Yo iba siempre a milonguear al Sunderland, y un día me invitaron a bailar. Hoy en día es mucho más fácil bailar en una milonga, pero en aquella época, ¡no sabés lo que era! (con énfasis). Imaginate que Osvaldo Zotto se enteró, y vino a darnos una clase ¡gratis! Me acuerdo que un día cuando llego a hacer el show al “Homero Manzi” estaba Osvaldo, que vivía al lado, tomando un café, y me dice: “Vengan mañana que les voy a dar una clase privada gratis”. Y nos la dio. Él era un tipo muy generoso.

Contame de esa primera noche bailando en el Sunderland. Me imagino la emoción.

¡Olvidate! Me acuerdo de mi vieja, y me acuerdo de la primera mesa en la que estaban Gavito, el Flaco Dany, Osvaldo Zotto, … todos.

A Lorena le temblaban los pies, se le notaba en los zapatos. No la vi así en mi vida. Y nosotros ya bailábamos en una Casa de tango importante como Homero Manzi. ¡Imáginate lo que era para nosotros bailar ahí! Y lo que fue cuando terminamos de bailar y vinieron todos a abrazarnos. No sé si eso se llega a entender hoy, creo que no. Mucho tiempo después, pensé: “Claro, a mí me aplauden porque llevo mucho tiempo con ellos, porque me los gané”.

«…Creo que el mundial tiene muchas cosas buenas. Es el aparato de difusión más grande que tiene el tango. Gracias al mundial todos tenemos alumnos… Las milongas explotan… A los bailarines que ganan se les hace el camino un poco más rápido,… A Argentina le hace bien por el turismo. Incluso… te puede servir para prepararte y mejorar tu tango. Pero con lo que no estoy de acuerdo es que el mundial sea el objetivo de un bailarín, que se arranque bailando ya pensando en ser campeón del mundo, como si no hubiera otra manera de hacer un camino.»

¿Vos sos “del palo” para ellos, los milongueros?

Exactamente. Para ellos yo no estoy ahí para ganar un mundial, o para “chapaear”, sino para pasármela bien, para disfrutar con el tango. Y ¡ojo!, que no critico el mundial. Creo que el mundial tiene muchas cosas buenas. Es el aparato de difusión más grande que tiene el tango. Gracias al mundial todos tenemos alumnos que preparamos. Las milongas explotan en esa época. A los bailarines que ganan se les hace el camino un poco más rápido, porque les da visibilidad. A Argentina le hace bien por el turismo. Incluso como bailarín te puede servir para prepararte y mejorar tu tango. Pero con lo que no estoy de acuerdo es que el mundial sea el objetivo de un bailarín, que se arranque bailando ya pensando en ser campeón del mundo, como si no hubiera otra manera de hacer un camino. Cuando nos presentamos con Lorena (Goldestein), milongueábamos hace rato. No nos preparamos especialmente para el mundial. Nos apuntamos y nos presentamos. Hoy hay pibes para los que toda su carrera es prepararse para el mundial, que tienen eso como único objetivo.

«Hoy ir a la milonga, para muchos, es parte de un trabajo…por ese camino, no llegan a amar al tango… Nosotros no pensábamos que se pudiera vivir del tango. Sólo íbamos a pasarla bien. Y al perder eso se perdieron un poco los códigos que había antes.»

Después armaste una compañía de tango en la que estuvieron todos los campeones. ¿Casualidad o buscado?

Cuando armé “Tango Más Tango” en el 2009 no pensé en buscar a los campeones, se dio así, la idea mía era otra. Era un momento en que había mucho tango nuevo y quise llevar el tango de la milonga al escenario. Mostrar un baile más tradicional a partir de temas que son más de la milonga, no los típicos tangos de los shows de la Casa de Tango. Yo pensaba que un bailarín de tango salón también podía estar en el escenario, si estaba cuidado y con coreografía. Y fue un poco una revolución. Hoy en día cualquier exhibición en un festival es coreografiada, pero en aquel momento los bailarines de tango salón no estaban acostumbrados a trabajar con coreografías. Sí eran tangueros y muy buenos bailarines. Mirá, en la primera estaban Sebastián Achaval y Roxana Zuárez, Daniel Nacucchio con Cristina Sosa, Dante Sánchez con Angie (Angélica Ávalos), Octavio (Fernández) y Corina (Herrera), y Samantha Dispari y yo.

También quería diferenciarnos del típico show de tango en el que había un protagonista, ya sea un bandoneonista o un bailarín que se destacaba y bailaba seis tangos. Para mí el protagonista tenía que ser el tango, y fue así. Y se armó un grupo buenísimo, nos hicimos muy amigos, sobre todo con Sebas (Achaval) y Ro (Roxana Zuárez) que yo ya la conocía hacía mil años, era amigo de su abuela y la quería muchísimo, igual que a su mamá la quiero mucho. Y con Daniel (Nacucchio) y Cristina (Sosa). Y “re” buena onda con todos los demás. Seguimos siempre laburando juntos.

Tanto es así que la base de mi festival empezó siendo la compañía. Invito también a otras parejas porque mi idea es ofrecer distintos estilos para que la gente pueda encontrar el estilo que más le guste, pero siempre están algunos de ellos.

De izq. a der.: Christian Sosa, Jonathan Agüero, Magdalena Valdéz, Virginia Pandolfi, Roxana Suárez, Sebastián Achaval, Cristina Sosa, Daniel Nacucchio, Roberto Zuccarino, María Inés Bogado, Fernando Sánchez, Ariadna Naveira,  Virginia Gómez y Christian Márquez (Los Totis), Clarisa Aragón, Jonathan Saavedra, Vanesa Villalba y Facundo Piñero.

Contame más de tu festival, “Argentina Tango Salón Festival”.

Son cinco días, de jueves a lunes, diez parejas en total, con dos parejas dando tres clases en simultáneo por día, con estilos bien variados. Por ejemplo, en la edición de este año van a estar Javier Rodríguez y Moira Castellanos, Carlitos Espinoza y Agostina Piaggi, Facundo (Piñero) y Vanesa (Villalba), Los Totis (Virginia Gómez y Christian Márquez), Fernando Carrasco y Jimena Hoeffner, Magui (Magdalena Váldez) y Sebastián Jiménez, Dante Sánchez e Inés Muzzopappa, Juan Malizia y Manuela Rossi, Virginia Pandolfi y yo.

Bailan dos parejas por noche y todas las noches tenemos una orquesta, de las mejores orquestas. Antes también tenía una noche de teatro con un show de la compañía, ahora estoy viendo si lo permiten o no, por el tema de la pandemia. Quizás lo incluya, porque estábamos preparando algo, pero con la pandemia se nos cerró todo.

En Argentina, creo que es el festival más popular. Después del CITA, que es un festival con toda la historia, “Argentina Tango Salón Festival” es el que convoca más gente. Y en Europa no hay nada igual. Es imposible, sería mucho más caro. ¿Imaginate si tuvieras que traer a Europa a las mejores orquestas? Yo he tenido a la “Sans Souci”, a “Los Reyes del Tango”, a Ariel Ardit, al Chino Laborde, por nombrar a algunos.

Con María Inés Bogado.

¿Y qué te llevó a querer organizar tu propia milonga?

Bueno, mis orígenes son la milonga. Después, cuando empecé a bailar profesionalmente, trabajé en Casas de Tango porque no había mucho más. Hasta que las cosas cambiaron y empecé a trabajar de lleno en las milongas (exhibiciones).

Pero, la verdad es que no estaba pensando en organizar una milonga. Yo estaba mirando un lugar para organizar mi festival. Y cuando fui a ver el lugar para alquilarlo el dueño me propone que organice una milonga los jueves porque, me dice, “’Niño Bien’ (antigua milonga), hace ya un año que no está”. Entonces le digo, “esperá que voy a llamar al organizador de Niño Bien y le pregunto si él tiene pensado volver”.

¿Una cuestión de códigos esa llamada?

Claro, como corresponde. Yo podría no haberlo llamado, hacía unos años que él ya no lo organizaba, pero yo dije, no, es lo que corresponde. Tengo tradición de ir a la milonga de muy chico. Yo iba todos los domingos. Íbamos siempre a “Glorias Argentinas”, en Matadero. O a otra milonga que había al lado de una comisaría. Entonces, hasta el día de hoy tengo esa tradición de la milonga, del respeto que había, los códigos. Sigo con los mismos códigos.

¿Hay un Zuccarino distinto en cada una de las cosas que hacés?

Es cierto, hago muchas cosas. Tengo también una escuela de tango con Magui (Magdalena Valdéz), mi mujer. Tengo otros temas también, tengo muchas “cositas”. Pero cuando más placer siento ¡es bailando! (con énfasis), cuando estoy milongueando, con lo más artístico

En familia., con Magdalena Váldez, su mujer y sus hijos.

Pero es cierto que siempre me gustó también hacer muchas cosas, producir. Me gusta eso de “armar”. No sé por qué, quizás por la vida que me tocó.

¿En qué sentido?

En mi casa se vendían cosas siempre. Por ejemplo: mi familia hacía flores y las vendía en la calle. Me acuerdo cuando tenía seis años, en el día de la madre, salir con mi vieja a las seis de la mañana, y estar ahí, en Laferrere, vendiendo con mi familia, gritando ¡A las flores, las flores! (risas) ¡Y yo tenía seis años!

Siempre vendí. Vendía en los colectivos, … ¡Uy! Esto nunca lo conté, está bueno acordarse. Tengo una historia bastante… de vender… de…

¿De buscavidas? ¿Y de buscarte la vida a producir grupos musicales, shows de tango, festivales de tango, …?

Un poco buscavidas sí que soy…

Hoy, en el tango ¿Falta gente generosa como Osvaldo (Zotto) que quieran dar o falta gente que quiera recibir?

Buena pregunta. Creo que hay gente generosa, pero creo que se perdió un poco el respeto que nosotros teníamos por los “años”, por la milonga, por los que llevaban una bandera, por los que estaban peleándola. Me parece que desde el momento en que el tango se volvió una fuente de trabajo se sumó mucha gente que viene buscando eso, un trabajo. No lo critico, pero, por ese camino, no llegan a amar al tango. Hoy el ir a la milonga, para muchos, es parte de un trabajo: “Che vamos”, le dicen a la compañera,  “los dos bien vestidos, y tenemos que mostrar cómo bailamos, hagamos relaciones con éste, con aquel.”

«…El baile se intelectualiza y se vuelve mucho más académico, con mucho más estudio de la técnica… Antes no era así…Yo mismo entré en esa, dando un montón de conceptos técnicos: que si el eje, que si que se yo… me parece que ahí empezás a perder el poder trasmitir la historia…»

No todos. Hay también una camada de pibes jóvenes que saben mucho de tango, y pasan música de primera, porque estudian y saben, y respetan, y yo los respeto. Son los tangueros de hoy en día. Y lo sienten distinto, porque no vivieron lo que vivimos nosotros. Ni mejor ni peor, según su forma. Cada poeta escribe de lo que le toca vivir, según la forma en que se habla en el tiempo que le toca vivir.

¿Qué vivieron ustedes?

Nosotros no pensábamos que se pudiera vivir del tango. Sólo íbamos a pasarla bien. Y al perder eso se perdieron un poco los códigos que había antes.

¿Por qué?

Todo cambió. Hasta los maestros cambiaron. El baile se intelectualiza y se vuelve mucho más académico, con mucho más estudio de la técnica. Yo mismo entré en esa con mucho más lenguaje técnico en mis clases y dando un montón de conceptos técnicos: que si el eje, que si que se yo. Antes no era así. Me acuerdo cuando tomaba clases con Miguel Pla y él me decía: “El tango no se baila ni bien ni mal, se baila lindo o feo.” Y para él bailar lindo era bailar con elegancia. Entonces te explicaba cómo poner bien el pie, cómo te tenías que parar, cómo caminar. Pero no te hablaba de técnica. Hoy nosotros enseñamos un montón (con énfasis) de técnica… Y me parece que ahí empezás a perder el poder trasmitir la historia.

«Creo que cuando vos encontrás lo que sos, ahí encontrás tu tango.»

Y para vos, ¿qué es bailar lindo?

Para mí tiene que ver con algo que yo llamo “tanguedad”, que viene con los años de tango, con muchos, pero muchos años, recorriendo la noche. Se ve en un buen abrazo, en el caminar, que para mí son los pilares del tango. Un buen abrazo, más allá de la técnica. Y no necesariamente un abrazo como me gusta a mí, pero un abrazo.

Estoy en una etapa más abierto a distintos estilos. Casi a todos, te diría. Lo único que me gusta menos es cuando veo una pareja que parecen una copia. Sé que es un proceso. A mí me pasó también. Al principio es como que te enamorás de tus maestros. Me pasó con Silvio, después con otros, como Gustavo Naveira por ejemplo. Hasta que un día te preguntás “¿Y yo quién soy?” Creo que cuando vos encontrás lo que sos, ahí encontrás tu tango.

Hoy por suerte con mi compañera de baile, Virginia Pandolfi, estamos en una búsqueda muy parecida, que ante todo es una búsqueda personal. Queremos buscar un tango “real”, que muestre lo que realmente pasa cuando nos abrazamos ahí, en ese momento. Es una búsqueda difícil, nunca ensayamos una frecuencia, pero aun así me voy a mi zona de confort y ahí desconectamos.

Antes bailaba con Magui (Magdalena Valdéz), mi mujer y conectábamos un montón también.

Las mujeres de tu vida han sido muy importantes para vos. Con tus parejas has compartido también el tango, la música. Pero imagino que “tu vieja” fue la que más te influyó. Parece una obviedad, pero en este caso especialmente parece cierto, porque tu mamá fue alguien muy importante en la vida de muchas personas a las que ayudó ¿Me contás un poco de ella?

Mi vieja fue Mónica Carranza, fundadora de los “Caras Sucias”. Fue la primera “Mujer del año” en recibir el premio por una causa social. Fue una persona que sufrió mucho, que vivió en la calle, con una historia muy, muy jodida, y yo me crie bajo ese mandato. El de ayudar

¿Y el de buscarse la vida?, ¿no? A pesar de todo, de lo duro que sea, a seguir viviendo.

Pues sí, ella era una sobreviviente. Y era muy feliz. La verdad es que no conocí mucha gente como mi vieja, siempre muy alegre, siempre feliz “de la vida”, literalmente. Disfrutaba de cada cosa, de su familia. Estaba orgullosa de su familia. Siempre me inculcó que hiciera lo que me guste, pero “estudiá”, me decía. “Hacé lo que te guste, yo te apoyo, pero estudiá.” Por ejemplo, cuando le dije que quería ser pianista, me dijo: “Dale voy y te compro un teclado. Pero además te voy a anotar en el conservatorio. Hacelo bien”. Me inculcó eso: “hace lo que quieras, pero hacelo bien, da lo mejor”.

Ahora cuando hago una exhibición, tengo la costumbre de quedarme un rato solo, me concentro, y en ese momento pienso en mi vieja. Digo: “¿Vieja, estás acá? ¿Estás conmigo? Y la siento y me acuerdo de mi barrio.

«Cuando empecé en esto yo quería ser el “número uno”. Hoy me doy cuento que el número uno no existe, y menos en un baile como el tango. Hoy sé que la lucha está contra mí, con poder hacer lo mejor de mí. Al menos, dar todo de mí, que no siempre se puede.»

¿Volvés a Matadero cuando bailás?

El baile tiene mucho que ver con la vida. Para mí la búsqueda, como artista, sobre todo ahora, va por ahí. Por ahí al principio uno necesita identificarse con un grupo o con un estilo. Te sentís protegido por tu grupo y eso lleva a decir que “el que no baila como nosotros no me gusta”. Pero con el tiempo, a mí por lo menos me pasa, si veo bailarines que hacen algo totalmente distinto a lo que yo hago, pero siento que son auténticos, que lo que están haciendo tiene que ver con su vida, con cómo son ellos, yo los disfruto. Puedo salirme del lugar de bailarín crítico.

Cuando empecé en esto yo quería ser el “número uno”. Hoy me doy cuenta que el número uno no existe, y menos en un baile como el tango. Hoy sé que la lucha está contra mí, con poder hacer lo mejor de mí. Al menos, dar todo de mí, que no siempre se puede.

Yo siempre doy este ejemplo: mi amigo Seba Achaval, es un tipo que está siempre impecable, a cualquier hora del día, siempre bien vestido, siempre bien peinado. Bueno, su baile es impecable, como él. Por eso me gusta, porque en él es auténtico.

«Cuando bailo… Soy honesto con lo que soy, con lo que fui, con mi vida, con mi barrio, con mi vieja. Y cuando veo eso en otros, a mí me encanta.»

Y si vos lo ves al Chimi (Jorge Pahl), que es un pibe de barrio, cuando baila también muestra eso. Cuando Jorge baila tango, ¡baila tango! (con voz grave y énfasis). Y a mí me encantan los dos, porque los dos son auténticos. Cada uno está siendo auténtico con su vida.

Los primeros bailarines que me impactaron en el escenario fueron Natalia Hills y Mandagarán (Óscar) Y la segunda pareja que a mí me mató en el escenario fue Jorge Pahl con Silvia Céspedes. Para Lorena y para mí eran nuestros referentes. El “Derecho Viejo” de ellos lo miraba todo el día, me encantaba. La presencia que tenía Jorge en el escenario, yo la vi en pocos bailarines. ¡Y Silvia!, que además era una amiga, porque era alumna de Silvio también. Me acuerdo la primera vez que la vi, ¡no lo podía creer! Yo decía, esa no puede ser Silvia. Increíble. Cuando subía al escenario era la mina más linda del mundo.

¿Y cómo describirías a Roberto Zuccarino? ¿Cuál es tu tango?

Yo soy de Mataderos, soy un pibe de barrio. Y cuando bailo muestro eso. Mi tango es el de la milonga, el de Mataderos, el de “Glorias Argentinas”. La primera clase de tango que tomé en mi vida fue con Oscar Héctor. Para mí la definición del tango de Mataderos es el abrazo. No un abrazo elegante como puede ser el de Villa Urquiza que respeto un montón, pero lo que íbamos a buscar en Mataderos era más la sensación, no tanto lo estético. El tango de Mataderos es un tango con mucho barro.

Después como bailarín profesional uno se da cuenta que le tiene que meter mucha más técnica, trabajo. Pero mi tango es de barrio. Cuando era chiquito vivía en una casa que no tenía ni puertas ni ventanas. Yo no me puedo olvidar de eso. Por ejemplo, cuando bailo una milonga, digo: “Vamos a meterle cumbia”. No lo digo por marketing, lo siento así, yo me crie escuchando y bailando cumbia. Soy honesto con lo que soy, con lo que fui, con mi vida, con mi barrio, con mi vieja. Y cuando veo eso en otros, a mí me encanta.

Gracias Roberto, muchas gracias, de verdad, por tu sinceridad, tu honestidad. Se nota.

Barro, mezcla de agua y tierra que, como la tierra cuando es mojada, podrá ser fértil. Barro como materia prima moldeable al calor de unas manos. Manos que refieren a la función materna como lo donante y alojante. Manos que amasan y dan de comer, cosen y lavan, acarician y curan, y acompañan cuando se dan para guiar el camino hasta que es necesario que saluden para dejar ir. Las heridas sin cura que llevan consigo quienes sufrieron una infancia desamparada dicen de la falta de unas manos por encima de todas las carencias. Incluso aquellas infancias institucionalidades sufren heridas causadas por esa falta: a los pibes que viven en instituciones nadie los abraza o acaricia por la noche para que puedan alcanzar la calma necesaria para poder descansar. Se duermen entonces sin calma ni descanso y eso se expresa en múltiples formas de conductas alteradas.

En ese punto, con la descripción que hace Roberto de su propia madre, Mónica Carranza, fundadora de los “Caras Sucias”, asociación para chicos de la calle, nos llega una imagen de lo materno que lo pone en valor como función que puede ser ejercida más allá del hecho biológico, y más allá del sexo de quien la ejerce, como aquello que da vida porque habilita a ganarse una vida. Por otro lado, recibir como mandato el buscar la vida más allá de las carencias y penurias, haciendo de sí un buscavidas, dice de un hijo que pudo recibir lo nutricio que le daban en su casa, aun cuando muchas veces faltaba la comida y amigos-hermanos tenían que dejarla en la puerta.

Lo nutricio de esa madre fue su alegría de vivir a pesar de todas las penurias padecidas, enseñar a amar la vida por encima de todo. Entonces la tierra mojada pudo ser barro y no lodo en el que quedarse empantanado. Con esa lluvia de alegría, pudo encontrarse la potencia del barro, de aquello que naciente del barro nace desprovisto de brillo, pero sin embargo cuenta con la maleabilidad para convertirse en cualquier objeto, de poder devenir lo que se quiera. Poder encontrar la potencia de la falta, hacer de la falta potencia para ganarse la vida, es definitivamente un don que pude donarse desde lo materno, pero que también cada sujeto tiene que poder donarse a sí mismo. No todos pueden comer de ese plato, aunque este servido en la mesa.

El barro remite también a lo originario, a lo fundante como aquello que da origen a la existencia de cada uno y también de un pueblo. Cuando Roberto nos dice que al intelectualizar la enseñanza del tango se pierde trasmitir la historia y no se llega amar al tango, habla de un lazo con lo originario que se desanuda o incluso se corta. El baile se vuelve entonces algo seriado, una copia, porque no se sabe qué se está bailando.

No se trata de que vayamos ahora todos al arrabal para poder bailar un tango más auténtico. Ni mucho menos “hacernos pasar” por milongueros en una impostura. Se trata de volver a las fuentes para entender qué dice ese tango que se pretende bailar. Las historias permiten entender un lenguaje, una forma de hablar, y entonces se podrá entender y sentir lo que el poeta buscaba trasmitir en ese tango. Sin conocer la historia no hay escucha posible que lleve a un baile auténtico, sea el que sea para cada uno, como dice Roberto Zuccarino. Se necesita conocer la historia incluso para poder darle un nuevo significado, uno que tenga sentido para los tiempos de hoy.

Quizás es tiempo de pensar una vuelta desde la técnica que ha hecho que el tango brille en los escenarios del mundo y que se multipliquen por miles los que lo quieren bailar. Una vuelta que quizás se puede pensar como una vuelta al barro para ganar salpicaduras de color que den singularidad al baile de cada uno, tintes de verdad.

Flavia Mercier

Vidala Barboza y Omar Cácerez – «Pero esta noche no voy» – por El Chango Nieto de Félix González Lacón

Señoras y Señores, ¡Vidala Barboza y Omar Cácerez, El Cacique!
Bailan “Pero esta noche no voy” de Francisco González Lacón, en la versión de El Chango Nieto, durante la presentación del Ballet Folklórico de la Provincia de Salta, “General Martín Miguel de Güemes”, el pasado 5 de Diciembre en el Centro Cultural América de Salta.
¡Miren cómo hablan esos pañuelos! ¡Una belleza! Disfruten y no dejen de leer la entrevista a estos dos grandes artistas.

Carlos Copello. “Yo estoy enfermo de tango, y quiero contagiarlos a todos”.

Coincidiendo con la reapertura del Salón Marabú el próximo 11 de Diciembre, Carlos Copello reabre su escuela en este mítico salón. Una escuela avalada por todos los años de trayectoria de este gran bailarín de tango, así como de todos los reconocidos artistas que pasaron por sus aulas. Copello nos cuenta, desde el mismo Salón Marabú, cómo se enlazan la historia de este salón con su propia trayectoria.

¿Estás reabriendo tu escuela, ahora en el Salón Marabú?

¡En el mítico salón Marabú! (con énfasis) Para mí, para mis hijos (Maxi y Miriam Copello que bailan con Raquel Makow y Cristian Correa, respectivamente), para toda mi familia es un orgullo estar acá. Imaginate que Troilo debutó acá, imaginate que D’Arienzo tocaba acá, imaginate que Di Sarli tocaba acá, imaginate que Biagi tocaba acá… Por acá pasaron grandes artistas como Rivero, Rufino hizo su debut, José María Contursi escribió el tango “Como dos extraños”. Acá se conocieron Enrique Santos Discépolo y Mariano Mores. Imaginate lo que representa para mí que soy un amante del tango, todo eso. Cuando me invitaron a estar acá, salí corriendo y dije “ya estoy acá”.

Además de la historia del Marabú, ¿qué te llevó a hacer una apuesta tan decidida?

Con Joe Fish, el dueño (y cuya fundación fue responsable de la restauración del Salón), estamos muy comprometidos en recuperar la mística del tango que se está perdiendo, a trabajar para conservar el alma del tango. Estamos acá para cuidarlo, con Joe y con Silvina (Damiani). Va a ver una gran milonga de reapertura el 11 de diciembre, con música en vivo con la Orquesta Sans Souci y el Chino Laborde. Y el 13 de diciembre empezamos las clases. Estaremos con grandes profesores: Nito y Elba, Miriam Copello y Cristian Correa, Silvana Nuñez e Iván Romero, yo mismo y Karina Piazza, Silvia Bueno y Jorge D’Angelica, Susana Ferrante y Franco Andrada como profesor invitado, Sebastián Pereyra y Sandra Díaz. Y con los profesores de folklore, Kuly Gómez y Ely Wieliki.

¿Qué sería esa mística que hay que recuperar? ¿Podés describirla?

Cuando yo entré al tango, el tango me abrazó, la gente del tango me abrazó. La comunidad del tango es muy especial. Y hoy no veo eso y quiero preservar ese espíritu: el tango de la amistad, el tango de querernos, de cuidarnos.

Por ejemplo, ayer Toto Faraldo me vino a visitar porque sabía que estoy acá y se pone contento. Yo me pongo contento cuando veo a mis amigos bailar por el mundo, cuando veo cómo entendieron el tango, cuando veo un tango lindo. Me pone contento que al otro le vaya bien. Ese es el tango que quiero preservar. No esa cosa que se ve ahora de criticar todo el tiempo, que si hizo esto o aquello.

La milonga de hoy no es la misma que antes. Lamentablemente se ve muchas veces, aunque no siempre, como un arte “de cuarta”, y para mí el tango es un arte de primer nivel.

“Hay un bondi llamado Tango, y estoy viendo que hay mucha gente que está viajando colada,…»

¿Podés profundizar en la diferencia entre un “arte de cuarta” y un “arte de primer nivel”?

Hace un montón de años, en una entrevista que hice en “Tangauta”, dije: “Hay un bondi llamado Tango, y estoy viendo que hay mucha gente que está viajando colada, que entró por la puerta de atrás.” Hay que ir a sacar el pasaje, pedir permiso para entrar, pagar el pasaje y entonces subir. No que aparezcan colados y que encima critican: “No, que el tanguero esto, o aquello”. “No, que los códigos no sirven…” ¡No, papá, así no! Los códigos pueden mejorar, todo puede mejorar. Todo tiene que mejorar para que subamos la vara del tango. Pero, dale gracias a cada instante de tu vida que existió toda esta gente. Fueron monstruos en la poesía, en la música, en el canto, en el baile. Muchos no son conscientes del arte que estos monstruos crearon.

Veo en la milonga mucha gente que parece que juega con el tango. Incluso que “se hacen los payasos” con el tango. No respetan el tango, no respetan la obra de unos artistas enormes que nos dejaron una música increíble y una poesía maravillosa. Y el tango es un arte porque hace aflorar sentimientos escondidos. A mí me hizo aflorar sentimientos que no sabía que tenía. Sensibilidades que no sabía que tenía. Hoy escucho un violín y me pongo romanticón. Antes no, antes decía “¡Sacá ese violín de m…! Dame la guitarra eléctrica”.

El tango es mucho más que un montón de destrezas y hacer 400 piruetas. El tango es poder disfrutar de un piano, de un bandoneón, de un abrazo, de una caminata, del ambiente. Por ejemplo: Vos lo veías a Fino bailar y no tiraba patadas, trompadas y vueltas carnero, ¡no! Pero era el mejor bailarín. O verlo bailar al Chino Perico, con su tranquilidad y elegancia. Y es el mejor bailarín. O verlo a Copes en el escenario, muy elegante, bien parado, haciendo lo suyo, sin exagerar nada, ¡y era el mejor bailarín!

Toda la generación del ’40, y la del ’50 y la del ’60, ya sean músicos, cantantes o bailarines, han dejado la vara muy alta. Es necesario que vuelva a ser así, tenemos que recuperar eso. Es más, a mí me gustaría que entre todos mejoremos esa vara. Ya sea en la milonga, en los shows, en las exhibiciones, es necesario mejorar cada día más. Y darle al tango la categoría que merece.

Por eso me alegra la reapertura del Salón Marabú, porque va a tener una categoría impresionante. ¡No sabés cómo quedó después de una restauración increíble! Brilla como en sus mejores épocas. Muy lindo, aire acondicionado, la mejor iluminación. Esa es la categoría que se merece el tango.

¿Qué se están perdiendo los que no viven esa mística del tango?

Se están perdiendo el abrazo, se están perdiendo los códigos de la amistad. Se están perdiendo saber quién es Antonio Agri, Nito (García), Abel Córdoba, la Negra Margarita, Silvina Damiani y tantos otros. Se están perdiendo saber de tango, entrar en ese mundo y pertenecer a la comunidad tanguera.

¿Se están separando las aguas entre las nuevas generaciones y las que les anteceden?

No creo que sea un problema de generaciones. Conozco pibes jóvenes que aman al tango y quieren ese tipo de tango. Y hay otra gente a la que le da lo mismo esto que lo otro. Y está bien, no es que esté mal, pero yo estoy acá para recuperar el alma y la mística del tango. Y necesito que haya más gente que también quiera recuperarla. Y no solamente acá, también allá en España, en Rusia, en Japón, donde haya tango.

¿Es posible que al hacer una trasmisión del tango “fronteras afuera” se encuentre un alumno, o un público, que va buscando otra cosa, sólo el baile, y no toda la raigambre cultural del tango y por eso se hace difícil trasmitir eso?

Mirá, yo trabajé con todos los “cracks”: Virulazo (Jorge Martín Orcaizaguirre), Juan Carlos Copes y María Nieves, Gloria y Eduardo (Arquimbau), Nélida y Nelson (Rodríguez y Ávila), Mayoral y Elsa María (Héctor M. y E.M Bórquez de M.). Ellos no perdían jamás su estilo, pasara lo que pasara. Esa era la escuela que nos estaban dando.

Juan Carlos Copes a los 80 y pico de años seguía con su estilo, con su forma. Podía haber alrededor suyo un montón de “tira-cuetes” (en alusión a bailarines que se exceden en el uso de figuras y movimientos), le daba igual. Juan seguía estando bien parado, caminando, haciendo su tango.

María Nieves, lo mismo. La Negra Margarita, lo mismo. El Chino Perico, lo mismo. Todos. Cuando yo empecé, los milongueros éramos cuatro, o 20 o 30 locos que estábamos ahí en el “Sin Rumbo” (milonga) -yo estaba colado, ¿viste? -; y ellos remaban y remaban, y ahora el mundo baila tango.

Quien se quiera enfermar de otro virus, que se enferme, pero yo, yo estoy enfermo de tango y quiero contagiarlos de tango a todos. Del tango argentino que yo aprendí con toda esa gente. Te enfermás de tango y te volvés un adicto al tango. Ya no bailo más rock and roll, no bailo cumbia, yo sólo quiero bailar tango. El tanguero se enferma así y vive en una nube: la mística, el abrazo, el caminar, el sentir, … Uno siente que vive en un mundo muy lindo.

«Quien se quiera enfermar de otro virus, que se enferme, pero yo, yo estoy enfermo de tango y quiero contagiarlos de tango a todos. Del tango argentino …»

¿Y cómo empezó este romance tuyo con el tango?

Yo era un gran bailarín de rock and roll, en el sentido que amaba y amo el rock y todo ese estilo de música. El más “tira-cuetes” en el rock, era yo. Pero cuando conocí el tango dije “Apa…” De entrada cuando lo vi, pensé para mis adentros “esto es una estupidez, yo lo hago en dos minutos”, pero cuando empecé a bailar no podía caminar, no podía ni pararme. Y ahí entendí la categoría que tenía este arte. No es para cualquiera, ni cuestión de tirar cuetes. Tirá cuetes lo que quiera, pero te sale al lado tuyo un Chino Perico caminando, despacito, con esa paz y vos decís: “Ah, no, esto es otra cosa. Quiero esto.” Al principio, yo también quería gancho, patada, trompada, vuelta carnero en el aire, pero después entendí que no, que el tango iba por otro lado.

Cuando yo entré a “Estudiantes del Norte” (club) fue como entrar a otro mundo. Yo venía de Pacheco, de Suárez, no entendía nada. Pero el tango me abrazó. Me dijeron: “Vení, sentate acá, ¿cómo es tu nombre”. “Tenés que caminar así”. “No así no nene, acariciá el piso” (suavizando la entonación al final). “Pechito argentino, nene“. Te hablaban así. ¡Imaginate lo que era en el año ’84 – ’85! No era cómo ahora “que la técnica, que el no sé qué, que la energía que viene de Marte, …”, ¡toda una sanata que me quiero matar!… Cuando yo entré me abrazaron con tango, y hoy no les puedo fallar, no les puedo defraudar, sería como defraudar a mi familia.

Escucho en vos que parte de la mística del tango se construye sobre códigos de lealtad.

Es un todo. Este mundo del tango es un submundo del submundo. Me acuerdo de Perita, de Petróleo (Carlos Estévez), Lampazo (José Vázquez), el Rolo (Román Rodolfo Tomas), Francisquito, de toda esa gente cuando estábamos en el “Sin Rumbo” tipo 3-4 de la madrugada, que me decían: “Vos Negro, el día de mañana, nos vas a abandonar y no te vas a acordar más de nosotros” Casi con lágrimas en los ojos. Y yo les dije: “No. ¿Sabés que te equivocaste? Yo voy a cuidar todo lo que ustedes están dejando. Ustedes me dieron mucho a mí así que yo voy a seguir cuidando lo que ustedes cuidan”

«Cuando yo entré a este mundo me abrazaron con tango, y hoy no les puedo fallar, no les puedo defraudar, sería como defraudar a mi familia.»

¿Quiénes fueron tus maestros?

¡Uyyy! Todos. Cuando digo todos, es todos. Pupi, Todaro (Antonio), el Toto (Faraldo), Teté (Rusconi), Pepito Avellaneda, el Negro (Gerardo) Portalea, Miguel Balmaceda y Nelly, Nelson Ávila… qué se yo, podría estar todo el día. Me da miedo olvidarme de alguno.

¿Y cómo fue que empezaste con el tango escenario?

Me presenté a un concurso de tango que había en Parque Patricios. Fui ahí con Alicia (Monti) para que no me conociera nadie, porque pensaba que llegaba al concurso y me echaban. Y no, clasifiqué, gano la primera ronda. Encima no tenía un mango. Al otro día Nelson, el de “Tango Argentino”, me dice “¿Cómo venís de ropa?”. “Mal”, le contesto. Y me dice: “Decile a mi señora que te preste ‘tal’ traje.” Me prestó traje, sobretodo, de todo. ¡Sabés cómo yo bailé al día siguiente con pilcha nueva! Así que gané el concurso. Y entonces se arrimó el Negro Raúl (Bravo) y me pregunta: “¿Vos querés bailar para Mariano Mores?” “¡Sí, Maestro!, ¡cómo no voy a querer!”. Y fue así que empecé, en un concurso y gracias a un milonguero. Al Negro Raúl que me presentó a la compañía de Mariano Mores. Bailé como 3 años con Mariano Mores.

¿Se puede decir que estuviste en todas las grandes Compañías de tango, y en las Casas de Tango más importantes?

Estuve en “Tango Argentino”, “Forever Tango”, “Tango Pasión”, “Tango x2”, “Sólo Tango. El Show” producida por Dolores de Amo, cuando también bailaba y era director coreográfico del show de “La Esquina de Carlos Gardel”. Antes había estado en “Casa Blanca”. Y ahora llevo ya unos cuántos años en “Rojo Tango”, el show del Hotel Faena.

No sé si fueron todas, pero desde luego estuviste en las más representativas, sobre todo de un tango “real”. ¿Qué podemos hacer entre todos para preservar ese tango y su mística?

Un día le pregunté a Juan Carlos Copes en una de nuestras últimas charlar -yo hablaba mucho con él-: “Decime Juan qué tenemos que hacer para mejorar la vara que ustedes dejaron en el tango”. Y me respondió: “Tienen que trabajar mucho, tienen que conocer mucho el tango, y llevarlo a conocer al mundo con la categoría que debe tener el tango”.

Trabajar, ensayar, estudiar, leer, escuchar. Por ejemplo: todos los lunes me junto con el Chino Perico, el Toto Faraldo, el Negro Raúl (Bravo), Eduardo (Arquimbau) y no me canso de escucharlos, no me aburro. Y sé la historia de todos ellos de memoria. Pero a veces veo algunos pibes que sólo quieren sacarse una foto con ellos. Vienen, los abrazan, se sacan la foto y después los dejan pagando.

¿Y qué aprendés de ellos, todavía?

Todo. El comportamiento, no defraudar al amigo, cómo comportarse en una milonga, … todo. Yo de ellos aprendí y aprendo, teórico y práctico. Y eso intento volcárselo a cualquier estudiante que viene a mi escuela. Les digo: “Esto me lo enseñó el Toto Faraldo”. “Esto me lo enseñó Raúl Bravo”. A querer al tango y a cuidarlo. No es tan difícil.

¿Algo más que quieras decir para finalizar?

A toda la gente del tango, a toda la comunidad tanguera: hagan esto con el corazón, háganlo con el alma, porque detrás de esto hay muchas, muchas cosas que no se deben perder. Hay mucho trabajo detrás para construir este mundo. Hablo de la poesía, la música, el canto, el baile, y del trabajo de los organizadores también.

Muchas gracias Carlos, ha sido un gran placer y un gran aprendizaje tanguero.

Cuando Carlos Copello nos dice que la comunidad tanguera es un submundo dentro del submundo, y habla de las dificultades que en otros tiempos vivían quienes formaban parte de esa comunidad, podemos vislumbrar que el tango representó un suelo para muchos. Recuerda, en ese sentido, la razón del nombre de esta revista “Patio de Artistas”, en tanto el tango como arte popular que se alumbró en los patios familiares, hizo de suelo donde apoyarse para ganarse la vida, incluso otra que la predestinada por la novela familiar o por un exterior de puertas cerradas.

Al escuchar a los “viejos milongueros” (dicho con el mayor cariño), así como hace Carlos Copello cada lunes, se conocen historias que, a pesar de iniciarse con un horizonte yermo, gracias al tango pudieron torcer un quedar «sin rumbo», al recalar en lugares como el «Sin Rumbo» donde encontraron una comunidad que les alojaba y un sentido para sus vidas: ser bailarín de tango, ser milonguero, ser músico de tango. Lo que Carlos Copello llama mística tiene algunos destellos épicos, porque se construye sobre historias de superación de adversidades, en las que el protagonista, además, llega a alcanzar cierto brillo de inmortalidad gracias al arte que cultiva.

Por eso la comunidad tanguera en otros tiempos recibía a los «aspirantes » con una serie de instancias que simulaban una «iniciación». Había que hacer mérito para ser admitido. “Pagar el boleto” lo llama Copello. Poner algo de sí para ser merecedor de un saber que a los tangueros les era tan precioso. Un saber y un arte que, ni más ni menos, les había permitido ganarse una existencia. Se entienden entonces los códigos de lealtad y la insistencia de hacer un reconocimiento para los que labraron el camino del tango hasta aquí. Hoy que tantos, con muchas más facilidades, viven gracias al tango, cabe recordar que sin aquellos “viejos milongueros y tangueros”, hoy el tango no estaría donde está.

Y desde ese amor infinito al tango, por la bella vida que les había dado, aquellos milongueros “la remaron y la remaron cuando eran cuatro hasta que hoy el mundo baila tango”, nos dice Carlos Copello. Inspirados por un arte que, gracias a la gran belleza de su poesía y de su música, les hizo aflorar “una sensibilidad que ni sabía que tenían”. Esa es la función del arte, justamente, de eso se trata la tan mentada sublimación. No hay duda que el tango es un arte y de primer nivel como reclama Copello. Se pueden cambiar los códigos y las formas porque el sentido cambió; pero lo que se haga con el tango tiene que estar a la altura de un arte muy sensible que despierta sensibilidades. En un mundo de inmediatez materialista en el que sujeto se consume a sí mismo a medida que consume, esa sensibilidad artística es algo a la vez tan valioso -por lo que nutre- como delicado. Necesita ser tratado con mucho cuidado. “Háganlo con el alma” nos dice Carlos Copello.

Flavia Mercier